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En diciembre del año pasado el país se dividía entre globos amarillos y frustración. El líder de Cambiemos -coalición integrada por el PRO, un sector de la UCR y otros partidos prácticamente unipersonales- ganó el ballotaje contra Daniel Scioli del Frente para la Victoria y comenzó a gobernar una Argentina cuyos ciudadanos optaron por un cambio de signo para el Poder Ejecutivo luego de 12 años de kirchnerismo. O mejor dicho para dos Argentinas: el 48% de los votantes eligió al otro candidato, y durante este año se harían oír. El cambio no sólo fue de gobierno sino comunicacional, y eso podría definir muchas más cosas de lo que parece a simple vista.
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El kirchnerismo nació y se desarrolló en el gobierno tanto en su versión provincial en la Santa Cruz de los 90s como en su modo nacional desde 2003 hasta 2015. Ya decíamos en este espacio que no iba a ser fácil para esta fuerza convertirse en oposición. Y así fue. Desde los primeros días Cambiemos impulsó un ánimo revanchista, tanto para defenderse discursivamente como alimentando el linchamiento judicial. A la vez, el kirchnerismo estuvo lejos de fortificarse en la adversidad, y en menos de seis meses la mayoría de sus referentes cambiaron de bandos, armaron espacios propios o directamente se escondieron abrumados por los procesamientos y las acusaciones de corrupción. El macrismo, incluso mientras pedía que se liberen los presos políticos de Venezuela, convertía a Milagro Sala en su primera presa política, dictándole prisión preventiva antes que los jueces. Cristina Kirchner osciló entre la reclusión y la aparición pública para ir a declarar en los tribunales, lo que fue festejado por la militancia más fiel aunque le generó un piso y un techo de adhesiones que son exactamente el mismo. Así, este año se logró lo que hasta hace muy poco parecía imposible: desactivar a CFK como candidata. Es cierto que sus votos le alcanzan para competir por una senaduría, pero vamos, cualquiera sabe que un ex presidente que cumplió un mandato puede convertirse en senador, no importa cuán odiado sea, sólo le basta con mantener su territorio histórico. Pero CFK está lejos de inspirar y cada vez más cerca del olvido. El macrismo transformó al kirchnerismo en un chivo expiatorio para explicar su propia mala praxis, avivando el rechazo que genera en su electorado con explosiones mediáticas permanentes. Ese efecto, sin embargo, estaría disminuyendo y la fecha de caducidad está clara: las legislativas del año que viene. Luego de las elecciones el gobierno de CFK será un recuerdo anecdótico de la historia. Y los votantes del macrismo se enfrentarán únicamente con el espejo. ¿Qué reflejo les devolverá?
El macrismo transformó al kirchnerismo en un chivo expiatorio para explicar su propia mala praxis, avivando el rechazo que genera en su electorado con explosiones mediáticas permanentes. Ese efecto, sin embargo, estaría disminuyendo y la fecha de caducidad está clara: las legislativas del año que viene.
