“En la sociedad capitalista moderna el elemento subjetivo de la realidad social ha sido separado del objetivo, y los dos se alzan el uno contra el otro, como dos sustancias independientes: cual subjetividad vacía de un lado y como objetividad cosificada de otro. Aquí tienen su origen estas mistificaciones: por una parte el automatismo de la situación dada; por otro la psicologización y la pasividad del sujeto…”
Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto (1963)
Astrólogo no es quien predice el futuro sino quien futuriza la inmediatez, haciendo pasar por destino especial una receta de lo más genérica: un agente inmobiliario de incertidumbres anticipadas que reduce lo singular a lo genérico, lo político a lo individual, la trascendencia a la inmanencia, la cosa al signo, el deseo a la sugestión.
Bruja feminista es quien triunfó allí donde hubiera convenido reactualizar el fracaso valiente de las brujas originales. Por haber literalizado, romantizado y simplificado la denuncia, ha optado por una sororidad superyoica y llamativamente puritana, posmodernidad líquida mediante. Es quien no supo o prefirió no leer que para honrar a las brujas otrora perseguidas y quemadas no había que imitar un clisé sino procurar su originalidad, es decir, no se trataba de tirar las cartas sino de volverse intelectual comprometida, científica sensible, psicóloga crítica, y un gran etcétera. Había que rebelarse contra el Amo machista mediante aquello que el aquelarre intentaba suplir y que era estrictamente imposible para aquellas: el acceso a la Universidad.
Coach es un adiestrador canino que trabaja con personas humanas mediante un menjunje de reflejos condicionados y bodrismo zen. Se trata de un ascetismo ontoilógico con efectos estrictamente ónticos. Un broker de miserias neuróticas, que se diferencia del counsellor menos por etimología o accionar que por la necesidad de diversificar el mercado de padecientes clientes.
Constelador familiar es la persona que pervierte la novela familiar del neurótico en culebrón costumbrista, lavado pero implacable en su afán justificatorio y culpabilizante. Es decir, quien sugestiona con obediencia debida una individualidad tan tiránica y atomizada como familiarista y dependiente. Es como un analista pero de sistemas pre-freudianos, que reemplaza la vitalidad del pasado por mórbidas “vidas pasadas”.
Creador de contenidos es quien perpetra coprofilia por posmos medios, erigiéndose en empleado del mes del régimen fármaco-pornográfico.
Criptomaníaco es un yihadista de la antiética protestante, que cree en hacerse rico de la noche a la mañana por mero scrolleo. Ha sido cautivado por una verdad cínica: los ricos no pagan, ni siquiera con su excremento. Llamamos la atención sobre este delirio de pequeña grandeza financiera, sus consecuencias dolosas para la salud mental de púberes y no tan jóvenes, ya que nunca estuvo tan normalizado el pensamiento mágico como hoy, apuestas online mediante.
Excritor es quien ya no escribe, al decir de Perec, “suscitando espacios en blanco”, sino quien se llena la boca con su feed sobresaturado de sentidos. Su discurso –150 caracteres– se presenta como sin exterioridad, barrado de completud, y ha malfeccionado la escritura del yo en escritura selfie: un black mirror tercermundista que refleja la letra como #dato hiper nítido.
Filósofo L-mental es aquel intelectual comprometido con su poliamor propio epistémico, que sentencia verdades tales como que la depresión es efecto del capitalismo y que éste se fundamenta en la depresión. Un mero intento de suicidio de Mark Fisher.
Gorila no remite a una posición político-partidaria, es ideología en estado primigenio: gozar allí donde un negro cabeza es humillado, aun cuando ello se esté perpetrando a costa del propio bienestar. Es quien transa prosperidad por un asiento en primera fila que le permite ver de cerca el castigo ejemplificador de clase, sin prever que no está en primera fila por exclusividad sino porque luego le tocará su turno. En esa escena –cuarto oscuro– donde pretende diferenciarse del negro y asemejarse al oligarca ocurre su destino trágico: hace pasar como no acontecido su acto necropolítico, garantizándose alma bella para el siguiente focus group de consorcio. El goce lacaniano –la noción formalizada por Lacan pero también la pasión ejercida por sus imitadores locales– pareciera haberse pensado a imagen y semejanza de quintaescencia. Por ello un gorila es inanalizable.
Hater es un chat-bot de carne y hueso, subjetivado en la reacción terapéutica negativa al progresismo. No procede con o por odio, lo suyo es la abulia afectiva como material conductor de la crueldad virtual. Se trata de un narcisista de las pequeñas inferencias, alguien demasiado comprendido. Junto a troll deberían ser hoy las dos únicas categorías psicopatológicas más o menos válidas.
Inteligencia artificial es una navaja sin mono, una monografía con pretensión literaria, un bitcoin disfrazado de afecto.
