Hace algunos días se produjo un cierto revuelo mediático a partir del lanzamiento en televisión de la publicidad hecha en México para la marca deportiva Nike titulada Juntas imparables. Para quien no haya visto el spot, se trata de una ficción cuya locación es la Ciudad de México y, específicamente, empieza a desarrollarse a partir de la voz de una locutora de noticias ante la ocasión de “un embotellamiento apocalíptico”. Las personas, confinadas en sus autos -del mismo modo que en la Autopista del Sur, de Julio Cortázar- tocan bocina y esperan con impaciencia a que algún milagro desarticule el embrollo automovilístico que se extiende sobre cantidad de calles y avenidas. El comercial, que en medios, redes y mensajes emitidos por personas de la esfera pública ha sido celebrado como una publicidad feminista, no zafó de ser sometido a un escrutinio más profundo y al oprobio de los accionistas y especuladores del dinero multinacional: cuando se trata de marketing, parece que el feminismo no funciona exactamente como un disparador de ventas.
Las protagonistas de esta microhistoria, inspiradas por el hashtag #JustDoIt, en un momento de supuesta liberación deciden escapar corriendo del problema en el que se ven envueltas tras ver pasar junto a su auto a la velocista Paola Morán, quien ostenta el récord mexicano en los 400 metros con obstáculos. Otras figuras sobresalientes del deporte femenino nacional aparecen en distintos cameos -aunque, curiosa y contrariamente al modo de la publicidad deportiva, sus nombres y títulos no están acreditados en el spot- como la gimnasta olímpica Alexa Moreno. También, Nayeli Rangel, mediocampista y medallista de oro de la Selección Femenina de Fútbol de México, y la boxeadora Mariana Juárez “La Barbie”, Campeona Mundial de su categoría, peso mosca. Pero algunos de los personajes femeninos de esta ficción no participan en la persecución de la libertad. El primero de ellos, la madre de una de las chicas, quien al principio del comercial insiste en tirarle fijador de pelo para que se vea más linda. Hasta acá estaríamos de acuerdo en que, tal vez, en la carrera hacia la revolución feminista, no necesitaremos a las madres opresoras y ridículas que siguen imponiendo sus ideales de belleza versallescos sobre nuestros cuerpos. Pero hay otras, muchas mujeres que forman parte de esta narración, y que parece que no pueden salir corriendo para desafiar al patriarcado. Curiosamente, estas personas son las trabajadoras a quienes, por motivos evidentes de la mercadotecnia, no se les da más que mínimos instantes del tiempo aire.
Una de ellas aparece de espaldas, con un guardapolvos celeste y sosteniendo una escoba, mientras realiza tareas de limpieza dentro de un establecimiento comercial. El más importante de estos personajes, extrañamente visible pero abusivamente excluido del simbolismo de la pauta -sobraría decir que, por supuesto, su nombre tampoco está acreditado en el spot- es el que encarna la actriz, cantante, comediante y activista de los derechos de la comunidad LGBTTTIQ, Alejandra Ley (1984, Tehuacán, Puebla). Conocemos a Alejandra Ley desde que éramos chicos porque en el año 1992 tuvo un rol principal en Carrusel de las Américas, la famosa remake de la telenovela Carrusel de niños. En aquel tiempo donde los medios hegemónicos legitimaban sin pruritos los estigmas de la sociedad de consumo, Alejandra ya era una nena gordita y su personaje se llamaba Carola Rueda. Carola pasaba las horas de clase escondiendo deliciosos sánguches abajo del pupitre y estaba obsesionada con el romance de las novelas rosas sin poder acceder a él.
La trayectoria profesional de Alejandra Ley refleja la lucha que ha tenido que mantener para destacar en su oficio y conseguir que las compañías de medios dejaran de llamarla sólo para representar el papel de “la gorda”. Además Ley pertenece a la comunidad lésbica y en su trabajo como comediante de stand up aborda problemáticas adyacentes a su orientación sexual en un claro intento de difundir y apoyar la lucha que llevan adelante las personas disidentes de la cultura heteronormativa. De hecho Alejandra, como figura pública, desde todo punto de vista es una figura disidente. Pero en el comercial, Ley representa el papel de una mujer que atiende un puesto itinerante de tacos. Se sabe que en México la mayoría de los puestos de comercio callejeros son atendidos por sus dueños y, sin embargo, la cocinera del puesto de tacos no se nos proyecta como consecuente con la figurita mediática tan actual de “la mujer emprendedora”.
Pareciera que esta mujer no puede abandonar su puesto de trabajo y debe quedarse ahí, masticando el único conflicto verdadero que se presenta en la superproducción de Nike. De manera que este personaje secundario de la narración se vuelve en el protagonista verdadero, al único que le está pasando algo fuera de lo común, ya que la marca deportiva comunica como algo indeseable que una mujer de talla grande que atiende un puesto de tacos pueda unirse al destacamento del empowerment femenino. Si bien la reacción general de los agentes de la corrección política fue de aprobación ante este estallido súbito de supuesta ideología de género enarbolado por Nike, el público de a pie está varios pasos más allá. La respuesta del consumidor es clara cuando se quiere mezclar el chancho con las carnitas: no compramos un feminismo que excluye a las identidades disidentes, no compramos un movimiento que deja afuera la cuestión del trabajo, no nos pueden vender el humo de la liberación utilizando el éxito personal como vehículo para entregar el mensaje, las mujeres del mundo no somos esas chicas fastidiadas que portan regalos en el asiento trasero de un utilitario deportivo, ni tampoco somos todas medallistas olímpicas. Estamos aquí, en nuestros puestos de trabajo, en nuestros hogares, cuidando a los niños, esperando que sea día de pago, sosteniendo la pequeña independencia de nuestros proyectos y la soberanía sobre nuestro cuerpo//////PACO