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Lo más interesante de la serie norteamericana Mad Men (además de algunos grandes capítulos, especialmente el final de la tercer temporada) es que logra mostrar el momento preciso en el que una época cambia. El inicio de la cuarta temporada es eso: la familia como institución está destruida, el hombre está solo. Esa es la gran metáfora escondida detrás de la serie. En ese pasado retratado (los mágicos años ‘50 que continúan en los primeros ‘60), la familia lo permite todo. La familia puede soportar infidelidades, deslices, jornadas extras en la oficina, etc. Es lo que la primera temporada explora: tener una amante no impide el normal funcionamiento familiar. A pesar de alguna crítica feminista (los hombres tienen amantes; las mujeres hacen la cena), la familia resiste.
La serie Mad Men interpreta que una cosa –la muerte de Kennedy- es causa de otra cosa –la destrucción de una institución: la familia. Pero, ¿dónde la serie dice eso?
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Pero el hecho de que Mad Men sea una serie episódica y que las temporadas se sumen, determina (pero únicamente una gran serie se topa con su punto de referencia –y hasta lo cambia-) que su protagonista, Don Draper, se arrastre entre la aguas de dos épocas distintas. El inicio de la cuarta temporada muestra a Don Draper como un hombre separado. Es el año 1964 y el hombre está solo, con su suerte y su deseo. Pero este eje –familiar- está vinculado con otro eje –no familiar, sino político-, y esto convierte a la serie en una interpretación. El hecho político que se cruza en el camino norteamericano es la muerte de John F. Kennedy. La institución familiar –dice la serie- concluye cuando Lee Harvey Oswald dispara. Una primera pregunta surge: ¿cómo puede relacionarse la muerte de un presidente electo con el final de un periodo particular en una nación –con el agregado de que esa nación es la primera potencia mundial?
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Hay que leer a Borges –siempre hay que leerlo. En el cuento “Tema del traidor y del héroe”, la muerte de otro presidente norteamericano, Lincoln, está prefigurada en un asesinato político en Irlanda. El argumento de Borges: la muerte de Fergus Kilpatrick, líder de un cónclave revolucionario, está planeada, organizada hasta en el último de sus diálogos. La idea de complot. Oliver Stone filma JFK con una idea similar. La idea de complot. En JFK Kevin Costner explica mil veces –literalmente- la imposibidad de que haya existido un solo tirador. El complot que recrea Stone une la guerra de Vietnam, el negocio millonario de la venta de armas, la idea de Kennedy del retiro de tropas, su asesinato. Un complot. Y una hipótesis, claro. Hipótesis pueden existir de todo tipo y todo signo: no está probado, en todo caso, que Chávez no haya muerto por algún extraño complot capaz de despertar en su propio cuerpo al cáncer. Son hipótesis: algo imposible de verificar.
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Volviendo al punto de partida. La serie Mad Men interpreta que una cosa –la muerte de Kennedy- es causa de otra cosa –la destrucción de una institución: la familia. Pero, ¿dónde la serie dice eso? ¿dónde relaciona la política con las decisiones personales? La relación, sin ser espontánea ni estar planteada en los diálogos, se expone de una forma simple: por continuidad. La tercer temporada concluye con la muerte de Kennedy. La cuarta comienza con Don Draper divorciado, fines de semana con sus hijos, relación con prostitutas, quiebra emocional. Difícil no tomar este dato como punto de arranque. Todo en la cuarta temporada cambia: las escenas son más oscuras –iluminadas de otra forma-, con un protagonista que, de pronto, se nos ha vuelto patético. Patético en sus dos acepciones. La del diccionario: quien manifiesta de manera viva los sentimientos, sobre todo dolor, tristeza, melancolía. Y la del hombre común: Don Draper es un tipo patético. Mujeres sin consecuencias, mucho alcohol –Draper antes tomaba, pero ahora está borracho. Draper como soltero –codiciado-, de cuarenta y pico. Mujeres jóvenes, pero malestar. Malestar laboral, disconformidad, cinismo. El mundo cambió. Cambió la venta: ahora puede mentirse, manipularse. Bienvenido el marketing con todas sus reglas.
El mundo cambió. Cambió la venta: ahora puede mentirse, manipularse. Bienvenido el marketing con todas sus reglas.
