En la Segunda Guerra Mundial, de los cincuenta millones de muertos, veinticinco fueron soviéticos. Stalin avizoró desde sus aposentos el fuego fatuo nazi y decidió poner toda la carne que quedaba al asador. En Stalingrado -actual Volvogado- se verían los resultados de la alianza del líder georgiano con las líneas medias del Ejército Rojo. En Stalingrado murieron dos millones de personas entre agosto de 1942 y febrero de 1943. Los alemanes volvieron por donde entraron. Perseguidos durante un año y medio por ucranianos, gitanos, bielorrusos, estonios, etcétera, etcétera, apoyados a sangre y fuego por el ideólogo de las grandes purgas, volteando ciudades, abriendo campos de exterminio, tomando Berlín, obligando a la diáspora o al suicidio de los jefes nazis a mediados de 1945.
Es difícil pensar la figura de Stalin antes de este triunfo (la persecución y asesinato de enemigos políticos, la colectivización forzosa, la parodia de juicios, la policía secreta, su paranoia, su pulsión antiintelectual, la pedagogía delirante, el realismo socialista, su tornadizo papel durante la guerra civil española). Es difícil pensar cómo un personaje de ese tipo pudo ponerse al frente de un país devastado por la guerra, transformarlo en una potencia mundial que empieza a descascararse antes de su muerte, cuando su único interlocutor parecía ser Laurenti Beria. Los argumentos contra Stalin son múltiples. Y consistentes. Sin embargo, no creo que el marxismo de Stalin estuviera inscripto en las políticas teóricas de Marx ni de Lenin (o en la ceguera de los anarquistas asesinados por orden de Trotski). Pero la idea de que la cúpula bolchevique se subió a un auto de poca velocidad suena algo peyorativa. Es probable que el alma rusa guarde algún arcano que ignoro. Sí estoy seguro que el alma rusa tiene más componentes de pertenencia étnico-religiosa de lo creía.
Stalin permitió a los soldados que tomaron Berlín tres días de jubileo. A las doce horas del tercer día, quien siguiera de joda sería fusilado. Fueron fusilados cantidad. Eso no disculpa la barbarie que esa gente desató en la capital alemana. Robar, violar, matar, vengar, el lazo social astillado. Eso, que duró tres días, fue un festejo, orlado con las galas de la muerte. Este hombre -alguien acaba de escribir trágico– efectivamente es todo lo que es y también es una figura histórica trágica: convencido y aparatoso, de crueldades insospechadas, inseguro, arrogante y dado a la mitomanía, equivocado, acertado o equivocado o acertado a veces, su vida estuvo jugada en honor a la URSS. Stalin no era un profesional de la corrupción. Es extraño que en la Georgia de ahora se lo reivindica. El tiempo de los hombres providenciales terminó////PACO