De Recanati nos dice Wikipedia que es un municipio italiano ubicado en la provincia de Macerata, en la región de Marcas. Para ubicarnos mejor señalemos que queda yendo hacia el mar Adriático, en la pantorrilla de Italia. Recanati es la ciudad natal del poeta romántico Giacomo Leopardi, quien nació allí cuando apenas era una aldea, en 1798. La madre del poeta, anotemos, se llamaba Adelaide. Hoy en día algunas calles y lugares de la ciudad llevan el nombre de poemas de Leopardi. Hay todavía algún que otro apellido célebre surgido de Recanati. Por un lado, el de los Messi: mucho antes de que la familia del jugador emigrase de Rosario a Barcelona para vivir de su fútbol, los bisabuelos de Lionel vinieron desde esa zona de Italia a buscar una vida mejor en la Argentina. Todavía hay gente de apellido Messi en Recanati. Otra familia oriunda de ahí fue la de los Gigli. El tenor Beniamino Gigli, uno de los más famosos de la primera mitad del siglo XX junto con Caruso, nació en Recanati en 1890. Gigli, vale mencionarlo, estuvo en Buenos Aires cuatro veces entre 1919 y 1933, cantando Verdi en el Teatro Colón.
Una mujer también llamada Adelaida, también apellidada Gigli, nació también en Recanati en 1927. ¿Pariente de Beniamino? Parece probable. ¿Sería su nombre de pila un homenaje a la madre de Leopardi? No lo sabemos. Su padre, el pintor Lorenzo Gigli, había llegado al Río de la Plata en 1913. Había formado pareja con María Teresa Valeiras. En la época del nacimiento de Adelaida la familia estaba otra vez en su tierra natal por los estudios de arte de Lorenzo. Por fin volvieron todos a la Argentina en 1931, donde Lorenzo se nacionalizó y asumió como titular de la materia “Dibujo a mano alzada” en la Facultad de Arquitectura. En ese ambiente crece Adelaida. Ya en los años 50 estudia Filosofía y Letras en la UBA. Después de un artículo suyo sobre Arlt medio oculto en el número 2, el número 3 de la revista Contorno, de septiembre de 1954, abre con un escrito suyo sobre Victoria Ocampo. “V. O. no descubre sino que verifica sus gustos largamente cultivados”, dice, “no crea sino que se identifica con las ya determinadas cosas perdurables en un cerciorarse constante, no lanzada a la verdadera vida espiritual (que en muchos sentidos es soledad) sino a la sociedad de la gente espiritual”. Y remata: “Es una búsqueda para afirmarse, para comprobarse, para adquirirse”.
Leído hoy, el artículo tiene todavía la potencia mortal de una bala de plata. La lectura que efectúa Gigli de los Testimonios de Ocampo, completamente alejada de esa sororidad frívola y celebratoria alentada por la crítica literaria actual, penetra en el corazón del proyecto literario-cultural de SUR y de su mentora dejando al desnudo su superficialidad autoindulgente y su esnobismo trasplantado y sin originalidad. “La sagacidad que por momentos tiene para descubrir los rasgos de los otros, desaparece cuando tiene o tendría que inventar, decir algo, algo nunca oído, nunca leído, aunque fuera una cosa sabida por todos”, concluye. En el número siguiente de Contorno, dedicado a Ezequiel Martínez Estrada, Gigli se aboca a la poesía temprana del autor. Lectora fina y punzante, Gigli marca la intuición de Martínez Estrada acerca del fin del modernismo, pero señala que su voz engolada “a veces se disuelve en un nihilismo temático”. “En fin”, escribe, “un proyecto cabal, un esfuerzo constante, una indecisión aniquiladora. Poemas sin futuro. Y también un poeta sin futuro o con su futuro tan escrutado, que prefirió la prosa”.
Adelaida Gigli pasaría a la historia como “la mujer de Contorno”, aunque hubo alguna que otra más que firmó artículos en la revista. Una de ellas, Raquel Weinbaum, era en realidad un seudónimo bajo el que se ocultaba el marido de Gigli, con quien antes de separarse llegó a tener dos hijos, Lorenzo y María Adelaida. Hace unos años María Moreno le dedicó a Gigli dos notas en Página 12 que son quizá el mayor testimonio biográfico acerca de ella. Moreno sostiene que de Adelaida “la mayoría recuerda vagamente sus escritos y sí el personaje”. Ese personaje la señala como una mujer muy frontal y que no se dejaba avasallar por los “machos culturales” (Moreno dixit). En la introducción al facsímil de Contorno, Ismael Viñas la recuerda en el mismo sentido como “una muchacha que decía frases arriesgadas y te las decía en la cara, como tirando bombas”.
A Gigli, parece, le gustaba organizar fiestas en su casa. Beba Eguía, su amiga, las calificó de performances políticas en las que el disfraz y la desnudez se entramaban en complejos psicodramas. En el libro Fiestas, baños y exilios Héctor Anabitarte, fundador del Frente de Liberación Homosexual, cuenta que Gigli “un día organizó una fiesta de disfraces en la que, según decía, estaba disfrazada de teta. No había tenido tiempo de prepararse y sólo se le ocurrió sacar un pecho afuera del vestido, y así andaba por todos lados. A eso de las doce llegó un grupo de montos amigos de los hijos, que también militaban en la organización. Después nos enteramos que venían de cometer un atentado, que habían dejado el coche estacionado en la puerta de casa, y estaban armados hasta los dientes. Ese tipo de episodio pasaba en la casa de Adelaida”.
