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El tradicional tour argentino de la protesta callejera tuvo insólitos paquetes a la venta este marzo. Y parece ser que los compramos todos. Marchas y contramarchas, mediatizadas y ocultas, a favor y en contra, violentas y pacíficas, hubo para todos los paseantes y dejaron todo listo para el despliegue electoral. Todos parecen haber sentado sus posiciones para enfrentarse en la escaramuza de medio término que son las legislativas 2017, donde se define si Cambiemos se convierte en una fuerza de peso o queda como una anécdota, un impasse. De un lado está el presidente Mauricio Macri, su pequeño feudo que es el PRO y su alianza con toda clase de mediocampistas entre los que brillan la todavía sirve UCR y la incólumne Lilita Carrió, con su bandera deshilachada de la Coalición Cívica. Del otro, todos los peronismos: el agotado proyecto kirchnerista, que patea furioso y busca su campeón; la vieja y cansina estructura del PJ, que intenta rearmarse y dar batalla; la nueva sangre del desdibujado Sergio Massa y la cola del Rapipago electoral que es Juan Manuel Urtubey y otros neoperonistas que siguen acomodándose entre la multitud. En el medio, las grietas abiertas de una Argentina que no se decide ni por uno ni por otro, ni por los otros ni por sí misma. A principios del ejercicio fiscal, después de un verano cocido a fuego lento, este Games of Thrones se avizora dividido, incierto, lo que genera moderado entusiasmo entre los analistas políticos, esa raza que escribe y habla frente a cámaras y micrófonos no exhibiendo una verdad, sino buscando entender algo en esta gran kermesse de la democracia.
Pasó marzo con cuatro marchas opositoras fuertes y abril se abrió con el renacer de un Cambiemos que respira aliviado por el respaldo del 1A.
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Pasó marzo con cuatro marchas opositoras fuertes y abril se abrió con el renacer de un Cambiemos que respira aliviado por el respaldo del 1A, que si bien no fue explícito alcanza para convencer, al menos, a los propios, como una gran sesión de couching, como un asado de amigos que te dicen “dale para adelante” cuando les contás tus dudas sobre si seguir o no la facultad. En la política hay dos climas: el palaciego y el callejero. Lo que se dice puertas adentros de pasillos, oficinas, recintos, salones, quintas, quinchos, campos de golf, diarios, portales de internet, redes sociales, conversaciones de la rosca cafetera, hoteles, automóviles, convenciones, aviones, simposios, conferencias, copetines, ágapes, eventos oficiales, focus group, unidades básicas, reuniones de gabinete. Y después está “el afuera”, el lugar donde impactan verdaderamente las medidas de gobierno y las acciones y dichos opositores: la cancha donde se juega el partido. Esos dos espacios tienen una sinergia propia, un diálogo tácito, una relación entre sí como si fueran dos dimensiones con varios agujeros negros ubicados en lugares poco precisos y cambiantes. Hay -muy pocos- quienes tienen tienen el don natural de navegar entre esas dos dimensiones, otros aprenden a hacerlo con el tiempo y en ciertas épocas lo hacen mejor que en otras, otros se mueven bien en un espacio y poco en el otro, otros simplemente se quedan de algún lado del muro y rasguñan las piedras. El PRO es una agrupación que siempre se movió bien en el lado de “adentro”, pero nunca experimentó “la calle” más que como parte de algo que lo excedía. El terror que sentían a una plaza vacía la semana pasada era palpable en todos lados, y respiraron aliviados cuando TN comenzó a mostrar a las 18:30 del 1 de abril algunos planos cortos de la Plaza de Mayo donde podía verse algo así como una multitud. Rápidamente se puso en marcha la maquinaria mediática: mientras a esa hora sólo el canal oficial transmitía el 1A, tanto en Twitter (el verdadero Télam de Cambiemos) como en los demás portales con pauta pudo verse la “marcha de la democracia” apareciendo como las estrellas brillantes de la noche. Todos los que fueron entrevistados o filmados se mostraron cómodos ante las cámaras: sin dudas el 1A fue una marcha que deseaba ser filmada, mostrada, expresada ante las pantalla del país.
Mientras el canal oficial transmitía el 1A, tanto en Twitter (el verdadero Télam de Cambiemos) como en los portales con pauta pudo verse la “marcha de la democracia”.
