Cuando le pregunto a Roger cuál fue la experiencia más intensa que vivió en Chad, enseguida suspende la mirada para describir, sin ninguna solemnidad, la segunda vez que fue evacuado a bordo de un tanque del ejército francés, huida no solo signada por la premura del combate y la oscura cabina donde se guarecía, sino también por los proyectiles de AK-47 que percutían contra el chasis como gotas irregulares, atronadoras, de una tormenta que resultó peor de lo esperado.
La escena corresponde a la segunda batalla de N’Djamena, cuando un rejunte de guerrilleros improvisados en pickups decidió tomar la capital de un país asolado por la pobreza y la corrupción crónicas, por no mencionar el inamovible gobierno de Idriss Déby, warlord polígamo que rigió desde 1990 hasta su caída en combate en abril de 2021. Naturalmente, conocer a Roger en las gradas del estadio de la Union St. Gilloise, en Bruselas, me despertó un sinfín de inquietudes en torno al enclave más hostil del continente africano. ¿Cómo es, para un argentino, vivir en la nación que ostenta el IDH más bajo del mundo, apenas por encima de Somalia y Sudán del Sur? ¿Cómo explicar la geopolítica demencial del paisaje subsahariano?
Sin salida al mar y fragmentario en su composición étnica, Chad suma la adversidad de limitar con Libia y Sudán, vecinos que se han destacado por la violación sistemática de derechos humanos y el desplazamiento forzado de sus poblaciones hasta el día de la fecha. Como buena parte del Sahel, el país fue colonia francesa durante medio siglo, poco más que un baldío administrado a desgano, sin desarrollo de infraestructuras, a cambio de algodón y mano de obra barata. La independencia se concretó en 1960 y desde entonces se sucedieron cuatro regímenes más o menos extensos. Primero asumió François Tombalbaye, que no tardó en establecer un gobierno unipartidista. En 1975 fue asesinado y la presidencia tambaleó entre diversas facciones y milicias. A principios de los ochenta se impuso Hissène Habré, un musulmán apoyado por la ex metrópoli y la CIA, disputando la frontera con Libia y desapareciendo y torturando opositores durante casi una década. En 1990, Habré fue derrocado por su Comandante en Jefe, el flamante Déby, quien organizó una seguidilla de comicios en los que resultaría invicto, presuntamente, durante más de treinta años.
En 2003 arreció el conflicto de Darfur, resultando en el primer genocidio del siglo XXI y el asentamiento de cientos de miles de refugiados en la frontera con Sudán. La intervención de Déby desató una segunda guerra civil chadiana en 2005. En medio de ese estallido, arribaba a N’Djamena Roger Lazcano, abogado cordobés, hincha de Belgrano, testigo de una región que pareciera condenada a la pólvora, al hambre y, muy probablemente, al más perenne de los olvidos.
Archivo personal de Roger Lazcano: niños civiles y soldado.
Gracias por recibirme, Roger. ¿Me dirías primero por qué viviste en Chad?
Mirá, uno de mis autores preferidos desde la adolescencia es Charles Bukowski. Tiene un cuento que se titula “Política” y empieza con un tipo afirmando que es nazi. “Yo soy nazi”, dice, algo así. Después aclara que no es nazi, sino que finge serlo para molestar, para ver la reacción de la gente cuando dice eso. A mí el cuento siempre me gustó mucho y por eso cada vez que alguien me pregunta qué me llevó a África, digo que vendo armas. ¡Me encanta ver la cara que ponen cuando doy esa respuesta! Bueno, después digo la verdad, que es todavía peor, porque yo fui a África a trabajar para las Naciones Unidas.
Helicópteros de observación piloteados por mexicanos. (Todas las fotos son del archivo personal de Roger Lazcano, salvo donde se indica.)
Contame cómo empezó ese vínculo con la ONU…
Recibí una oferta para trabajar en un departamento que es el RBA (Regional Bureau for Africa). En ese momento, el tipo que estaba a la cabeza era muy particular, un yanqui super yanqui, con todos los clisés de los yanquis -salvo la obesidad- y esta idea de que había que reclutar gente del sector privado, gente que no sea de carrera burocrática, sino de contextos ajenos a la ONU. Cuadros que vayan a países en riesgo, vean el quilombo en cada caso y digan bueno, acá habría que hacer esto, esto y lo otro. El yanqui armó entonces un proyecto llamado ARMADA (Advanced Resources, Movilisation and Delivery for Africa) y empezaron a contratar de todo. Yo estaba haciendo un máster de derecho internacional en Bruselas cuando una compañera sueca me comentó que se iba a África. ¡No me digás, culiá! Le pedí que me pasara el dato del Bureau y les escribí enseguida. Estaba más que predispuesto a irme a la loma del orto, a donde sea, por lo que maquillé un poco mi CV, armé una presentación y mandé un mail como quien juega a la lotería, sabiendo que en la puta vida iba a sacar el número. Bueno, ponele que mando ese mail y a la media hora me llaman y empiezan a preguntarme si estaba dispuesto a viajar, a trabajar en lugares de poco acceso, lugares donde no estaban permitidas las visitas familiares. ¡Para mí eso era un sueño!
