«Nos arreglaremos con el pibe Higuaín». La frase era pronunciada por Daniel Passarella, el entonces entrenador de River Plate, a fin del verano del 2006, cuando se lesionaba el delantero estrella por ese momento del equipo de la banda roja, Luciano Figueroa. Así fue la llegada de Gonzalo Higuaín a la consolidación en Primera División, casi de casualidad, más por una necesidad que por mérito propio. Atrás habían quedado unas pequeñas intervenciones en el primer equipo con los entrenadores anteriores, Astrada y Merlo, jugando de «enganche» y destacándose únicamente por ser el «hijo del Pipa».
Siete goles en sus primeros dieciseis partidos fueron la carta de presentación para sus primeros cuatro meses como delantero titular en River, condiciones que reafirmó al siguiente semestre, marcando ocho tantos más en diecinueve partidos, incluyendo dos en su consagratoria actuación frente al Boca de La Volpe, equipo al que le hizo un gol de taco y otro con una exquisita y fría definición eludiendo al arquero.
Tras ese partido Gonzalo recibió el llamado de Raymond Domenech, el entrenador de la selección de Francia, que lo invitaba a sumarse al equipo aprovechándose de que su pasaporte indica que nació en aquel país, cuando su padre jugaba en Brest en 1987. Se tomó una semana para pensarlo y eligió con el corazón. Declinó la oferta ya que según dijo, su corazón es argentino y soñaba con alguna vez vestir la casaca celeste y blanca.
Tras la excelente aparición del 2006, Real Madrid ordenó su contratación como una apuesta a futuro. Higuaín se marchaba a España con sólo 19 años y 41 partidos oficiales jugados. Su pasaporte francés le facilitó las cosas para no ocupar plaza de extranjero. A la Casa Blanca llegaría como el sexto delantero y terminaría jugando 23 partidos y marcando dos goles, incluyendo el decisivo que le daría el título al equipo que por entonces dirigía Fabio Capello. La temporada siguiente el nuevo DT, Schuster, tampoco lo tendría en cuenta entre sus favoritos pero recurrió a él cuando los mayores no daban respuestas. Pipita respondió con ocho goles en siete partidos para un nuevo título «merengue». En la 2008-2009 también arrancó de suplente pero se afianzó con el correr de las fechas. Terminó siendo el centrodelantero titular marcando 23 goles y nueve asistencias, marca que no alcanzó para ganar el título pero si para su reconocimiento personal. Al llegar Manuel Pellegrini al banco, y con las contrataciones de Benzema y Ronaldo, Higuaín quedó nuevamente relegado pero aprovechó sus oportunidades para ganar finalmente la titularidad y marcar 29 goles en cuarenta partidos, en una performance realmente asombrosa.
Mientras se desarrollaba su campaña en España, fue nuevamente tentado para vestir la Blue de Francia y al rechazar el convite, fue oportunamente citado para una selección argentina. Primero para el Mundial Juvenil de Canadá, aunque luego de mucho pensar, él prefirió descansar y no aceptó la citación. Tiempo más tarde fue llamado para la preselección que se preparaba para los Juegos Olímpicos de Pekín y en un amistoso versus Costa Rica marcó dos goles pero su actuación no le alcanzó para ser tenido en cuenta para la lista final. Su rechazo a la juvenil, le pasó factura.
«Todavía no es momento de Higuaín» decía Maradona cuando a principios del 2009 la prensa le preguntaba sobre la ausencia del delantero en el plantel que afrontaba los partidos de eliminatoras. Pero tuvo que ceder cuando el jugador rompía redes en su club y el equipo nacional necesitaba goles como el agua en los decisivos partidos que se venían frente a Perú y Uruguay. E Higuaín vino y convenció rápidamente: un gol en su primer partido y una sacrificada actuación en Montevideo más otro gol en un amistoso meses después frente a Alemania le dieron definitivamente la camiseta 9 y la titularidad.
Sus actuaciones en el Mundial de Sudáfrica fueron consagratorias: extrañamente errático en el primer partido frente a Nigeria, se destapó frente a Corea con tres tantos, lo cuidaron contra Grecia y aprovechó la única que tuvo frente a México. Contra Alemania fue víctima de la intrascendencia táctica del equipo, pero asi y todo se las arregló solito para crear la situación más clara con la que contó el equipo para empatar el match.
Goles, juego y ubicación hacen las mejores cualidades de este delantero que siempre supo ganarse sus chances a fuerza de buenas actuaciones y de anotarse en los scores de los partidos, debiendo convencer a todos los entrenadores que lo dirigieron, como si estuviera marcado en su destino que debe pelearla de atrás. De todas formas, «El Pipita» fue una de las pocas confirmaciones que tuvimos los argentinos en el Mundial, así que estamos en condiciones de decir que a nosotros ya nos convenció y como Passarella alguna vez, tranquilamente podremos afirmar que en la selección argentina, por muchos años más, nos arreglaremos con el pibe Gonzalo Higuaín.///PACO
Publicado originalmnete en Desde el Tablón el 5 de julio de 2010.