Estamos viendo el nacimiento del Homo Domus. En los últimos treinta años se ha gestado paulatinamente un nuevo tipo de ser humano. El 2020 es como la cuna del bebé que está a veces riendo, a veces llorando, a veces curioso de lo que pasa a su alrededor.
Siempre me había parecido que Sartori había sido demasiado optimista al crear al Homo Viddens. La sociedad teledirigida fue el subtítulo de un libro, si bien revelador en muchos aspectos, era insuficiente y exagerado en otros. Lo pudimos entender después, algunos años pasado el 2000, cuando su obra envejeció en los anaqueles y fue digitalizada sin más repercusión que cualquier pieza de museo. Pero sí es posible ver, para todos nosotros, al Homo Domus. Porque cada uno de los que está leyendo este texto probablemente es miembro de esta nueva especie o será borrado de la existencia por el orden que se forma en torno a él.
La sencilla traducción de su nombre en latín indica que el Homo Domus es un tipo de humano que desarrolla su vida exclusivamente en la casa que habita. Trabaja, duerme, come, pide todo a domicilio. A veces sale pero para volver rápidamente. No tiene importancia si está obligado por gobiernos, empresas, paranoia o razonables premisas sanitarias. El Homo Domus es feliz e infeliz, libre y esclavo de su propia casa al mismo tiempo. Y su casa, en muchos casos, ni siquiera es suya, sino prestada a cambio de dinero o de otra cosa. El Homo Domus está lejos de ser propietario, más bien, es una propiedad. Es propiedad de las empresas que lo ubican como cliente, es propiedad de las corporaciones que le brindan servicios, es propiedad de las circunstancias en las que vive y que mantienen su casa en pie. La casa del Homo Domus no es un refugio, sino una parte de él mismo.
Los otros hombres, algunos contemporáneos a él, otros que ya son parte del pasado, habitaban su casa como un espacio no exclusivo y, por lo tanto, alquilen o sean propietarios, eran dueños de ella para usarla a su antojo. Su casa ocupaba un lugar más en su vida, era un aspecto tan central o lateral como muchos otros. Iban al trabajo, a sus casas de campo, a las casas de otros, a los clubes y gimnasios, a los hoteles y pensiones, a moteles y hoteles por hora, comían en restaurantes, fumaban en las veredas, pasaban el tiempo en los bancos de las plazas, inclusive lograron habitar los no-lugares, esos espacios como estaciones de tren, terminales de ómnibus, shoppings y centros comerciales, aeropuertos, casi con la comodidad con la que se movían en su propio hogar. Muchas veces más cómodo en cualquiera de estos lugares que en su propia casa, donde a veces llegaban a ser habitantes de paso, fugaces, o alteraban el orden de ésta, o se sentían ahí fuera de lugar.
Para el Homo Domus eso es parte del pasado. El Homo Domus es incapaz de habitar otro lugar que no sea su casa. Es incapaz de salir a hacer algo significativo más que proveerse de las cosas básicas que necesita para su supervivencia corpórea y, según todavía cree, mental. Porque la condición del Homo Domus está finamente atada a su cerebro, a su condición mental, y todavía puede aferrarse a la idea de que tiene “una vida afuera” de la casa, de que hay algo para él en el mundo exterior. Pero lo que el Homo Domus todavía no sabe es que esa tensión está lejos de romper con su condición, y no hace más que darle la sensación de libre albedrío necesaria para cumplir reglamentariamente su aislamiento natural.
Algunos podrán pensar que la cuarentena obligatoria que generó la crisis del COVID-19 es una fuerza opresora que obliga a estos hombres a permanecer en sus casas y no una condición propia de una naturaleza, que es moldeada según los principios de una situación forzada y, sobre todo, temporal. Pero el Homo Domus lleva construyéndose mucho tiempo y aceleró su gestación en las últimas décadas. Fenómenos como la inseguridad, la incomodidad social, la tensión laboral, las problemáticas relaciones con los otros –cada vez más presentes, más estridentes en estos últimos años en que cada mínima diferencia entre él y los demás, los otros, fue catalogada con un nombre, un ismo y una serie de derechos de minorías mayormente artificiales, una serie de exigencias de que el mundo debía adaptarse a él, acomodarse según su propio confort para evitar los roces y tensiones que caracterizan la vida fuera de la Domus.
La homologación universal de los derechos individuales, el hedonismo, la popularización de las tecnologías de la distancia -computadoras, celulares, internet, redes sociales-, son las herramientas con las que el Homo Domus, que principalmente es urbano, consiguió alzarse entre los demás homos como un ser configurado en sí mismo, un ser hipertecnológico, hiperconectado, superior a los demás hombres que, todavía, viven en el pasado donde aún imperan ciertas reglas y costumbres modernistas. La cuarentena a la que está sometida el mundo en este momento, de orden político, social y económico en diferentes intensidades, no hizo más que crear las condiciones perfectas para que podamos apreciarlo como una entidad independiente y nueva, y reconocernos a nosotros mismos como uno de ellos.