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Sin dudas el monstruo del año fue la reducción drástica del consumo y la pérdida del poder adquisitivo. Escribir sobre ésto, como dice mi editor Nicolás Mavrakis, es como escribir sobre el cielo: es inútil porque está ahí, todos lo ven. No voy a abusar de este espacio brindando datos que están en todos lados y que todos conocen, basta decir que la inflación promedio anual es del 40% y los aumentos de facturación rondan el 20% en los rubros alimenticios. Incluso las mismas voces oficialistas se hacen eco de este problema, una actitud que supuestamente los ciudadanos debemos valorar porque el kirchnerismo no reconocía sus problemas, lo que no hace más que demostrar la teoría del gobierno que por contraste practicó el macrismo durante todo el año. Un país con alta inflación sería natural si el crecimiento estuviera más o menos acompañado, pero las estimaciones del presupuesto para el año que viene, según los debates legislativos de la ley de leyes, arrojan un decrecimiento del 1.5% del PBI, lo que torna inexplicable la situación: menos consumo, menos crecimiento, más inflación = recesión. ¿La salida? Nadie lo sabe. Lo que más preocupa a los legisladores opositores no kirchneristas es la ausencia de un plan económico para los próximos años. Y que todo este año el gasto público fue sostenido con la deuda externa más grande de latinoamérica. El ministro Prat Gay espera contraer más deuda el año que viene para financiar el déficit, lo que implica que, al menos, algo sabemos: no hay dinero ni lo habrá, este año el modelo macrista no lo generó. En cuanto al consumo, el macrismo, a su vez, profundizó una medida que había implementado el kirchnerismo. A principios de año el gobierno amenazó con cancelar el programa Ahora12 y en vísperas de Navidad no sólo lo refrendó dos veces, sino que lanzó el Ahora18. Sin controles de precios ni controles de importaciones -por el contrario, ya no hay controles ni multas a las empresas productoras, y los ingresos de manufacturas terminadas aumentaron a niveles históricos- una medida de este tipo sólo es deuda para los consumidores, financiación subsidiada con dineros públicos y beneficios para los productores extranjeros de manufactura. A nivel macro, las grandes compañías ya se encuentran en rojo. Quickfood, Mastellone, Technit, Tenaris, Grimoldi, empresas que fabrican desde leche hasta acero inoxidable, hamburguesas y zapatos, acusan una preocupante baja en las ventas en el mercado interno (tanto para consumidores finales como para otras empresas) que se suman a problemas del mercado externo propios de cada sector. Es decir, no se trata sólo de exportar más, como si el problema de vender al exterior fuera sólo permitir salir los productos, sino que esos productos deben llegar a un mercado que los tome y retorne los pagos. Y sobre todo, cabe preguntar qué nivel de ventas representan las exportaciones en cada empresa. En el caso de Mastellone, como cualquier láctea, la producción para el exterior apenas implica un 20% de máxima. Argentina es un país con un gran consumo interno que viene de muchos años de consumir aún cuando el mundo estaba en recesión. La enorme baja del consumo, la perdida del poder adquisitivo y, sobre todo, la falta de planes para recuperar los niveles del año pasado, no son buenas noticias para un gobierno que prometió una lluvia de inversiones externas que nunca llegó y que, con este panorama, difícilmente venga. ¿Qué compañías van a invertir en un país que no le garantiza ni siquiera el consumo interno?
Las grandes compañías ya se encuentran en rojo. Quickfood, Mastellone, Technit, Tenaris, Grimoldi, empresas que fabrican desde leche hasta acero inoxidable, hamburguesas y zapatos, acusan una preocupante baja en las ventas en el mercado interno.
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¿Y ahora quién podrá ayudarnos? El único político opositor que termina el año con imagen positiva es Sergio Massa. Fue candidato el año pasado y terminó en un tercer lugar digno y cómodo, suficiente para crear su piso y zapatear el resto del año el malambo electoral. Desde el Congreso fue reuniendo al FPV que se atomizaba y al PJ que veía en la vieja estructura más problemas que soluciones. Termina el año prácticamente manejando la agenda legislativa, aprovechando la posición de minoría del oficialismo en ambas cámaras y la tan esperada reunificación que se anunció después del kirchnerismo y el peronismo no supo resolver. Por el contrario, parece más bien Massa el único capaz de poner bajo su liderazgo a un PJ que no encuentra horizonte ni puede ponerse de acuerdo, sobre todo, en dejar atrás a Máximo, a La Cámpora y todos los resabios del gobierno anterior. Massa tiene el equipo opositor más sólido -que incluye al mejor ministro de economía de la democracia- y a pesar de su aspecto afectado y algunos gaffes ideales para las burlas de las redes sociales, tiene la experiencia de los que saben dónde están parados y cómo moverse mañana, con las dosis justas de moderación y oposición. Si dudas el año que viene sumará críticas y se mostrará más enfrentado con un oficialismo que le teme.
Marcos Peña pasó el 2016 cerrando los organismos satélites del PRO, como la Fundación Pensar, para exigirles a sus participantes que se afilien al partido. En cada provincia armó una lista propia que competirá en internas dentro de Cambiemos, lo que sin duda al final de la elección le resultará en mayor cantidad de concejales, diputados provinciales y congresistas.
