Desde hace un tiempo tenía pensado conversar con Monseñor Héctor Aguer. En primer lugar, porque sus intervenciones públicas en medios católicos como Aciprensa, Aica, Infocatólica o el programa televisivo que contaba con sus reflexiones grabadas, Claves para un mundo mejor, solían ser levantadas en otros medios mainstream por sus frases altisonantes en contra del progresismo, el liberalismo, el feminismo, el aborto y todo lo que tuviera que ver con materia de género.
Uno de los temas predilectos de Monseñor en sus apariciones públicas, uno que generaba un particular revuelo y al que cargó con tintas, fue el de la “cultura de la fornicación”, al que señaló como uno de los principales vicios que la Iglesia debía combatir y uno de los rasgos característicos de los tiempos que corren, signados por un relajamiento de las costumbres. En 2016, con motivo de la publicación de una columna en el diario El Día, de la ciudad de La Plata, criticó la banalización de las relaciones sexuales y para ello recurrió al ejemplo de la distribución de preservativos durante los Juegos Olímpicos en Brasil que se realizaron en ese año. Monseñor Aguer declaró: “El Ministerio de Salud de Brasil envió a Río de Janeiro nueve millones de profilácticos, 450.000 destinados a la Villa de los Atletas, donde se hospedaban 10.500 deportistas de todo el mundo, más los técnicos. La prensa brasileña hizo un cálculo: 42 condones por cada atleta, teniendo en cuenta los 17 días de duración de las competencias. La preparación para las mismas impone, como es lógico, la abstinencia, pero después de cada competición; ¡a coger atléticamente!”. Si bien el verbo “coger” podía llegar a traerle alguna crítica, Monseñor se defendió citando el diccionario de la Real Academia, en el que se acepta la palabra como un “vulgarismo americano”.
Dueño de una pluma filosa y carente de escrúpulos para con los sectores progresistas, Monseñor Aguer supo ganarse así bastantes enemigos dentro de la esfera pública al confrontar con diversos personajes mediáticos, artistas y políticos por igual, a tal punto que los organismos como el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) lo tuvieron en la mira por sus declaraciones. Defensor acérrimo de la tradición católica como pocos, a sus ochenta años Aguer se convirtió así en una de las pocas voces del ámbito eclesiástico que defiende la ortodoxia católica y la misa tradicional.
La infancia de Aguer transcurrió en el seno de una familia humilde de orígenes vasco-franceses. Nacido y criado en el barrio de Mataderos en el año 1943, realizó sus estudios primarios en la Escuela Número 24 y la secundaria en el Colegio Nacional Número 9 de Urquiza, donde fue premiado por su desempeño y forjó una imagen de adolescente abnegado a los estudios. Uno de los hitos fundamentales de su formación tiene que ver con la construcción de la capilla Santa María de Goretti, ubicada en la Avenida Escalada (en la que Aguer pidió recientemente ser enterrado), en el barrio de Mataderos. Ahí conoció al padre Armando Amado, que lo introdujo en los grupos de Acción Católica. Excluido del servicio militar por deficiente, Aguer mantuvo una estrecha relación con los libros, a tal punto que recuerda con fruición sus lecturas de niño. A muchos de sus preferidos los publicaba la célebre editorial Tor: Charles Dickens, Mark Twain, Julio Verne, Alexandre Dumas, etc. De los escritores católicos que más lo influyeron recuerda a León Bloy y en especial a Georges Bernanos (autor de la célebre novela Diario de un cura rural) y al injustamente olvidado Julien Green, del que se devana en elogios. Entre los escritores argentinos que recuerda de aquellos años menciona a Ricardo Rojas y en especial al novelista Hugo Wast. Sin embargo, en los encuentros que mantuve, nunca se reconoció a sí mismo como escritor. “Soy un ocasional articulista, todavía escribo mis notas a mano, no me veo como un pensador o un autor de una cuantiosa obra”, dijo.
