Alton Sterling, un vendedor ambulante negro, fue asesinado a quema ropa el 5 de julio de 2016 en Baton Rouge por la policía de Louisiana. Los testigos del crimen grabaron un video que se difundió como un reguero de pólvora por la web. Dos días después, Philando Castile recibió cuatro disparos de la policía en un control vehicular en Minnesota. La mujer de Castile transmitió en tiempo real la muerte de su marido a través de Facebook Live. El abuso policial tuvo su correlato en una masiva protesta social y la muerte de ocho policías a manos de ex marines negros en Texas y Louisiana. El 8 de julio el diario La Nación se hizo eco de la tensión racial que sacudió a EE.UU. antes de las elecciones de noviembre y publicó una nota de título largo pero concluyente: Un panóptico al revés que podría contribuir a una suerte de transparencia por default. En ella, el periodista aclara que estos no son los primeros ciudadanos afroamericanos que murieron en 2016 a manos de la policía sino que alimentan una cifra de 136 decesos. La noticia «es que ahora esta atrocidad se ha vuelto visible, está grabada y al alcance de todos; o directamente se la transmite en vivo». El artículo plantea la necesidad de capilarizar el control a través de las redes sociales para lograr mayor transparencia: “Aunque hoy suena quimérico, incluso un poco ingenuo, esta mirada masiva, omnipresente e incontrolable podría conducir con el tiempo a una suerte de transparencia por default. Poco a poco, a regañadientes, el que pretende cometer un ilícito deberá aceptar que alguien podría estar no sólo filmándolo, sino que incluso podría estar saliendo en vivo para una audiencia de 3200 millones de cibernautas”. Esta mirada podrá ser masiva y omnipresente pero no parece que lo incontrolable forme parte de ella a no ser como insumo. Más bien plantea la necesidad de socializar el control, de asegurarse de que los vigilantes sean a su vez vigilados.
Control ciudadano
Esta matriz de control autónoma del aparato estatal se popularizó en Argentina a inicios de los años 90 con los pedidos de organizaciones de la sociedad civil de transparentar la gestión del estado. En aquellos años de ajuste, privatización y tercerización de funciones, la transparencia y el control ciudadano cristalizaron en valores asociados al buen gobierno. Ante la opacidad del Estado: transparencia estatal y participación ciudadana. ¿Suena bien, no? En esos tiempos, el discurso de transparencia –que tuvo su correlato tecnovigilante en el mercado de la seguridad y los circuitos cerrados de televisión– fue acogido con fervor tanto por los medios masivos de comunicación como por organizaciones de derechos humanos y entusiastas progresistas. Solo la izquierda esquivo el bulto producto de su tradicional miopía. Así es como, al popularizarse internet a fines de los años 90 –e irrumpir las redes sociales y su influencia en la vida social y las formas de socialización–, la chance de instituir una nueva forma de participación ciudadana hiperconectada y fluida ya estaba lo suficientemente desarrollada en el imaginario de las organizaciones de la sociedad civil, el mercado de la seguridad y los medios masivos de comunicación.
Instituir una nueva forma de participación ciudadana hiperconectada y fluida ya estaba lo suficientemente desarrollada en el imaginario de las organizaciones de la sociedad civil.
La reciente aprobación de la Ley de Acceso a la Información en septiembre de 2016, –según publicó Laura Serra en La Nación «una herramienta clave para promover la participación ciudadana en la transparencia y el control en la administración pública»– solo fue el corolario de esta impronta. El tercer sector es por definición cibernético. Sus instituciones más prestigiosas trabajan por una sociedad participativa, de gobierno abierto con especial hincapié en la transparencia, el acceso a la información y la apertura de los datos. Gracias a los avances tecnológicos en las telecomunicaciones y la informática nos podemos asociar y gestionar comunitariamente lo público, ser responsables de cada uno bajo el paraguas de la inteligencia colectiva. Como señalan los Tiqqun: la demanda de transparencia, de trazabilidad, es una demanda de circulación perfecta de la información, un progresismo en la lógica de flujos que rige el capitalismo cibernético.