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Sin embargo las elecciones del año que viene parecen ganadas por Cambiemos de antemano. Si bien “ganar” es un término muy relativo en una legislativa, el PRO desde hace un tiempo se dedica a reforzar su estructura partidaria y sus alianzas en las provincias, territorios donde no tuvo el mayor de los éxitos en la elección pasada, supeditados a la positividad de la figura de Macri. Marcos Peña pasó el 2016 cerrando los organismos satélites del PRO como la Fundación Pensar para exigirles a sus participantes que se afilien al partido. En cada provincia armó una lista propia que competirá en internas dentro de Cambiemos, lo que sin duda al final de la elección le resultará en mayor cantidad de concejales, diputados provinciales y congresistas a nivel nacional. No importa quién “gane”, es decir, quién tenga más votos, sino que la presencia territorial del PRO aumentará el año que viene. Es algo inevitable porque es un partido en “alza”. Esa territorialidad será clave para enfrentar las elecciones ejecutivas en 2019. Es decir, un crecimiento para el PRO es una victoria en sí misma, Marcos Peña lo sabe y su ratificación como Jefe de Gabinete al año de gobierno solidifica este plan electoral. El modelo de disputa es Santa Fe. En esta provincia central tenemos al PRO seduciendo al radicalismo con promesas de incluirlo en el gobierno aunque el mismo PRO ya haya relegado a un segundo plano a la UCR en las decisiones importantes. El radicalismo de Santa Fe está muy afectado por no haber ganado jamás una interna para gobernar la provincia y la mayoría de los referentes están queriendo jugar para el gobierno nacional el año que viene. A su vez, el diputado nacional Alejandro Grandinetti, referente del massismo, quiere tentar al gobernador Miguel Lifschitz -que hace tiempo tiene serios cortocircuitos con sus correligionarios del PS- para formar un frente que incluya al senador Omar Perotti, que entró como kirchnerista aunque en realidad es del PJ. A mi juicio es una alianza imposible que reuniría tres soledades, sin embargo, ¿que es la política sino la realización de lo imposible? Bueno, capaz es otra cosa, pero yo no daría por terminada la idea. Grandinetti habla de hacer un “espacio moderno” y eso suena bien, sobre todo cuando vimos a fin del año pasado que la idea de modernización triunfó por sobre la maquinaria anquilosada de la política tradicional. Probablemente la mejor idea que instaló el PRO sea esa, la modernización del gobierno, una idea que aporta mayor horizontalidad en las decisiones y facilita una comunicación directa con los ciudadanos habilitada por nuevos canales. Si bien en la praxis el discurso del PRO hace tanta agua como el municipio de Buenos Aires cuando llueve, lo cierto es que hay una línea divisoria entre la política del saber del siglo XX y la política de la intención del siglo XXI, tiempo en el cual se esperan más buenas intenciones que aciertos, más buena voluntad que voluntad de poder y en el cual el votante valora cierta honestidad, aunque sea la honestidad del diablo que te entrega un contrato por tu alma.
Parece más bien Massa el único capaz de poner bajo su liderazgo a un PJ que no encuentra horizonte ni puede ponerse de acuerdo, sobre todo en dejar atrás a Máximo, a La Cámpora, y todos los resabios del gobierno anterior.
