En su acción más recordada, el 4 de abril de 1996, y en ocasión de las importantes movilizaciones ocurridas días antes en repudio del vigésimo aniversario del último golpe militar, la Organización Revolucionaria del Pueblo (ORP) intenta secuestrar al médico de la dictadura, Jorge Antonio Bergés, de la puerta de su casa en la localidad de Quilmes. El objetivo es intercambiar su libertad por información acerca de los bebés nacidos en cautiverio y apropiados (…)
Adrián Krmpotic era el jefe de la ORP. Después de más de un año de persecución por parte de diversas agencias de inteligencia del Estado, él y otros miembros de la organización son apresados. Pasaron nueve años hasta que Krmpotic recuperó su libertad en 2006 (….)
La ORP fue una organización nacida sobre finales de los años ‘80 y principio de los ‘90. Heredera de la tradición política del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de Mario Roberto Santucho, se propuso mantener presente el paradigma de la revolución socialista en un mundo en donde ya no existía el muro de Berlín y Estados Unidos hegemonizaba, sin el contrapeso de la Unión Soviética, el tablero de la política internacional. Tras medio siglo de guerra fría, el capitalismo parecía consagrarse en la disputa contra el comunismo. En ese contexto mundial, en nuestro país, la ORP se propuso vender al mayor precio posible el proceso de desguace al que estaba siendo sometido el Estado argentino (…)
La ORP no se hizo socialdemócrata ni tampoco se fue a su casa. Existió en esta experiencia política, condensada, la lógica máxima y trágica de cualquier emprendimiento auténticamente revolucionario: el triunfo o la muerte. Como en la mayoría de las experiencias históricas análogas, en este caso tocó muerte, y esta muerte fue la de la ORP. En una frase de su alegato (que anexamos como documento sobre el final del libro) Adrián Krmpotic dice: “Soy el último preso de una organización que ya no existe y, sin embargo, no me siento derrotado”.
El retorno de la democracia te encuentra entonces ya vinculado a la militancia.
Me encuentra vinculado muy fuerte a los organismos [de derechos humanos] y en la búsqueda de cuestiones más políticas. A veces uno se pone a conversar con alguno que ha tenido una historia similar y la coincidencia plena es que fue un tiempo muy dinámico y muy intenso. Permanentemente aparecían expectativas más o menos fundadas de que el proceso podía ir en una dirección progresista —podríamos decir—, y rápidamente la contracara de eso. Uno a la distancia puede visualizar el nivel de fricción y de enfrentamiento que había en ese momento. Tal vez parado en el medio de los acontecimientos uno pierde de vista eso, pero en la perspectiva histórica uno llega a advertirlo. Bueno, soy hijo de toda esa historia.
En algunas notas que circulan en internet, siempre se te menciona como el jefe de la ORP. ¿Fue así? ¿Eras el jefe, o vos eras uno más y las circunstancias te fueron poniendo en ese lugar?
Cualquiera que haya tenido alguna militancia en la izquierda sabe que no existen las jefaturas, no en términos de ordeno- mando, no existe. Los liderazgos sí, pero se construyen desde otro lugar. A mí me condenaron como el jefe de una asociación ilícita como si yo pudiera decirle a fulanito “andá y matá a mengano, andá y secuestrá a perengano”.
¿Cómo surge la ORP?