La hipótesis cibernética
De reciente publicación por la editorial Hekht, La hipótesis cibernética (2016) destaca como un libro clave para pensar fenómenos que usualmente damos por sentado y valoramos como positivos: la implementación de políticas de transparencia activas, el imperativo de mayor seguridad, la vida en las redes sociales. Escrito por el autor colectivo Tiqqun, –sobre el que llegaron a pesar algunas sospechas de terrorismo light en Francia– el libro rastrea la emergencia de una nueva forma de organización política, de lucha y de relación social: una democracia conectada, participativa y transparente. Para ellos, las iniciativas de gobierno abierto, de participación ciudadana, reducen el papel del gobierno al de un facilitador y líder de proyectos. De esta forma las prácticas de gobierno se identifican cada vez menos con la soberanía del Estado. En la era de las redes, gobernar significa garantizar la interconexión entre personas, objetos y máquinas, así como la circulación libre (es decir, transparente, controlable) de la información que así se genera. Esta forma de gobierno es una práctica que ya está en curso y ocurre, casi en su totalidad, fuera de los aparatos del Estado, aun cuando estos intentan a toda costa mantenerla bajo control.
La demanda de transparencia, de trazabilidad, es una demanda de circulación perfecta de la información, un progresismo en la lógica de flujos que rige el capitalismo cibernético.
Aún sin tener mucha idea de ella, la cibernética es la cosa más natural para nosotros. De hecho hablamos en sus términos: redes, sistemas, los prefijos ciber (cibersexo, cibercultura), los sufijos bot, icon (mailbot, emoticon), etcétera, forman parte de nuestro lenguaje cotidiano. Los Tiqqun proponen un trabajo histórico que tiene como objetivo poner en escena esta nueva organización de los posibles, el novedoso régimen epistémico que coloca la transparencia, la comunicación y la lucha contra el secreto en el centro de su proyecto de poder. Y sobre este vértice circula la originalidad del libro: la cibernética para los Tiqqun no es solo un proyecto de ingeniería (inteligencia artificial y robótica) sino que implica una gubernamentalidad concreta que atraviesa todas las relaciones. Una tecnología de poder que busca coordinar racionalmente los flujos de informaciones y decisiones que circulan en el cuerpo social. Un poder móvil, horizontal y dinámico –que poco se relaciona con la soberanía del Estado– que mapea con precisión el comportamiento cotidiano de grandes masas de datos, al cual engordamos con nuestra afición a comunicarnos. Al reponer las condiciones históricas que hicieron posible el escenario actual, los Tiqqun dan con el mojón de la cibernética: un deseo activo de totalidad (y no solamente una nostalgia de ésta, como las viudas del romanticismo). Así lo explican ellos: la cibernética –hija de la amenaza totalitaria y el terror térmico de los años 40– al igual que el Internet, que de ella deriva, es un arte de la guerra cuyo objetivo es salvar la cabeza del cuerpo social en caso de catástrofe. Por tanto, es una disciplina que necesariamente se pregunta por el problema metafísico de la fundación del orden a partir del caos.
La cibernética es natural para nosotros. De hecho hablamos en sus términos: redes, sistemas, los prefijos ciber (cibersexo, cibercultura), los sufijos bot, icon (mailbot, emoticon), etcétera, forman parte de nuestro lenguaje cotidiano.
Estos avances epistemológicos fueron posibles en gran parte gracias a la emergencia de la información en la ciencia del siglo pasado: no como un simple dato, sino como medida de organización del mundo maquínico, natural y humano. Si la física mecanicista newtoniana sostiene un universo compuesto de materia y energía, los cibernéticos agregan la información gobernando estos dos conceptos. La cibernética (que debe su nombre del griego kubernesis “pilotear, acción de gobernar”) irrumpió de esta forma como un conjunto de dispositivos que aspiraron a hacerse cargo de la totalidad de la existencia y de lo existente. Así fue como Wiener, Shannon y Von Neumann comenzaron a pensar la organización de sistemas –de cualquier tipo: mecánico, social, económico– a partir de la comunicación y la información. Este grupo de informáticos, matemáticos y físicos descubrieron que para que un sistema funcione es necesario que la información circule y para ello tiene que existir una devolución, un feedback de información: la capacidad de hacer algo con eso que se recibe. Sin embargo los sistemas no son infalibles. La información a medida que circula pierde propiedades, al igual que la energía –en la medida que se intercambia– se degrada. Esta merma, que la física denominó entropía, explica la descomposición de lo viviente, el desequilibrio en la economía, la disolución del vínculo social, etcétera. La entropía es el enemigo del cibernético.
