Para muchas chicas que sintonizaron el final de Girls, el desenlace de la última temporada (y cierre de la serie) puede haberse sentido como una traición, o bien una confirmación más del tipo de entretenimiento que su creadora, Lena Dunham, cree que merecemos como público cool, “progre” y feminista (el target de la serie de HBO). Lo valioso del ejercicio de obligarse a ver Girls, y no reducirlo a un mero acto de hatewatching, es poder constatar la aparente imposibilidad de Dunham de hablar de vidas que se salgan de la norma sin caer en la vulgaridad de lo políticamente correcto, o en lo lisa y llanamente conservador. Lo que lo hace todavía más interesante es el hecho de que la autora y el producto se hayan posicionado en algunos sectores como referentes de avanzada tanto en lo político y en lo cultural, si bien esto quizás haya sido responsabilidad de la obsecuencia del circuito arty y de los críticos y los medios deseosos de encontrar el próximo Sex and the City. Desde el comienzo Girls se planteó como una prima lejana más joven y hipster de Sex & the City. Atrás quedaba el glamour de chicas que soñaban con tenerlo todo, carrera, amor –tradicional– y zapatos lindos. Bienvenidos al estado de ánimo millennial: constantemente insatisfechos o aburridos. ¿La clave? Bajar las expectativas. Hannah y sus amigas eran chicas menos ambiciosas, luchando por tener trabajos que las motivaran y relaciones que “zafen”. De a poco la serie fue haciendo del ritmo cansino, las escenas bizarras y antiestéticas, y los personajes freak y algo trash, su marca registrada. Cientos de think pieces se abocaron a declarar a Dunham como una defensora del cuerpo y la sexualidad femenina por mostrar la ocasional incomodidad del coito consensuado o la desnudez con kilos de más. Abajo el mandato de la imagen, pero de hablar de otros mandatos relativos a la construcción del rol femenino en la actualidad (la canónica búsqueda del amor, la pareja, los hijos, etc), bien gracias, salvo algún esbozo ahí y allá.
Bienvenidos al estado de ánimo millennial: constantemente insatisfechos o aburridos. ¿La clave? Bajar las expectativas.
Hay que ser justos: los costos del mandato profesional exitista (en particular en una sociedad workaholic y consumista como la estadounidense), la dificultad para articular vidas independientes post-universitarias y los conflictos intergeneracionales (boomers vs millennials) fueron algunos de los aspectos de esta fase conocida como “adultez emergente”(1) más trabajados en la serie. Al menos, ya desde la primera escena vemos a Hanna explicando a sus padres que ella es una artista y que para poder crear necesita que la mantengan. Sin embargo, Dunham no va tan lejos como para cuestionar otras ideas culturalmente subvencionadas. Por ejemplo: que para ser alguien hay que ir la universidad. De hecho, es llamativo que el personaje de Jessa, el “espíritu libre” del grupo, sufra el no ser una graduada y tener una vocación definida, motivo por el cual se le adosa una en la quinta temporada, cosa de ecualizarla con el resto. En cuanto al amor y la pareja, al menos en las primeras temporadas se hablaba un poco de la manera en que los noviazgos tradicionales rara vez son funcionales, y también se veía el impacto que la ruptura de la ilusión familiar –acaso un resabio cultural heredado– tenía en esta generación, cuando el padre de Hannah sale del closet luego de años de casado produciendo una crisis existencial en la protagonista.