Roger y un Xeneize en las calles de Camerún.
¿Y desde ahí a N’Djamena? ¿Qué trabajo te proponían?
Fue todo muy inmediato. A los pocos días llamaron a casa sin avisar y me pidieron una entrevista. Tuve un par de encuentros más, querían corroborar si yo sabía sobre contratos y procurement, porque la ONU tenía proyectos bancados por donantes privados y la guita no se gastaba, estaba todo empantanado. Yo, como argentino, no lo entendía: necesitaban personal para desengranar esos proyectos y ejecutar los presupuestos congelados. No sabía cómo decirles que era la persona indicada: ¡Soy fantástico gastando guita, mucho más si no es la mía! A los pocos días me mandaron a hacer una capacitación a Bonn, en un castillo donde se había organizado el Plan Marshall. Hice un training de dos semanas y pasé un examen en gestión que todavía no sé cómo aprobé, porque no entendía nada del tema. Después, en el castillo, se hizo una ceremonia, como una fiesta en la que te daban un diplomita y te decían qué país te habían asignado. A mí me tocó Chad junto a otros dos colegas; ellos se bajaron enseguida…
Paisajes de Faya, al norte de Chad.
Bueno, para 2005 había varios puntos calientes en África, empezaba el conflicto del Kivu, el genocidio de Darfur, la invasión etíope de Somalia… ¿Sabías algo de Chad antes de que te asignaran a la misión?
No, solo había leído el nombre del país medio al pasar, en un artículo de La Voz del Interior, un diario de Córdoba. Después me enteré que ese mismo año Transparency International había publicado el índice de corruptibilidad y Chad ocupaba el peor lugar. Eso fue, entre otras cosas, porque recibieron un préstamo del Banco Mundial para hacer un oleoducto hasta Camerún y el gobierno se gastó toda la guita en armas…
N’Djamena, la capital de Chad, es una ciudad semiárida que bordea el límite con Camerún así como el río Chari, afluente del lago homónimo. Los artículos que la describen son tan escuetos que parecieran referirse más a un asentamiento que a una metrópoli: apenas un fortín, un cuartel ataviado con monumentos minimalistas, organizado en arrondisements que la sabana espesa con aronias y pastizales. Bautizada originalmente Fort-Lamy, el Sahara acabó tiñendo la bandera francesa y las nomenclaturas se arabizaron. En esa lengua, N’Djamena significa “lugar de calma y reposo”.
Retratos de soldados por Stephanie Hancock, por entonces corresponsal de la BBC.
¿Cuáles fueron tus primeras impresiones de la ciudad?
Lo primero que me impactó fue desde el avión. El vuelo salía de París-CDG en un horario rarísimo, de madrugada, era un vuelo directo que ya no existe más. Me acuerdo mirar por la ventanilla y sentir que el avión empezaba a descender y yo no veía una sola puta luz. Pensé que estábamos muy lejos de la capital pero no, la ciudad era eso, estaba ahí, solo que casi no había electricidad. Después fue salir de la cabina y sentir un calor que te cachetea, algo impresionante. Y el aeropuerto… Bueno, parecía la terminal de bondis no de Santiago del Estero, sino la de Frías, que es el pueblo que le sigue. Después me fui familiarizando con ese aeropuerto, era muy simple, podías dejar las valijas en cualquier momento y te las guardaban, la gente te conocía y pasabas la seguridad sin ningún drama. Ahí mismo me pasó a buscar mi chofer asignado, Babá, y me mudé con unos compañeros de la agencia. A todo esto, te digo, África es carísimo, nosotros pagábamos, por una casa compartida en N’Djamena, el precio de un departamento en París. Tienen un sistema económico difícil de entender, el tipo de cambio del franco CFA con el euro hace que las cosas te salgan igual que acá. Hasta el día de hoy no entiendo cómo hace la gente que vive ahí.
Solados y vista aérea de aldeas aisladas por la lluvia. Foto: S. Hancock
Me habías dicho una vez que en N’Djamena, cuando llegaste, había solo dos edificios con ascensor…
Sí, imagináte, en una ciudad de un millón de habitantes. Esos eran los edificios de las agencias de la ONU, que estaban al lado de la Presidencia. En N’Djamena había varias, una completamente independiente de la otra. Yo pertenecía a la agencia del “programa para el desarrollo”, que era la peor. En definitiva, ¿Qué es el “desarrollo”? Había agencias que trabajaban con refugiados, con distribución de alimentos, pero la nuestra era la más lenta, la de resultados menos concretos y probablemente la más corrupta. De hecho cuando llegamos a la oficina fuimos muy resistidos, porque todo el mundo choreaba.
En la izquierda, un voluntario extrae una mina en las afueras de N’Djamena.
¿Cómo se daba tu cotidianeidad, desde salir a la calle, salir de noche, hacer una vida normal?