Los discursos individuales eran confusos, contradictorios, deformes, pero eso no importaba. Desde Casa Rosada respiraron aliviados. Macri, por la noche, les dedicó un video de WhatsApp en vivo con un rostro marcado por un día lleno de tensión en el que no sabía si su público -ya no su pueblo- lo había respaldado en su misión casi sagrada. Más allá de lo que intentaron instalar sus participantes, el 1A no estuvo exento de la parafernalia de colectivos, comidas (ya no choripán, sí tradicionales lomitos en el Patio Olmos cordobés), souvenires proselitistas, carteles cuidadosamente serigrafiados, columnas de empleados públicos y todo lo que debe tener una marcha oficialista que se precie. El PRO es un partido que representa y tiene por valor todo lo que es contrario a los métodos tradicionales de proselitismo: no quiere elecciones internas, marchas ni militancia, tuvo que construir todo eso para generar la estructura de poder que le permita gobernar y, sobre todo, competir internamente con la UCR, un partido tradicional que carga con todas las culpas pero también con toda la estructura que le permitió a Cambiemos llegar al gobierno. Los adherentes al 1A desconocen por completo esa dinámica de exhibición y ocultamiento que los muchachos de la Comunicación Estratégica tienen bien aceitada, y ven en el gobierno de Macri una administración exactamente acomodada a lo que quieren ver, la fantasía mojada de la clase media acomodada. Pero como no saben exactamente de qué se trata ese gobierno (porque no existe), entonces su discurso chorrea, se debilita y cae por su propia irrealidad.
¿Cuál es la respuesta del gobierno ante semejante apoyo de su propio electorado? Endurecer las mismas medidas que fueron cuestionadas en las marchas anteriores.
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¿Cuál es la respuesta del gobierno ante semejante apoyo de su propio electorado? Endurecer las mismas medidas que fueron cuestionadas en las marchas anteriores. El lunes la Argentina se despierta con nuevos tarifazos de gas y combustible, y el macrismo renovado apunta todas sus balas a destruir la legitimidad de la madre de todas las protestas: el paro general de la CGT del 6 de abril. El ataque es por todos los frentes: Macri desde el púlpito habla de “flexibilizar el trabajo” con una sutileza digna del doctor Nick Riviera cuando le pregunta a Homero si siente que “su cerebro se dañó” durante un accidente. El palacio se pone en alerta y los 1000 monos con 1000 máquinas de escribir lanzan el hashtag #Yonoparoel6, esperando que el Dios de las Redes Sociales haga fracasar una medida de fuerza que históricamente puso en jaque a todos los gobiernos. A esta altura, dudo de la ingenuidad de Cambiemos y percibo en el hashtag una nueva trinchera para que aquellos que colgaron sus fotos del 1A esperanzados en apoyar de ese modo al gobierno vean en el cardinal y en unas letras la posibilidad de refugiarse ante el embate de fábricas, escuelas y calles vacías. Macri, entonces, abandona sus pretensiones de estadista, su autoimpuesta imagen de Rey Arturo que busca unir en la paz y la concordia al país que conduce y se convierte en uno más de tantos políticos que pactan con las estrategias fáciles y de pobre contenido para conseguir un poco más de vida en la cabina criogénica que se supo construir.
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Continúa con sus puertas abiertas ese Gran Maxikiosco 24 horas que se dio a llamar “la grieta”, y que representa en teoría al menos a dos voluntades sociales que atravesaron el siglo XX: el peronismo y el antiperonismo. Las clases medias acomodadas, más que salir a las calles, entraron en una Cámara Gesell cuidadosamente diseñada por Cambiemos donde pudieron expresar libremente los traumas que les generó el peronismo. Y, a su vez, los diferentes movimientos peronistas, divididos, heridos, que aún no encuentran sus líderes ni tienen un rumbo claro, se unen ante el espanto que les genera una fuerza política que los corrió de la agenda, que convirtió sus propios errores y miserias en la herramienta para inmovilizarlos electoralmente y alejarlos del control del gobierno central. Del mismo modo que el kirchnerismo utilizó la grieta para establecer una posición política y plantarse ante propios y ajenos, Cambiemos continúa haciendo marchar el negocio de la división para sostenerse ante sus propios errores e incapacidades.
El macrismo entró al gobierno prometiendo lo imposible, y al llevar un año y medio de errores e incapacidades, encuentra en “la grieta” una nueva estrategia de marketing.
