Hay una premisa casi centenaria que dice que el objetivo inmediato de toda organización de inteligencia no es reprimir, sino conocer para poder reprimir en el momento y el lugar necesarios. Esta idea surgió del revolucionario bolchevique Víctor Lvóvich Kibálchich, mejor conocido como Víctor Serge, quien tuvo en sus manos los archivos y los documentos de la policía secreta del zar de Rusia, quizás una de las organizaciones más importantes en la historia del espionaje.
En las investigaciones de Serge, publicadas en un manual con algunos datos interesantes junto a una serie de obviedades llamado Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, se puede observar cómo la policía zarista tenía agentes infiltrados en casi todas las organizaciones políticas de la Rusia de principios del siglo XX y una red amplísima de informantes, profesionales algunos, marginales otros, que servían de oídos y ojos del régimen. Pero lo interesante no es que los organismos policiales y militares realicen tareas de espionaje, lo cual es una obviedad, sino utilizar esta obviedad para reflexionar sobre sus alcances y objetivos.
Una historia de espías es de por sí interesante. Y que un agente de la Central Intelligence Agency, la CIA, la organización de espionaje más poderosa de los últimos cincuenta años, haya intervenido en un barrio bonaerense como Villa Martelli, podría dar lugar a textos del tipo “La CIA y la gente común”, o algo por estilo. Sin embargo, eso nos alejaría de pensar en los verdaderos motivos que llevaron a un agente de la CIA a transitar las calles de Martelli y, más importante aún, nos desviaría de pensar la posibilidad de que la CIA siga operando aun entre las calles del barrio o, ideológicamente, en nuestras cabezas.
La CIA fue fundada el 18 de septiembre de 1947 bajo la presidencia de Harry Truman. Con el impulso de la Ley de Seguridad Nacional, el presidente estadounidense buscaba ordenar el aparato militar, la política exterior y la inteligencia para el nuevo ordenamiento mundial que dejaba la Segunda Guerra Mundial. Recordemos que, luego de la contienda bélica, el planeta quedó virtualmente dividido en dos grandes áreas de influencia y que la victoria de Stalin sobre Berlín, dos años antes, había impulsado realineamientos internacionales en los cuales la Unión Soviética adquiría mayor importancia. Durante los debates para la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional, que incluía fusiones de organismos, la coordinación de la seguridad nacional y la creación de la CIA, hubo algunos senadores que se opusieron por temas relacionados al presupuesto, pero finalmente se aprobó sin dificultades y la agencia que promovería golpes de estado, revoluciones y atentados según la conveniencia de la política internacional de los Estados Unidos fue creada.
Para aquel entonces, en la Argentina estábamos transcurriendo diecisiete años del modelo de industrialización por sustitución de importaciones que empezó en la década de 1930 y que obtuvo mayor impulso con la presidencia de Juan Domingo Perón. Una consecuencias de este impulso fue un cambio demográfico casi sin precedentes en la historia del país, solo comparable con las grandes olas inmigratorias desde Europa a principio de siglo. Con la instalación y el crecimiento de diferentes industrias, sobre todo textiles, alimenticias y metalúrgicas, se expandió la población de Buenos Aires, creándose nuevos barrios y centros industriales en las áreas más alejadas del centro y en las zonas lindantes. Ubicado en la zona norte de Buenos Aires, Villa Martelli todavía es un barrio tranquilo de casas bajas y galpones hoy abandonados. La quietud se puede percibir en las calles con sólo transitarlas en el tradicional horario de la siesta. Cuando éramos chicos, aquellos galpones abandonados nos servían de ventanales para apedrear y el casi nulo transitar de automóviles permitían hacer de cualquier portón un arco de futbol. Pasando el tiempo, la quietud dejaba de ser una virtud y la sensación concluía siendo de completo aburrimiento. Volver a casa después de la facultad a las diez de la noche, de hecho, daba la sensación de estar caminando por la residencia Costa Sol descripta por J. G. Ballard en Noches de cocaína, un barrio en donde solo se veía el reflejo de los televisores por las ventanas de gente en edad de jubilarse.
