En la facultad de Filosofía y Letras, el profesor R. habla con sus alumnos.
– Sabato es El túnel –dice-. Es –enfatiza-. Es –repite-. Eso lo convierte –se levanta y comienza a caminar-, lo vuelve uno de los pocos –se detiene-, poquísimos escritores argentinos verdaderamente audaces.
El silencio reina y cuarenta alumnos toman sus notas.
– ¿Qué es esa audacia? ¿Cuántos autores son sus obras?
Nadie abre la boca.
– ¿Borges? Quizás, pero no el liviano Julio Cortázar. Recuerden –dice-, estamos en el año 1950. Mitad de siglo en la joven patria.
Levanta la mirada y lo persigue un cartel revolucionario.
– 1950 –dice-. ¿Qué quiere decir ese año para el joven Julio Cortázar? –silencio-. ¿Qué pretende Cortázar más allá de los bombos, la marcha peronista y esa historia conocida del exilio?
Silencio.
– Pretende el aura de Sabato. ¿Qué es ese aura? –nadie responde-. La popularidad.
Pausa teatral.
– En la década del 50, Sabato es un escritor popular. Lo es gracias a ese pequeño panfleto de los celos: El túnel. No importa el texto, el texto es el autor y el autor transmuta en autor popular.
Sonríe.
– Cortázar es lúdico, espíritu joven, pero, ¿cómo puede lograr la popularidad del otro?
Silencio.
– 1948: Sabato publica El túnel. 1949: Borges publica El Aleph. 1951: Cortázar publica Bestiario. He ahí la Tríada Nacional. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, amén.
Se persigna y la clase sonríe.
– Esos años crean la Gran Literatura Nacional. Borges el Santo Patrono de la literatura argentina y abajo, enfrentados, Cortázar y Sabato.
El profesor R. dibuja en el pizarrón verde un triángulo blanco.
– Afuera del triángulo –dice-, afuera del cenáculo, del canón, grandes escritores. Bioy Casares, el eterno confidente. Arlt, rescatado por el sabio Piglia. Afuera Lugones, Pizarnik, Marechal.
El profesor mira el suelo y medita.
– Hernández el abuelo, el viejo loco de los gauchos, los indios y las fronteras.
Retoma la fuerza.
– Cortázar el hijo rebelde, exilado y romántico. Sabato el hijo celoso, incapaz de resistir la tentación de matar a ese padre omnipresente.
Breve pausa.
– Año 1961: Sabato publica Sobre héroes y tumbas. Reconocimiento y honores. Más popularidad. Estatua. Año 1963: Cortázar publica Rayuela. Y Cortázar es Rayuela –dice-. Es –enfatiza-. Es Rayuela. Sabato se desmorona. Es un boxeador lastimado. Es un corazón lastimado. ¿A dónde viaja la popularidad? ¿A ese emigrante? ¿Ese niño de 50 años?
Pausa.
– Sí, a él viaja.
Nueva pausa.
– Pero, ¿ahí termina la historia? –nadie abre la boca-. No –dice y camina-. La historia es finalmente La Historia. Y como en esos cuentos maravillosos de Borges donde Lo Distinto es finalmente Lo Igual, donde Santo y Pecador, Creyente y Hereje se queman en la misma hoguera, La Historia decreta. ¿Qué dice la Historia?
Breve pausa.
– Los juzga con la misma vara: declara las dos novelas, ¿cómo? Ilegibles. I-le-gi-bles. Un loco y extraviado amor de juventud. Eso no es la Gran Literatura Nacional. Todos estábamos equivocados. Pero, ¿por qué nos equivocamos?
Nadie abre la boca.
– ¿Quién tiene la culpa?
Nadie dice nada.
– Ustedes –dice-. Ustedes los jóvenes.
Se toma un segundo.
– Incluso los lectores crecen. No es una elección, créanme que no –se sienta-. Crecemos. No somos ya el adolescente idealista, romántico, combativo –levanta la mirada al techo, último indicio de una fuerza que se desvanece-. Entre ustedes y nosotros sólo puede haber –se detiene, pergeña-, sólo hay una cosa, chicos. Odio.
Respira.
– Odio por lo que ya no seremos. Odio por lo que finalmente seremos.
Cierra los ojos.
– Por eso odiamos esas dos novelas. Ese odio dinamita todo. Ese odio me obliga a mí, acá –vuelve a mirar a su clase-, me obliga a decir que tanto Sobre héroes y tumbas como Rayuela son, a todas luces, a simple vista, mala, pésima literatura/////PACO