Un final anunciado
El final de hace dos semanas marca el derrotero conceptual que la propia Dunham, con algunos pocos momentos de lucidez, venía enfrentando sobre todo en esta última y desigual temporada. El disparador del progresivo romance entre Adam y Jessa (con la consiguiente ruptura entre las amigas) había hecho que Hanna tuviera que madurar y superar su narcisismo, pero también hizo que tuviera que focalizarse en una búsqueda verdaderamente introspectiva respecto de qué hacer con su vida. Para muchos, el final de la anteúltima temporada, con una Hanna exultante por lo que esta nueva madurez encontrada le deparaba, debería haber sido el cierre definitivo. Pero como Hollywood nunca sabe decir basta, sobre todo si los autores son los niños mimados del establishment artístico, y más si Jude Apatow está metido en el asunto, lo que obtenemos es una sexta e inconsistente temporada. Y un final innecesario por lo forzado y fuera de tono visto en retrospectiva, muy necesario para evidenciar la integridad artística e ideológica –o la falta de la misma– de Dunham. La sexta temporada arranca con una Hanna profesionalmente realizada, trabajando como escritora freelance para una revista y con sexo casual con un surfer marihuanero, y con sus demás amigas/os más o menos encausados en una pulsión también muy típicamente hollywoodense de darnos finales felices y cerrados. Así, luego de descubrir que su relación con Adam es cosa del pasado, que sus amistades se han deteriorado y que nada la ata a NY, Hanna decide aceptar un puesto de profesora en una universidad Ivy League, mudarse a los suburbios y tener un bebé. Todo esto tras descubrir que está embarazada y que el padre no tiene intenciones de participar de la crianza. En un sólo movimiento, Dunham y sus co-guionistas pretenden hacernos creer que las amistades son accesorios intercambiables según la ciudad en la que vivas, que “crecer” o “volverse adulto” implica optar por la descendencia en casi cualquier circunstancia –inclusive cuando a todas luces es una irresponsabilidad–, y hasta se permiten un pequeño guiño anti-gentrificación con la narrativa de una vida eco y slow en las afueras, acorde a esta nueva etapa familiar ATP. Algo así como que la ciudad está para ser vivida y sentida hasta cierta edad y después lo mejor es retirarse al campo –o al country– de manera coherente y apropiada. Un triste apunte más para una serie que también se trataba del amor hacia una ciudad.
Dejemos de alimentar la factoría Dunham y pasemos a pastos más verdes.
La propia Dunham lo explica claramente en una entrevista, donde también se da cuenta de que todo el thread del embarazo y la última escena amamantando fue idea de Jude Apatow(2). Para Dunham, que los personajes hayan dejado sus mundos de fantasía y “que empiecen a tener problemas reales” se culmina con esta tremenda bajada de línea sobre la maternidad como hito de madurez (y femineidad) que le permite a Hanna superarse –y que por decantación envía una suerte de PNT aspiracional. En la entrevista Lena no parece lo suficientemente convencida del thread, y casi como auto excusándose explica que ya venía coqueteando con la idea del embarazo desde la temporada dos. También esquiva las preguntas acerca del inesperado tradicionalismo del final alegando que por un lado se plantearon mostrar los aspectos no tan felices de la paternidad, y por otro, que siempre hubo y habrá disconformidad o falta de identificación por parte del público. A esta altura, es necesario hacer una breve mención sobre el recalcitrante Jude Apatow, cuyos polémicos films desde Knocked up a la deplorable Trainwreck no hacen más que ensalzar modelos y valores de antaño. Productos disfrazados de modernos o progresistas que promueven estereotipos nefastos sobre la adultez, sobre las mujeres solteras y sobre su idea de satisfacción o soledad, y que refuerzan una mentalidad de middle-class white male (hombre blanco de clase media) con la que no hay que ser ni la mitad de feminista que lo que Lena declara ser para despreciar. Con estos antecedentes, pedirle a Dunham o a su producto una mirada crítica y profunda respecto de cómo se arriba a la maternidad/paternidad hoy tal vez sea un tanto iluso.