En estas entrevistas, que tuvimos a mediados del año 2022 y diciembre de 2023, mostró mucho énfasis en la cuestión cultural como símbolo del terreno que está en disputa y sobre el que el progresismo logró imponer su agenda. Su preocupación viene porque la batalla perdida de este siglo es la cultural, lo cual impuso una serie de cambios sociales que no solo abarcan cuestiones de género o sexualidad exclusivamente, sino modificaciones que hacen a la destrucción del orden social en el que el propio Monseñor Aguer creció. Es por eso que sus diatribas se ventilan a diestra y siniestra y abarcan temas como la música moderna en los boliches, a la que contrapone la música clásica (confiesa haber disfrutado en el Teatro Colón las sonatas de Haendel o Bach, por mencionar algunos de sus compositores preferidos), las Naciones Unidas como propagadora de ideologías modernistas y anticristianas, o incluso a la Navidad, cooptada por ese “gordo vestido de colorado, barbudo, que parece que sale del invierno porque, efectivamente, viene de otros horizontes, de otro hemisferio. La Coca-Cola nos ha birlado la Navidad porque este señor, el gordo Papá Noel, ha sido la imagen de esa gaseosa”.
Hoy en día, Monseñor Aguer está recluido en el hogar sacerdotal Mariano Espinosa, en el barrio de Flores, donde pasa la mayor parte del día acostado, leyendo o mirando las noticias, y recibe ocasionales visitas de seminaristas o allegados a la prensa. Aguer está jubilado, si bien semanalmente escribe en medios como La Prensa, en el que se encargó recientemente de señalar la apostasía del presidente Javier Milei y opina sobre la actualidad en general.
Cuando comenzamos a hablar me interesó saber quiénes eran sus maestros formadores, qué pensadores fueron los que más lo influyeron a lo largo de su historia. De los escritores católicos argentinos que más lo marcaron, Aguer reivindica al sacerdote Julio Meinvielle. Este sacerdote tomista, fallecido en 1973, se destacó por ser el autor de numerosas obras donde vertió su desprecio por la modernidad, la democracia, el comunismo y la masonería. Meinvielle fue una figura fundamental en su formación, a tal punto que fue quien lo introdujo en la lectura del sacerdote y filósofo Cornelio Fabro. Aguer lo recuerda como el único hombre del que tenga noción que haya comprendido cabalmente al marxismo y supiera describir sus consecuencias. “Era un hombre de una inteligencia singular, un teólogo tomista que no tuvo comparación. Recuerdo que en las reuniones que asistí y contaban con su presencia, el auditorio callaba. Tenía una personalidad arrolladora”. Si bien Meinvielle fue una figura fundamental dentro del nacionalismo católico, Aguer sostiene que fue rechazado por la Iglesia. “El clero nunca lo aceptó, tuvo mayor predicamento en los sectores laicos y afines a la derecha católica”, explica. Sobre esta indiferencia de la Iglesia para con Meinvielle, Aguer cree que se debe a que los cambios que se dieron después del Concilio Vaticano Segundo impedían que su doctrina tuviera predicamento al interior del episcopado, pero además por cierto rechazo del clero argentino, que luego del retorno de la democracia no valorarían las ideas de Meinvielle por considerarlas poco aceptables en los tiempos que corren. De hecho, en una entrevista reciente, el 11 de marzo de 2023, incluso el Papa Francisco reprobó el comportamiento de Meinvielle, a quien no llamó por su nombre pero se refirió a él como el “párroco de Versalles (Meinvielle se desempeñó como cura de la Iglesia Nuestra Señor de la Salud en el barrio de Versalles) que le quemaba las carpas a los evangelistas porque eran herejes”.
