El segundo debate presidencial de las elecciones 2019 en Argentina desnudó la verdad. Se realizó al mismo momento que Chile se encuentra asolado por una protesta contra el aumento del transporte, que fue precedida por similares en Ecuador, Perú, la resistencia venezolana a la intervención de Estados Unidos y las constantes manifestaciones contra Jair Bolsonaro en Brasil. Mientras tanto, Argentina se encuentra entre los países que van hacia el mismo lado pero por las vía de las urnas: en Bolivia, Evo Morales compite con el vice de un gobierno que hace quince años privatizó el agua de lluvia y México respalda a su recientemente asumido presidente de izquierda que intenta terminar la guerra contra el narco de la CIA. El mensaje de latinoamérica es claro: la gente no tolera más las políticas de ajuste, endeudamiento, recesión y fortalecimiento del poder financiero que lleva a los ricos a ser cada vez más ricos y los pobres, hundirse en la miseria. Este proceso está claro pero es permanentemente enturbiado por los grandes medios de comunicación, que ya dejaron de mediar y simplemente se transformaron en agentes del colonialismo internacional.
Durante el debate, que duró casi dos horas y tuvo a los seis candidatos a la presidencia, pudimos vislumbrar algunas verdades detrás del couching, la estrategia y la asepsia deliberada del formato que elimina todo riesgo. Alberto Fernández dedicó todo su tiempo a decirle sus verdades a un Macri que no pudo más que defenderse con el mismo discurso que perdió en las primarias: la repetición constante de las falsedades con las que periodistas a sueldo del Ejecutivo hicieron el prime time televisivo y las acusaciones desgastadas redactadas en jefatura de gabinete. La cuestión de Fernández contra Macri ya es personal, atravesó la arena política para convertirse en una pelea de dos personas que buscan, literalmente, sacarse los ojos. Fernández no tolera un minuto más el gobierno de Macri, Macri siente una profunda impotencia por haber sido derrotado meses antes de que comience la lucha y ante un rival que desprecia.
El proyecto de Macri se quedó sin nafta hace rato. Nunca pudo superar a Cristina Kirchner, que aún en sus peores momentos mantuvo un 35% de adhesión en las encuestas y consiguió su banca en el Senado. Los constantes ataques del poder judicial sólo la fortalecieron, y con la movida de nombrar a Fernández como líder de la fórmula desencajó a todo el ámbito político y al aparato periodístico oficialista, que tuvieron que salir a hacer maniobras de emergencia para adaptarse al nuevo panorama. Un libro autobiográfico fue más poderoso que todos los discursos salidos del búnker PRO, que se mostró deficiente, descoordinado e incapaz de enfrentar el nuevo escenario. Tres años de gobierno bastaron para quebrar a una fuerza que llevaba una década y media de ascenso y calculada estrategia, para finalmente mostrarse torpes, sin ideas y completamente desdibujados. El tándem Fernández se reveló vital y poderoso apenas salió a la cancha, y eso se vio en el debate 2019: Macri habla como un opositor indignado, Fernández como un presidente electo.
Del resto de los candidatos, puede vislumbrarse una clara sinergia entre Lavagna-Del Caño con Fernández. Sin dudas un futuro donde Fernández gobierne y los otros dos referentes sean oposición transformaría la lógica política argentina. La verdadera “grieta” que asoló al país fue convertir al diálogo oficialismo-oposición en una conversación de personas que no quieren escucharse, en un show donde la oposición destruye y el oficialismo niega. Pero Fernández presta atención cuando hablan Lavagna y Del Caño, y reconoce una total sintonía con el discurso del ex ministro de Economía. Del Caño, a su vez, ofició de “columnista” de todas las mentiras, contradicciones e inconsistencias de Macri, al mismo tiempo que corre a Fernández por izquierda. Esta sinergia augura un tiempo de paz en la política argentina. De continuar Lavagna como referente, y con un Del Caño preocupado por neutralizar a una derecha real que se para a metros suyo -y ya no es una construcción abstracta- el diálogo oficialismo-oposición podría transformarse en una verdadera colaboración y un debate de ideas que sin dudas enriquecerá la praxis política.
Por otro lado, es preocupante la pregnancia del discurso de José Luis Espert, que propone todo lo que Macri se niega a admitir que hizo y que haría en caso de ganar de las elecciones, que se desnuda como un verdadero neoliberal que quiere neutralizar todo lo que Argentina conquistó en el último siglo de su historia. No parece consistente que Macri se convierta en el futuro cercano en un líder opositor: su debilidad, su impotencia, su incapacidad para generar acuerdos siquiera en los propios, sus fantasías y sus realidades le impiden continuar siendo un referente más allá de 2019, pero en Espert aparece la sombra de esa derecha que hoy provoca el caos social en latinoamérica y que necesitamos dejar atrás.
La gira de campaña de Macri revela a un político que se transformó en una especie de humorista que preside una kermesse, marcó la degradación de quien fue la esperanza de la derecha en una especie de vendedor de feria, arengando ancianos y niños a cantar, protagonizando furcios y bloopers diarios, mostrando una total carencia de lenguaje y discurso, exhibiendo la inconsistencia de su proyecto en la propaladora mediática y avergonzando a propios y ajenos. El último concierto de Macri es triste y deplorable, contrapuesto con políticos que buscan un lugar en la historia argentina y latinoamericana. En las próximas elecciones generales Argentina entrará en el concierto de las naciones tocando una melodía de cambio, dejando atrás el neoliberalismo, el ajuste y el caos que generó la derecha en todo el continente, aliándose con quienes buscan un siglo XXI de justicia y bienestar. Habrá más debates y más elecciones, pero éstas serán recordadas por la paz social que garantizaron las organizaciones sociales y la contundencia de la propuesta kirchnerista, que vuelve renovada y a tono con el desafiante tiempo que les tocará gobernar. ////PACO.