Tradicionalismo con packaging cool
Así, viviendo en plan Desperate Housewives edición NY, Hanna y Marnie juegan a la casita, no sin escenas agridulces que muestran cuán mal equipadas están –y cuán poco lo desean. Pero en vez de generar algún interrogante a partir de esa situación o de cortar ahí y dejarnos en suspenso, se nos hace creer que tras una epifanía nocturna Hanna entiende lo que es ser madre, al mismo tiempo se reconcilia con la suya y hasta logra amamantar a su bebé. En este sentido, el capítulo y la previa no se permiten explorar ni cómo Hanna arriba a esa decisión de ser madre (¿por inercia cultural, por no tener nada que hacer en su vida, por azar o todo lo anterior?), ni el posterior sentimiento de potencial arrepentimiento, sino que se concentra en los aspectos menos existenciales y más prácticos del asunto (¿tiene un trabajo estable u obra social para mantener ese hijo?, ¿qué tipo de ayuda va a recibir de sus padres y amigos?, ¿tiene que decirle la verdad al padre?). Como explica la socióloga israelí Orna Donath, autora de Madres Arrepentidas (Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales), el sentimiento de arrepentimiento es algo culturalmente vedado en esta sociedad. “En el discurso mainstream y en los medios, esta instancia de arrepentirse respecto de la transición de tener/no tener hijos a tenerlos, y el deseo de ‘deshacer’ la maternidad, tiende a ser visto con descreimiento. Esta indiferencia también se encuentra en la literatura feminista y sociológica, y continúa siendo una experiencia poco explorada” (3). Y qué decir del pacto tácito de silencio intergeneracional en el que no se fomenta una transmisión honesta sobre las implicancias y responsabilidades de la paternidad más allá de un muestreo a esta altura ya legitimado del “lado B” de ser padres. Sí, ya sabemos que no es un parque de diversiones criar a un niño, si hasta Hollywood se ríe ahora de las malas madres con films estilo Bad moms.
Pero, ¿y si crecer es o podría ser otra cosa para las nuevas generaciones? ¿Quién establece los parámetros de lo que significa ser adulto?
En una escena, por ejemplo, Hanna discute con su propia madre sobre la maternidad y la respuesta de la progenitora es simple y descarnada, pero no por eso menos cínica: una suerte de “no sos la única sufriendo, todos la pasamos mal, crecé y bancátela” (4). Pero, ¿y si crecer es o podría ser otra cosa para las nuevas generaciones? ¿Quién establece los parámetros de lo que significa ser adulto? ¿Y por qué deberíamos “bancarnos” algo porque los que vinieron antes que nosotros lo hayan hecho? Hacer que la decisión de Hanna sea más “una corazonada” por la que se deja guiar sin sobre-intelectualizar -clásico argumento para validar las malas decisiones-, o que sea un capricho, es traicionar la propia naturaleza del personaje, subestimar al espectador y encima darle la espalda a fenómenos contemporáneos de trascendencia que Dunham parece ignorar. Tanto en EEUU como en el mundo estos hitos de madurez de los que habla Girls y hacia los que corren desesperadamente sus personajes, se ven puestos en duda, dilatados y hasta postergados indefinidamente(5). Los jóvenes se van a vivir más tarde solos, pero cuando lo hacen viven más tiempo solteros (o con amigos o en otra clase de arreglos(6)), tardan más en formar parejas estables y tener hijos (cuando lo hacen), y el casamiento ya es una costumbre en desuso en muchos lugares. La pregunta, entonces, es a qué jóvenes busca reflejar Lena Dunham. Por último, y pese a que Dunham aclaró que la serie no se postula hacia una postura pro-lactancia, a muchos les resultó difícil no conciliar esa imagen final con un mensaje respecto a otra tiranía del espectro de lo políticamente correcto que muchas mujeres deben soportar.
¿La voz de una generación?
Como señala con tino Lindsay Zoladz de Medium en su crítica (6) del último episodio, resulta un poco tirado de los pelos que los amigos de Hanna, distintos treintañeros sin mayores inconvenientes económicos, al enterarse de la noticia del embarazo decidan poner su vida en pausa para ayudarla a criarlo, e incluso señala que es un milagro que Adam y Hanna no se mudaran juntos para criar a este bebé antes de darse cuenta que era una mala idea. Y es que Girls sí habla de forma elocuente aunque monocorde y con bastante poca auto crítica de algo tangible: la zozobra existencial de una generación que se crió con todas las posibilidades pero que se siente ahogada por las mismas, y que termina recurriendo a los imaginarios de sus propios padres, incapaces de generar los propios. El problema de Dunham es creer que todos lidiamos de la misma manera con la libertad, y postularse como sagaz observadora de su generación –al igual que la propia Hanna se declara en algún sentido una vocera de su generación. En un momento donde oportunamente cada vez más en libros (con una camada de mujeres que van desde Kate Bolick o Rebecca Traister a Emily Witt), artículos y otros consumos apuntados al mismo público (desde Broad City a Search Party), se preguntan y dan cuenta del estado de situación actual de la mujer con mayor sensibilidad e inteligencia, un discurso/producto como el de Dunham parece descompasado.