Salir a la calle es una forma de decir, porque veredas no había. La mayoría de las calles eran de tierra y en temporada de lluvias se armaban unos barrizales terribles. Después, bueno, apenas llegué me hicieron un briefing de seguridad, algo que siempre era “a matter of concern”. Había un encargado que era un coronel del ejército senegalés y el día que llegué se notaba que estaba medio chupado, el briefing que me dio fue horrible, creo que yo sabía más que el tipo. Me acuerdo que estábamos en una mesa en la oficina y había un mapa de N’Djamena extendido, y mientras me iba hablando de los diferentes barrios, el huaso se sacó un moco enorme que empezó a embadurnar contra el mapa como si nada… Igual era divino, terminamos medio amigos, pero lo único que aprendí de esa charla es que había una etnia en Chad con la que no había que meterse: los Zaghawa. Allá son una casta intocable que representa el 1% de la población pero ocupa el 90% del Poder.
Postales inmediatas a la batalla de N’Djamena.
¿Cómo te movías?
Trabajando para la ONU te obligan a ir con un chofer a todas partes, pero la verdad es que a nosotros nos chupaba todo un huevo. Los fines de semana no había ferchos, por lo que agarrábamos el auto oficial y nos íbamos a cualquier lado, cruzábamos a Camerún, íbamos al único par de boliches que había, al Number One, otro que se llamaba La Plantación, donde te encontrabas a medio mundo. Lo que me dijo un portugués apenas llegué –y tenía razón– es que mientras más jodido es el tema de seguridad del lugar donde estás, más fuerte es la joda que se hace. Esa era la cotidianidad después de la oficina: todos los días estábamos de joda, todos los días se armaba algo, siempre terminabas chupando con otros expatriados.
Arrabales de la capital después del combate.
La descripción de esa rutina atípica me hace pensar en algunos personajes de Hemingway, hombres blancos viviendo como en festivo, bordeando el filo que separa la inmunidad diplomática de un escenario tan precario como inflamable. Por momentos vuelvo sobre la narrativa de Javier Nart, el corresponsal veterano que publicó Nunca la nada fue tanto en 2016. El tono de ese libro es chabacano e incluso pedante, pero ofrece un testimonio valioso de la primera guerra civil chadiana a fines de los setenta, sucesión de conspiraciones y trifulcas que determinaron la presidencia Hissène Habré. En esa crónica ya se vislumbra que los “frentes de liberación nacional” funcionan como hidras de varias cabezas, grupos armados que se reparten parcelas del territorio africano para luego administrarlas como pequeños feudos. Por otro lado, experimentar esa guerra implicaba asumir que la lucha de clases nunca sería más determinante que las profundas diferencias étnicas. “Tribalización interna y manipulación externa”, resume Nart. Un acierto del periodista fue fotografiar la intervención de los bombarderos franceses durante todo el conflicto; otro implicó describir los paisajes excepcionales del Tibesti, al norte de Chad, un escenario casi alienígena, signado por la alternancia de rocas, arenales y quebradas donde apenas circulan las 4×4.
Roger y la fauna del Chad.
¿Viajaste por el interior del país?
Viajé bastante porque mi agencia tenía proyectos de desarrollo por todo Chad. Como yo me encargaba de los contratos, me pidieron también que me hiciera cargo de la parte de recursos humanos. En la puta vida había hecho eso, contratar gente, entrevistarla, etc., pero me divertí bastante, porque me tocaba hablar con tipos que hacían laburos de secretaría pero también con militares que tenían que custodiar enclaves susceptibles a ser atacados. Haciendo eso, lo que más me gustaba era viajar por el norte. N’Djamena está en el límite, que es el Sahel, por lo que vas un poco arriba y ya estás en el desierto… Eso es el Sahara tal cual te lo imaginás: un mar de arena. Por ahí te asignaban un proyecto en la loma del orto y tenías que hacer dos días de jeep por ese escenario. Parábamos en pueblos que más bien eran caseríos, en alojamientos hechos para comerciantes y viajeros que pasaban por ahí. De todas formas, el paisaje en Chad es algo que cambia totalmente entre la temporada de lluvias y la seca: desde un avión podías ver aldeas enteras que se transformaban en islas durante meses. Por eso los ataques rebeldes eran abril: en mayo empezaba a llover y la movilidad se hacía imposible.
El uso de pickups en la guerra fue determinante por eso, de hecho los libios cometieron el error de usar vehículos pesados cuando ocuparon Chad…
Sí, la Guerra de las Toyota fue un golpe maestro de Déby. De hecho, de esa época todavía quedan muchísimas minas en el desierto. Yo tuve la oportunidad de ir a un lugar que se llama Carrefour Charles de Gaulle, desde ahí tenés un solo camino al norte y fuimos con una amiga que era corresponsal de la BBC, Stephanie Hancock, y una ONG de des-minadores contratados por la ONU. Todos eran ex militares, ex comandos y Legión Extranjera que andaban con pelo largo, completamente tatuados, gente muy piola que había tenido una formación de elite. No sabés la cantidad de tanques oxidados, quemados, la cantidad de carrocerías que hay en ese desierto: el paisaje es realmente distópico.