Villa Martelli está delimitada por la avenida General Paz hacia el sur, la avenida Mitre hacia el este, la avenida Constituyentes al oeste y la calle Melo al norte. Dentro del perímetro, y en sus alrededores, funcionaron grandes empresas como Longive, Aceitera Ybarra o Miluz, que producían alimentos, electrodomésticos, pinturas, textiles y metalmecánica en general. Imaginemos por un momento la situación en la década del 50. Un barrio constituido por una incipiente clase obrera industrial que obtenía derechos laborales, sindicales y sociales por el modelo económico peronista. Son estas mismas personas las que comenzarán a crear también organizaciones barriales, muchas de las cuales perduran hasta hoy: la escuela Nicolás Avellaneda inauguró su actual edificio en el año 1950, y el club homónimo de la estación de tren, Padilla, en 1942. Pero lo que puso en marcha una operación de la CIA sobre territorio bonaerense fue un grupo de residentes polacos que en 1949 conformaron una sociedad con el objetivo de realizar actividades culturales y sociales. El nombre de su sociedad fue el del pianista polaco Frédéric Chopin, que luego de un alquiler pasajero en la calle Roca se radicará en la emblemática sede de la calle Perú 882.
En el año 2017, la CIA desclasificó una serie de documentos y los puso a disposición de todo internauta. A partir de ahí, dentro de la búsqueda que se puede realizar en el FOIA (Freedom of Information Act), se puede encontrar material de gran valor histórico, como el Archivo Nixon acerca de la diplomacia estadounidense con la República Popular de China, informes sobre avistamientos de OVNIS que durante décadas habían sido negados e incluso la intención de la Agencia Central de Inteligencia de fomentar a intelectuales progresistas franceses como los que, en los años 70, corrían por izquierda al marxismo estalinista o a las corrientes nacional populares. Por supuesto, cada uno de estos tópicos ameritaría una investigación particular detallada, pero la pregunta que nos hacemos ahora es: ¿qué tan cerca de Argentina estuvo (y está) la CIA? ¿Podrían llegar la inteligencia estadounidense y sus intereses a metros de nuestras casas? Y más importante: ¿acaso no hay una relación directa entre la presencia de la CIA y la recurrente conversión de aquel tipo de barrios, hasta no hace tanto populosos, industriales, incluso con algunos bailes nocturnos y jóvenes a la vista, en zonas vacías con unos pocos jubilados errantes y galpones abandonados próximos a convertirse, con suerte, en torres despersonalizadas de monoambientes?
Hace varios años, cuando recién aparecían las redes sociales tal como las conocemos, quienes se creían verdaderos guerrilleros urbanos, aunque no pasaran de ser personajes de los que relató muy bien Pola Oloixarac en Las teorías salvajes, tenían un lema: “Ni SUBE, ni Facebook”. De lo que se trataba era de evitar una posible represión a sus actividades esquivando los que ya por entonces se consideraban dispositivos de vigilancia. Mi padre, con buen tino, y tratándose de alguien nacido y criado en Villa Martelli, solía decirles a quienes repudiaban la SUBE y Facebook que nadie podría espiar a quienes no tienen algún motivo real para ser reprimidos. La respuesta del viejo tenía bastante lógica: ningún pretendido activista por los derechos sociales puede dejarse llevar por eso que podemos nombrar como paranoia. Pero, a la vez, la historia también demuestra muchas veces que ciertos hechos absurdos, extraños y sin sentidos son posibles. Uno de ellos es lo sucedido en la Sociedad Polaca de Villa Martelli en abril del año 1954. Ese año, el embajador polaco en la Argentina, Romuald Spasowski, fue junto a otros diplomáticos a dos encuentros de inmigrantes polacos en la Argentina: uno en Wilde y otro en Villa Martelli.
