Volvió el show. Sí, volvió el show. Porque lo que conocemos por show es un despliegue de escenografía, baile, música, vestuario, chistes fáciles, puteadas y cuerpos excitantes y excitando, todo compactado de una manera adecuada para que quepa dentro de una pantalla televisiva. Marcelo Tinelli, el empresario front-man que quiere ser Presidente de la AFA, firmó unos cuantos cheques y contratos, trazó contactos, negoció (Tinelli no negocia, sugiere) con una enorme cantidad de personas y empresas y montó el espectáculo de apertura de lo que es la décima edición de Bailando por un sueño, ese ciclo donde la palabra clave es entretenimiento.
La transmisión de El Trece empezó con una típica escena de la novela turca que elevó el ego de Adrián Suar como productor ejecutivo, Las mil y una noches, donde Onur y Sherezade dialogan en un bar. Las voces están cambiadas y el timbre del doblajista de la mujer ya te hace reír. Onur quiere coger, se lo dice como un galán, sutilmente, le dice que quiere pasar la noche juntos. Ella sonríe, con la delicadeza de las niñas bien y le dice que no, porque hoy está ShowMatch, que después sí. La escena es bastante idiota pero efectiva: funciona en el nivel del absurdo, del elemento anómalo en la continuidad. Pero lo que realmente funciona es la interrupción de la cadena nacional. Así aparece una Cristina Kirchner también doblada donde habla de la vuelta de Tinelli. Imposible no reírse con una CFK jocosa e irónica que dice: “Vuelve El Cuervo, no vos Larroque, vuelve un cuervo más importante”. Los aplausos y las risas de los funcionarios parecen estar bien.
Imposible no reírse con una CFK jocosa e irónica que dice: “Vuelve El Cuervo, no vos Larroque, vuelve un cuervo más importante”. Los aplausos y las risas de los funcionarios parecen estar bien.
El escritor israelí Amos Oz dice que los fanáticos no tienen sentido del humor, como si el fanatismo le impidiera reírse de sus propios dogmas y de lo que hay del otro lado de la calle. ¿Aún quedan fanáticos del antitinellismo? Porque los que adoran a Tinelli no son fanáticos sino, más bien, admiradores, le guardan un cariño por aquellos años populistas de VideoMatch donde el humor básico y superficial divertía como un viaje en catamarán a fondo. Ese cariño, ese respeto, esa nostalgia aparece en forma de admiración, porque claro, todos quieren ser Tinelli, todos quieren tener unos cuantos millones, montar un show así, tener una novia preciosa, mantener una buena relación con sus ex esposas, tener facha, levante, buena reputación, tatuajes, fama, respeto, poder. Ese es el fanático de Tinelli pero que en realidad no lo es, aunque claro, también está el que cree que el control remoto es el signo icónico de la democracia, pero esa es otra discusión. El que sí existe es el fanático que odia a Tinelli, que cree que lo que emite la televisión cuando el canal no es Encuentro, Europa-Europa o I-Sat es una radiación ácida de moco y barbarie. ¿No sintieron que el lunes se reestablecía esa vieja discusión entre quienes adoran y quienes odian a Tinelli, de qué clase de televisión queremos, si una que entretenga o una que eduque? No, yo tampoco.
Luego del video, hubo una larga seguidilla de coreos, música, flashmob, trapecistas, enanos volando y cuerpos esculturales que no vale demasiado la pena precisar salvo nombrar algunos nombres para mapear el territorio: la nueva ícono teen Lali Espósito, la pareja con más seguidores del país Paula & Peter (juntos superan la suma entre Cristina Kirchner y Jorge Rial), el espectáculo circense de Stravaganza y la princesa de la cumbia que baila la clase alta, Malena Lezcano de Agapornis. La famosa presentación que años atrás contó con la remake del clip de Californication de los Red Hot Chili Peppers, Hombres de Negro o Qué pasó ayer, esta vez fue Forrest Gump. La escena empieza con un Tinelli moderno sentado en un banco de una plaza hablando lentamente, como un retrasado, actuando mal, y recordando su historia. Como el mismo Forrest, Tinelli habla con diferentes personajes del siglo XX entre los que están Perón, Lennon, Obama y Caruso Lombardi. Todo esto bastante olvidable.
El escritor israelí Amos Oz dice que los fanáticos no tienen sentido del humor, como si el fanatismo le impidiera reírse de sus propios dogmas y de lo que hay del otro lado de la calle. ¿Aún quedan fanáticos del antitinellismo?
Finalmente, lo que todos esperaban: los precandidatos a Presidente junto a sus esposas, el sometimiento de la política al filtro del rating, de la farándula, del visto bueno del hombre que maneja los hilos culturales de la televisión popular. Pero la novedad no es demasiado grande porque, como todos saben, el conductor es amigo de los tres grandes candidatos, y de esa amistad se trataron de agarrar para no patinar demasiado y continuar construyendo sus discursos vacíos repletos de frases hechas sobre esa Argentina que todos queremos, la de la no confrontación, la del trabajo digno, la del esfuerzo, la de la solidaridad, la de la seguridad y no sé cuántas imbecilidades más. El primero en llegar fue Daniel Scioli con Karina Rabolini. El imitador era Freddy Villareal con una actuación pésima que utilizó como recurso, reiterado hasta el hartazgo, del bracito de plástico. ¿Era necesario que Scioli le juegue una carrera a su imitador a ver quién se hacía el nudo de la corbata más rápido con una sola mano? El segundo fue Mauricio Macri disfrazado de canchero. Juliana Awada intentó dejar en claro que su marido, además de ser un canoso y millonario miembro del jet set porteño, es un hombre fogoso. La imitación estuvo a cargo de un Martín Bossi irónico que hizo chistes sobre la importancia de anglozajonizar a la Argentina y hacer que Buenos Aires sea una Miami con mucha, mucha pero mucha onda. Finalmente cayó Sergio Massa que cada vez cuenta con menos Intendentes en su espacio. Dijo cosas como que “ahora no soy tan mujeriego como antes” y su esposa, Malena Galmarini, no sabía si retarlo o festejarle los chistes. Roberto Peña, que por momentos confundió la imitación con Luis D’Elía, recurrió al graciocísimo “tajaí” recordando de forma siniestra al “alica-alicate”. Esta es la política que nos ofrece el capital: bruta, aburrida, exitosa pero televisada.
El pico de 36.2 puntos de rating que tuvo esta primera emisión recordó a la vieja televisión, la de algunos años atrás, cuando internet era una cosa extraña y las familias hacían sobremesa con la tele encendida. El pico de 36.2 puntos recordó el poderío de un show de alto presupuesto que, como los grandes monstruos, mueren luego de una larga longevidad. Porque el Bailando es eso, una gigantesca fiera involteable, torpe y bruta que difícilmente pueda correr más veloz que un humano o hacer más de cinco jueguitos con la pelota o dibujar un círculo perfecto o memorizar un poema corto, pero lo que es seguro es que el monstruo está ahí, en el prime time, en el sonido de fondo de la cena de la pareja que ni se habla, en el plasma nuevo que papá le compró a la familia, en el epicentro del planeta Farándula, en el filtro de la clase política de la burguesía que quiere ser popular, en la cagazo del miamense Daniel Vila, dueño de América, que gastó fortunas para montar un aburridísimo Gran Hermano e imponer su canal repleto de panelistas y también en la bronca de los anti Tinelli ante la barbarie, ante la farándula, ante la TV basura. Una pena porque hay TV basura para rato. Supérenlo/////PACO