Palabras como “visibilización”, “víctima” y “discriminación” ¿no se aplican casi exclusivamente a ciertos grupos tildados de minoritarios, en detrimento de otros que son actualmente discriminados, cuando no violentamente oprimidos? Un punto de partida posible para empezar a indagar en un panorama que, a grandes rasgos, considera a las mujeres y a las minorías sexuales como los blancos más golpeados por lo que denomina “patriarcado”, es la definición clásica de las Tres generaciones de Derechos Humanos. En la primera se cuentan el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a la propiedad, al voto, a la asociación, a la actividad sindical. En la segunda, el derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a una vivienda digna; y en la tercera generación de derechos aparecen los derechos particulares, dentro de los cuales se engloban las cuestiones de género, cada día más amplias, variopintas y segmentadas. “Desde finales de los ochenta, el feminismo va a la deriva: está resucitando los viejos estereotipos pre feministas más trasnochados. La imagen que tienen de la mujer oscila entre la de un niño impotente y la reina-madre. Una mujer-niña irresponsable, una mujer que no sabe decir que no y que necesita protección”, dijo la escritora e historiadora francesa Elisabeth Badinter. La investigadora, docente y crítica de arte norteamericana, Camille Paglia, a su vez, ubica en las principales universidades de Estados Unidos y Europa los focos desde dónde emanan estas corrientes de pensamiento, en las que los derechos particulares vinculados al género se entienden como derechos de primera generación. Para muchos, la percepción sexual de sí mismo parece ser más prioritaria que tener trabajo o educación, y es leída como una expresión de libertad casi revolucionaria.
A partir de esa importancia sobredimensionada de los derechos vinculados a la sexualidad, otro tipo de derechos de primera, segunda y tercera generación se soslayan sistemáticamente en un procedimiento de mercantilización de las demandas. Dice, a propósito, el académico norteamericano Steve Turley: “La moral y las costumbres tradicionales son ahora consideradas como malas y discriminatorias. (…) El neoliberalismo, básicamente, hace de la cultura una elección personal. Usted es libre de elegir la cultura que desee. La libertad es la capacidad de hacer lo que quiera hacer y nadie puede interponerse en su camino”. Es importante destacar que las “costumbres tradicionales” se relacionan al acervo cultural de los pueblos y que el hecho de poder permutarlas por usos y costumbres globalizados, encierra el riesgo de perder la identidad, tanto para el individuo como para la sociedad de la que forma parte. En Argentina, buena parte de la militancia LGBT y del feminismo se referencia en movimientos similares de Estados Unidos y Europa, sin siquiera plantearse algún tipo de soberanía ideológica. En esto no se diferencian demasiado del resto del espectro político, que importa del inglés términos como “empoderamiento”, en el caso del llamado “progresismo” o “emprendedurismo”, tan caro a la derecha liberal, sin preguntarse por el sentido que cobran en un contexto que dista tanto del norteamericano. Está claro que la “elección”, en cualquier caso, sólo puede efectuarse dentro del estrecho margen que ofrece la cultura dominante. Y también resulta obvio que los dos lados de “la grieta” pueden estar de acuerdo en este punto: ni niunamenos, ni la Marcha del Orgullo Gay son fenómenos cooptados enteramente por un partido político. ¿Por qué en un periodo de tiempo tan breve los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales tienen una visibilización mediática mucho mayor a la de grupos con dificultades enormemente más graves, como los niños que no tienen acceso a los derechos de primera y segunda generación? ¿Por qué los diarios incluyen secciones y suplementos vinculados al género y no a cuestiones que empeoran de forma alarmante en el país como la contaminación de tierra, agua y alimentos? ¿Por qué las mujeres son catalogadas como un grupo minoritario pese a ser numéricamente superiores a los hombres? ¿Por qué hay colectivos feministas que prefieren legitimarse apelando a la figura del travesti? ¿Mujer es equivalente a travesti?
