I
“A mí no me gusta pero de todos modos era una esperanza para los pobres” dice Elodie en Milagro en Haití, la reciente novela del chileno Rafael Gumucio, mostrándose escéptica del Golpe de Estado que acababa de recibir su país y que hace que su presidente deba exiliarse en los Estados Unidos. Gumucio no lo dice pero Jean Bertrand Aristide, el Presidente derrocado y el primero elegido democráticamente en la historia de Haití, es un líder populista. Y en esa caracterización que quedó como una verdad amarga desde hace años en Argentina, “roban pero hacen”, hay un componente fatídico de certeza. No sólo el hurto, el robo, el afano, la corrupción, sino también el contribuir a la llamada redistribución de la riqueza. ¿El robar y el hacer son dos caras de esa misma moneda que gira como un trompo loco y desbocado en la mesa de la historia argentina? ¿Existe la posibilidad de forjar una Patria bondadosa donde la política excluya de su naturaleza las relaciones espurias de poder y la confrontación entre intereses dispares que negocian para convivir? ¿Es la corrupción un tumor benigno que, mediante una prolija tarea de extirpación que le corresponderá no sólo a la casta política sino también a la sociedad civil, se podrá erradicar del organismo nacional? ¿O será acaso, como dice Francis Underwood en House od Cards, que «la democracia está sobrevalorada»?
¿Es la corrupción un tumor benigno que, mediante una prolija tarea de extirpación que le corresponderá no sólo a la casta política sino también a la sociedad civil, se podrá erradicar del organismo nacional?
Con algunas fichas coleccionables como Nicolás Caputo y Lázaro Báez, debatían este tema los panelistas de Intratables la semana pasada hasta que, en medio de chicanas portátiles, Julia Mengolini aseguró que “la corrupción no quita lo bueno de un proyecto político porque conviven” y citó el caso de Petrobras en Brasil y el grado de inclusión de ese país en los últimos años. Débora Plager, la panelista que la confrontaba, le respondió: “Hay un error conceptual y es creer que se puede pagar un precio por la inclusión social”. Pasados los minutos y a la vuelta del corte, la ex Duro de Domar exigió más respeto de parte de sus compañeros al tratarla de “cómplice de la corrupción” y comenzó a llorar. Su llanto fue leve y sutil, y mientras limpiaba sus lágrimas, pidió que el programa no se transforme en un juicio de Núremberg contra alguien que piensa distinto. La discusión se enmarca en un contexto donde diversos gobiernos de América Latina, muchos catalogados de populistas, han cumplido -algunos más, otros menos- más de una década y han sido sospechados de corrupción.
II
Cuando Jorge Luis Borges pone en la boca ficcional del unitario Francisco Narciso de Laprida los versos del Poema Conjetural de 1943 hace una notable intervención política. No sólo por publicarse por primera vez en el diario conservador La Nación ni porque se da en el mismo año en que Juan Domingo Perón ingresaba a la Secretaría de Previsión y Trabajo, sino porque resignificaba la vieja discusión entre civilización y barbarie. “Al fin me encuentro / con mi destino sudamericano» dice Laprida. ¿Qué es ese destino sudamericano? ¿Cuáles son los avatares que se esconden y se fluctúan en esa tragedia? Para la investigadora Mónica Bueno «es la viñeta con la que ilustra su definición del retorno de la barbarie». Pocos años después nacía el movimiento de masas que venía a recuperar una gran tradición de líderes carismáticos y caudillescos con gran apoyo popular (con matices, se puede incluir a Juan Manuel de Rosas y a Hipólito Yrigoyen): el peronismo. Además de sus pilares básicos -independencia económica, soberanía política y justicia social-, el peronismo ha tenido la virtud de empoderar un sujeto colectivo que, si bien marca sus límites de agrupamiento, están en constante expansión: el pueblo. Pero a partir de este concepto surgen una infinidad de problemáticas ya que la pregunta por su identidad es variable y tramposa. ¿Quiénes forman parte del pueblo? ¿todo lo que no se incluye en ese demoníaco compacto denominado corporaciones? ¿sólo los trabajadores o también la burguesía? ¿la burguesía nacional? ¿los dueños de los medios de producción? ¿los burócratas? ¿el funcionariado? Recuperando el análisis lacaniano del lenguaje, el filósofo Ernesto Laclau elaboró una más que interesante teoría sobre este tipo de gobiernos llamados populistas. Su particularidad radica en lo que él llama significante vacío. Si la cosa es pero también es nombrada, ¿cómo lograr la unidad cuando los intereses de diversos sectores no se emparejan? Como un río de mil afluentes, el populismo logra, mediante un significado único -peronismo, kirchnerismo, etc.- incorporar movimientos y clases que se amotinan bajo esa significación. El pueblo -los de abajo, los humildes, los que incluyen- es ese término que logra tejer un entramado complejo, dispar, incluso contradictorio, todo dentro de un significado mayor y apañador: el movimiento.
