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Los verbos en el cuerpo

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La época está plagada de verbos que se reactualizan y nos hacen pensar también el estatuto de esas palabras. Si éstas marcan los cuerpos y los verbos nos ponen en acción, ¿cómo no plantearnos la relación que el verbo encuentra con el cuerpo?

«Me lo/la comí», «le miré el Instagram», «tomatelo con calma», «me cagó», y sus contracaras: «no me miró», «la/o cagué», etc. El verbo en nuestro discurso manifiesta una acción. Escuchamos, miramos, comemos, cogemos, trabajamos, tomamos, hacemos y hacemos, etc.

Esa acción propia del verbo impulsa proveerle «algo» a nuestra singularidad y a lo particular del síntoma. ¿Cuántas veces escuchamos que los/as sujetos dejan de comer o comen en exceso frente a estados angustiosos? ¿Cuántas veces escuchamos en los estados panicosos (por nombrarlos como se le dicen habitualmente) que el cuerpo queda en estado de «baja presión» (entre otras cosas)? Como si de algún modo el síntoma, por más intenso y padeciente que fuera, se sintiera «a salvo» con esa acción en el cuerpo.

El síntoma pareciera entrar en calma cuando se encuentra en su “zona de confort”, en su «cuadrilatero», aunque esto conlleve distintos padecimientos y dolores (en el cuerpo y en el «alma» ó «estado animíco»).

Hay que darle alguna vuelta porque si lo dejamos así, tal cual se nos aparece, el síntoma hace de las suyas. Que el síntoma se siga inflando de las acciones que le proveemos no implica que se satisfaga y quede realizado, o sí, pero de un modo que deja al sujeto borrado de la escena.

En general, ese mismo exceso desvitaliza y va aniquilando progresivamente los deseos de cada quien. Comer, fumar, tomar, verbos de la pulsión oral que simulan una satisfacción total. Retener, no decir, expulsar, cagar, cagarte, verbos de la pulsión anal. Mirar, mirarte, hacerse mirar, ¿me vio o no me vio la publicación en X red social? Verbos de la pulsión escópica.

La creencia de que habría una satisfacción total en la realización de cada uno de estos verbos nos va llevando cada vez más a los excesos y a su vez a una verdad que miente, simula. La simulación engaña, como toda simulación, «hacer de cuenta que», porque cuando ya se alcanza la adultez esto no tiene las características del «como si», típico del juego de los/as niños/as.

El síntoma se infla y el goce se hace cada vez más vertiginoso: ¿Salir? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Dejar de comer, tomar, fumar, mirar, cagar? ¿Para qué? ¿Por qué? El verbo y su acción, como correlato de la pulsión, también van nombrando qué lugar habitar. En el ejemplo de la mirada y los avatares subjetivos respecto a las historias de Instagram, por ejemplo, «me miró la historia» ó «no me miró», habría que preguntarse ¿en qué te constituye esa mirada?

Después tenemos del otro lado a los voyeuristas de Instagram, los/as que miran todo (¡todo!) produciendo una inversión de tiempo descomunal con la intención de generar-se contenido para sus propias vidas y realizar una pura opinología de la vida de los otros. ¿Cuál es el estatuto de la «mirada» en una red social? Porque efectivamente tiene un estatuto, un lugar. El tema es observar si le hago lugar ó no a ese «mirar/mirarse/hacerse mirar» en mi cuerpo y si eso, en tal caso, tomaría la importancia de un lugar constitutivo (¿no sería darle demasiada entidad?).

Cabe la pregunta, y en la época debemos sostenerla, ¿Cómo ponerle tope a esos excesos? ¿Cómo delimitar el gusto, las ganas, el deseo?

También sabemos que cuando algo se pone en cuadro, cuando la cosa se enmarca y se encuentra un borde, se produce un lugar más interesante para habitar. Y digo más interesante porque ese lugar donde habita mi alma, mi ánimo, mi inconsciente, es nada más y nada menos que mi cuerpo. ¿Es posible un cuerpo por fuera del síntoma? Será el recorrido de un análisis el que nos acerque a un saber-hacer con eso, a poner en acto algo nuevo, incluso como acto creativo, porque crear es también un verbo que acciona el cuerpo que habito, que lo vivifica y lo delimita en los márgenes y coordenadas del deseo////PACO

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