Atardecer sobre el lago de Chad.
La Guerra de las Toyota es el episodio que zanjaría las intenciones expansionistas de Libia sobre la franja de Auzú. Corolario táctico de Vietnam y del Grupo del Desierto egipcio de la 2GM, ejemplificó hasta qué punto el conocimiento del terreno y los hábitos nómades de las guerrillas eran más efectivos que el equipamiento colosal de Gadafi, quien perdió un décimo de sus soldados en menos de un año. Los chadianos, por su lado, hicieron frente común sobre una flota de Toyotas Hilux provista por François Mitterrand, inmiscuyéndose por las cañadas del Sahara hasta pulverizar, al otro lado de la frontera, la base aérea de Maaten al-Sarra. Ese ataque determinó el desenlace de la guerra y catapultó la carrera de Idriss Déby; poco después, el comandante lideraría una ofensiva interna hacia el palacio presidencial de N’Djamena…
Retratos por Stephanie Hancock.
En la cancha me comentaste una vez que conociste a Déby. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue medio surrealista la experiencia de verlo. Lo conocí en la inauguración de un tramo de la pipeline petrolera. Habíamos ido con una delegación de la agencia y este cabrón de Kingsley, un jefe ugandés que teníamos y que solía ser muy ortiva, con excepción de esa vez que andaba entusiasmado. El tipo vino y nos dijo “¿Quieren conocer al Presidente?” Entonces nos escoltaron a una habitación llena de alfombras y nos presentaron. Ahí le doy la mano a Déby, lo saludo y bueno, qué decirte, me acuerdo que era un pibe muy flaco y alto, bien huesudo, casi no decía palabra. Dicen que chupaba mucho, whisky del bueno, que se bajaba una botella por día, o al menos ese era el mito…
Roger en su casa, en Bruselas, junto a la bandera argentina y una hiena africana.
Tuvo una formación militar excelente, era piloto, Habré incluso lo mandó a la École Militaire de París.
Sí, Déby era muy bueno como militar y Gadafi, claro, era muy malo, siempre fue muy torpe. Yo creo que ni los árabes le daban bola a Gadafi, que es una leyenda popular para los africanos negros por todo el tema del panafricanismo. Cuando yo vivía en Chad, Gadafi apareció varias veces, porque en ese momento ya estaba en buenos términos con Déby, y una cosa que impactaba a los africanos era que el tipo venía con una carpa. En N’Djamena habían levantado un hotel a todo culo, el Kempinski, y el tipo armaba la carpa al lado del edificio como si fuera un nómada.
Típica postal de la Guerra de las Toyota entre Chad y Libia.
Antes mencionaste el préstamo para el oleoducto, que Déby usó para comprar armas. ¿Cuán equipados estaban los chadianos?
Cuando yo estaba allá, los militares en Chad tenían un equipo de la concha de su madre, parecían yanquis. Era armamento de primera, estamos hablando de armas israelíes, que eran las mejores para ese escenario. Incluso te digo, Chad es el único país musulmán que compra armas a Israel. También habían comprado helicópteros rusos, los Mil Mi-24, esos helicópteros contra los que peleaba Rambo, que son la versión soviética del Cobra o del Apache. La cuestión es que compraban ese equipo pero después no sabían usarlo… Formar un piloto lleva mucho tiempo, mucha guita, lo normal era que tercerizaran el uso. Yo por ejemplo hice amistad con unos mexicanos que habían ganado una licitación para pilotear helicópteros de observación. Eran una suerte de milicos free-lance, unos mercenarios muy piolas que además nos daban información de actualidad muy valiosa. Otra cosa que llamaba la atención es que el equipo dependía de la etnia a la que pertenecías; a los de casta baja los veías con pantalones camuflados y zapatos de vestir, incluso usaban un sombrero cowboy en animal print de leopardo, una imagen rarísima…
Aldea atacada en Darfur. Foto: Lynsey Addario.
Roger describe el arsenal mientras dispone otra botella de Douro sobre la mesa. Su relato da a entender que la paz chadiana es efímera, una estación pasajera como las sequías que luego aplacan las lluvias de junio. También es un fenómeno cíclico: si Déby había organizado un ejército personal para conquistar N’Djamena desde la provincia sudanesa de Darfur, lo mismo harían quienes intentaron derrocarlo en 2005.
Llegaste a Chad cuando se intensificaba otro conflicto con las milicias que venían de Sudán. ¿Cómo viviste la primera Batalla de N’Djamena?
