“Ahora todos quieren acelerar”, podría haber dicho Slavoj Žižek en su pequeño artículo titulado The Dialectic of Dark Enlightenment. Publicado el 12 de septiembre de 2023, ahí se propone discutir los fundamentos vertebrales del diagnóstico aceleracionista en general, y con Nick Land en particular. En algún punto, es también un breve ensayo que desnuda las implicancias teórico-epistemológicas de este movimiento que, de tan acelerado, podría apagarse rápidamente como un destello de luz de su propia oscuridad intelectual.
Al decir que se trata de “una de las formas más recientes de determinismo histórico”, Žižek evita darle connotación de paradigma de análisis a lo que, a las claras, carece de sintaxis conceptual propia. Aunque también es cierto que, al considerar al todo-abarcativo aceleracionismo como una forma de determinismo histórico, lo que hace es ubicarlo en una tradición de origen hegeliano, de continuidad marxista y de consumación pos-estructuralista. Žižek observa que la lógica central del capital, entendida desde la perspectiva de Nick Land, “es la ‘desterritorialización’: la intensificación permanente del desarrollo y la superación implacable de todas las formas estables de vida social. Pero Land insiste en que no hay otra desterritorialización más allá de la lógica del capital en sí misma: todos los intentos de dirigir este proceso más allá del capitalismo, especialmente los de la izquierda, han sido consumidos por él”. Esa idea, la de los intentos fallidos de la izquierda —específicamente la izquierda europea y los movimientos contraculturales del siglo XX— es trabajada en las últimas clases de Mark Fisher, en el reciente libro Deseo postcapitalista, que he reseñado con antelación.
Ahora bien, si el proceso consiste en acelerar, ¿qué viene luego de eso: el choque final, la eclosión, el fin? Žižek nos dice que la aceleración no es —ni puede ser— infinita. Es decir, que hay una contraindicación en la receta aceleracionista: la auto-abolición de la humanidad, el momento exacto en el que dejaremos de ser humanos mortales con la total soberanía de nuestros cuerpos. En defensa del aceleracionismo, huelga decirlo, es que no se hace uso del prefijo “post” que le ponga nombre a ese lugar donde no llegan los paradigmas de análisis: el futuro imprevisible. Pero, según Žižek, el aceleracionismo es una especie de celebración de la auto-destrucción, en la medida en que busca acelerar la extinción de la humanidad por sus propias herramientas tecnológicas. En palabras del autor: “El factor clave es el desarrollo explosivo de la inteligencia artificial, que traerá la Singularidad, una —pesadillesca o dichosa, dependiendo a quién preguntes— conciencia colectiva divina que subsumirá la conciencia individual. Invirtiendo el pesimismo humanista estándar sobre nuestro destino en el nuevo mundo dominado por la IA, el aceleracionismo celebra y busca acelerar la extinción de la humanidad a manos de sus propias herramientas tecnológicas.”
En este sentido, parece develarse por qué estaría de moda el aceleracionismo: hay algo en la oscuridad de esa tesis que seduce, que atrae. Sobre el paradójico abrazo de una descripción pesimista del destino humano, se erige un proyecto de ilustración oscura que trata de introyectar sentido al período en que entran en declive los proyectos modernos de la ilustración. Aquella decimonónica y lejana idea de que la humanidad progresaría hacia un fin, con un camino trazado por la cartografía del conocimiento científico y el avance tecnológico. Lo cierto es que hoy en día, con una guerra nuclear a la vuelta de la esquina y una obscena atomización del individuo encerrado en el incesante proceso de optimización del trabajo mediado por la Inteligencia Artificial, esos mapas tropezaron en los accidentes geográficos que no supieron anticipar. Ahí es donde el aceleracionismo tiene un punto. Se forja, entonces, como una heterodoxia (ya no tan) marginal que improvisa claves de lectura de época con un pie adentro y otro afuera de los claustros puramente académicos.
Pero entonces, ¿cuál es el punto final deseado por el aceleracionismo de Nick Land si no es el fin de la política? La proyección de una sociedad futura donde los antagonismos sociales sean cosa del pasado implicaría que la gerencia política de esos antagonismos caiga en desuso. Pero Žižek, con su estilo provocador, nos recuerda que, mucho antes de alcanzar esa utopía pospolítica, la humanidad tiene que enfrentar amenazas inmediatas, desde la catástrofe ecológica hasta la guerra global. Aquí es donde Žižek toma la paradoja de las dos necesidades superpuestas del filósofo Jean-Pierre Dupuy (del libro La guerra que no debe ocurrir). “En nuestra situación, es necesario que haya una catástrofe global —toda nuestra historia se mueve hacia ella— y también es necesario que actuemos para evitar que esta catástrofe ocurra.” La trampa temporal es que el futuro es necesario, al mismo tiempo que no hay futuros alternativos posibles. Esa es, precisamente, la superposición de estados. En un contratiempo ontológico colapsan dos necesidades superpuestas, lo que hace que nuestra historia sea necesaria. Concluye Žižek: “Solo el futuro, cuando se haga presente, lo dirá.”
El concepto de Dupuy que más interesa acá es el de punto fijo distópico (de la guerra nuclear, del colapso ecológico, del colapso económico o de la desintegración social). Ese grado cero en el horizonte de posibilidades es lo que Žižek llama atractor virtual, hacia el que tienden nuestros dispositivos estructurantes de lo real. En ese contexto, solo se puede combatir la futura catástrofe a través de actos que incidan en los dispositivos de realidad que posibilitan el punto fijo, haciendo que el imperativo político de la época sea, por lo pronto, negativo.
A modo de cierre, Žižek ofrece una reflexión sobre el estado de las cosas actuales: vivimos en una época donde la posibilidad de una guerra nuclear coexiste con preocupaciones algo más triviales como la cultura de la cancelación o los vuelos cancelados. La locura generalizada de hoy reside en la pacífica coexistencia de opciones radicalmente diferentes, donde actuamos como si estos niveles no estuvieran interconectados. Ahí, el aceleracionismo, “en su visión utópica (o distópica) de una sociedad poshumana liberada de todo antagonismo político, no logra interrogar las coordenadas más desconcertantes del orden mundial contemporáneo”. De modo que todo intento subsiguiente que practique comprender esta época tendrá que conciliar en su lectura la pacífica coexistencia de opciones radicalmente diferentes///////////PACO