Sin ser falsa, esa imagen de Gigli puede resultar hoy un poco sobre interpretada, idealizada. Cierto desequilibrio trágico pareciera asomar detrás de esas poses, esos gestos y esos desafíos. Como crítica, en cambio, se la lee segura, asertiva, incluso impiadosa y artera. En el número de Contorno aparecido mientras Perón caía, en septiembre de 1955, escribe un artículo titulado Algunos libros, algunas mujeres. Aquí Gigli lee escritoras argentinas. Sobre Carmen Gándara opina que “incurre penosamente en un universo reconocible; así en las enumeraciones, donde los objetos tienen el mismo valor que en los catálogos de remate”. A Silvina Bullrich la sepulta por complaciente y conformista: “No es lo que cuenta”, dice, “sino su actitud ante lo que cuenta”. Sostiene que, sin ese conformismo, su novela Bodas de cristal “haría las delicias de una feminista que podría partir de él como prueba de la necesidad de sus reivindicaciones, sin embargo…”. De Norah Lange destaca su “retórica nutrida e insalvablemente convencional” y de Estela Canto sus “cuentos desafortunados”. “En fin”, concluye de modo lapidario, “unos libros, algunas mujeres, ninguna novela”. Esa es la última frase que escribe en Contorno. En los siguientes dos números que alcanzan a editarse, nada; aunque su apellido permanece en la nómina del comité editorial hasta el final. Después la revista se funde en el frondizismo y vive la misma vida corta que aquel.
Adelaida Gigli, entonces, cría a sus hijos y se dedica con talento a la escultura y la cerámica. Con este arte se encuentra en el 60, en un pueblo indio cerca de Mérida, Venezuela. Desde entonces trabaja el barro ocho horas por día. En 1965 expone sus obras en la Galería Lirolay. En una entrevista publicada en El Mundo en agosto de ese año dice: “Hago escultura figurativa, porque para lo otro está mamá Natura. Solamente puedo dominar o festejar o entender o manosear o especular o dolerme y preocuparme del mundo de los hombres. Nada de metafísica, nada de nada».
Más adelante, en los años 70, empiezan las desgracias: cae presa por un allanamiento en una casa suya donde había armas de Montoneros, pero se le permite salir del país y lo hace vía Brasil. De allí pasa a Italia y recala en su tierra natal, Recanati. En agosto del 76 su yerno, Carlos Goldenberg, muere en un enfrentamiento con fuerzas del Ejército en Vicente López. Veinte días más tarde es a su propia hija, María Adelaida, a quien secuestran en el zoológico de Buenos Aires. Antes de caer, María Adelaida alcanza a entregarle su bebé de 8 meses de edad a una pareja. Tiempo después Cacho Scarpati aseguró haberla visto a fines del 77 en “El Campito”, de Campo de Mayo. El otro hijo de Gigli, Lorenzo, era oficial montonero con el grado de teniente. Su nombre de guerra era “Andrés”. Estuvo exiliado en México hasta 1979 y volvió al país como parte de la contraofensiva. En 1980 su plan era salir de Argentina por Brasil e ir a Italia a reunirse con su madre, pero fue detenido el 26 de junio intentando cruzar el puente internacional de Paso de los Libres-Uruguayana arriba de un micro la empresa Pluna. Desde entonces está desaparecido.
Desde esa época hasta 1986 Gigli escribe una serie de relatos que presenta a un concurso de la Fundación Fortabat en 1987. Sus temas conforman una auténtica catábasis a partir del duelo, de la muerte de los hijos amados, de su memoria y de las secuelas de todo eso. Pero no se trata de literatura testimonial en un sentido político o militante. “No es una versión individual de las Madres de Plaza de Mayo sino que explora, sin hablar por las otras, lo que de la experiencia de éstas no puede pasar al lenguaje”, opina María Moreno. “No eran cuentos”, dice León Rozitchner, “eran experiencias inenarrables, porque sólo ella podía entender lo que escribía: porque se lo decía para sí misma mientras imaginaba y describía los frustrados intentos de seguir viva”. Con todo, Gigli tiene una mirada menos solemne de esos cuentos. En una carta a su amigo, el editor José Rubén Falbo, también exiliado en Italia, le dice: “Me alegra que te hayan gustado los cuentitos cortos, modalidad que me surge como un pedo. Creo que debo cultivarla, me hacen reír a mí también y eso no es fácil que suceda”.
Las décadas siguientes Gigli las pasó en Recanati, entre los recuerdos y la cerámica. Allí publicó sus relatos bajo el título Locas sueltas en país ajeno. En el 2006 el libro se editó en Argentina con algunos cambios y otro título: Paralelas y solitarias. Para ese entonces, Gigli vivía internada en un geriátrico porque le habían diagnosticado mal de Alzheimer. Su cabeza, finalmente, iba perdiendo el hilo conductor. En la presentación del libro León Rozitchner dijo: “No creo que haya perdido la memoria, como los médicos dicen. Creo que Adelaida ha tocado fondo: ha ido hasta el fondo de sí misma, ese lugar íntimo e indescifrable al que estos cuentos la llevaban”. Sus últimos años fueron de desvarío y oscuridad, como los de todo enfermo de Alzheimer. Adrián Bravi, que la visitaba, contó que gritaba y se lamentaba constantemente, y que intentaba morder a las enfermeras con los pocos dientes que le quedaban. Así, todavía beligerante, a la mujer de Contorno la encontró la muerte en 2010, un 14 de octubre de hace diez años, en el mismo pueblo italiano en que había nacido////PACO
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