1 / El siglo pasado podría haber sido llamado “el siglo de ciencia ficción”. La explosión de revistas y libritos pulp, la posterior publicación en prestigiosas colecciones editoriales, la lectura abundante en los 60s y 70s que marcaron el pulso de esos años claves para la historia, y la canonización y academicismo propio del fin de siglo, instalaron para siempre un género que nació en los márgenes y hoy se encuentra en presencia atomizada pero persistente en las principales obras de las letras y la pantalla de nuestro tiempo. Pero a sólo dieciséis años de comenzado el nuevo siglo, recibimos aquellas obras que forjaron al género como antigüedades. Leer ciencia ficción, paradójicamente, es un acto retro, cada libro se transformó en una máquina del tiempo hecha de celulosa y sueños. La hiperoferta de ciencia ficción cinematográfica y televisada junto con la masividad de ciertos avances tecnológicos llevó a que la lectura –y publicación- se convierta en un artículo en desuso. Un libro de Robert Sheckley, son sus páginas amarillas y su ISBN tramitado hace 40 años es una reliquia que podría exhibirse junto a un televisor de tubo, un láser disc o un teléfono público de Entel.
Cada libro se transformó en una máquina del tiempo hecha de celulosa y sueños.
2 / Leer ciencia ficción se transformó en una aventura incómoda. Nuestros antepasados debían solamente acercarse al kiosco de revistas, a la biblioteca pública o a las librerías de novedades para disfrutar de clásicos como la Fundación de Isaac Asimov, el Duna de Frank Herbert o las Tropas del Espacio de Robert Heinlein, que durante el siglo XX se publicaron en editoriales y sellos de todo tipo, colecciones para kioscos, tomos recopilatorios en diferentes revistas y resultaban una lectura obligada para todo lector bienpensante progresista, que encontraba en el género posibles respuestas a interrogantes claves para el pensamiento: dónde va la humanidad, cómo será el futuro, qué mecanismos ocultos hay detrás de las grandes decisiones geopolíticas, qué nos ocultan gobiernos y empresas. Las visiones mordaces, lúcidas, fantásticas y a veces un poco alucinadas de las grandes mentes de la ciencia ficción resultaron seductores para dos o tres generaciones que vivieron pendiente del mañana y de lo que no se dice sobre su presente. Así, tomaron renombre mundial autores tan disímiles como Arthur C. Clarke, Philip K Dick, Ray Bradbury y JG Ballard, e inclusive subproductos del género como las obras de Erich Von Daniken, Charles Berlitz o JJ Benítez, hoy reducidos al consumo irónico o la autoayuda. Movimientos religiosos con variadas reputaciones, como el espiritismo o la cientología, mantuvieron una relación íntima con este género literario, aunque rápidamente se desprendieron de la carga vincular con esa sobras que se esconden cada vez más debajo de las estanterías en los despachos de novedades editoriales, bibliotecas personales o librerías de usados, donde juntan polvo y exhiben precios muchas veces ridículos para la calidad y la importancia literaria de las obras. Leer ciencia ficción, entonces, es en parte una búsqueda física, donde la incomodidad y la desesperanza se presentan todos los días, buscando libros agachados, con empleados de librerías imposibilitados de asesorar por la ignorancia general del gremio, donde la enorme cantidad de títulos parecidos entre sí confunden y despistan a los lectores menos entrenados. Se requiere paciencia, búsqueda incesante de información, atención focalizada y certeros reflejos para conseguir buenos libros de ciencia ficción en un mercado literario que los minimiza, los esconde, los mantiene en un espacio apartado. Y, muchas veces, buenos guantes de plástico y alcohol en gel, para mantener la higiene luego de revisar esos reservorios de polvo, mugre y peligrosos ácaros que son las secciones de ciencia ficción.
La incomodidad y la desesperanza se presentan todos los días, buscando libros agachados, con empleados de librerías imposibilitados de asesorar.