Milicia janjaweed. Foto: Andrew Carter
Para mí fue muy especial; yo, te soy sincero, estaba super excitado. Sé que el tema está muy politizado y por eso no suelo contarlo, pero no solo hice la colimba sino que después, previo a la Nacional de Córdoba, fui al Colegio Militar de El Palomar. Duré un par de años, porque tenía un pequeño problema con la autoridad, aunque más tarde me di cuenta que el problema surge cuando la autoridad es injusta. En todo caso, uno de los jefes que tuve en el Ejército fue un Teniente Primero que se llamaba Vilgré Lamadrid, un tipo fantástico que había combatido en Malvinas. Un día me acuerdo que el huaso nos dijo “hoy, hace tantos años, en el Monte Dos Hermanas perdí a tantas personas de mi batallón…”. Ahí nos dice que él podía explicarnos todo lo que sabía, hacernos entrenar, etc., pero que nunca podríamos precisar cómo reaccionaríamos cuando las balas nos silbaran arriba de la cabeza. Bueno, en el ejército había una diferencia muy grosa entre la gente que hizo la guerra y la que no: los que habían estado en Malvinas no te pedían pelotudeces. Esto viene a N’Djamena, porque después de haber hecho tantos entrenamientos y simulacros, me vi por primera vez en una situación de combate real…
Idriss Déby junto a Muamar el Gadafi. Foto: Reuters
¿Estabas en la calle cuando atacaron la capital?
Ese día estaba en casa de una amiga tunecina y primero escuchamos helicópteros, que era algo muy usual, y después el ruido se intensificó y empezaron las explosiones y la artillería. Para ese momento teníamos que llevar un radio del laburo, cosa que nunca hacíamos, pero ahí ya corría el rumor de los rebeldes y yo lo tenía encima. Desde la agencia nos indicaron que teníamos que permanecer donde estábamos. Esta tunecina tenía una terracita y subimos a ver qué pasaba, y primero se veían algunas columnas de humo a lo lejos, pero a medida que pasaba el tiempo, el humo se acercaba y después de un rato ya estaba a unas cuadras. Desde esa terraza se veía que los helicópteros artillados empezaban a tirar misiles dentro de la ciudad… Bueno, ahí nos pidieron por radio que demos la ubicación y que nos pasarían a buscar para evacuarnos. ¡Yo me hice el langa y le dije al tipo de la ONU que tenía entrenamiento militar! (Risas) Entonces me autorizaron a agarrar el auto y acercarnos hasta un punto de encuentro. Eso ya daba miedo: estaba manejando y pasaban soldados con fusiles corriendo al lado nuestro. Ya al par de cuadras veías que se estaban cagando a tiros, veías a los tipos parapetados disparando contra la calle lindera. Al rato dejamos el auto y nos subimos a una camioneta oficial de la ONU, con las banderitas en el capó y todas las señales pertinentes. Antes de la evacuación pedí permiso para quedarme en la ciudad, pero no me dejaron.
Déby dijo a la prensa que estaba enterado de antemano de ese ataque, que esperó a los rebeldes “tomando café y comiendo un croissant caliente”…
No creo que haya sido así, sino los hubieran parado antes y los tipos no hubieran entrado en la capital. Creo que el ataque se les fue de las manos.
Dicen que el ejército cavó fosas comunes en las afueras de la ciudad. ¿Te llegó ese rumor?
Mirá, no sé si los enterraban. Para ilustrar esto que me preguntás te muestro unas fotos que sacó un amigo al día siguiente.
Roger lamenta haber perdido buena parte de su archivo en varias mudanzas relámpago entre Chad, Mali y Camerún. Algunas imágenes sobreviven como adjuntos de mails enviados a amigos y colaboradores de esos años. Al rato encuentra la galería inmediata al ataque: cuerpos uniformados, abandonados a la buena del sol y los pájaros carroñeros. Una foto encuadra el antebrazo de un combatiente, la palma contraída y la piel resecándose bajo la brisa tórrida del arrabal. En otras se ven vehículos volcados, armas incautadas, des-minadores hurgando la tierra dura de N’Djamena…
¿Cambió mucho tu rutina después de ese primer ataque?
No tanto. Sabés que ahí teníamos este jefe, Kingsley, este ugandés que era… bueno, un corrupto, un hijo de puta asqueroso. Me acuerdo que después de la primera batalla se estableció que todo personal no indispensable tenía que abandonar el país. Una compañera española tuvo que irse y yo, con otro senegalés, quedé como “indispensable”. Entonces impusieron un toque de queda estricto, teníamos que encerrarnos en casa después del trabajo… La cuestión es que un día acompañamos al aeropuerto a la gallega y al despedirnos le digo al senegalés “Che, culiao, ¡Vamo a chupar!” (Risas). El senegalés me dice pero che, está el curfew, y yo insisto y le digo “Ya fue el curfew, vamos al Number One”. En eso llegamos a la barra y algo curioso en África es que no te podés pedir un whisky, te pedís la botella entera. Ya con el whiskazo en mano vamos a sentarnos y ahí vemos que en la otra mesa estaba Kingsley. El senegalés se pone nervioso y me dice “Culiao, está el jefé, ¿Qué hacemos?”. ¿Qué íbamos a hacer? ¡Si Kingsley también tenía que estar en toque queda!
Igual imagino que el riesgo colateral es muy fuerte… En 2008 se dio el caso de un convoy de la ONG Save the Children que fue atacado por una milicia en el norte de Chad y terminó con la vida de un voluntario. ¿Cuál fue tu experiencia personal en relación a la seguridad?