Redes sociales, nuevas ciudades
Mientras las ciudades languidecen tras el apagón y vemos imágenes post apocalípticas desde las ventanas, las redes sociales y servicios de apps y streamings se alzan como las nuevas urbes que habitan los Homo Domus. Cuando el Homo Domus quiere ir a ver qué pasa afuera de su casa, acude a Instagram, a Tik Tok, cuando busca expresar sus opiniones o verificar información va a Facebook y a Twitter, cuando necesita pedir comida, ropa u objetos revisa apps de delivery y tiendas on line. Cuando quiere entretenerse o educarse, toma cursos on line o mira televisión y cine por streaming. La ventana de su casa es un objeto estático, apenas decorativo y funcional. La verdadera ventana al mundo es su pantalla.
Las ciudades, los tótems de la vida social, política, económica, espiritual de los siglos anteriores, apenas se han convertido en monumentos de gran arquitectura que contienen a las Domus del Homo Domus. Las ciudades están vacías realmente por la prohibición de los gobiernos a circular por ellas. Pero no falta mucho para que el Homo Domus se empiece a preguntar para qué servían poco antes de la cuarentena. Ir a los bares, a las plazas, los museos, el cine o la esquina a encontrarse con otros estaba resultándole a muchos una experiencia incómoda, llena tensiones que cada vez eran más difíciles de manejar. Soportar las oficinas y bancos, los mostradores de las empresas de servicios y oficinas de gobierno, los auditorios de asientos pegajosos y entradas sobrevaluadas, los estadios de pasto cubierto de goma y aglomeraciones sudorosas, todo era tan insoportable que el Homo Domus lo toleraba sólo procesándolo a través de las redes sociales.
Los filtros de fotografías, los likes y favs, los videos con efectos de fantasía editados a conciencia y cuidadosamente expuestos a los demás componían la verdadera experiencia urbana del Homo Domus. Rápidamente la comida, los atardeceres, los momentos plenos entre los amantes, las playas, las montañas, los viajes, el sueño y la vigilia fueron ordenados a través de diferentes y nuevas formas de exponer el mundo en las redes sociales y llevarlas a los verdaderos hábitats. Internet, una herramienta destinada a la expansión de la conciencia y la cultura, quedó reducida por el Homo Domus a los cables, luces, veredas y calles de una ciudad imaginaria donde cada red social y artefacto de entretenimiento es un local con bella marquesina y diversión para todos.
Los sitios de pornografía y escorts como zonas rojas, las diferentes plataformas sociales como barrios -Facebook y Twitter como el ágora de discusión- las videollamadas grupales como mesas de café, WhatsApp como el ordenador de la conversación social e íntima, la existencia del Homo Domus transcurre entre la vida on line y la vida off line, un límite cada vez más confundido, borrado, y superpuesto hasta tornarse irreconocible. Los pliegues, hendiduras y dobleces de la socialización del Homo Domus son la permanente tensión entre la ética del pasado y la confusa moral de un presente sin ordenación mayor que la de su propia inercia, que es confundida con el deseo.
El mundo interior del Homo Domus
El Homo Domus es un ser típicamente urbano, identificado con la burguesía y de cosmovisión vagamente liberal. No sabe ni entiende mucho más allá de eso. Puede manifestar expresiones de corte político -entendiendo siempre a la política como diversas variantes de la intriga palaciega y ciertos diálogos inter-institucionales- pero éstas no son más que la reacción a acontecimientos que le llegan a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Para el Homo Domus, la política es un tópico más de su relación con las redes y sirve para alimentarlas. De estas expresiones puede leerse una moral esencialmente maniquea.
El bien y el mal son los parámetros del Homo Domus para medir todos los asuntos sociales, que también son los privados. Su capacidad simbólica es la de un niño moderno que apenas ha cruzado la barrera de la abstracción. En él lo simbólico se adelgaza hasta disolverse o ausentarse por completo. Su moral es neo-cortesana, prioriza la bondad y las buenas maneras por sobre cualquier otro valor, inclusive estético, artístico o histórico. También otorga una gran importancia a los sentimientos y emociones, el Homo Domus es muy susceptible y altamente permeable a la culpa. Esto es una consecuencia de la alta exposición a redes sociales, verdadero hábitat del Homo Domus, que impone una lógica en la cual lo que se dice es y lo que no se dice no es.