III
El populismo tiene un gran componente barbárico: esa actitud arrebatada de hablar desde una verdad inclusiva, que penetra en los que están a favor y acusa a los que están en contra, esa fuerza de “no seamos tibios”, “hay que jugársela”, “no se puede estar bien con Dios y con el Diablo”, esa rama que traza una línea en la tierra y dice “o estás con nosotros o estás con ellos” y que de esa forma construye un enemigo tosco, austero, oligárquico y liberal. “Un hombre de nuestro movimiento podrá tener cualquier defecto, pero el más grave de todos será no ser un hombre del pueblo”, explicaba Perón en una entrevista para la revista Crisis de 1974. El tono determinante pero a la vez paternal de Perón en los reportajes que daba a la televisión también muestran esa doble cara del populismo que juega con una concreción: hablar en nombre de todos. Para el filósofo esloveno Slavoj Žižek, según lo afirma en su libro En defensa de las causas perdidas (2011), la perversión política está en “convertirse en puro instrumento de la Voluntad del Otro: no es mi responsabilidad, no soy quien actúa en realidad, soy un mero instrumento de una Necesidad Histórica más alta». Ese cinismo aparece como la justificación inquebrantable de actuar en nombre del pueblo, que en su capacidad intelectual empoderada por la Democracia se lo avala. “Si no les gusta, armen un partido y ganen las elecciones” dijo una vez Cristina Fernández de Kirchner poniendo en evidencia que la única forma de obtener el poder legítimamente es mediante la voluntad popular del voto. No hay dudas que esto es así pero, ¿cuáles son los entramados políticos que se tejen en la conquista de ese ente borroso llamado pueblo? ¿Cuáles son los límites de esta figura? ¿Cómo se delimitan los bordes concretos de su existencia?
¿Qué es lo que posibilita que esta relación entre Estado y sociedad no se modifique? O’donnell le llama mediaciones.
Quizás sea el politólogo argentino Guillermo O’donnell (1936-2011) quien haya hecho las más interesantes indagaciones respecto del concepto de pueblo en términos políticos. En Apuntes para una teoría del Estado, analiza la relación entre el Estado y la sociedad y, según su hipótesis, el Estado no es otra cosa que la estructura político-jurídica que garantiza y encubre las relaciones desiguales entre las clases sociales. De esta forma, la burguesía es quien lo controla -su clase dirigente- teniendo el control de los recursos económicos, de los medios de coerción física y del control ideológico. Por ejemplo, si bien las paritarias son una herramienta que beneficia al trabajador, no es un dispositivo que le permita pasar a ser el más beneficiado en la relación dominador-dominado con el empresario, quien goza del gratificante derecho a la propiedad privada. ¿Qué es lo que posibilita que esta relación entre Estado y sociedad no se modifique? O’donnell le llama mediaciones. Una de ellas es el concepto pueblo que permite borronear la lucha de clases generando otro tipo de dicotomías mucho menos complejas. Un claro ejemplo lo dio Guillermo Moreno la semana pasada en entrevista con Alejandro Fantino: “por un lado el gobierno nacional y popular, por el otro la oligarquía”. De esta forma se logra incluir en el discurso a los grandes privados nacionales como parte del pueblo. Pero, ¿forman parte del universo de lo popular? Si O’donnell hoy viviera no dudaría en señalar las categorías macristas de vecinos y ciudadanos como un mediador más que intenta anular la cuestión ideológica, pero ahí ya entraríamos en otro tema.