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Otro cambio que trajo este año de Macri se dio a nivel comunicacional. Ya vimos cómo, desde 2008 hasta hoy, el kirchnerismo debatió, discutió, se enfrentó, recompuso, trabajó, hizo y rehizo con el tema de los medios de comunicación. Difícilmente otra fuerza política en Argentina tenga una obsesión tan grande por los mass media como los kirchneristas emocionales adherentes a Cristina. Toda esa comunicación estuvo al servicio del oficialismo hasta 2015, y precisamente en las elecciones, momentos en que la comunicación es de vital importancia, las propias confusiones e indefiniciones políticas internas llevaron a que la estrategia de comunicación general priorice las individualidades. Cada corpúsculo peleó por su propio espacio y hacían cortocircuito cuando se trataba de plantear ideas sobre la elección nacional. Todos pudimos ver cómo el discurso del kirchnerismo se ahogaba cuando debían apoyar sin condiciones a Daniel Scioli, un candidato que nunca logró cerrar filas en el kirchnerismo, y cómo esas disidencias estuvieron expuestas al natural en el discurso. La victoria de Macri y el primer año de gobierno volvieron a mostrar un kirchnerismo unificado que logró superar su propia crisis interna de abandono de medios: Página/12 fue vendido pero continuó su línea editorial, Tiempo Argentino fue vaciado pero continuó también, los periodistas militantes que trabajaban para Spolsky lograron reubicarse en toda clase de micromedios que hoy son los opositores más furiosos a la administración de Cambiemos y que propalan información opositora en las redes sociales todo el tiempo. El kirchnerismo sólo puede ponerse de acuerdo en una cosa: odian a Macri y quieren destruirlo, un mensaje comunicacional unívoco presente en los diarios y hasta en los portales más truchos. De este modo las informaciones opositoras al gobierno anterior venían de los grandes medios históricos. Clarín y La Nación, jerarcas del periodismo de extorsión, comandaron una línea comunicacional que criticaba cualquier cosa que hacía el gobierno, incluso aciertos muy grandes como el arreglo con los fondos buitres, y fogoneaban cualquier intento de crítica por más descabellada que fuera. Estos medios son los que apoyan -con algunas reservas- a la administración de Cambiemos, que a su vez es criticada incondicionalmente -hasta en sus muy pocos aciertos- por los medios kirchneristas que no son grandes grupos de histórica presencia, sino pequeños espacios que también han sabido ganar su prestigio. Es así como el público que consume sólo grandes medios tiene una visión edulcorada del año de Macri, mientras que el público que sólo consume información por redes sociales puede tener una visión más amplia o con un claro sesgo opositor. Entonces, a diferencia de los años anteriores, quien rebusque en la basura de la web sin dudas encontrará, y ésto no pasaba antes. Al INDEC trucado del kirchnerismo se sumaba la necesidad de confiar en las “consultoras”, lo cual a un lector crítico le hacía muy difícil tomar decisiones con información veraz. Hoy pasa totalmente lo contrario: un lector ávido y curioso encontrará más críticas que aprobaciones al oficialismo. ¿Cuáles serán las consecuencias electorales de este proceso? El sentido común dice que mientras los grandes medios apoyen al gobierno, difícilmente “la mayoría” lo rechace. ¿”Subirán” entonces las críticas, desde las pequeñas webs y los diarios de baja tirada a los mass media? ¿O bajarán cuando empiece la campaña y los pequeños medios se queden sin nafta ante un oficialismo que tiene el poder, el dinero, la estructura y buena parte de los votos?
El público que consume sólo grandes medios tiene una visión edulcorada del año de Macri, mientras que el público que sólo consume información por redes sociales puede tener una visión más amplia o con un claro sesgo opositor.
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Llega otra Navidad con recesión en la Argentina. Muchos hacen la comparación aquel fatídico diciembre de 2001 que abrió el siglo. Pero a mí me recuerda más al diciembre de 2008 en que escribí mi primer artículo sobre política en un medio nacional. La nota se llamaba “Una navidad con recesión en Rafaela, la ciudad modelo de Cristina Fernández”, y contaba cómo en mi ciudad natal, ubicada a 90 kilómetros de la capital santafesina, la lucha entre el campo y el gobierno había generado una recesión en el comercio y la industria que habían detenido prácticamente la vida social y económica. Mi editor en Perfil, Darío Gallo, me había pedido el artículo cuando se enteró que la entonces presidenta había elegido a la ciudad como “un modelo productivo para todo el país” y que ese modelo estaba en crisis precisamente por la disputa política que mantenía con el campo, al que Perfil apoyaba desde sus editoriales. Gallo me decía “las recesiones primero se dan en el interior y después se ven en capital”. A mediados de 2009 la malaria estaba en las calles de Buenos Aires, era evidente para todos. Recuerdo locales comerciales cerrados con el cartel de “se alquila”, recuerdo restaurantes que dejaban de atender, recuerdo una economía doméstica que se deprimía. El segundo semestre del año de Macri llegó con promesas de inversiones que nadie en su sano juicio creyó. El mismo gobierno no tardó en dar marcha atrás con la idea y hasta el propio Macri habló de un “tercer semestre”. Llega la Navidad, con sus discursos de fe y esperanza, y no parece haber mucha perspectiva de cambio en Cambiemos, la fuerza que venía a hacer la nueva política que solucionaría los problemas de la gente/////PACO