La crisis de la hipótesis liberal
Norbert Wiener, padre de esta ciencia, pronunció en 1948 que la cibernética “estudia la comunicación y el control en animales, hombres y máquinas”. Una afirmación novedosa que, como señalo Pablo E. Rodríguez en una entrevista radial al programa clinämen (La Tribu), “supone que animales, hombres y máquinas comparten un plano ontológico, cosa que ya sería un problema, y se trata para la cibernética de que todos los dispositivos vivientes y artificiales son dispositivos de información, por lo tanto de comunicación”. Una apuesta fuerte, si pensamos que para la teoría crítica, los estudios culturales y otros humanismos no hay nada más humano que la comunicación. Como sea, de esta forma se inaugura un terreno común a partir del cual la unificación de las ciencias naturales con las ciencias humanas fue posible.
El mercado ya no asigna de forma virtuosa las riquezas, sino las informaciones. Un ser vaciado, sin interioridad (¿existió la interioridad alguna vez para nosotros?), toma el relevo del sujeto racional.
En este punto, los Tiqqun observan el surgimiento de nuevo tipo de hombre ante el agotamiento del modelo de sujeto racional moderno: ese tipo motorizado por el beneficio individual que se educaba para tomar decisiones razonadas, libres del prejuicio e ignorancia. Para los cibernéticos el fracaso operativo del homo economicus radica en su incapacidad de poder conocer el conjunto de los comportamientos de los demás actores económicos, en este sentido la idea utilitarista de una racionalidad de las elecciones micro-económicas no es más que una ficción. El mercado ya no asigna de forma virtuosa las riquezas, sino las informaciones. Un ser vaciado, sin interioridad (¿existió la interioridad alguna vez para nosotros?), toma el relevo del sujeto racional de Occidente que sucumbe frente a nuevas formas de autoconstrucción orientadas hacia una mirada exteriorizada. La cibernética está produciendo su propia humanidad: transparente, digital y conectada.
Donny Boy
Donald Trump y el Brexit, tal vez sean el golpe más fuerte que recibió el capitalismo cibernético, a la New Economy que soñaron Bill Clinton y Tony Blair en los años 90. Menta decir que, a las claras, estos fenómenos son producto la quemazón que produce la regurgitación del ácido gástrico cibernético. ¿Pero son movimientos defensivos? ¿Intentonas de regreso a una época preglobal? ¿Es deseable poner las botas en el barro del nacionalismo y los discursos de soberanía? ¿O es un movimiento faccioso al interior de la propia razón cibernética? Tal vez, por el momento, solo podamos decir que el miedo que sostiene el triunfo de Trump es un terror cibernético: a la mera anarquía desatada sobre el mundo. Lo cierto es que nadie esperaba estas estocadas. La poca previsibilidad de estos acontecimientos probablemente signifique para el orden global una ratificación de la tendencia del mundo a la muerte, al desorden, a la entropía. Un paso del estado menos probable (de organización) al más probable (de desorganización y muerte). ¿Puede pensarse como apertura a lo nuevo? Los muros y la superchería nacionalista no estarían en ese orden. O sino, tal vez, podemos dejar de preocuparnos por ello, y podamos prestar atención a esa servidumbre que ayudamos a construir sin darnos cuenta bajo el imperativo felicista y comunicativo. En definitiva, todos trabajamos –de una forma u otra– por un mundo transparente, interconectado y fluido//////PACO