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Magdalena Petroni y Julim Rosa llevaron adelante una casa en desuso tomada por el arte que con el paso del tiempo se convirtió en el colectivo artístico La Sin Futuro.
¿Quienes o qué es la Sin Futuro?
JR: Es una plataforma, no es ni artistas, ni gestoras, ni curadoras. Una manera de crear muestras bajo un concepto de modo colectivo. Somos varios los que formamos parte del proyecto.
¿Cómo Surge la Sin Futuro?
JR: Estábamos buscando mudarnos con varias amigas hasta que una amiga en común nos ofreció una casa para hacer talleres. Le pedimos que además de los talleres queríamos vivir en ella y usarla de espacio artístico. Aceptço cuando llegamos a la casa estaba sin luz sin gas sin nada, al principio fue súper desgastante pero sabíamos que duraría poco porque la casa iba a ser derrumbada. Empezamos a organizar Muestras/ Fiestas. Había cervezas. música y obras colgadas en la paredes. No lograbas descifrar en primera instancia que era, si una fiesta o una muestra.
MP: Hubo miles de historias tratando de explicar cómo habían llegado a la casa, la gente que iba a la casa trataba de justificar que había ido a una fiesta y les resultaba extraño estar tomando birra entre los pasillos con instalaciones de arte. Un plano confuso en el que no sabías si era una galería o un fiesta. Hubo muestras que las habitaciones funcionaban como parte de la obra, nos pintaban las paredes pero fuimos entendiendo que era parte de la dinámica del espacio. La casa tuvo tanta convocatoria que llegamos a tener propuestas de curadores de instituciones importantes para hacer muestras ahí. Artistas que nunca imaginamos que se iban a copar con la casa. Nos daba un poco de vergüenza lo caradura que estábamos siendo.
¿Címo era la selección / invitación a los artistas para participar?
JR: Los artistas que venían en su mayoría conocíamos su línea de obra y trabajaos anteriores. Pero estaban invitados a hacer algo nuevo en donde podían empujar los límites de lo que siempre tienen que respetar. Vos vas a una galería y tenés que respetar ciertos parámetros. Acá el único lineamiento era «me encanta lo que haces, este es el espacio, proponé algo para hacer.»
MP: Se lograba una relación con los artistas muy sincera. Se armaba un grupo de gente en la que se dividían entre todos los rolles y se dedicaba todo el tiempo y trabajo. Los Artistas lo valoraban mucho.
¿Cómo fue la experiencia de pasar de la casa a exponer en instituciones?
JR- Al principio fue raro porque estábamos acostumbradas a la autogestión, nuestras ideas y nuestras intenciones eran plenas, financiábamos todo con la venta de la barra y era mucho más simple, no había obligaciones y las convocatorias era entre amigos o sin compromiso, entre tres chicas cumplíamos distintos roles, yo hacía la grafica, Magie la curaduría, Anita se encargaba de la parte musical y organizábamos una fiesta. A partir de la venta de la barra financiábamos la siguiente muestra. Dependía de nosotros.
JR Con las instituciones te preocupas solo de la obra, estas con toda la energía puesta en la obra y aprendes a delegar la gestión a otro. En la casa de las sin futuro la realidad es que tuvimos muy poco desarrollo nosotras como artistas. Nada estaba planificado, todo fue pasando. Lo único planificado es que fuera bien hecho.
¿Dónde fue la primera muestra con instituciones?
JR: En el centro cultural San Martin, fuimos convocadas por Mariano Soto, curador de arte contemporáneo para hacer una instalación lumínica en el patio cubierto. la muestra se llamo Te Quiero decir Algo. Trabajamos con lámparas de neón, LED y corpóreas, cada lámpara es un emoticón y a través de una secuencia lumínica cuentan una historia.
¿Cómo surge Te lo prometo?
MP: Te lo prometo surgió a partir de una convocatoria cerrada de Fundación Proa. Curadores que habían participado anteriormente del Espacio Contemporáneo sugerían a diez curadores emergentes. Cada uno de estos presentaba un proyecto y solo cuatro de estos quedaban seleccionados. Augusto Zanela fue nuestro curador.
¿Cómo surge la idea de la máquina de Peluches?
JR: El espacio de Arte Contemporáneo en PROA es más una cafetería que un espacio designado para muestras. Un patio de comidas que devenía en situación de gente comiendo y charlando. Dentro de ese marco buscamos un elemento que fuera natural a un espacio de comida y pensamos en la máquina de peluches. La máquina de peluches invitaba a la gente que este ahí vaya a sacar el peluche y descubría que el premio cae hacia afuera, hacia la vereda de la boca.
MP: El objeto afuera ya es un peluche y no un objeto que contiene cierto valor al estar adentro de un museo. Creemos que funciona muy bien al estar en la Boca. No funcionaria igual en MALBA por ejemplo. PROA es un espacio muy interesante, vos entras al museo y estas en otro mundo, en otra lógica que no corresponde con el Barrio. Hay un relación muy forzada, es un edificio inteligente, un cubo blanco en medio de la Boca.
JR: Al final la obra es bastante política y social, pero camuflada de máquina de peluches.
¿Cómo fue la recepción de la obra?
MP: Fue súper interesante, sobre todo en la redes sociales nos encontrábamos con que había muchísima gente que subía fotos a Instagram y Facebook y la mayoría resaltaban la idea de no haber ganado y ver irse el peluche a la vereda. En ese sentido la obra funciono, una plataforma simulada, algo que parece ser parte de la cafetería pero en realidad es una obra. Es fácil de relacionarse con algo que no es arte en primera instancia. La primera lectura es una máquina para jugar y ganar un peluche, no apela al intelecto directamente.///PACO