En ese contexto… Yo no es que estoy tratando de hacerme vocero de ningún colectivo, yo te relato solamente lo que eran las conversaciones frecuentes de las distintas, pequeñas o medianas agrupaciones de izquierda que estaban sufriendo todo este impacto y se iban desgranando, seguido al proceso de reducción de los niveles de influencia y la búsqueda de respuestas, se materializa como atomización de las organizaciones, y esos que se iban desprendiendo, desgranando de algunas formaciones, en algún lugar se encontraban. Ahora no somos tantos, en aquel momento tampoco, más o menos uno termina conociendo a la militancia de una época determinada. En ese momento el proceso que se da en esos años es exactamente igual. Entonces se generan muchos debates, y esto estaba, estaba ahí, se debatía. Hay un grupo de compañeros que después nos encontramos en el armado de la ORP, otros que no, pero con quienes discutíamos frecuentemente, que por ahí sirve como postal de época, nosotros a fines del ‘86, principios del ’87, lo que estábamos debatiendo era si lo más adecuado era ir a combatir a Nicaragua o continuar desarrollando una experiencia en el país. Estábamos atravesados por esa concepción, por ahí a la luz de las consecuencias y ese tipo de cosas uno piensa que es la decisión, pero no es la decisión, es un contexto y es una práctica que uno iba teniendo, donde el hecho de decidir emprender una acción armada no implica un acto fundacional, sino la continuidad de algo que vos ya venís haciendo, que tu tradición política venía haciendo. La duda era si comenzar a suscribirlo a nombre de una determinada organización o no, o seguir utilizándolo como un modo de intervenir, pero no es que vos estás haciendo algo nuevo, vos no inventás nada, vos continuás haciendo.
¿Qué repercusión tuvo la acción de Bergés en ese momento?
Yo creo que el gobierno lo manejó muy bien. Hizo un trabajo donde, por un lado logró agitar con éxito los temores a la violencia, y por el otro lado logró que el arco del progresismo, incluso que los organismos, salieran a denunciar fuertemente el hecho. Logró un efecto más importante de lo que ellos esperaban. Les costó, no fue tampoco tan rápido, pero ni bien se posicionaron tuvieron un éxito completo.
¿Y vos cómo viviste eso?
Mirá, nosotros decíamos: hoy día tenemos un activo, tenemos una periferia, nosotros con este hecho vamos a consolidar a la periferia, vamos a meter a la periferia para adentro. Y la periferia pegó una espantada memorable. Yo creo que alguno debe estar todavía en plena carrera campo traviesa. Y entonces ahí uno dice “me parece que bardeamos”. Estaba claro en ese momento que nosotros pensábamos que íbamos a romper el aislamiento y terminamos súper aislados. Eso estaba re claro, estábamos re aislados, no aislados. Pero estoy obligado a hacer una diferenciación, el hecho fue recibido con extraordinaria simpatía. Hoy día me dicen “yo te tengo que agradecer porque ese día encontramos un motivo para brindar en el medio del desastre”, me pasa habitualmente. Mi compañera actual me cuenta de ese jueves (fue un jueves santo) en la escuela, las maestras eufóricas. Ahora, cómo se traduce eso en términos políticos, ahí es donde tiene la victoria el gobierno, pero el gobierno no podía controlar el sentimiento de las personas, lo que podía controlar, y lo hizo muy bien, fue la perspectiva política, con la confusión informativa y esas cosas. Pero son dos planos totalmente distintos. Por otro lado, uno no puede cuantificar cuál habrá sido la influencia, pero la persecución de los personajes que estuvieron vinculados al plan sistemático de apropiación de hijos de compañeros se reactivó después de este hecho. Eso por un lado, los HIJOS comenzaron los escraches después de este hecho, ese mismo año. Hay efectos… Yo no me voy a atribuir que por lo que hicimos nosotros… Sería un irresponsable si los vinculo de manera directa, pero alguna relación tienen que tener. Y bueno, bienvenido sea que hayan tenido relación. Indudablemente la situación política no ameritaba para que un hecho de estas características sirviera para catalizar fuerzas de una organización que tal vez no tenían mucha vinculación con ese momento político, pero fuera de eso el impacto fue indudablemente mucho. Nosotros no lo pudimos facturar, está claro. Y uno dice, a la distancia, ese Estado no hubiera trepidado en provocar un asalto al lugar donde estuviera detenido [Bergés] para provocar su ejecución. Pero bueno, uno tampoco si no supone que está en condiciones de llevar adelante los planes que hace [risas]. Pero visto a la distancia, Corach un tipo muy inteligente, ningún tonto. Corach no es Manzano.
Este es un fragmento de Entrevista a Adrián Krmpotic, de Carlos Mackevicius, editado por el CEC y de descarga gratuita en pdf.///PACO