Esa susceptibilidad complementada con su incapacidad para la simbolización le obliga a sufrir y jeraquizar angustias provocadas por su reputación. Este proceso se amplifica en la medida en que el Homo Domus no tiene contención más allá del Domus, pues carece de toda identificación política institucional. Para el Homo Domus los partidos políticos, las organizaciones de trabajo y acción política, los clubes, ligas, uniones, comunidades religiosas, son apenas espacios de socialización cada vez más esporádica, aunque para la mayoría apenas existen como entidades abstractas y lejanas, desprovistas de toda legitimidad, e inclusive objetivo de su rechazo. Esto le deja en soledad frente a la pantalla-ventana, que es como lo descripto por George Orwell en 1984, una ventana-espejo que también lo observa y lo juzga.
El Homo Domus no puede soportar “ser malo” e intenta “ser bueno”, pero no tiene ética ni ideología, su moral es infantil y carece de un Dios regente. Los parámetros esencialmente morales maniqueos que profesa y expresa se regulan a través de un mecanismo de festejo y represión en las redes sociales. La legitimidad de su praxis se corrobora a consiguiendo la aprobación de sus semejantes en las redes. Sus temores, sus paranoias, sus miedos tienen que ver con salirse de las normas de estas redes y ser cuestionado. Su máximo temor es desaparecer de ellas. El Homo Domus que no habita sus ciudades no existe. El Homo Domus que habita y se desenvuelve exclusivamente en el ámbito íntimo, privado y material de su casa queda eliminado de la mirada de los otros. Sin este mecanismo pierde su condición e identidad, y por lo tanto es vaporizado de la Domus, entendiendo la vaporización como la explicaba Orwell. También todo lo que hace y no está expresado en redes sociales, es como si el Homo Domus nunca lo hubiera hecho realmente y no queda registro en él ni impacto alguno de estas acciones y pensamientos. Si es un hecho instantáneo, el Homo Domus lo registrará y valorará a través de mensajes en las redes, si no lo hace inmediatamente, lo hará más tarde en tono de confesión o testimonio, desprendiendo alguna lección moral de ocasión o para satisfacer la agenda del día en las redes que frecuenta.
La economía del Domus
El Homo Domus es esencialmente un productor de datos para las empresas, corporaciones y entidades que sostienen su modo de vida. Esta es la única función de su existencia y la razón por la cual el mercado y los gobiernos promueven su desarrollo. El Domus es una extensión de las actividades comerciales y capitales, y una herramienta para el funcionamiento de los gobiernos, que sirven a estas corporaciones. Para los homos anteriores, sobre todo para el hombre moderno, la casa era el límite de la sociedad. Hasta la puerta de la casa llegaban el Estado, las empresas, los vecinos y sólo entraban los que estaban explícitamente invitados. Toda entrada forzada a la casa era castigada. Todo lo que pasaba allí era de su exclusiva incumbencia, y no entraba en las casas de los demás más que como un voyeur, un invitado o un invasor. A la casa del Homo Domus entran todas las instituciones del post-capitalismo al mismo tiempo. Empezando porque su casa física generalmente es -al menos en parte- propiedad de un banco, o de alguien más que se la alquila o se la presta -la precaridad habitacional, curiosamente, es una de las condiciones que el Homo Domus aprendió a tomar naturalmente, y que es parte del juego de tensiones que lo motoriza psíquicamente-. Luego, porque las empresas que le proveen servicios entran en su casa de forma permanente, instalando aparatos, vigilando las acciones que se desarrollan en ella, y finalmente, los empresarios para los que trabaja usan su casa como oficina, también usan su “tiempo libre”, ya sea con fines de convertir ese tiempo en parte de la jornada laboral o simplemente como herramienta de control. El Homo Domus lo acepta también, porque como ya dijimos, no es propietario sino propiedad, no es libre ni tampoco esclavo, sino objeto de la forma de vida del Domus. Libre y esclavo son categorías olvidadas por el Homo Domus, pertenecientes a otros homos de otros tiempos y espacios.
El Homo Domus se considera a sí mismo un “consumidor responsable”. Mientras que el consumidor es una figura del capitalismo que nació como un sujeto de los mercados, en los años 90 comenzó a transformarse en una entidad con derechos que lo beneficiaban. Una derechohabiente que es defendido del abuso del mercado. Entonces, el germen del Homo Domus es el consumidor que elige a conciencia según parámetros de bienestar, sustentabilidad, exigiendo productos que cumplan ciertas normas éticas. Pero el Homo Domus completamente configurado, como lo vemos ahora, es un consumidor cuya praxis sigue los parámetros morales maniqueos que rigen su propia vida. Entonces, define como “bueno” o “malo” el acto de consumir tal o cual cosa. Las tendencias en redes determinan qué productos cumplen estos parámetros. Cuando necesita productos que no están en el abanico de ofertas con las que los mismos homos domus pueden proveerlo, cuando las libretas artesanales, los libros de autores amigos, las tartas de verduras de un seguidor en Instagram no le alcanzan, entonces acude a grandes empresas que pueden proveer un servicio ajustado a las necesidades prácticas del Homo Domus. Todas estas grandes empresas están en conflicto con sus parámetros morales por muchas razones, pero el Homo Domus ignora eso en nombre del confort, que es el parámetro más importante de su existencia.