La CIA venía siguiendo las actividades de grupos pro-polacos, en ese momento sinónimo de pro-comunistas, en la Argentina. Spasowski era embajador en el país desde hacía un año, luego de haber prestado servicio en Londres. Antes había sido militar y un activo militante comunista, y luego de su paso por nuestro país fue embajador en los Estados Unidos. También se menciona la presencia de banqueros polacos en las reuniones. ¿Financiarían las actividades comunistas en el país? Podemos suponer que esa era la sospecha de la CIA. Según los cables desclasificados, la Sociedad Polaca Frédéric Chopin de Villa Martelli estaba integrada por 200 personas, la mayoría iletrados que habían inmigrado antes de la guerra. Escrito a máquina, en un lenguaje acartonado y policial, el cable también dice que tenían una biblioteca, aunque no detallan con qué libros. ¿Qué leerían aquellos inmigrantes en un barrio del Conurbano bonaerense? ¿Tendrían alguna versión del Facundo o del Martin Fierro, o más bien leerían textos polacos? Algo importante señalado por el agente de la CIA es que el 10% de los integrantes de la Sociedad Polaca Frédéric Chopin, aquellos que llegaron después de la guerra, eran más bien intelectuales con una adhesión al régimen comunista de Polonia.
El cable desclasificado, sin embargo, no dice cómo llegó el espía al país ni qué se encontró en los alrededores del barrio. El contexto es algo que podemos aportar nosotros. Podemos imaginar que el agente de la CIA llegó a Villa Martelli en el tren Belgrano Norte, bajó en la estación Padilla (quien haya leído alguna novela policial sabrá que el tren es el medio de transporte privilegiado de los espías) y caminó por Lavalle hasta doblar en Perú, tratando de pasar desapercibido mientras observaba los galpones y los talleres. Los cables de la CIA pueden sonar quizás curiosos e inocentes: al fin y al cabo, se trata de un agente cuya tarea era espiar a unos pocos polacos brutos en los confines de Buenos Aires. Pero lo que vale la pena pensar es si acaso la intervención del Departamento de Estado de los Estados Unidos se limitó a este tipo de acciones o si hubo otras. De hecho, si pensamos en la actuación del Departamento de Estado en la sangrienta dictadura militar argentina de 1976 a 1983, podemos suponer que esto de los polacos fue casi una nota de color. En Villa Martelli, por ejemplo, fue asesinado Mario Santucho en un departamento de la calle Venezuela y también fueron asesinados por la Triple A los delegados de la fábrica de pinturas Miluz. Por otro lado, tuvieron que exiliarse o pasar a la clandestinidad los delegados de Editorial Abril y la Hidrófila.
En cuanto a la actuación de la dictadura militar, más allá de los casos de secuestro y desaparición, podemos pensar, más bien, en el desastre económico que el plan de gobierno del Proceso implicó para el barrio. Si en los años 50 la política estatal fue de impulso a la industria sustitutiva con la creación de organismos de desarrollo industrial, créditos e infraestructura para el desarrollo, en la época del general Jorge Rafael Videla y el economista José Alfredo Martínez de Hoz la violencia se utilizó para desarmar el aparato productivo. Como señala el economista de FLACSO Eduardo Basualdo, durante la dictadura se impuso un modelo de valorización financiera del capital que implicó un fuerte endeudamiento externo a tasas bajas para hacer la bicicleta financiera con las altas tasas locales y luego fugar divisas una vez realizada la ganancia. La participación de los asalariados como % del PBI, luego del golpe de Estado, fue de 22 puntos menos. La participación del Departamento de Estado norteamericano en los golpes militares en Sudamérica como parte del Plan Cóndor está harto documentada en un sinfín de publicaciones, e incluso hay un documento desclasificado de la CIA que habla de 22.000 personas asesinadas y desaparecidas en la Argentina en el año 1978.
La presencia de un espía de la CIA en Villa Martelli en 1954, por su parte, encierra algunas paradojas. La primera es que Romuald Spasowski, el polaco espiado, en la década del 80 abandono la ideología comunista, participó en los inicios de Solidaridad (el sindicato que jugó un rol importante en la caída del comunismo polaco) y termino exiliándose en los Estados Unidos, donde realizó distintas giras con conferencias en contra de los regímenes colectivistas. Además, tuvo un programa de televisión anticomunista financiado por la Agencia de Información de los Estados Unidos. Por otro lado, la Sociedad Polaca Frédéric Chopin reabrió sus puertas hace un año con algunas actividades, e incluso tienen una cuenta de Instagram. Esto significa que si alguna vez el hermetismo tuvo que ser quebrado por un agente internacional de inteligencia, ahora podemos ver las publicaciones del mismo objeto de interés de la CIA en una red social. En un programa de radio, incluso, compararon la reapertura de la sociedad con la película Luna de Avellaneda////////PACO