Mirá, eso del convoy no lo recuerdo… Claro que la seguridad siempre era un tema, pero a mí nunca me pasó nada. Había incidentes menores, eso sí, a la novia de un amigo, por ejemplo, un militar medio nervioso le dio un culetazo de AK-47, ahí a la vuelta de la Presidencia. Acercarse a ese edificio, tan solo mirarlo desde la ventana era demasiado, se ponían muy paranoicos. Hubo otra vez que estaban buscando un rebelde prófugo y me pararon el auto -con patente diplomática- para revisarlo, todo de forma patotera, super enfierrados. Creo que a mí nunca me pasó nada porque me chupaba todo un huevo, era lo mejor que podías hacer estando ahí. Además, cuando decías que eras argentino los tipos se cagaban de risa, no sabían nada del país, cae muy simpático decir eso en África.
Desplazados de Sudán. Foto: Lynsey Addario.
Volviendo a un plano más político… ¿Fue la reforma constitucional que indefinía el mandato lo que disparó ese último conflicto en Chad, o esos titulares te parecen excusas?
No, los conflictos internos vienen de hace años y son sobre todo étnicos. Desde ya te digo que en Chad nunca pude entender que los Zaghawa tuvieran el poder que tienen. La disputa por el poder es muy compleja y esencialmente tribal. Los rebeldes que venían de Sudán estaban bancados por ese país para hacer caer a Déby y establecer un gobierno más afín…
Apenas arrancaba el milenio cuando un tomo fotocopiado empezó a distribuirse en las afueras de las mezquitas de Jartum. El llamado Libro Negro denunciaba al gobierno de Omar al-Bashir y detallaba la distribución desbalanceada del poder en Sudán, otro país atravesado por la extrema diversidad étnica. Eran militantes del JEM los que repartían el anillado, la misma agrupación que un par de años más tarde declararía la guerra al Estado, junto al Movimiento de Liberación, ambas concebidas en la provincia de Darfur. Después del asalto a la ciudad de El Fasher, el gobierno respondió con un ímpetu maníaco, desplegando raids aéreos y financiando grupos paramilitares de etnia baggara y abala, también conocidos como Janjaweeds.
La metodología de esas milicias se tradujo en limpieza étnica y el conflicto resonó en todos lados. La prensa occidental solía simplificarlo como un enfrentamiento entre musulmanes árabes y negros; pocas veces se mencionaba el cambio climático, la desertificación que impulsaba las migraciones internas en busca de agua y tierras de pastoreo. Más precisamente, un estudio del programa ambiental de Naciones Unidas ya señalaba, hacia el 2007, que las lluvias habían disminuido un tercio en los últimos cuarenta años, expandiendo el Sahara unos cien kilómetros hacia el sur. En ese contexto, las razias sumaron medio millón de muertos y una marea de refugiados que desbordó la frontera con Chad. Para entonces ya era posible navegar por Google Earth y localizar las aldeas arrasadas por janjaweeds, quienes quemaban casas y regadíos hasta volverlos, a ojo de pájaro, pequeños lunares negros sobre la piel estriada del desierto.
Llegaste a Chad en 2005 y el conflicto de Darfur estaba muy latente. ¿Cómo se percibía la situación de Sudán en N’Djamena?
Bueno, los rebeldes supuestamente estaban financiados por Sudán, con el objetivo de hacer caer el gobierno de Déby y vice versa. Una cosa que te piden en Naciones Unidas es que no te politices, que no tomes partido en el país en el que estás asignado. La política era muy compleja… Cerca de mi casa incluso había una embajada de los rebeldes de Sudán. ¡Una embajada! Después, la información de lo que pasaba a nivel humanitario llegaba todo el tiempo. Todas las agencias que trataban con refugiados de Darfur, como la UNHCR, estaban basadas en Abéché, una “ciudad” que visité bastante.
La violación y la esclavitud sexual se instauraron como arma de guerra. Esto pasó siempre, pero la comunidad internacional empezó a tratarlo después de Ruanda y Yugoslavia. En Sudán la situación fue incluso peor… ¿Se comentaba este tema en tu entorno?
Era una preocupación constante en las ONG y las agencias que estaban en el país.
Fue un juez argentino de la Corte Internacional, Luis Moreno Ocampo, el que emitió una orden de arresto contra Omar Al-Bashir en 2009. Era la primera vez que se acusaba de genocidio a un presidente en el cargo, un antecedente directo de la orden que pesa ahora sobre Netanyahou. ¿Te llegó esa noticia?
Sí, claro, me resonó por el hecho de que el pibe, además, era argentino. Yo igual me había ido de África el año anterior…
Vayamos a eso. ¿Cómo viviste la segunda batalla de N’Djamena?
