Ansiedad


El placer de las conspiraciones

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Las personas creen en las conspiraciones porque de vez en cuando
se comprueba que algunas son verdaderas.
David Runciman

Lagartos humanoides llamados reptilianos caminan entre nosotros para ejercer un control que escapa a nuestra razón. Sociedades secretas de corte masónico forman un Nuevo Orden Mundial y deciden el destino de la humanidad. La llegada del hombre a la Luna fue una puesta en escena del gobierno de Estados Unidos filmada por Stanley Kubric para ganarle la carrera espacial a la Unión Soviética. Existe un plan entre la Comunidad Europea y la Liga Árabe para convertir a Europa en un apéndice islámico y así derrotar a Estados Unidos y a Israel. La vacuna contra el Covid-19 desarrollada por Rusia implanta a quien se la aplique un nanochip con el fin de que el gobierno de Vladimir Putin pueda controlar a la gente. Pero esta no es la única vacuna con ese objetivo: también hay una desarrollada por George Soros y Bill Gates para monitorear la actividad cerebral de cada individuo.

Muchas de las teorías conspirativas en circulación pueden encantarnos y en la cultura popular ejercen una fascinación casi tan magnética como las leyendas urbanas. ¿La última? QAnon (abreviación de Q-anónimo) es una teoría elaborada y lanzada por la extrema derecha estadounidense que afirma que existía una trama secreta para derrocar al presidente Donald Trump. Barack Obama y Hillary Clinton eran los perpetradores y junto a otros demócratas reclutaban a sus colaboradores entre lo más detestable de la sociedad: pedófilos dedicados a la trata, adoradores de Satán y bebedores de la sangre de los niños que resultaron muertos durante sus actos aberrantes.

Adherir a este tipo de teorías implica una vuelta al pensamiento mágico más primitivo aunque pasado por cierto filtro de la razón. En vez de dioses omnipotentes, existe una serie de amenazas y males encarnados en gobiernos concretos, personas con poder real, asociaciones comprobables, hermandades reales y cofradías verosímiles. Como por ejemplo el caso del Grupo Bilderberg, una casta blanca formada por financieros, políticos poderosos y representantes de grandes corporaciones que, según se dice, deciden los vaivenes de la economía mundial por medio de devaluaciones, revueltas y atentados, siempre con la intención de mantener los privilegios e intereses europeos y norteamericanos. O también el Club de Roma, que mantendría en sus misántropos planes el control del crecimiento poblacional.

Pero, ¿cómo es exactamente que las peores teorías conspirativas todavía germinan entre nosotros? ¿Son un reflejo de la época? ¿Su caldo de cultivo es el clima político y la polarización de las ideas? Theodor Adorno afirmó que estas creencias, sumadas al crecimiento de la paranoia social, son elementos constitutivos de los movimientos políticos. De ahí que, actualmente, las tendencias conspiranoicas (ya nos detendremos en este término) no sean solo el resultado de un impulso inconsciente o mágico, casi inocente, sino profundamente ideológico. Hoy por hoy, la frase “si no crees que alguien conspira en tu contra, entonces no estás prestando la debida atención” funciona casi como un slogan.

Algo de historia

Las teorías conspirativas existen desde la formación de las primeras sociedades, pero no adquirieron mayor difusión hasta inicios de la segunda mitad del siglo XX, época en la que se vuelven omnipresentes, sobre todo a partir del asesinato de John F. Kennedy en 1963 y la evolución voraz de la carrera tecnológica. Fue hacia el año 1903, sin embargo, en el que una de estas creencias quedó instalada hasta adquirir la fuerza necesaria para incidir de manera efectiva y brutal en el mapa político de los años siguientes.

Los Protocolos de los Sabios de Sión fue un libelo antisemita lanzado por la Ojrana, la policía secreta zarista, con la intención de culpar a los judíos de ser los principales responsables de las miserias y las guerras del mundo, y así justificar los pogromos. En los Protocolos se describen las reuniones secretas de una conspiración judeo-masónica cuyo plan era subyugar a todas las naciones utilizando como instrumentos la masonería y el comunismo. A pesar de no despertar tanta atención en la sociedad rusa de ese momento, fue en los años posteriores a la Revolución de 1917 que los Protocolos de los Sabios de Sión comenzaron a influir en una Alemania de posguerra fuertemente golpeada por una crisis socioeconómica sin precedentes.

Antes de la llegada de Hitler al poder, de hecho, el supuesto documento histórico que comprobaba la conspiración ya circulaba por los antros Völkisch gracias a la publicación de más de treinta ediciones. Fue el diario británico The Times el que dictaminó en 1921 que, en realidad, se trató de un plagio adulterado a partir de un panfleto en contra de Napoleón III escrito por Maurice Joly cincuenta años antes.

