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Hace aproximadamente más de un año y medio estaba sentado en un aula de la facultad rindiendo un examen de psicología institucional. Tenía que resolver una consigna no a modo de pregunta y respuesta sino de formulación y articulación: a partir de una viñeta, había que decidir si la gente en la situación planteada conformaba una masa o no, en términos psicoanalíticos freudianos. Intentando ser simple, para Sigmund Freud, que haya «masa» significa que hay una renuncia de las diferencias individuales en beneficio, y en presencia de, una identificación en un ámbito colectivo, reconociendo un dirigente y al resto como pares entre sí. La idea de «masa», entonces, está sostenida por vínculos afectivos dentro de una estructura libidinizada. Por su parte, la viñeta del examen describía un movimiento de cartoneros reclamando derechos laborales más amplios, considerando las dificultades y condiciones de su labor. El concepto subyacente era «uno somos todos», es decir, «si uno la pasa mal, la pasamos mal todos».
Tanto mis veinticinco compañeros de comisión como yo tomamos esa frase sin analizar más allá. Claro que hay masa, Freud aprobaría nuestras respuestas. A la semana nos devolvieron los exámenes: todos habíamos puesto que sí podía ubicarse en la viñeta la psicología de las masas, basándonos en que Freud esto y Freud aquello. La profesora intervino muy sencillamente: estancarse en una frase que sonaba fuerte a la colectividad nos había impedido pensar de verdad el contexto de ese movimiento. «¿Y si a algunos les ofrecen trabajos y a otros no en una situación de pobreza o de necesidad económica urgente?». Quizás algunos aceptarían y otros no, quizá todos aceptarían o se negarían, pero ahí se abría un interrogante, tanto en la comisión como en el movimiento que describía la viñeta. Nadie tenía una respuesta inmediata. Podían estar las bases, los recursos discursivos potenciales para que haya una masa visible y concreta de algún modo, pero eso no significaba que lo colectivo estuviera realmente instalado.
Al mismo tiempo, a lo largo de ocho meses de una fluctuante cuarentena que variaba entre fases y permisos, todos vimos gracias al constante bombardeo desde los medios imágenes de marchas nombradas o reconocidas como «anticuarentena» en distintas partes del país. En el Obelisco, plazas grandes o algún monumento, los canales solían enviar a sus noteros para entrometerse en los grupos de manifestantes y preguntarles qué opinaban de la pandemia y la cuarentena, o simplemente qué tenían para decir. Los escenarios, las personas y las estaciones variaban, pero hubo un detalle, para mí fundamental, que también variaba: cuando los noteros paseaban entre la gente, con y sin barbijo, en autos o amontonados, no todos hablaban de la cuarentena y el virus, ni todos tenían un reclamo ante las distintas situaciones económicas y la necesidad de salir a trabajar que los medios presentaban como consigna absoluta y colectiva. Por el contrario, lejos de aparecer como la gran protagonista, la cuarentena funcionaba apenas como el trampolín de otros discursos que apuntaban a otras problemáticas, denuncias o teorías conspirativas.
Una de las más repetidas es que hay un “nuevo orden mundial” manejado por una “élite satánica anticristiana” que se escondía detrás de la supuesta pandemia. Otros manifestantes, en cambio, iban a reclamar por la reforma judicial y la abolición del actual gobierno en defensa de la “república”, mientras que otros explicaban que los pueblos estaban siendo gobernados por la ignorancia y que no existía el virus, por lo que también desconfiaban de los datos oficiales sobre las tasas de mortalidad local y global. En estas marchas también solían aparecer militantes de distintos partidos y dirigentes políticos que buscaban alinearse a otros reclamos, o camuflarse entre el público para ocupar más espacio, pero que no tenían problemas para confesarles a las cámaras. Pero más allá de las razones de unos y otros, lo más evidente era que la fragmentación de estos discursos siempre estuvo muy ágilmente opacada por un símbolo común: la bandera argentina, que proyectaba esa unidad que se desvanecía apenas los noteros empezaban a recorrer y preguntar a todos por qué estaban ahí.
Ahora bien, ¿qué sucedería si se tomara al conjunto de estas marchas como unidad de análisis para aquella consigna del examen? Como la agrupación de cartoneros en la viñeta, en las múltiples marchas anticuarentena aparecían signos que coloreaban la narrativa de un espíritu colectivo uniforme. Y así es como la bandera argentina, por mucho tiempo, actuó de la misma forma en que lo hizo esa frase que acotó nuestro cuestionamiento acerca de las posibilidades de ubicar una masa o no. Así como ese “si nos tocan a uno, nos tocan a todos” no aseguraba por sí mismo un movimiento colectivo en el que primara un abandono del individualismo reemplazado por un sostén identificatorio colectivo real, tampoco lo hacían tantas banderas argentinas en las marchas anticuarentena.
Apropiarse de un símbolo patrio puede provocar, al menos en la pantalla, la ilusión de un movimiento unido que empuja hacia el mismo lado. Como ilusión, basta escuchar a tres personas distintas para obtener, al menos, tres argumentos distintos de por qué marchan. Por supuesto, la bandera viene a tapar las diferencias y simular masa sólo para que los medios acuñen las marchas y las promocionen con un mismo valor. ¿Pero cuál es ese valor? El de que “todos los presentes en esta marcha estamos en contra de x”. Así la “x”, como si fuese una ecuación matemática, puede despejarse para un lado u otro, y dar un resultado u otro. La «x» puede terminar igualándose al nuevo orden mundial, a la falencia del sistema capitalista, a la inexistencia del virus y el control opresivo de los cuerpos, entre muchos otros argumentos, siempre y cuando de la bandera se agite como si fuese la final del Mundial 2014.
Entonces, ¿hay masa? Si estuviese sentado en ese banco de la facultad hace un año y medio, impulsivamente hubiese puesto que sí. “Están en contra de la cuarentena”, “utilizan la bandera como símbolo identificatorio” o “comparten un sentimiento de infelicidad frente a la medida del aislamiento social” hubiesen sido algunos de mis argumentos. Sin embargo, a partir de la intervención de la profesora y el punteo en la mayoría de nuestras respuestas, hoy debería estar más atento a leer más allá de titulares en los noticieros. No, por supuesto que no hay masa. No hay lazo en esas marchas, no hay reconocimiento entre sí como pares ni un dirigente al que acudir. Puede que lo único reconocido entre las distintas personas y agrupaciones sea, justamente, el beneficio de parecer más grandes de lo que son en realidad. Y, quizá, ni siquiera eso surge como algo consciente.
¿Qué sucede ahora luego de una pandemia aún activa, una cuarentena longeva y medidas y protocolos de aislamiento social que se desdibujan con el correr del tiempo y la aparición del clima veraniego? ¿Qué parte de este acontecimiento global logró funcionar como un disparador particular de un varieté de sentimientos, paranoias y confrontaciones en “lxs argentinxs” que salen a manifestarse sin importa con quién o qué causas se apoyan o se repudian? Por último, ¿acaso fue sólo mi ingenuidad lo que me llevó a proyectar colectivo en estas marchas a pesar de sus claros discursos discordantes e irrelevantes entre sí? ¿O es que el binarismo cuasi estructural de tener que ser parte de algo o estar en contra de ello siempre hace ruido más alto que las claras señales frente a nosotros?////PACO
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