3 / En el mercado de las novedades editoriales, la reedición de títulos de ciencia ficción es, al menos, esporádica, errática y marginal. RBA hace tres años lanzó una muy buena partida, con títulos interesantes y poco conocidos en muchos casos, en ediciones hermosas y nuevas traducciones, pero los precios son prohibitivos. Actualmente rondan los 500 pesos por cada tomo. Editoriales argentinas intentaron publicar algunos títulos clásicos pero los valores están sospechosamente inflados. Solaris, Memorias encontradas en una bañera y El Congreso de Futurología, todos de Stanislaw Lem, apenas si se encuentran por debajo de los 250 pesos. Si consideramos que son libros de bolsillo, básicamente el precio está 100% por encima de títulos que no son del género. Cuando Planeta De Agostini compró el sello Minotauro –el único objetivo era obtener los derechos de publicación de la valiosa obra de JRR Tolkien- reeditó la mayor parte de la obra de Philip K. Dick, muy buscada en los últimos treinta años por los lectores de ciencia ficción. Sin embargo, la distribución de la editorial se centra en las grandes cadenas de librerías, que exhiben los libros por un máximo de seis meses y luego vuelven a un lugar marginal. Esto, sumado a la ineficiencia propia de las bases de datos computarizadas de estas cadenas, hizo que los libros de Dick vuelvan a transformarse en joyas preciadas de la búsqueda incómoda. De todos modos, la lenta y antigua maquinaria de la reedición no puede abarcar a un género que se caracterizó por la publicación exuberante y prolífica de otros tiempos, por lo que ya muchos títulos indispensables, reveladores y maravillosos cayeron en el olvido ayudados por el recambio de las modas.
Los lectores de ciencia ficción son, casi por esencia, gente solitaria.
4/ Los lectores de ciencia ficción son, casi por esencia, gente solitaria. El desprestigio asociado al género desde sus comienzos y que en parte continúa hasta nuestros días dificultó la relación entre ellos. Aunque existan muchos, pocos son los que hacen pública su afición, y de este modo pueden encontrarse colegas en los lugares más insospechados y de las formas más insólitas. Recuerdo, por ejemplo, un apasionado lector de Duna que encontré en un colectivo Buenos Aires-Córdoba que sale del barrio de Once, generalmente utilizado por extranjeros y revendedores de ropa y juguetes. A mi actual mujer la conocí chateando sobre 1984 de George Orwell. A mi socio de la ciencia ficción, amigo y escritor Sebastián Robles, lo conocí luego de insultarlo con furia por un artículo suyo publicado en una revista web. Tal vez este último caso se parezca al paradigma del siglo pasado, cuando los lectores se conocían por los correos de lectores de las revistas especializadas. A través de ese espacio podían leerse y contestarse, cambiarse cartas y conocerse personalmente. Los correos de lectores les decían a los lectores que no eran solitarios ni locos, apenas una minoría entusiasta. Sin embargo, la sinergia de la indulgencia y autocomplacencia propia de estos espacios llevó al fandom a instalar una serie de debates improductivos y ociosos, que impusieron una serie de ideas que encerraron a la ciencia ficción sobre sí misma, expulsando a nuevos interesados en el género y contribuyendo al aislamiento y envejecimiento de la literatura de ciencia ficción. Por ejemplo, definir qué es y qué no es ciencia ficción, un tema que en estas revistas se repite en cada carta y respuesta de los editores, cuando a comienzos del siglo XXI eso ya prácticamente no importa a nadie. También los gustos de ciertas épocas pusieron en un lugar de privilegio a algunos escritores y formas de entender el género que no resistieron los cambios en los intereses de lectura del público. Autores como AE Van Vogt, Cordwainer Smith, Robert Sheckley o el mismo Arthur Clarke son reverenciados en estas revistas y fueron ignorados por las generaciones siguientes con total justicia en muchos casos. Del mismo modo, luminarias como Dick, Ballard, Huxley y Orwell fueron marginados de los cánones durante mucho tiempo, y hoy son los principales autores del género, y manteniéndose actuales a fuerza de la exigencia de los lectores que ya no son propios de la ciencia ficción. En ese sentido, el fandom ya no se comunica en estos espacios exclusivistas, cerrados, paranoicos ante las nuevas tendencias y recelosos de su condición de elite, sino que el público de ciencia ficción –que ya no son sólo lectores, sino consumidores de toda clase dispositivos de recepción- con el tiempo se atomizó y se infiltró en otros espacios, encontrándose en lugares tan diferentes como foros de informática, grupos de Facebook de las universidades, comentarios en sitios de descarga pirata y toda clase de hoyos funky de la internet, liberándose de la organicidad y cierta jerarquía propia de un club para ser, simplemente, disfrutadores de contenidos. La ciencia ficción, entonces, ganó en libertad de consumo pero perdió en términos de crítica, y orientarse en el pantanoso mundo del género se volvió una tarea incómoda ya no físicamente sino intelectualmente. Cada lector, entonces, debe realizar su propia búsqueda y fundar su propia tradición su quiere adentrarse en el vasto mundo de la ciencia ficción.
