La empresa de comida rápida, la de comida chatarra, la de hamburguesas a la parrilla, sí, la que no es McDonald’s, la otra, Burger King: parece acostumbrarse a armar todos los años una campaña publicitaria que busca darle beneficios a cierto grupo reducido de personas. En 2017 lo hicieron con todas las personas que se apellidan “Parrilla”. En el comercial aparecía gente de diferentes sexos y edades contando cuántos problemas les trajo tener ese apellido tan particular. Burger King, considerándose cercano a ellos por la coincidencia de que en la empresa se cocinan sus hamburguesas a la parrilla, decide regalarles de por vida un Whoopper, una hamburguesa con tomate, lechuga y pepino en vinagre a quienes lleven su documento a un local y se registren. El comercial tiene éxito y gana premios. Un año después, con varias campañas publicitarias en el medio, deciden hacer otra promoción basada en la lástima y la compasión. La campaña de colorados consistía en que muchas personas con este color de pelo contaban los problemas que tenían, cómo siempre los burlaban, qué cosas feas les decían. Al final, mientras mostraban sus jugosas carnes vacunas cociéndose en la parrilla, Burger King declaraba que los colorados eran sus “hermanos de fuego”. Suponen que por tener el pelo del mismo color que el fuego donde se cocinan las hamburguesas, los colorados son sus hermanos, y entonces deciden regalarles otro Whopper por cada uno que compren. Si voy con un colorado a Burger King y compró un Whopper, me regalan otro.
El conflicto es que una empresa no puede decirle a un persona que se considera colorado o pelirrojo que no tiene ese color de pelo. Con la campaña de los Parrilla no tenían tanto conflicto: los obligaban a mostrar el documento. Pero ninguna agencia, hasta ahora, da certificados de pelo de cierto color. Entonces lo arreglan rápido, les dicen a sus empleados que a cualquiera que vaya y pida la oferta del Whopper por considerarse colorado tienen que dársela. Aunque la persona sea rubia, por más que tenga el pelo negro como la noche, no importa que sea una viejita teñida de violeta, ellos no pueden establecer la identidad y están legalmente obligados a respetar lo que dicen los clientes. La campaña arrancó, estratégicamente, el 7 de septiembre, el Día Mundial de la Persona Colorada. Y en octubre el abogado Matías Daniel Arreger, colorado, declaró sentirse discriminado, por lo que logró que el juez José Luis Cassineiro decretara que Burger King debía suspender la campaña gráfica y audiovisual. Este abogado, que podría haber disfrutado del beneficio, consideraba que la publicidad lo ofendía profundamente y que la campaña representaba a la gente de ese color de pelo como una minoría con mala suerte, rara, extraña, triste y sufrida. Claro, aunque la empresa argumentara que los más de veinte mil pelirrojos que fueron a disfrutar de la promoción demuestran “buena receptividad”, se vieron obligados a dar de baja a la campaña.
Uno pensaría que no existe un club de representantes del pelo colorado que salga a manifestarse y decir si está de acuerdo o no con el abogado Arreger. Pero sí lo hay, se llaman a sí mismos Pelirrojos Club, y tienen un autodenominado creador y presidente que acostumbra a hablar en nombre de todos, Omar Fornataro. Fornataro sostiene desde la página de Facebook de su club que quien se siente ofendido por la publicidad tiene seguramente un problema de autoestima. Una simpleza apabullante, seguida de una cantidad considerable de personas coloradas quejándose por haber perdido el dos por uno y diciendo que les encantaba la publicidad. No, el orgullo colorado tampoco logró que vuelva la promoción. Pero no es la primera vez que una megaempresa quiere aprovecharse de una minoría para vender un poco más.
En 2015, en México, Coca-Cola difundió un comercial navideño, que ya no puede verse en ningún lado, en el que un montón de jóvenes blancos, bien vestidos, exageradamente contentos y lindos van a una comunidad indígena. Tienen la misión de llevar un mensaje a esa pobre gente, así que les construyen un árbol de Navidad gigante, con maderas que llevan ellos desde sus casas. Quieren dejar bien claro que los pobres indígenas no tienen ni madera, así que les reparten Cocas heladas. En el árbol escriben, supuestamente usando la lengua de ese pueblo, una frase: “Permanezcamos unidos”. Termina con una placa que dice que el 81,6 % (sic) de los mexicanos se sintieron rechazados por hablar una lengua que no es el español. El comercial circuló poco y nada, Coca-Cola se vio obligado a sacarlo sin dejar rastros en YouTube y pedir perdón. Créase o no, cada marca parece querer tener el suyo. Pepsi aprovecha el Black Live Maters (con un comercial en el que en una manifestación multirracial una modelo le da una lata de Pepsi a un policía y todos las minorías festejan juntas al ver a la autoridad dando un trago) y Nike hace lo mismo con el feminismo.
Yo, como persona que se asume colorada, estuve muy cerca de dejar mis prejuicios y disfrutar de la promoción de Burger King. Quería olvidarme de todo, caminar hasta el local más cercano y comerme las hamburguesas a la parrilla que me correspondían, sentado en una mesa muy luminosa y dejando que todos me tengan envidia por tener el pelo que tengo. No lo hice. Frené y reflexioné; me dije que no podía entrar en ese juego, aunque tengo que reconocer que estuve tentado. Me quedé pensando en qué me hizo abandonar y me dije que lo mejor sería inventar una justificación intelectual. Me acordé de Primero como tragedia, después como farsa, el único libro de Slavoj Žižek que leí (si voy a rechazar el regalo de una empresa ultracapitalista, por lo menos tiene que ser de la mano de un filósofo marxista). Entre la información hubo algo que vino como anillo al dedo: las minorías, el habla de los sin papeles y lo negros, no deben dejar que el dominante, en este caso una empresa de comida rápida, establezca a su voluntad quiénes son y qué beneficio, derecho o regalo les corresponde.
Žižek cuenta, entre miles de otras cosas, sobre un pensador caribeño, Frantz Fanon, que se anima a decir que su piel negra “no es un depósito de valores específicos”, e insiste con que nadie puede pedirle que por ser negro tenga que representar a los negros. “No soy esclavo de la esclavitud que deshumanizó a mis ancestros”, dice, y cierra con: “Me encuentro a mí mismo en el mundo y reconozco que sólo tengo un derecho: el de exigir del otro respeto humano”. Hay que reconocer que la diferencia entre una minoría que fue esclavizada, la de los negros, y otra ridiculizada, la de los simpáticos coloraditos que a veces, depende del día, podemos simbolizar la mala suerte, es enorme. Pero las dos, como minorías, tienen en común la idea de que no deben permitir que nadie venga a decirnos cómo somos o deberíamos ser. Ni aunque nos regalen comida barata en el medio de una gran crisis económica//////PACO