Libertario es cualquier persona normal que considere a la escasez como un bien necesario y a la venganza personal como el único asunto de Estado.
Manicomialista es toda persona con vocación de policiamiento psi, de Provincia o de Capital, que encierra en dispositivos tipo Airbnb pero de mala calidad a quien no hizo más que trastabillar ante la arbitrariedad del sentido común.
Médium no es ya solamente quien vehiculiza con el más allá, sino quien se oferta como intermediario entre el emprendedor de sí y la ilusión de éxito. Usa la vieja forma del mentor, oracular pero también facilitador. Allí donde Freud importaba nociones financieras, propiciando analogías para su economía libidinal, estos mientores prosiguen el camino regrediente: psicologizan al capital. Su ropaje de influencer financiero no hace más que confirmar la estafa anímico-piramidal en flagrancia.
Neolacaniano es quien se sube al caballo por izquierda pero se baja por derecha, hablando de “ser-hablante” allí donde en verdad quiere decir “individuo apolítico”. Pregona un psicoanálisis sin Perón y un peronismo sin Freud.
Neurocuentista es alguien que se viste de visitador médico para traficar un oscurantismo del cerebro-alma como centro y fin de todos los fenómenos psicológicos, sociales, estéticos y políticos. Mixtura la más sofisticada neuroimaginería cientificista con consejos tan obvios como superyoicos, aplicados al deporte o, mejor dicho, haciendo de cualquier actividad humana un hecho deportivo. Muchas veces es médico y político radical al mismo tiempo.
Paciente es quien supone que al recostarse en un diván correrá el riesgo de relajarse, dormirse; analizante es quien rectifica lo anterior y descubre que acostarse puede también servir para soñar sin necesidad de adormecerse; es decir, que no hacen falta drogas para soñar.
Peronista será quien se preste como soporte de un invento argentino, a saber, que la felicidad genera progreso y no al revés.
Programador neurolingüístico es básicamente alguien obsesionado con series donde analizan los gestos faciales de asesinos seriales. Roba a mano armada con su caja de herramientas pre-foucaultiana, que incluye apuntes de Semiología del CBC –que cursó pero dejó–, la sugestión propia de un vendedor de seguros adquirida cuando incursionó en el Stand Up y el audiolibro de Inteligencia emocional de David Goleman.
Psicoanalista habrá sido quien, sin proponérselo, adivinó el pasado; mejor dicho, quien construye un pasado sobre el pasado, demostrando que historizar es menos proyección que inyección de porvenir. Es quien rehúye éticamente del psicoanalismo vigilante y opta por alguna invención fallida que permita tramitar sin cancelación los efectos de la pulsión de muerte. Se abstiene de la perversión de hacerlo decir todo, operando sobre las virutas de poesía en bruto provenientes de la roca inenarrable. Esto último hace del psicoanálisis un humanismo demasiado imperfecto, y por ello no corre riesgo de ser reemplazado por ninguna intelligenzia artificial.
Psicotarotista es quien se ampara tanto en lo esotérico como en lo psicológico, los manosea y mezcla, produciendo una forma de psicosis actual donde ni el futuro ni el pasado son relevantes sino, únicamente, como reafirmación mórbida: ser un individuo superado de afectos, tan libertado como eficazmente inhibido. Un dealer con mala fe de astrología posconductista, desde la cual “azar” deja de ser un Dios para aplanarse en consumo cultural.
Psinfluencer es quien está equivocado en su manera de tener razón, diciendo la posta allí donde convendría sostener un enigma. Un pastor evangélico emocional, toscamente espiritual, laico aunque mesiánico. Psircólogo la razón y todo-sabe de amor, erigiéndose como modelo o ideal de vulnerabilidad: heroico náufrago de un océano con dos centímetros de profundidad, que engulle a sus pares sin accidentarse en la Cordillera ni ser uruguayo. Se cree original pero responde cual bot de WhatsApp, moldeando existencias “del bien”, es decir, pre-psicológicas.
Psiquiatrón es hoy en día una especie en peligro de extensión, neuroascesis mediante.
Terraplanista emocional es alguien que tiene una fijación con la medición del sentir y una renegación del carácter conjetural de los afectos. Considera que todo estado del alma puede ser inequívocamente transcrito, juzga como conspirativo cualquier atisbo de malentendido y domestica ferozmente la mínima expresión de ambivalencia. Es en definitiva un emo de los 2000 pero con vocación de CEO.
Zoofílico es cualquier ciudadano, ejerza o no la primera magistratura, que ha tomado el camino inverso a la sublimación, dejando intacta su perversión y haciendo pasar su apelación cruenta a la animalidad como rasgo positivo: parafilia que enternece y termina siendo elevada a valor ideológico apolítico.////PACO