De entrada, en la primera conversación, Aguer mostró preocupación en el número de católicos que hay en Argentina, un tema acerca del cual también se explayó en varios medios. Para Aguer hay católicos nominales pero que en la práctica no tienen nada cristianos. Su angustia se centra en la escasa cantidad de personas que asisten a misa y no comulgan. A su vez, existe según Aguer una parte de la Iglesia que ha olvidado la ortodoxia o la sana doctrina para adecuarse a los tiempos modernos, y eso es algo que no puede ni quiere entender. Esta la caída de la Iglesia tiene que ver con el ataque cultural a lo que considera la Verdad, proveniente de los sectores más progresistas, pero también destaca el desinterés de los católicos en hacer algo porque esto cambie. En esta lucha, Aguer carga contra los sectores más aventajados económicamente.
Me llamó la atención que en varias de sus alocuciones y escritos el tema de clase social estuviera tan presente. De hecho, para Aguer, el problema del aborto es un problema de la burguesía. En otra oportunidad, criticó al diario La Nación por una nota del día del padre en la que se mostraba a una pareja homosexual que era padre de un niño. Alegó que la noticia era una inmundicia tendiente a “masajear el cerebro de la burguesía”. Sorprendentemente, Aguer se alegró de que los pobres no lean el diario fundado por Bartolomé Mitre, por lo que pueden mantenerse inmunes a los cambios culturales que los grandes medios propician. Ahora bien, no solo en los ambientes progresistas su figura genera antipatía. En ciertos ambientes católicos su persona generó rechazo a tal punto que el Papa Francisco le aceptó la renuncia al cumplir los 75 años y nombró a Monseñor a “Tucho” Fernández, sin permitirle a Aguer ocupar más su cargo como arzobispo, como normalmente sucede cuando un obispo pide la renuncia y continúa en el cargo un tiempo más.
Su conflicto con Bergoglio (a quien siempre llama por su apellido y no por su nombre papal) es un capítulo aparte y muy rico dentro de su trayectoria eclesiástica. “A Bergoglio lo conozco desde hace años, desde que empezamos en el seminario diocesano en San Miguel. Él y yo dábamos clases allí. Él tiene una formación jesuita, es un adepto a la teología del pueblo, es decir, un peronista, lisa y llanamente hablando”. En nuestras conversaciones nombró a “Tucho” Fernández (que anteriormente sucedió a Aguer en La Plata y con él que confiesa que no tiene trato en la actualidad) y que fue designado por Francisco como prefecto dicasterio para la doctrina de la Fe. “Ese era el cargo de Joseph Ratzinger, que era un intelectual, y este Fernández tiene nomás cuatro libros de espiritualidad, uno de los cuales se llama Sáname con tu boca. El arte de besar, con lo que te podés imaginar la distancia que hay entre uno y otro. Además, busca bendecir a las parejas del mismo sexo, destruye todo lo que puede la sana doctrina católica”, dice.
La Conferencia Episcopal, a la que acusa de progresista, fue otro de sus blancos en las reuniones que mantuvimos. La calificó como un cero a la izquierda y de laxos en la lucha contra la legislación del aborto o de contemplativos con el poder de turno. Para Aguer, los sacerdotes siempre deben mantenerse alejados de la política y no mostrar favoritismo por partidos políticos o candidatos, solo deben levantar la voz por las cuestiones que atacan la doctrina de la fe. De ahí que el tema del Papa argentino sea una espina.
Con Bergoglio existió desde siempre una rivalidad que perduró más allá de las cuestiones políticas. Fiel a su estilo provocativo, Aguer no duda en disparar: “Bergoglio no se atreve a responder a lo que escribo, porque sabe que lo voy a retrucar”. Lo único que reconoce en Bergoglio son cualidades negativas como la sagacidad, la astucia y la ambición. La elección de Francisco siempre fue un misterio que nunca logrará entender y no descarta que el mismo Bergoglio fue el que pergeñó el resultado que permitió al argentino convertirse en el primer Papa latinoamericano. “Es muy de Bergoglio eso de acompañarte al precipicio y después dejarte caer, no me extrañaría que el haya maquinado todo esto”. Y agrega: “Mirá el nombre que eligió: Francisco, por San Francisco de Asís. Pero el santo italiano nunca quiso reformar la Iglesia verdadera y este sujeto busca socavar los cimientos de la fe católica. Si él hubiese querido buscar el nombre de un papa reformista debería haber elegido el de León (en referencia al Papa León XIII, famoso por su encíclica Rerum Novarum)”.