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Pero regresemos una vez más. ¿Por qué la nueva época puede relacionarse con la muerte de J.F. Kennedy? Lo primero que hay que decir es que JFK no muere: es asesinado. Alguien –y acá las mil posibles hipótesis- decide matarlo. Pero ese alguien, ¿recibió alguna ayuda? ¿Actuó solo? ¿Hasta dónde llega la complicidad? ¿Hasta el vicepresidente Johnson, como dice Oliver Stone? No importa hasta dónde. Un hecho irrumpe como un tiburón en una playa tranquila. La desconfianza ahora circula como un bien más. Como en los inicios de cualquier Revolución –que haya tomado el poder-, nadie confia en nadie. Todos son posibles cómplices. Que Kennedy haya sido asesinado -¿Un loco suelto? ¿Un complot? ¿Altas esferas? ¿Poderes ocultos?- da por tierra al menos un concepto: el de unidad. El asesinato de un mandatario nos lleva de vuelta a viejas historias de Roma o a la lucha por el papado en el Renacimiento. Pero ¿ahora? ¿En los Estados Unidos? Hay dos opciones. La primera: un error, un hecho aislado, un loco suelto. La segunda: el complot, la intriga, el secreto. La sociedad muta. En 1963 algo cambia. No es el patriarcado lo que cae. Es la familia, esa institución que el mercado deja de aceptar. La hipótesis de Stone es esa: los negocios mandan. Y los negocios nos quieren de a uno. La familia –y, claro, dicho hoy, es un argumento sumamente conservador- es un refugio. Una ética diferente, grupal, tribal. Los negocios nos quiere de a uno. Cada uno con sus deseos, decepciones, sueños. A cada uno va a intentar complacer. Una nueva ética: cumplí tus deseos. Un único sueño vedado: el sueño solitario, evasivo. El sueño imposible de cumplir.
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Ayer mismo –jueves 14 de mayo de 2015- todo esto, en cierta forma, quedó expuesto. Un partido de fútbol donde cuatro jugadores fueron –literalemente- quemados tardó más de una hora en suspenderse. La imagen es bastante cómica: un periodista consulta a un arbitro que consulta a un superior que consulta a un dirigente que consulta a un superior que consulta, ruega, exige alguna autoridad competente. Alguien que decida qué hacer. Alguien que detenga la pregunta: ¿Qué hacer? Es probable que exista un universo paralelo –cuántico- donde la decisión sea otra. Por ejemplo: tirarle gas pimienta a cuatro jugadores de Boca y seguir el partido. Por ejemplo: jugar siete contra siete. Por ejemplo: esperar que todo el público abandone el estadio y seguir el partido. Etc. En este mundo la decisión recae en la Conmebol.
¿Podríamos decir –exagerando, por supuesto- que ayer también termina una época?
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Ayer el negocio quería seguir. Esperó, intentó convencer, esperó de nuevo, habló, pretendió, esperó, en vano. Las quemaduras reales no cedieron y el partido fue suspendido. El arbitro no tenía ningún poder. Debía –como dicen los buenos lectores de Kafka- encontrar alguien que decida qué hacer, que dé por terminado el partido. En otro universo paralelo, la Conmebol exige que el partido se siga: se juega igual, sea como fuera. Pero las marcas en el cuerpo quizás eran demasiado.
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¿Podríamos decir –exagerando, por supuesto- que ayer también termina una época? En principio, podemos decir que pronto termina el mandato de una presidente. También que el lunes un programa masivo reunió a los tres candidatos presidenciales, los hizo quedar en ridículo y ningún protagonista protestó. Inconvenientes de una democracia mediática quizás, pero síntoma al fin. ¿Una época que alentó -y consiguió- poner a la política en el centro termina dirimiendo su futuro en un programa de baile? Algo pasó, eso es innegable. Dificultades propia o ajenas, en diciembre empieza una nueva era. Resta saber si el espectáculo de ayer es una muestra de lo que la época deja como marca –violencia, viveza, enemistad-, o si el gobierno que en octubre abandona el poder intentó –en vano- armonizar y reconciliar una sociedad enfrentada. Resta saber si los últimos doce años fueron un agradable paréntesis que empieza a romperse como un cristal con el calor, como si un cuerpo no hubiera resistido un transplante y la fiebre empezara a notar una brecha profunda/////PACO