La historiadora española María del Prado Esteban viene analizando estas cuestiones desde hace muchos años y, a partir de ciertos ejes accesibles a casi cualquier tipo de compresión, desenmaraña eficazmente los argumentos cruzados de estas nuevas militancias ejercidas desde el género. Habla, por ejemplo, de la mujer que pide a la sociedad tener “la misma libertad” que los hombres, asumiendo que el hombre contemporáneo -ese que se encuentra cada vez más oprimido por el sistema neo liberal- es libre. A partir de un pedido tan poco reflexionado (cuando no avieso y digitado por el mismo aparato capitalista) se legitima el sistema al que se cree combatir. ¿Cómo es posible entonces que el feminismo actual y la militancia LGBT apelen a términos como “anti sistema” o “anti patriarcado” para justificar sus acciones y armar sus relatos? ¿Cuál es el primer rasgo que define a una persona: su nacionalidad o su orientación sexual? ¿Utilizar una X o una E, en vez de una A o una O, al final de un vocablo, es un acto revolucionario o un empobrecimiento del lenguaje? Y para este viralizado fenómeno de ablación del género en el artículo, de nuevo hemos recurrido al inglés. ¿Casualidad, tilinguería, moda, complejo?
Aún no hay demasiadas voces en Argentina que se hayan puesto a buscar perspectivas autóctonas para estos temas, y así es como falta información sobre las estrategias más usadas por el liberalismo actual a la hora de hacer leña de sus presuntos objetores. Lo primero es acercarles una causa que, en apariencia, se relaciona a algún tipo de liberación. Si tiene algún toque revanchístico mejor, incluso para caer en gafes como el mentado “macho cagón ni olvido ni perdón” de algunas de las asistentes a las marchas niunamenos que, para colmo, banaliza las consignas usadas en la lucha contra la última dictadura militar. La causa, por supuesto, tiene que ser, por debajo de la mesa, funcional al poder que dice batallar. ¿Y qué más útil a la hegemonía capitalista que el enfrentamiento entre hombres y mujeres, y la proliferación de minorías sexuales que se planten contra los valores tradicionales, tan imbricados con la idea de argentinidad? Una sociedad como la nuestra, segmentada hoy por género, preferencia sexual, nivel económico, nivel cultural, franja etaria, etnia, religión, moda y hasta marca de celular, facilita a sus gobernantes la identificación de pequeños grupos que son potenciales “nichos” de mercado aptos para enfrentarse y controlarse unos a otros. No vamos a pormenorizar acá, pero alcanza decir que la diversidad sexual y el feminismo mueven mucho dinero, pues se benefician de ellos desde los abogados hasta la medicina de alta complejidad, el turismo o la industria farmacéutica.
Y en este estado de cosas, cada vez se vuelve más lejana la idea de discutir con sinceridad términos como Pueblo, Nación o Patria, palabras que, automáticamente y sin mayor explicación, empiezan a cobrar una sonoridad fascistoide dentro de ciertos grupos. Citamos, para facilitar la comprensión de esta dinámica perversa, textualmente a del Prado Esteban: “El poder enfrenta a hombres y mujeres para crear una criatura que sólo trabaja y consume. Las clases en el poder han tenido desde el siglo XIX un objetivo muy claro: ampliar las funciones del Estado para sustituir el ámbito propio del pueblo. En esa estrategia, el enfrentar a las mujeres con los hombres es fundamental. Destruir las células de convivencia básicas con el fin de crear una nueva sociedad, con una nueva criatura que es ésta de hoy: un animal laborans que sólo trabaja y consume.”