Eso ya fue distinto. Un tiempito antes había rumores de una nueva avanzada de los rebeldes… Con mis colegas nos reíamos, jodíamos diciendo que éramos veteranos y que no nos asustarían un par de petardos. Las noticias eran siempre las mismas y teníamos un chiste interno, le preguntábamos al chofer “¿Ça va dans l’Est, Babá?” y Babá siempre decía lo mismo: “Ah non, Patron, ça va pas dans l’Est, ça va pas!”. Después se dio todo muy rápido. Estábamos en la oficina y nos dijeron que se venía una ofensiva muy grosa y que nos teníamos que ir directo al aeropuerto. Yo me di cuenta de que la situación era jodida porque en el radio ya no me hablaba el salame de seguridad de Naciones Unidas, sino un teniente del Ejército Francés. La artillería se escuchaba cada vez más cerca y ahí el tipo me pregunta nuestra posición, en qué edificio estábamos, las coordenadas. Cuando se lo digo, me indica “Bueno, quédese ahí, lo pasamos a buscar en 13 minutos”. No dijo ni diez ni quince; dijo trece y a los trece minutos estaban ahí. Me sorprendió el profesionalismo de los pibes que nos escoltaron, el cerco que hicieron cuando nos sacaron del edificio: los tipos se posicionaban de tal manera que todos los ángulos de tiro estaban cubiertos, era de película. Además tenías a otro que iba diciendo lo que tenías que hacer, indicaciones como “ahora me siguen”, “ahora pisá acá”, “pisá allá”, cosa que nadie se mandara una cagada. El quilombo que había en la ciudad era muy fuerte y ahí nomás salimos y nos metieron en un Panhard AML, un tanque ligero sin oruga, de esos que tienen neumáticos. Algo que me quedó marcado fue sentir el impacto de las balas contra la carrocería. En esa situación ni siquiera pude pasar por mi casa: dejé todo y me llevaron directo al aeropuerto.
¿Desde ese intento de golpe no volviste a la agencia?
A la oficina la prendieron fuego. La quemaron, no volví más.
O sea que el proyecto se dio de baja después del combate…
Sí. Yo estaba cagado de odio porque en ese momento estaba negociando un contrato muy groso con la ONU, iba a pasar a ganar mucha guita y eso terminó con todo mi trabajo en Chad. Las agencias se desmantelaron y quedaron vigentes solo las misiones militares, proyectos para la manutención de la paz. Bueno, yo te digo esto así nomás pero es algo que pasa mucho en la ONU, la gente pierde la noción de para qué está laburando. He escuchado a amigos y amigas que estuvieron veinte años como humanitarios decir, tal vez sin pensar, cosas como “¡Qué bueno este terremoto en Haití! ¡El laburo que va a haber!”.
Es el negocio colateral de la desgracia. En Haití, en Ruanda, a Naciones Unidas le fue muy mal en todas partes. En Haití montaron una red de trabajo sexual, la intervención en Somalia terminó con esa imagen de los soldados yanquis arrastrados por las calles de Mogadiscio…
Tal cual. Decime un éxito de Naciones Unidas. Uno, uno solo. Yo, la verdad, no lo encuentro.
¿Llegaste a comprender algo de los conflictos étnicos de la región?
Es muy complicado. Los janjaweeds pasaban de Sudán a Chad y también atacaban a civiles Zaghawa, que era la etnia de Déby. Aunque haya leído mucho por temas del laburo, a mí todavía se me hace muy difícil, por ejemplo, comprender la guerra de secesión de Yugoslavia. ¿Imagináte si voy a dimensionar lo de Chad, donde hay más de cien etnias? Lo que me dejaba más perplejo era el poderío de los Zaghawa, en proporción al porcentaje de la población…
La cantidad de milicias que hay también es insólita… En el conflicto del Kivu había más de 120 grupos armados para 2005. En Chad probablemente pasaban la decena. ¿Te parece que tienen causas precisas o es una forma de ejercer el poder por fuera de nuestra noción monopólica de Estado?
Es totalmente eso. Yo creo que si te remitís a “nuestra historia”, la de Occidente, en la primera guerra mundial el Estado iba y agarraba a un agricultor y le decía vení, vas a pelear por la Patria. ¿Tenía ese agricultor idea de por qué lo llevaban al frente del Somme? ¿Sabía lo que era la Patria? Bueno, es lo mismo, pero allá multiplicado por diez o por cien caudillos.
Algo que me parece increíble de esos países es el nivel de endogamia entre políticos y mandos militares de grupos opuestos. Antes de derrocar a Habré, Déby se exilió con Gadafi, cuando un año atrás estaba dirigiendo la guerra contra Libia. En la batalla de N’Djamena estaba implicado un sobrino de Déby en el bando rebelde. Después del armisticio de 2010 con Sudán, Déby incluso se casó con la hija de un janjaweed…
Lo del casamiento fue algo muy groso. Ahí entendí todavía más, con ese simple acto, el tema étnico. Ese casamiento fue lo mismo que hacía un rey europeo: es como decir “ahora formo parte de esto y se sella con un matrimonio”, tal como ocurría en la Europa medieval.