El Homo Domus sigue ciertas convenciones propias de su especie: ejercita, come saludable, aprende idiomas, vegeta frente a la televisión, a veces hace su propio pan y su propia leche vegetal. Todo esto lo hace también porque la vida de la Domus es sedentaria y debe mantener su cuerpo en estado funcional, y por otro lado porque parte de su identidad se encuentra en seguir las tendencias que se marcan en el pulso de sus ciudades digitales, un mecanismo tensionado por la diferenciación y la imitación, la seducción de la obediencia y la personalización o, cómo prefiere llamarla, customización de las propuestas. Esta customización es apenas suave, no alcanza siquiera a parecerse a ningún acto rebelde o subversivo. La subversión al orden que lo mantiene es impensable para él, pues se opone diametralmente al confort que debe dominar.
Finalmente, todo esto implica que el Homo Domus es un sujeto mantenido por el mercado, sostenido como un concepto que favorece el intercambio de mercancías y el avance de tecnologías que hacen más eficiente ese intercambio, y por lo tanto la acumulación del capital de los propietarios de las empresas que componen el mercado. El Homo Domus es incapaz de subvertir el orden del mercado porque es el mercado el que le brinda la infraestructura para su aislamiento, para su modus vivendi que determina lo físico, emocional, mental y espiritual. El mercado, cuya praxis e ideología muchas veces se tensiona con la moral simplista y maniquea del Homo Domus, finalmente se impone por necesidad ante él, ya que él es sujeto y objeto del mercado para poder existir.
Cuando el Homo Domus sale de su casa -por cualquier razón, pero sobre todo por necesidad fisiológica o psicológica- es como si llevara su casa con él. Mantiene una distancia prudente con los otros hombres, con los demás cuerpos, una distancia que es física pero también -y sobre todo- es emocional e intelectual. Lo que llaman “distancia social” en términos de la cuarentena del COVID es la cristalización de una distancia que ya existía entre las personas, una distancia física, intelectual y sensible. Una distancia que estaba marcada en las relaciones entre géneros, entre amistades, docentes, compañeros de trabajo, un espacio en el que cada vez vez hacían más ruido las manifestaciones que rompen con el aislamiento psíquico del Homo Domus.
Luego de salir a la calle, el Homo Domus queda agotado de ir contra su propia naturaleza y, la cercanía con los objetos de su casa, que no son sus propiedades sino sus iguales -mascotas, computadoras, cuadros y adornos, sanitarios y herramientas de cocina- lo tranquiliza y le brinda la sensación de estar rodeado por quienes mejor lo comprenden, en contraposición a la hostilidad pringosa y paranoide del mundo exterior.
La situación político social mundial alrededor del COVID-19 fue el bautismo para el Homo Domus, cuyas condiciones político-mercantiles-filosóficas estaban establecidas desde antes. Las ciudades físicas, antiguas, contaminadas e imprácticas se vaciaron para llevar sus habitantes al Gran Domo que conforman las megalópolis digitales del Homo Domus. Vivir en ellas es vivir en el presente y poder esperanzarse con el futuro. Todo el que no esté ahí será paulatinamente dejado atrás, como aquellos homos que habitan los museos de antropología del mundo antiguo, que hoy usted puede visitar on line desde múltiples plataformas. Los Lucy de sus vitrinas-gif serán aquellos que no acepten -por rechazo o ignorancia- las condiciones del Homo Domus.
¿Es feliz el Homo Domus? ¿Es libre, pleno, es el pináculo de su propia concepción de la humanidad? No. El Homo Domus, para ser tal, necesita la insatisfacción y la histeria como motor de su propia condición, porque la tensión entre el encierro y la movilidad es parte de su identidad. Una movilidad inmóvil, una praxis impráctica, una insatisfacción satisfactoria, un confort incómodo, una contradicción inamovible es la condición de una nueva forma de hombre que amanece cada día, con el sol que alumbra las ventanas del mundo viejo////PACO
NOTA: Este texto fue escrito a partir de las ideas y conceptos derivados del grupo Visiones del Futuro. Agradezco a todos sus integrantes por su generosidad, claridad, inteligencia y dedicación al estudio del futuro y permitirme usar sus ideas libremente.
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