Que las personas se agrupen bajo argumentos que parecen diseñados para soslayar las causas culturales, sociales, políticas y económicas de la opresión, analogando la idea de lo femenino -ya sea concreta o autopercibida- a la idea de víctima per sé, es síntoma de una época en la que la libertad se pregona en la medida en que se pierde. Y en su infinita habilidad para manipular a las masas bien intencionadas y, sobre todo cómodas, el sistema, operado a través de think tanks de la prensa, gestores culturales y el grueso de los cuerpos docentes de universidades públicas y privadas, nos hace creer que, porque aceptamos que un nene pueda autopercibirse nena y sus padres le gestionen un nuevo DNI, hemos dejado la discriminación atrás.
Lejos de haber terminado con el acto de discriminar, lo único que realmente cambió es el blanco de la discriminación. Sirven para ilustrar este punto las palabras de la escritora y periodista danesa Iben Thranholm: “En cuanto escritora católica y conservadora cristiana, las cosas se han vuelto más y más difíciles para mí. Ha sido más difícil publicar. Los cristianos en Occidente somos perseguidos psicológicamente. Esto significa que, si usted es muy abierto acerca de su fe, si no tiene una fe débil levantada desde lo secular y adaptada a la corrección política, será socialmente marginado, la gente le dirá que no es muy inteligente. Y esto puede suceder incluso entre amigos. Actualmente, hay trabajos que usted no puede conseguir si está contra el aborto o el matrimonio homosexual”. Ahora bien, más allá de un panorama internacional con el que estamos en consonancia: ¿Por qué está bien visto en Argentina tildar de retrógrado a un creyente? ¿Somos tan idiotas como para creer que cualquier cristiano es lo mismo que Cecilia Pando? ¿Qué es exactamente respetar las diferencias? ¿Qué es ser “diferente”? ¿Diferente respecto de quién? ¿Cuál es el modelo hegemónico de hoy? ¿Existen aún los ideales nacionales o sólo los individuales o de grupo? ¿Estamos estableciendo realmente nuestras prioridades cuando hablamos de «derechos”? Hay que tener respuestas a todo esto, pero venimos un poco demorados. En los mismos países que gestaron estos discursos, las voces críticas suenan hace mucho y no sólo pertenecen al sector académico del que nos servimos en esta nota. Basta con echar un vistazo a Shoe 0n head, el popular canal de youtube de la simpática, bonita y jovencísima June Lapine quien, en clave humorística, despedaza los argumentos más pueriles de las feministas prototípicas de su país y de algunos celebrados militantes LGBT.
Y vale la pena volver a del Prado Esteban para revisar un punto más, que tiene que ver con los riesgos de mezclar sexo y política y con la importancia de acordarse de que no todo pasa por el cuerpo y la genitalidad: “La erótica libre y no politizada está desapareciendo, ahora la corrección política ha llegado a la intimidad y duerme con nosotros. La sexualidad es un tema que hoy se trata profusamente en el campo universitario. Las universidades son centros de adoctrinamiento que organizan verbalmente aspectos del sexo, cuando lo mejor sería practicarlo. (…) Las mujeres no somos solo cuerpo, vida erótica y maternal. Debemos hablar más de los grandes valores humanos, las virtudes intelectivas, éticas, estéticas, épicas y heroicas, que son para nosotras tan fundamentales como para los varones. Y hemos de cultivarlas sin renunciar a darles forma femenina”. Pero estamos en Argentina y, quizás, concentrarnos en ese simple hecho primordial de haber nacido en un país, sea una puerta de salida a la hora de pensar en nuevas militancias que verdaderamente se opongan a la hegemonía neo liberal. Va, a propósito, y como cierre, un elocuente intercambio que tuvo lugar entre la madre de un chico transgénero y la directora de una escuela estatal de Buenos Aires. La madre reclamó a las autoridades la construcción de un tercer baño “trans” en el establecimiento. La respuesta de la docente fue, tal vez brutal, pero muy concreta por lo que la citaremos tal cual: “Señora, en los dos baños que tenemos están pendientes varios arreglos desde hace más de cuatro años por falta de presupuesto. Su hijo, de todos modos, puede usar cualquiera de los dos”///////PACO