Chic y elegante. Sexy pero discreta. Juliana Awada, la mujer que enamoró al presidente Mauricio Macri, recibe abundantes elogios por su apariencia y buen gusto. Hasta la prestigiosa revista Vogue la calificó a la altura de Michelle Obama y Jackie Kennedy. Una mujer moderna, sensual, que luce atuendos sobrios con detalles llamativos para acentuar su figura privilegiada. Nunca desacierta. No abusa de colores, ni de brillos, ni de escotes, ni de transparencias. Su estilo es clásico y femenino. Incluso cuando días atrás recibió al presidente francés, François Hollande, se permitió un súper tajo que dejaba sus piernas al descubierto. Envuelta en esa pollera con la que casi cualquier mortal hubiera parecido Úrsula, la bruja del mar, Juliana fue una impecable sirena que coronó su outfit con un clutch negro y stilettos a tono. Ella tiene esa virtud: jamás peca de vulgar.
Juliana acompaña a su marido. De ese modo, representa el perfecto opuesto a Cristina. La diferencia es ideológica y tiene un reflejo estético.
Los que acusaban a la ex presidenta Cristina Kirchner de ser una adicta a las carteras Louis Vuitton y los zapatos Gucci, hoy ponderan la (también carísima) sobriedad de la primera dama. ¿Cuál es su plus -para todos ellos- además del físico privilegiado y las impecables elecciones indumentarias? Juliana puede ser vista como una mujer no contaminada por la política. Se acerca, la roza e incluso muchos aspectos de su vida están atravesados por ella. Sin embargo, no se involucra desde lo personal en cuestiones partidarias ni da a conocer su opinión sobre temas candentes. Juliana acompaña a su marido. De ese modo, representa el perfecto opuesto a Cristina. La diferencia es ideológica y tiene un reflejo estético. Los ojos profundamente delineados de la ex Presidenta trasladan de inmediato a sus años de juventud en los diezmados ‘70. El rímel y los duros trazos de sus labios son un nexo visual con la Argentina hiperpolitizada que mamó de adolescente. Un mundo muy diferente al de colegios privados, cocktails caros y ropa de diseño en el que se desarrolló Juliana, donde imperan las reglas del maquillaje mesurado y el “menos es más”. Las burlas a Cristina por su libre interpretación del protocolo jamás podrían hacerse sobre Juliana. Ella reconoce a la perfección los límites de lo correcto y sabe cuál es su margen para explorar un estilo propio. Aquel mérito no es un don natural; tuvo un largo entrenamiento para volverse talentosa. Tras su fugaz matrimonio con Gustavo Capello, fue pareja durante casi una década del millonario conde belga Bruno Laurent Barbier y sacó jugo de esa experiencia hasta separarse y dar el siguiente paso, cuando conquistó al por entonces jefe de gobierno porteño.
En definitiva, una digna exponente del jet set porteño para exportar al mundo con el pecho inflado.
Durante la última campaña presidencial, que desembocó en el triunfo electoral de Macri, Juliana fue una pieza imprescindible. Tuvo la participación justa y necesaria. No ocupó un rol protagónico como Karina Rabolini, pero cumplió su papel secundario de modo mucho más eficaz de lo que se leyó en ese entonces. Siempre al lado de Macri, funcionó durante el convulsionado 2015 como una compañera perfecta para lo que requería su esposo. Incluso en su cuenta de Instagram se dedicó a compartir fotos de ella con Mauricio, de ella con Antonia, de ella acompañada y acompañando. Rara vez se mostró sola. Y su importante papel quedó en evidencia después del debate presidencial, cuando ante los ojos de millones de argentinos primereó a la mujer de Daniel Scioli y acaparó los flashes al correr –vestida en un total white muy canchero- a darle un beso apasionado a Mauricio. Rabolini y Scioli se quedaron relegados y perplejos. “Fue espontáneo, somos cariñosos y demostrativos”, diría Juliana un día después. Ese gesto efusivo que adjudicó al amor por su marido estuvo en línea con otras intimidades que contó Macri durante la campaña. El entonces candidato por el frente Cambiemos confesó en el programa de Marcelo Tinelli que le gusta llamar “negrita hechicera” a su mujer. Los encantos de Juliana trascendieron los ojos de su esposo y despertó suspiros hasta en Mick Jagger, quien no dejó de mirarla durante todo el asado en el que la morocha argentina ofició de anfitriona. Al igual que el músico, las revistas del corazón también la amaron enseguida por cumplir a rajatabla los must de un ambiente no apto para novatas: ser refinada, bella y fotogénica. En definitiva, una digna exponente del jet set porteño para exportar al mundo con el pecho inflado.
Tiene un prontuario conocido: estuvo involucrada a través de sus empresas textiles con el trabajo esclavo en talleres clandestinos de la ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, Juliana no es sólo sofisticación con glam. Tiene un prontuario conocido y repudiado por una pequeña minoría politizada: estuvo involucrada, a través de sus empresas textiles -las marcas de ropa Cheeky y Awada-, con el trabajo esclavo en talleres clandestinos de la ciudad de Buenos Aires, distrito que gobernaba Macri (por segunda vez) en 2009, época en la que se conocieron en el gym y cruzaron miradas de amor entre bicicletas estáticas y escaladores para fortalecer glúteos. Finalmente, el juez Guillermo Montenegro sobreseyó a las marcas de la familia de Juliana, en una de sus últimas resoluciones antes de volverse un funcionario PRO. Desde hace años, ella eligió correrse de estos temas que opacarían su perfil de dama de la high society. En la imagen del mundo privado de la familia presidencial, Juliana se muestra como una mujer que tomó distancia de los negocios para recluirse en su hogar. Tras la asunción de Macri, anunció que se dedicará a acondicionar la Quinta de Olivos y pondrá parte de su libido en uno de sus “pasatiempos” preferidos: la cocina.
Juliana es madre de dos: Valentina, fruto de su romance con el conde belga, y la pícara Antonia. Pero la que sale en las fotos es siempre la menor.
Pero lo más importante de los próximos años -aclaró- será estar presente en la vida de sus hijas. Aunque muchos no lo recuerden a menudo, Juliana es madre de dos: Valentina, fruto de su romance con el conde belga, y la pícara Antonia. Pero la que sale en las fotos es siempre la menor. Es que la familia ensamblada no se presenta como tal; los hijos adultos de Mauricio tienen un bajo perfil y la preservada nena no participó siquiera en la imagen de la asunción presidencial. La construcción familiar de los Macri se apoya en omisiones y presencias selectivas. En ese contexto, una parte fundamental del juego político de Juliana consiste en poner en escena a su pequeña hija. Para lograr la empatía de la opinión pública, ¿qué mejor que mostrarle a la gente las aventuras de una nena tan adorable? Siempre alejada de la militancia partidaria, Awada también representa un aspecto relevante de la participación femenina en la política. Y ya no es solamente la “mujer de” un dirigente que floreció durante el menemismo, sino que su rol como primera dama la ubica en el centro de las miradas, aunque rehúya a cierta exposición que podría colocarla en terrenos pantanosos. En tiempos de renovación y utopías dialoguistas, el hechizo del mundo de la crème que encarna Juliana colabora con el anhelo manifiesto de cohesionar a los distintos sectores de una sociedad fragmentada. ¿Será magia? Su hechizo consigue unificar los deseos femeninos en el país de la grieta. La alta varita de Juliana y su encanto chic logra que (casi) todas quieran lo mismo: poder lucir como ella///////PACO