“Si se produce una sola deportación, veremos disturbios tan violentos como los del Poll Tax (el famoso impuesto contra las clases medias y trabajadoras de Margatet Thacher en 1990)”, me dice un ciudadano, revelando una cierta nostalgia. En su foto de perfil en internet se lo ve mostrando una copia del Socialist Worker, y en su biografía nos dice con orgullo que pertenece a uno de los sindicatos más grandes del Reino Unido. Me habla sobre la solidaridad con los trabajadores griegos y con aquellos que mueren en el Mediterráneo, tratando de alcanzar la Fortaleza Europa. Es un perfecto ejemplo de los llamados Lexit, refiriéndose a los muchos que, en la izquierda, han decidido apoyar la salida de la Unión Europea, una organización que con razón identifican como un monstruo neoliberal con unas leyes antiinmigración que son racistas. Tiene buenas intenciones, como todos los Lexiters. Y sin embargo, a pesar de su integridad, yo diría que los Lexiters hoy con cómplices de una de las traiciones políticas más importantes de la historia del Reino Unido, la referida a los inmigrantes comunitarios, es decir, procedentes de la Unión Europea.
Los Lexiters hoy con cómplices de una de las traiciones políticas más importantes de la historia del Reino Unido, la referida a los inmigrantes comunitarios.
Si se hace lectura rápida de cualquier escrito de partidarios izquierdistas del Brexit, se verá cómo no se encuentra ninguna mención a los millones de personas cuyas vidas y derechos de residencia en el Reino Unido se han visto desestabilizados (o a los millones de trabajadores británicos que están actualmente en la misma situación en Europa, en este sentido). Los inmigrantes de la UE no son una preocupación para gente como Suzanne Moore o Giles Fraser, conocidos columnistas del The Guardian. Y cuando aparecen en páginas izquierdistas más duras, lo hacen en contraposición al dilema que plantea una amalgama abstracta entre griegos lejanos y refugiados remotos. Parece que la estrategia Lexicista para resolver la crisis de los refugiados significara una lógica de “o esto o aquello”, a la que todos deberíamos entregarnos hasta que consigamos obligar a nuestros gobiernos a encontrar una manera para revertir la crisis humanitaria que todos han contribuido a crear. Es complicado ver cómo, retirándose del centro de toma de decisiones en Europa, se puede contribuir a frenar la muerte de la gente o los problemas de los trabajadores griegos.
Cuando los inmigrantes de la UE aparecen en páginas izquierdistas duras, lo hacen en contraposición al dilema que plantea una amalgama abstracta entre griegos lejanos y refugiados remotos.
Si hubiesen escogido escuchar a sus propios vecinos europeos podrían haberse dado cuenta de que una inmensa mayoría de los inmigrantes comunitarios en el Reino Unido han venido aquí para buscar un futuro mejor, escapando de crisis ciertamente menos dramáticas que las que están teniendo lugar en el sur global, pero que conservan su potencial de destruir vidas. Hubieran podido estimar el coste humano de su pureza ideológica, pensar cómo, marchándose de la UE, han dejado en un limbo no sólo a un par de yuppies forrándose los bolsillos en Liverpool Street, sino también a trabajadores de la limpieza, camareros, chicos que sirven copas, y todo tipo de trabajadores precarios que el sistema necesita para mantener los precios bajos y que están demonizados como parásitos indeseables por ese mismo sistema que los utiliza. Quizás habrían sido capaces de ver los matices en una ciudad como Londres, donde viven por lo menos un millón de inmigrantes comunitarios, un lugar que la opinadora y micro-celebridad Suzanne Moore distorsiona, pintándolo como si fuese un lugar lleno de “gente educada e influyente, enamorada de Uber y que vive en lofts”, en contraste con los londinenses pobres, que viven como guatemaltecos (me gustaría creer que el desdén euro-céntrico de esta comparación es intencionado, pero no puedo). Si hubiesen escogido escuchar, quizás se habrían dado cuenta de la injusticia que supone denegar el voto a gente que ha vivido en este país durante décadas. Se podrían haber dado cuenta de que, si tanta gente alrededor suyo no puede votar en el lugar donde han vivido durante tantos años, la cuestión en juego no era simplemente de un asunto de la gente común frente a las elites.
Londres, un lugar que la opinadora y micro-celebridad Suzanne Moore distorsiona, pintándolo como si fuese un lugar lleno de “gente educada e influyente, enamorada de Uber y que vive en lofts”.
Pero la triste realidad es que escogieron no escuchar y, en cambio, se enredaron a sí mismos en la lógica nacional: solidaridad con los trabajadores británicos (en Gran Bretaña) y solidaridad con los trabajadores griegos (en Grecia). Han escogido borrar a los emigrantes comunitarios, para así simplificar sus argumentos partidistas y “naive” para abandonar un proyecto neoliberal –en esto de “neoliberal”estamos de acuerdo– pero al mismo tiempo poner en la picota a un proyecto que permitía la libertad de movimientos y la movilidad social de millones de ciudadanos que, de otra manera, estaban atrapados en economías empobrecidas que ofrecían muy escasas perspectivas de futuro. Y encima, en el proceso de borrar a los inmigrantes han contribuido a alimentar todavía más el ambiente xenofóbico en el que este país se ha estado hundiendo durante años, contribuyendo a un golpe de la derecha, no sólo en el Reino Unido sino también en el continente. En este sentido podríamos, quizás, decir que su proyecto es ahora verdaderamente internacionalista.
Tras años de austeridad, la izquierda está tan fragmentada que es altamente improbable que consigan oponerse a lo que sea que tenga que venir.
¿Cuál va a ser la repuesta de los Lexiters a los problemas que ahora tienen los emigrantes comunitarios en el Reino Unido? No lo sé muy bien pero tengo la tentación de pensar que va a aumentar el tiraje de sus periódicos socialistas preferidos. Quizás intentarán organizar “disturbios como los del Poll Tax”. Mi impresión es que, tras años de austeridad, la izquierda está tan fragmentada que es altamente improbable que consigan oponerse a lo que sea que tenga que venir. La incapacidad de la izquierda británica para oponerse a los incrementos de las tasas universitarias, a la multa por baja ocupación a los beneficiarios de las viviendas sociales (bedroom tax), a gente como el diputado Ian Duncan Smith y a la destrucción del sistema de beneficios sociales a cargo de George Osborne, entre otros, parece ir en esta línea.Mientras tanto, han perdido la oportunidad de ponerse al lado de los trabajadores de las otras 27 naciones comunitarias que viven en el Reino Unido, en lo que podría haberse constituido en una verdadera coalición internacional contra las desigualdades en la Unión Europea. En su defensa: han conservado su integridad y su pureza ideológica. Eso debe valer algo. Pero tanto la integridad como la pureza ideológica tienen una toxicidad altísima////PACO
Este artículo se publicó también en openDemocracy.
La traducción es de Francesc Badia i Dalmases.