Una posible explicación

Con los años ha ido tomando fuerza una clase particular de teorías conspirativas que sobrevuelan la creencia (o convicción) de que la historia oficial ha sido tergiversada, por lo que todo lo que creemos no es más que una gran mentira. Esto aplica a la realidad política en democracia, siempre acompañada de la sospecha de que todo es una farsa digitalizada por una élite que, pese a haber sido elegida por el pueblo, se ocupa de los asuntos más trascendentales a puertas cerradas. Es decir, las masas no solo descreen completamente de las élites (y con razón), sino que muchas veces terminan por inventar teorías que justifiquen su actitud. De esta manera, la representatividad democrática es víctima de un ida y vuelta que parece no tener fin. En tal caso, existe un vacío entre las promesas del gobierno y la realidad, un vacío donde los conspiranoicos alimentan su morbo.

Un artículo de la revista Social Psychological & Personality Science exploró la relación íntima entre las conspiraciones por un lado y la baja autoestima y el alto nivel de narcisismo de los que las sostienen por el otro. En efecto, hay una dinámica entre distintos factores que pueden echar luz a la propensión de las personas a creer en este tipo de teorías: primero, la sensación de impotencia y vulnerabilidad; segundo, la necesidad de explicar eventos desconocidos; tercero, la búsqueda de culpables como forma de encontrar razones a lo inexplicable. Así, las conspiraciones funcionan como una especie de bálsamo, un contrapeso que otorga sentido a un mundo que muchas veces carece del mismo. En otras palabras, es más fácil aceptar las teorías conspirativas que lidiar con una realidad caótica, azarosa y difícil de asumir.

Algo más de historia

En los últimos años ha ido tomando forma el neologismo conspiranoia, que se refiere a la tendencia de interpretar determinados acontecimientos como producto de una confabulación. Hay una convicción obsesiva de que todo aquello que goza de importancia histórica es fruto de acciones deliberadas por parte de grupos de poder. Valiéndose de internet y de su velocidad virósica, muchas veces son los grupos no beneficiados por ciertas políticas los que suscriben a las ideas de que el poder ha sido atacado por fuerzas contrarias por intermedio de subterfugios. En otras palabras, no es que el candidato decepcionó al votante (lo que implicaría una acto de mea culpa por parte de este último, un reconocimiento de su equivocación), si no que fuerzas externas actuaron en pos del fracaso de ese proyecto político. A solo un clic de distancia (y ese es el doble filo de la democratización de las redes sociales), cualquier persona en el mundo puede acceder a infinidad de teorías excéntricas y a manifiestos que claman que los malos no solo existen, si no y sobre todo, que se inmiscuyen y actúan entre nosotros.

Volviendo al viejo caso de los Protocolos de los Sabios de Sión, y como si se tratara de un viaje en el tiempo, fueron miembros de los asesores de la campaña por la reelección de Trump quienes hicieron referencias a las oscuras intenciones de los Rothschild o Soros con tuits referidos a los Protocolos. De algún modo, recogieron el guante dejado por Henry Ford, que en la década de 1920 acusó a los judíos de ser el verdadero problema del mundo.

Este tipo de iniciativas digitales les da a los conspiradores, o al menos ellos así lo creen, un lugar de poder con respecto al resto de las personas. Aparece, entonces, una retórica de la revelación, un monólogo imaginario con claros efectos aleccionadores: “A ustedes, que no saben nada, yo les cuento que…”. Esta figura es lo que se llama un recolector de injusticias, es decir, un personaje ansioso por exponer la ingenuidad de todo el mundo, excepto la propia. ¿Es que todo, acaso, es un designio maquiavélico?

La posverdad como síntoma

¿Pero qué sucede cuando se demuestra que una conspiración es falsa y que sus fundamentos carecen de validez? Ante una respuesta convincente que eche por tierra las convicciones de los conspiranoicos, estos irán más allá y ampliarán su espectro, acusando a sus detractores de ser parte de una manipulación mucho más grande, justamente, la que la teoría conspirativa denuncia con sus postulados. Esto es un sesgo de confirmación, o sea, la tendencia real por la que se toma en cuenta información válida en tanto y en cuanto apoye un determinado punto de vista.

Un conspirador no se reconocerá nunca en ese papel, como tampoco reconocerá que sus creencias son pobres argumentativamente. Es fundamental entender que, en lo colectivo, se borran las actitudes intelectuales, las interpelaciones y, en consecuencia, la independencia del pensamiento y la individualidad. Con la imitación entre pares no se piensa, se entra en un estado casi hipnótico y automático, ya que cuestionar lo que se cree, en definitiva, implica cuestionarse a sí mismo.

Pero, ¿por qué entonces la gente cree en las teorías conspirativas? Al deseo de sentirse diferentes y especiales, al parecer, se suma un tipo de narcisismo acorde al espíritu de la época. En última instancia, no hay objetividad, porque esto atentaría contra el placer de que los hechos tengan un sentido y un cierre y que impliquen, en cierto punto, un reduccionismo epifánico. La necesidad de creer estará siempre por encima de la razón y la evidencia////PACO

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