IV
Cualquier definición enciclopédica tiene problemas para definir al pueblo en términos políticos. ¿Cómo incluir a todos los integrantes de una sociedad obviando las relaciones de poder? ¿Existe el pueblo en términos concretos y reales? La pluralidad de voces es una fantasía importante; pero eso no implica anularla sino, más bien, dejarla allá arriba, en lo alto, como utopía a lograr mediante todas las vías del derecho. Sin embargo Intratables se jacta de un slogan insostenible: “todas las voces, todas”. En el canal América -parte del Grupo Uno, propiedad de Daniel Vila y José Luis Manzano- se realizan estas batallas orales de chicanas y argumentos ad hominem. No hay dudas que el status quo del ciclo es antikirchnerista, por eso Diego Brancatelli es una suerte de bufón amigable elegido por el canal para recibir los tiros del resto de los periodistas, más pensantes, más objetivos, más profesionales. En ese contexto fue que Julia Mengolini esbozó su llanto. Y cuando una mujer llora hay algo en el mundo que se paraliza. No hace falta recurrir a versos enmantecados de ansiedad amorosa ni a canciones que claman el dolor de la pérdida, sólo se necesita tener un poco de empatía en la tristeza ajena. ¿Por qué llora en el prime time de un canal de aire una mujer con -en sus propias palabras- honestidad intelectual y convicciones? Si las lágrimas fueron una impostura para establecer una pausa lastimosa en la narrativa del programa, o si, por el contrario, fueron un grito de deshago frente al bullying ideológico de sus compañeros, no es algo que aquí interese. La pregunta concreta es: ¿qué sentidos se despliegan a partir del llanto de esta periodista que se muestra arrinconada por los contrargumentos?
En ese contexto fue que Julia Mengolini esbozó su llanto. Y cuando una mujer llora hay algo en el mundo que se paraliza.
Podemos hacer dos lecturas. Por un lado, la incapacidad intelectual por demostrarle al supuesto periodismo objetivo la complejidad de los movimientos sociales populares, los matices que se cruzan y entrecruzan en la cuestión del significante vacío, las relaciones de poder entre la burocracia sindical y los organismos de derechos humanos -por poner dos ejemplos bien contrapuestos- que se debaten sobre la marcha en un movimiento que la única forma que encuentra de avanzar es transformar al Estado en un Gobierno, partidizando sus oficinas y ministerios para garantizar la continua redistribución de la riqueza . Pero por otro lado el llanto también hace foco en esa escena donde el discurso se muerde la cola: esta forma de ampliar derechos sociales trae consigo la nulidad de gestar alternativas realmente redentoras y liberadoras que modifique la matriz económica del capitalismo ya que el Estado se engrandece paternalizando a las clases bajas, obligándolas a ser dependientes. ¿Cómo modificar la naturaleza encubridora del Estado burgués a las relaciones de clases si el populismo, arrogándose la representación de “los de abajo”, no toca la renta financiera, la ley de herencia, la propiedad privada?
V
Como una disputa interna con Hegel, en el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx comienza diciendo: “Hegel observa en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia mundial se producen, por así decirlo, dos veces. Se le olvidó añadir: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”. La referencia sugiere que en este mundo que parece plagiarse a sí mismo, los procesos históricos siempre son únicos. El intento de repetirlos es sólo réplica, con lo cual se caricaturizan y desvirtúan. Por eso, hablar de civilización y barbarie en los movimientos políticos de América Latina en el siglo XXI implica reconocer los magmas que se corrigen, las mareas que sobresalen, las distinciones que se modifican. Pero si hay una repetición de procesos añejos como farsa, ¿cómo entender hoy al populismo? En este contexto, ¿cuáles son las relaciones de poder, las dicotomías, los actores, la puja por la hegemonía? ¿Quién representa la civilización, quién la barbarie? Las lágrimas que humedecen los oscuros ojos de Julia Mengolini no son de ella. Ese llanto es, en realidad, el llanto del populismo. Cansado de ser interrumpido, de ser explicado, de ser aleccionado, de ser corregido, incluso ridiculizado, cansado de intentar argumentar sus prácticas sin concluir su objetivo, sin lograr convencer, el populismo llora porque su barbarie, su ímpetu desbocado de querer representar lo popular -un pueblo que ya no se halla de forma evidente en las narraciones de los líderes populares- acaba de ser tacleado por esa pizca de racionalidad sincera de la civilización que le exige mirar el mundo de otra forma, de una manera más abierta, más compleja. Corrido del trono por los enemigos que él mismo creó -liberales, oligárquicos, empresarios-, el populismo llora. Y ese llanto no se detendrá hasta que entienda sus errores, sus desaciertos, sus flaquezas, sus miserias adheridas a las paredes del país: los gérmenes inescrupulosos que él mismo lleva dentro, que lo carcomen, que lo pudren, que lo han transformado en lo que es hoy: una cara bonita pidiendo respeto y llorando por televisión////PACO