De pronto asumo que podría indefinir la entrevista todo el fin de semana, el anecdotario es extenso y la política africana se intuye como un remolino inmerso en lo desconocido, impulsado por mecanismos turbios e impredecibles. Mientras Roger descorcha el segundo Rioja de la noche, me detengo en cambio en la hiena que resguarda el living de su casa. El animal está embalsamado pero su paso rezuma acecho, las articulaciones tensas, la cabeza gacha y la mirada alerta. Esa excentricidad, montada junto a la bandera albiceleste, pareciera sincretizar la experiencia del argentino adentrándose en el Sahel…
Quisiera cerrar con algo más trivial, porque las réplicas de lo que sucede a nivel político son innumerables. ¿Qué pasaba con tus hábitos como argentino en N’Djamena? Por ejemplo… ¿Conseguías buena carne?
En Chad la comida es muy básica pero hay un ganado buenísimo, de hecho tenía un carnicero de confianza que se llamaba Étienne. La primera vez pasó por la oficina en bicicleta y le expliqué cómo quería que cortara las costillas, le pregunté si se animaba a sacar la parte de arriba para tener algo de matambre… El tipo me miraba con los ojos bien abiertos y me decía sí, sí. Después me traía cualquier cosa, pero la carne era espectacular. De hecho llegaba con los pedazos tibios, chorreando sangre, recién carneada. ¡Andá a saber de dónde la sacaba!
Nos conocimos en Bruselas en un partido de UEFA de la Union. ¿Viste algo de fútbol allá?
Fui una vez a la cancha para ver la clasificación de la Copa de África, que es una copa grosa, imagináte, son cincuenta y cinco países. Pero bueno, Chad tiene un nivel que da asco, Camerún los caga siempre a goles. Incluso viví unos meses en Camerún y eso era Hollywood al lado de Chad… En N’Djamena el estadio era algo muy básico y el equipo se apodaba “Los Sao”, en referencia al cráneo más antiguo de la humanidad, que se encontró ahí mismo. Fijáte esa noción de identidad nacional, tan lejana, es como si en Argentina la selección se apodara como un fósil patagónico que nadie conoce. La cuestión es que Chad jugaba contra el Congo y ahí fui con un amigo belga, sin entradas, y me mandé directo a la platea más VIP que había. En esa nos para un cana y yo, sin pensar, le digo “Venimos con El Ministro”. El belga estaba perplejo y el cana nomás preguntó: “¿Qué Ministro?”. Yo dije enseguida: “El ministro Abubakar”. ¡Culiao, la mitad de la población se llama así! Era como llamarse Fernández, y en eso el tipo nos hace pasar. Me acuerdo que la cancha era un quilombo… Algo que me impresionó fue que los canas no tenían ningún miramiento en cagar a palos a pibes, pendejos, viejas, daban palazos por el solo hecho de ver gente aglomerada en un lugar. Eso en Argentina lo había visto en situaciones particulares, con barras, pero acá era un procedimiento de rutina.
En relación a esto último, ¿Cómo definirías el Estado de Derecho en Chad?
Nulo. El sistema judicial está completamente colapsado… Para un crimen menor directamente no existe. Si pasa algo te caga a palos la policía y ya está, se arregla todo a cachiporrazos.
Me quedaría preguntarte qué es lo que más añorás de esos años vividos allá…
La joda (risas). No, a ver, nunca hubo un período, salvo la infancia, en el que yo descubriera tantas cosas, a nivel trabajo, paisaje, naturaleza humana. Todos los días era algo distinto, siempre había un shock por algo. Estoy agradecido que se me diera esa oportunidad, me amplió los horizontes para entender mi propia vida; por un lado dimensioné lo privilegiados que somos, y por otro terminé de darme cuenta lo muy… fucked up, realmente fucked up que está el mundo.
Comparto unas últimas copas con Roger antes de dejar su casa en Scharbeek y volver al sur de Bruselas. La mañana siguiente, mientras desgrabo nuestra conversación, me es inevitable revisitar el cúmulo de imágenes y notas consumidas con estupor durante años, preguntándome si la realidad africana no solo es la exacerbación del caos legado por el colonialismo, sino también la pesadilla que arrecia cuando un Estado es desmantelado, vaciado u ocupado exclusivamente por mercenarios y adalides. En cualquiera de estos casos, ¿corresponde hablar de guerra civil cuando los únicos que no guerrean son, precisamente, los civiles? Aunque los retratos del Sahel expresen la más áspera resiliencia, la situación no parece dar respiro. Un par de días tras este encuentro, Mahamat Déby, presidente heredero de Chad, despachaba los últimos aviones Mirage franceses de N’Djamena. Pocas horas más tarde, un raid aéreo del gobierno sudanés aniquilaba un centenar de civiles en un mercado de Darfur. Las noticias se superponen una tras otra como capítulos de un infierno novelado: Ardamata, Misterei, Geneina… Por el tipo de violencia ejercida, por las masacres organizadas y sus casi once millones de desplazados, la guerra actual entre las FFAA de Sudán y los janjaweeds supera el redil de Gaza y la caída de Al-Assad en Siria. Revisitemos el tablero de esa alianza desavenida y observemos, una vez más, la marcha desesperada de los aldeanos por la frontera oriental del Chad. Tan solo eso basta para calibrar, en palabras de Lazcano, cuán jodido es que está el mundo.//// Bruselas, diciembre 2024///PACO