Sabemos que Mirtha y Silvia Legrand eran mellizas que se hicieron famosas en los años 30. “Chiquita”, la más delgada, debutó a los trece años en la película Hay que educar a Niní, protagonizada por Niní Marshall, quien ya era una exitosa comediante. Las mellizas santafesinas provenían de una familia de clase media y estaban instaladas en Buenos Aires con su madre, que las llevaba a las pruebas de talentos para el cine. En particular, Mirtha era elegida para encarnar a la joven ingenua, moralmente intachable, que busca el amor desde una casa con escalinatas y mármoles, personal de servicio, teléfonos blancos y padres sobreprotectores. Luego devino en una actriz con un carácter más pícaro, asumiendo cierta independencia para, eventualmente, transformarse en la protagonista de los films de su esposo, el director Daniel Tinayre, que hizo con ella una de las últimas películas importantes en las que participó: La patota.
En La patota una joven y brillante profesora, católica devota, es violada por un grupo de muchachos de un barrio bajo que la “confunden” con otra mujer, a la que espiaban cambiarse desde la vereda de enfrente. Ocurre que esta joven, Paulina, es su profesora de filosofía. Luego de atravesar conflictos con su padre, un juez exigente y conservador, y con su novio, que intenta comprenderla pero no lo logra, y de descubrir que, además, está embarazada antes de recibir la confesión de uno de sus violadores, Paulina los perdona, los invita nuevamente a clases y, como dice la película, “les da una lección que jamás olvidarán».
Las estrellas
Si algo caracteriza a las estrellas, dice Roland Barthes respecto de la construcción de estereotipos en la cultura de masas, es que su personalidad está por encima de su actuación o desempeño en el cine y el teatro. En ese sentido, es más importante la espontaneidad y la fidelidad a sí mismas, ya que en eso radica ser una celebridad. Por otro lado, sus fans también esperan esa confirmación antes que cualquier cambio de rumbo. En tal caso, en 1941, Legrand compartió la escena pública con otra actriz, quien luego de una trayectoria de 10 años en radio, salas teatrales y películas, comenzaba una carrera en ascenso en el cine y prometía convertirse en otra estrella: Eva Duarte. Así recuerda Mirtha a quien, luego, se convertiría en primera dama: “Eva tenía un pequeño papel y se olvidaba la letra. Tenía la piel tersa, de color aceituna, pelo negro y unos tobillos muy feos”.
Décadas más tarde, en sus programas de almuerzos con las estrellas, y más adelante, cuando ampliara la invitación a funcionarios, candidatos políticos, médicos, periodistas, modelos, vedettes, deportistas y esa fauna variopinta que finalmente se constituiría como la “farándula local”, que tanto ocupó la televisión en los 90, el perfil de Mirtha Legrand como estrella viró hasta convertirse en una mujer involucrada con las discusiones políticas, la economía, y los poderes. Así, fusionó su pasado más frívolo, de mujer del mundo del espectáculo, con esta nueva etapa de frases y preguntas desafiantes. Mirtha se enarboló de este modo como aquella que puede decirlo todo, interrumpir a sus invitados e incomodarlos. De hecho, más de uno se ha retirado de los almuerzos y las cenas de Mirtha Legrand ofendido (o ha llorado en cámara) ante esta mujer que, al abarcar innumerables temas desde un gesto que oscila entre la ciudadana de a pie y la señora de la alta sociedad, se presenta como detractora enfervorizada y defensora de la argentinidad.
Guerras interestelares
En varias ocasiones, Mirtha invitó a su programa a Libertad Lamarque, otra estrella de cine y cantante que fue protagonista en la última película que coprotagonizó Eva, pero que no fue estrenada y se ordenó fuera quemada una vez concluida. La discusión, en esas oportunidades, versó sobre si Libertad Lamarque le había dado una cachetada a Evita en el set de filmación. Libertad dijo que no, e incluso escribió en sus memorias estas anécdotas, aclarando que sí se sentía molesta por las recurrentes demoras de Eva, que en ese entonces ya era novia de Juan Domingo Perón, todavía Ministro de Trabajo. Recién cuando Eva llegaba se daban las órdenes de empezar a trabajar. Y cuando, en unos de esos días de filmación demorada, Libertad le hizo una gran reverencia, Eva no respondió más que frotándose las manos.
Al mes de finalizada la película, Eva se casó con Perón, a quien le regalaron la cinta, y Perón ordenó quemarla. Hubo, sin embargo, una copia que quedó en Montevideo. Y por eso, en la década del 80, finalmente se conoció La cabalgata del circo. Otras versiones indican que Libertad Lamarque, al ser ya una estrella consagrada, contaba con prerrogativas de marquesina, camarines y tratos, y tenía poca paciencia para las estrellas en ciernes como Eva Duarte. En otro de sus almuerzos, Mirtha afirmó que, si no se estaba de acuerdo con el “régimen peronista”, había que emigrar porque no se podía trabajar. Libertad Lamarque, al igual que Niní Marshall, se fue a México, donde había una fuerte industria cinematográfica avalada por los EE. UU. ¿Pero este encarnizamiento con Eva Duarte se trata meramente de una cuestión ideológica? ¿Por qué estas actrices se esforzaron en denostarla por su origen, sus relaciones afectivas o sus intereses políticos?