Un memo para Hanna y Lena: no todos queremos lo mismo, o para el caso, no todos elegimos vivir como nuestros padres.
Claro que toda tendencia tiene su contratendencia y es también sabido que los millennials son mucho más conservadores que sus padres, en particular en el ámbito de lo sexual y lo afectivo, como dan cuenta numerosos estudios (8). Asimismo, una nota reciente del New York Times se preguntó recientemente “¿Quieren los Millennials esposas que se queden en las casas?” (9). La vuelta a los valores tradicionales, al parecer, está siempre al acecho. Tal vez esto sea lo único que justifique que la mayoría de las chicas de Girls, en una o otra forma, sean profesionales, se hayan casado, divorciado o comprometido y tenidos hijos, todo antes de los 30, cuando en la realidad la tendencia indica que pasan otras cosas. Para una serie que se creyó innovadora y con aspiraciones de representatividad del universo femenino, hay que decir que Girls fue un retrato de personajes con desenlaces bastante convencionales. Lo cual a esta altura pareciera menos una elección casual que una idea premeditada o hasta inevitable. En uno de los tantos episodios especiales, en los que la acción se lleva a cabo fuera de la ciudad de NY y con historias “auto contenidas” que se alejan momentáneamente de la trama central o que la miran desde otro ángulo –los mejores episodios de Girls–, Hanna le admite a un cuarentón adinerado e insatisfecho con el que tiene un affaire que en el fondo ella quiere lo que todos quieren. Un memo para Hanna y Lena: no todos queremos lo mismo, o para el caso, no todos elegimos vivir como nuestros padres. Las chicas de Girls no nos representan, y no tiene que ver con lo malcriadas, egocéntricas, frívolas o simplemente estúpidas que éstas sean en ocasiones, un mérito artístico que se le reconoce a la serie por mostrar el carácter de anti heroínas o la fealdad humana. A lo largo de seis temporadas Girls nos ha señalado inequívocamente qué es lo que la mayoría de las mujeres jóvenes quieren o sienten (según Dunham). Pero Girls ha dejado de lado toda una parcela de la realidad a la que no le ha dedicado la atención y el detalle que se merece. No, no todas somos como las chicas de Girls, y ellas no son como todas nosotras. Probablemente ni siquiera seríamos amigas de chicas así. A lo sumo frenemies. Y definitivamente no nos interesaría escuchar de sus vidas más de lo que dura un viaje en colectivo. Ya es hora de que lo admitamos, dejemos de alimentar la factoría Dunham y pasemos a pastos más verdes//////PACO
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https://en.wikipedia.org/wiki/Emerging_adulthood_and_early_adulthood
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https://www.nytimes.com/2017/04/16/arts/television/lena-dunham-on-the-girls-finale-and-that-last-shot-of-hannah.html
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https://www.pagina12.com.ar/12595-maternidad-lado-b
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https://www.bustle.com/p/read-these-girls-finale-quotes-when-you-need-to-remember-that-sometimes-life-sucks-but-you-have-to-keep-going-51756
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http://nautil.us/issue/34/adaptation/families-of-choice-are-remaking-america
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https://theringer.com/girls-season-six-finale-review-307009babcb5
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http://www.latimes.com/opinion/opinion-la/la-ol-millennials-less-sex-20160802-snap-story.html
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https://www.theguardian.com/business/2016/mar/20/co-living-companies-reinventing-roommates-open-door-common-
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https://www.nytimes.com/2017/03/31/opinion/sunday/do-millennial-men-want-stay-at-home-wives.html