El macrismo entró al gobierno prometiendo lo imposible, y al llevar un año y medio de errores e incapacidades que lo dejan en off side, encuentra en “la grieta” una nueva estrategia de marketing que permite pensar en la posibilidad de cumplir humildes objetivos de las próximas legislativas: afirmar el control en Nación, provincia de Buenos y CABA, agrandar el PRO con más legisladores que lleven su sello y, sobre todo, recibir el espaldarazo de ánimo que precisan sus castigados funcionarios que, a diario, deben leer en redes sociales y medios de comunicación las terribles consecuencias de sus propias medidas de gobierno. Marcos Peña y los muchachos de la Comunicación Estratégica, una vez más, muestran cómo fueron educados políticamente durante el kirchnerismo, y aún cuando “importaron” intelectuales que trabajaban en Nueva York y volvieron a “dar una mano”, y aún cuando utilizaron sofisticados modelos aplicados por Obama, y aún cuando contrataron sociólogos que escriben largos artículos en blogs para universitarios, recurren al esquema que ya vimos desgastarse durante el gobierno anterior, para salvar un año que hasta ahora perecía perdido para Cambiemos. ¿Tendrá esta vez un final diferente o veremos la historia repetida convertida en parodia?
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El aterrizaje de Martín Lousteau también marca el apresurado inicio de una contienda que será una de las batallas claves. Este Pedro Aznar de la política argentina, con su aspecto de joven eterno, busca liderar la UCR que quiere su propio lugar en CABA, la ciudad desde donde despegó el “exitoso” gobierno actual. Los radicales esperan tener una chance, aunque sea sólo una, de ganar una elección importante en un distrito sin textura feudal. Y en estos tiempos de renovación para la estrategia de confrontación, ¿quién mejor que el creador de la resolución 125, el que dio origen a “la grieta”? Lousteau mostró un discurso moderado y razonable que seduce inclusive a quienes participaron del 1A apasionadamente, y casi le arrebata al poco carismático Horacio Rodríguez Larreta el gobierno en las últimas elecciones. Macri lo quiso desactivar enviándolo como muñeco de torta a EE.UU., pero su regreso anticipado calienta la interna de Cambiemos y pone alarmas en un distrito clave.
Sergio Massa, quien por momentos se mostró como un protagonista, en este escenario queda desdibujado, casi desactivado.
Sergio Massa, quien por momentos se mostró como un protagonista, en este escenario queda desdibujado, casi desactivado. Alejándose del kirchnerismo todo lo posible, diferenciándose de Cambiemos, su posición aparece como agua tibia para aquellos que precisan una ducha caliente renovadora o una bien fría que les crispe los nervios. Sin dudas las elecciones de medio término no son el mejor momento para el ex intendente de Tigre, que tendrá su protagonismo mucho más adelante, superado por un escenario en el que no puede moverse con comodidad. Finalmente, Cristina Fernández de Kirchner corre con desventaja por donde se la mire. Hasta los propios que fueron los más fieles, como el ex ministro de Economía Axel Kiciloff, le piden que se haga a un costado en una disputa cuya sola presencia puede favorecer las intenciones del macrismo, que ya no precisa más caudal de votos que un 30% del electorado para mostrarse como ganador. Mientras tanto, Cristina corre con su celular en la mano detrás de Cambiemos, tuitiando y facebookeando sin control sobre todo lo que hace o dice el presidente Macri, siguiéndolo de cerca pero siempre por detrás. ¿Quién será su reemplazo? Algunos hablan del regreso de Randazzo, el renunciante, y otros buscan figuras de alto contenido histórico pero muy poco presente. Lo cierto es que, en ese sentido, el PJ no será votado por sus candidatos sino por lo que representa, la esperanza de que una oposición fuerte le ponga freno a un macrismo que busca a toda costa -aún a pesar de sus propias torpezas- ejecutar un programa neoliberal que beneficie a los capitales que financiaron su campaña. ¿Será el 2017 un año de inflexión para un rumbo político dominado por un gobierno débil, que precisa de constantes demostraciones de apoyo para continuar con el camino trazado por sí mismo? ¿Soportará la Argentina más inflación, tarifazos, endeudamiento, baja de consumo y flexibilización laboral? ¿Generará “la grieta” el siempre anunciado “baño de sangre” que caracteriza a los procesos críticos cuando se combina una economía dañada con política partidaria furiosa? ¿Los sindicatos serán quienes establezcan los verdaderos límites al gobierno cuando los partidos opositores se encuentran opacados por sus propias imposibilidades? Preguntas que la Argentina del maxikiosco deberá responder a su tiempo//////PACO