La ciencia ficción ganó en libertad de consumo pero perdió en términos de crítica, y orientarse en el pantanoso mundo del género se volvió una tarea incómoda.
5/ La forma de lectura exclusiva de nuestro siglo es la que permitieron los libros digitales. Los dispositivos de lectura electrónica se hicieron masivos y accesibles en cómodas cuotas y precios razonables Un e-reader comprado en una casa de electrodomésticos argentina sale lo mismo que Marte Rojo, Marte Verde y Marte Azul de Kim Stanley Robinson en papel. Gracias a estos artefactos y la profunda gimnasia de la piratería propia del tercer mundo existen sitios de internet que proveen casi toda la ciencia ficción que un ser humano puede leer en su vida al alcance de un simple click. Es impresionante ingresar a estas páginas, colocar los términos “ciencia ficción” en los buscadores de la home y visualizar miles y miles de tapas fascinantes, títulos asombrosos, y lecturas imprescindibles a disposición de todos los lectores. Es, sin dudas, la forma más práctica y eficiente para construirse la propia carrera de lector en el género porque la sencillez de conseguir libros suma a un margen de error casi inexistente: si no te gusta, lo borrás y te bajás otro. Sin embargo, curiosa idea, los lectores de ciencia ficción, con sus aficiones futuristas y sus obsesiones tecnológicas, sean tal vez los más nostálgicos de la lectura en papel. Tal vez porque, más allá de la simplista e insuficiente idea del fetichismo, en la lectura de ciencia ficción hay algo de nostalgia, algo de ingresar a un mundo que ya fue. Esto también explicaría de alguna forma por qué no exigen a las editoriales la edición de obras actuales del género escrita y publicada en otros países entre el 2000 y el 2016. Tal vez sea que la ciencia ficción genera cierta fascinación infantil, la posibilidad de otros mundos que existan en el nuestro sea, en el fondo, una idea escapista pero en un sentido ingenuo: salirse de las problematizaciones propias de los discursos académicos, canónicos y adentrarse en una zona poco visitada, llena de sensualidad y arrebato de conciencia, profusa en ideas alucinadas que desencajan. Y para esto, precisan la búsqueda, el hallazgo y la lectura y relectura de aquellos libros que en otros tiempos –y para otras generaciones- abrieron las puertas de la percepción.
6/ En cada lectura de ciencia ficción clásica no sólo hay una obra, un escritor, una historia, sino también una forma de lectura que pertenece ya a otro tiempo y espacio, un mensaje que ya ha sido dicho y por alguna razón debe ser repetido. Los lectores de ciencia ficción suelen ocupar escritorios, máquinas fabriles, autos de viajante, cajas de bancos, empleados del poder judicial, llevar vidas comunes, con esposas, hijos, suegras, créditos hipotecarios, colectivos urbanos, comida rápida, televisión de aire, éxitos de FM y sólo unos pocos –al menos de los que conocí- se dedican a la literatura per se, leyendo muchas otras cosas, llevando vidas privilegiadas de hombres de letras: becarios, críticos de arte, escritores. Los lectores de ciencia ficción más cultos son ingenieros, arquitectos, miembros de cuerpos universitarios, rentistas, fabricantes de insumos agropecuarios, propietarios de pequeños comercios, y leen ciencia ficción buscando una mirada lejana, alejada, fabulosa, excitante y, sobre todo, bañada de cierta mística propia de algo que existe, siempre, fuera de este mundo, y se repite una y otra vez, como una fabulosa cinta de moebius que atraviesa el espacio-tiempo, igual que un relato mediocre de ciencia ficción de cualquier pulp que podemos cruzarnos cuando menos lo se lo espera///////PACO