Libertades espirituales
Emigrar no fue una opción para Legrand, que apenas fue a rodar una sola película a Madrid, donde tuvieron que doblarle su voz, pues incluía canto y baile. Mirtha se quedó en Argentina y se dedicó a su carrera en televisión. En 2016, César Maranghello publicó Eva Duarte, más allá de tanta pena, que analiza a Eva Duarte como actriz desde su llegada desde Los Toldos hasta el 17 de octubre de 1945. En uno de los pasajes dice que Eva planteaba “relaciones de horizontalidad con los hombres”, a los que les preguntaba si querían ser sus amigos o sus amantes, y que era muy agradecida cuando no le pedían nada a cambio. Quizás pensar las maneras de relacionarse entre mujeres y varones, teniendo en cuenta los lugares de prestigio y poder en juego y el estilo directo de ir tras lo que se pretende, permitan ver otros aspectos del problema.
Cito las siguientes frases de una entrevista a Maranghello: “En enero de 1946 leí un documento de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, la Ocampo y José Bianco, con el que le piden a la embajada de los Estados Unidos que intervenga en la Argentina para evitar que el país caiga en manos del “nazi fascista” de Perón. Cuando Evita conoce a Perón, no era una del montón sino una actriz con diez años de trayectoria, algo que generalmente se omite para abonar la idea de una trepadora con vida «azarosa». Pero si hablamos de vidas «azarosas» habría que mencionar a Victoria Ocampo, que tuvo el doble de amantes que Evita y todos la definían como una mujer de «libertad espiritual».
Como se ve, hay rubias y rubias, amantes y amantes, primeras damas y primeras damas, estrellas y estrellas. Pregunto, entonces: ¿cuáles eran concretamente las formas posibles de relación entre varones y mujeres en la época de estas actrices? ¿Qué márgenes de negociación había para que cada integrante pudiera intentar conseguir lo que deseaba, teniendo en cuenta, además, la clase social de pertenencia? ¿Y cómo se producían las vinculaciones entre persona pública, deseo, trabajo y sexualidad? Sin agotar estos tópicos, se pueden apuntar algunas cuestiones.
Vidas íntimas y vidas públicas
El matrimonio es un contrato social, una alianza estratégica, una asociación económica, un acuerdo que puede diferir en su aspecto exterior de su aspecto privado o bien resulta de una convicción religiosa. Según la época, su relación con el amor, la sexualidad y el deseo es cambiante. Sin entrar en detalles de dormitorio, sabemos que la homosexualidad y el lesbianismo no eran bien vistos en la primera mitad del siglo XX, más si se encontraban reñidos con la figura de una estrella de cine o con la que la que sus personajes encarnaban. También sabemos que eran frecuentes los matrimonios con hombres que se descubrían ludópatas, alcohólicos o pegadores que producían desgracia e infelicidad, y de los que en la Argentina, por entonces, no podía divorciarse. Esto le ocurrió a Niní Marshall (que se casó con un ruso y luego con un paraguayo por legislación extranjera, por lo cual sí pudo divorciarse) y a Libertad Lamarque, que tuvo un intento de suicidio luego de su primer matrimonio.
Libertad misma confiesa que no debería haberse casado, que eso fue un error. Incluso se dice que también era lesbiana, o que al menos lo fue en algún momento. Lo que está claro es que la confluencia entre amor, deseo y matrimonio no era (ni es) tan frecuente. En el caso de Eva Duarte, Juan Domingo Perón y ella eran hijos no reconocidos, y esto impedía que, según las pautas de la carrera militar de la época, se casaran. Hay muchas cosas que se dicen de Perón y Evita, pero lo que parece emerger entre todas ellas es que, en esa pareja, se conectaron matrimonio con amor, pasión y política. Eva pasó del cine al escenario social y ahí consumó su vida. Claro que es más fácil hablar de las muertas que de las vivas, y al estar concluidas sus existencias, pueden pensarse con mayor claridad. En el caso de Legrand, tanto sobre Daniel Tinayre como sobre su hijo homónimo, se dice que fueron gays, asunto que “Chiquita” ha ocultado con todo el celo del que ha sido capaz. Inevitablemente, surge a esta altura la pregunta por la relación entre la vida “privada”, la vida afectiva de estas mujeres y sus personajes públicos. Podemos imaginar sacrificios, prioridades y puestas en escena para sostener una imagen de estrella impoluta que, en aquellos tiempos, era de esperar para estas celebridades femeninas. ¿Pero cuáles eran los límites a la hora de representar ante el público lo que las buenas costumbres les demandaban?
Más allá de los rumores subterráneos y las acusaciones de ánimo maledicente entre una y otra facción, respecto de las típicas aseveraciones de una alianza secreta entre el peronismo y el nazismo, lo último que encontré, ya casi en las catacumbas bizarras de internet, es un video en YouTube que muestra que los padres de las Legrand habrían hecho un convenio con el doctor nazi Josef Mengele, por lo que a una de las hijas le inyectaban una “preparación especial” que evitaba el envejecimiento. Es lo que explicaría el desfasaje notorio que se veía entre ambas hermanas. También dice que entre los efectos colaterales posibles se observaban rápidos y extremos cambios de carácter, verborragia, tendencia a las opiniones fanáticas de derecha y la apelación a aquello que hemos dado en llamar genética como garantía de belleza////PACO
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