Sobre la coyuntura, fiel a su estilo, Aguer disparó contra los dos candidatos que disputaron las últimas elecciones presidenciales. “Sergio Massa me parece un político muy hábil y muy astuto; Milei me parece un loco. De hecho, estoy leyendo un libro titulado El loco, publicado por Juan Luis González, que da cuenta sobre la vida de este personaje: este tipo está loco, vamos a tener al primer presidente converso al judaísmo y supuestamente católico y no sabe hacerse correctamente la señal de la cruz”. Aguer remató su opinión sobre los candidatos sobre la universidad de la cual egresaron: “Los dos son de la Universidad de Belgrano, nada bueno puede salir de ahí”.
A la hora de hablar de batalla cultural no pude evitar preguntarle por Agustín Laje y Nicolás Márquez, dos encumbrados autores que se proponen llevar adelante esta suerte de pelea contra el progresismo. Conoce a los dos y pondera sus libros, así como todos aquellos que discutan con la versión oficial de los años setenta, especialmente. Sin embargo, Aguer mantiene un fuerte pesimismo con respecto al escenario actual. Dice que es muy difícil dar vuelta los cambios sociales que se dieron, sobre todo cuando se trata de la presencia absoluta de las cuestiones de género en la vida pública y privada. Para mi sorpresa, él mismo sostiene que la batalla está perdida porque sabe que nada volverá a ser como antes y mantiene una postura de abandono. Para Aguer no hay nada más que se pueda hacer, de ahí que las cuestiones políticas todavía le importen. Pero su principal preocupación es la Iglesia y el rumbo que ha tomado. “La verdad es que frente a la aprobación del aborto y leyes de género, no creo que se pueda hacer demasiado, la gente está en otra cosa”, dice.
Durante nuestros encuentros citó al sacerdote Charles de Foucauld (místico francés, recientemente beatificado por Francisco y autor de libros de espiritualidad) y su oración de abandono, que recita en francés siempre antes de ir acostarse. “Además de rezarle a la Virgen todas las noches, rezo siempre la oración del beato Foucauld, la del abandonado, que dice: Padre mío me abandono a Ti, haz de mi lo que quieras, lo que hagas de mí te lo agradezco. Es mi oración preferida para estos momentos, ya nada me interesa tanto, solo la Iglesia. Es mi deber señalar lo que está mal hasta que Dios me conceda el descanso eterno. Esta casa de Flores es mi última estación”. Aguer no espera más nada, ni siquiera de la propia Iglesia. Como otros que alzaron su voz y su pluma contra la modernidad, sabe que esta los venció y solo les resta esperar el final, solitarios y marginados por propios y enemigos. Lejos de pensar que pueda hacerse algo por este mundo, Aguer tiene sus expectativas puestas en el que viene. No cree que los luchadores de la batalla cultural tengan éxito al final del día. Poco antes de despedirnos, Aguer me dijo: “No creo que nadie me recuerde, los progresistas seguro que no, he tenido varios enemigos a lo largo de mi vida”. Le pregunté entonces acerca de los sectores “propios”, la Iglesia, los católicos intransigentes. ¿Qué lugar le dará la iglesia católica argentina? ¿Cómo recordará a uno de sus más implacables articulistas que se atrevió a cuestionar temas que parecían que no podían ser cuestionados? Probablemente terminará como el sacerdote Julio Meinvielle, solamente defendido por un grupo de seguidores reducidos y marginado sin peso real dentro de la institución. Aguer baja la cabeza y no parece importarle cómo lo recordarán. Sabe que, por el momento, aunque solo sea por un breve lapso de tiempo, está solo y abandonado//////////PACO