Política


El partisano del liberalismo

¿Acaso no transforma mi dinero todas mis carencias en su contrario?

Marx, 1844

El vendedor de ilusiones: el caso Generación Zoe (2024) de Matías Gueilburt trata sobre un profeta que invitaba a entrar a la tierra prometida de su invención a cambio de unos –así les llamaba– dolaritos. Esa tierra prometida fue Generación Zoe, una suerte de emporio/multiverso financiero que llegó a pagar contra un desembolso inicial de 2.000 dólares un interés del 7.5 % mensual. Desde lejos podía maliciarse que tamaño interés se sostenía en un armazón mortífero conocido como estafa piramidal, que no fue inventada pero sí perfeccionada por Carlo Ponzi (1889-1942), un creativo inmigrante italiano que durante las dos primeras décadas del siglo XX esquilmó en Estados Unidos a miles de ahorristas por un monto total de 20 millones de dólares, aproximadamente 314 millones actuales.

El profeta, coaching con soporte tecnológico y heredero legítimo de Ponzi era Leonardo Cositorto, y las víctimas de la debacle de su GZ se diseminan en Argentina y otros dieciséis países, entre ellos, Uruguay, Colombia, México y España. Algunas de estas víctimas componen el grupo de entrevistados de El vendedor de ilusiones junto a la fiscal de Instrucción del 2° turno de Villa María, Julia Companys, el programador y administrador de sistemas Javier Smaldone, el periodista de El Diario del Centro Sergio Vaudagnotto, Maximiliano Batista, mano derecha de Cositorto, y el mismo Cositorto, estos dos últimos en la cárcel. La estafa de GZ sumaría los 120 millones de dólares, aunque se trata de una cifra moderada para sus 80.000 miembros. Habría que considerar que una enorme cantidad de dinero «negro» se deposita en los Triángulos de las Bermudas como GZ y no puede denunciarse ante la justicia.

GZ existía desde 2017 como empresa de coaching ontológico. Pero Cositorto, un tipo talentoso que armonizó la catequesis de autoayuda con sus dotes de vendedor carismático y parlanchín, cercano en su estilo a los pastores brasileños de medianoche, la relanzó a partir de la pandemia como gran bolsa de dinero que haría feliz a quien quisiera confiarle sus dolaritos. Oportuno, desde los finales de 2021 hasta los primeros meses de 2022, en el eclipse del aislamiento obligatorio, Cositorto supo aparecer repetidamente en notas pautadas en el prime time de la tv abierta y de cable para brindar detalles de las bondades de GZ. Había leído perfectamente la necesidad que flotaba en el aire de una descarga para los sentimientos de intolerancia y angustia ante la pandemia. En este paisaje psicosocial Cositorto arrancó con gran parte del trabajo hecho. Le bastó anunciarse como el salvador que rescataría a los náufragos con colchón y dólares debajo del colchón de la isla a la que habían sido arrojados por la gran tormenta. Y esos náufragos, sobre quienes desde antes de la pandemia pesaban las nubes negras de inflación, cepo cambiario y fantasmas de corralitos, le creyeron.

GZ materializó para ellos la velocidad, el goce y la disipación, justamente todo lo contrario a los valores pequeñoburgueses de la lentitud, la previsión y hasta de la escasez que el ahorro implica. Entusiasmados por el entusiasmo de Cositorto, se autopercibieron en camino hacia una riqueza y una seguridad inexistentes. No estaban preparados para advertir –y menos para aceptar– que los tradings diarios que mostraba la plataforma de GZ, como afirma la fiscal Companys, eran casi todas simulaciones, que los bonos navideños con intereses estrambóticos eran anzuelos envenenados y que las compras de montañas de oro para respaldar la criptomoneda Zoe Cash era un cuento del tío casi tan viejo como el mundo. En un video promocional Cositorto baja de una camioneta en una ruta y le dice a la cámara que está yendo a comprar la segunda montaña de oro para GZ. Ninguno de los zoeanos reparó que en nuestro país existe la concesión minera, y no, por ahora, la legislación que faculte a vender de montañas.

Rodeado en sus misas públicas por la guardia cuasi pretoriana de sus discípulos líderes, muchos de ellos hoy procesados, Cositorto estimulaba a los asistentes con ficciones y una fe para vivir adentro de esas ficciones, constituyéndose en el mediador de una excitante y posteriormente penosa experiencia con el neoliberalismo motivacional, que en nuestro país tuvo su primera gran experiencia, colectiva y fallida, con Macri. Sí, se puede, fue el lema del PRO, copia del lema «Yes, we can!» de la campaña de Barack Obama de 2004 como candidato a senador del Partido Demócrata por Illinois en el que basaría la canción Yes We Can del grupo de hip hop Black Eyed Peas que fue banda de sonido de la campaña primaria presidencial de Obama de 2008. La entronización de la voluntad de cada uno autonomizada de las condiciones reales de existencia es el principio básico del neoliberalismo motivacional. La voluntad es un valor moral superior siempre y cuando sea la del individuo, si lo es de un grupo o de una clase es una amenaza para la libertad. Esta fue la narrativa más consistente y duradera de los ideólogos del PRO, adaptada con villanos y enemigos vernáculos. Fue la primera versión del manual antipolítica, antiestado y anticasta, con el management de políticos y empresarios de castas heterogéneas que habían trabajado para el estado como Bullrich o habían sido subsidiados generosamente por el estado como Macri. Al revés de ellos, agrietados y grises, Milei, nos guste o no, huele a teen spirit, y su agregado de consignas anarcos-libertarias que radicalizan las promesas de aquel borrador que la última versión del peronismo/kirchnerismo no consiguió alojar en el olvido, le dieron una recarga de aire fresco al individualismo y al voluntarismo como vectores de millones de personas. Milei es la puesta en práctica de la autocrítica macrista, su gobierno aspira a ser el segundo tiempo tras el primer tiempo fracasado y destructivo de Macri, lo que explica las espirales caóticas a las que nos somete día tras día. Y, pese a todo, subestimar al neoliberalismo motivacional y a los vendedores que van de puerta en puerta como Milei y Cositorto es una mala táctica que habla de la crisis que afecta a sus adversarios –todos, sin excepción–, que todavía no pueden o no quieren salir de abstracciones y reacciones espasmódicas ante las monerías de Milei. Les cuesta horrores reconocer que el neoliberalismo motivacional argentino, por malas razones y peores intereses, interpeló al sujeto concreto, lo puso en foco como alguien que solicitaba, más que un futuro, un turno en el mostrador del presente, lejos de mandatos o deberes con el otro, el estado y la patria. Ese sujeto se hartó de la sopa chirle y sin sal que decía contenerlos mientras sus cocineros los expulsaban silenciosamente al no darle posibilidades reales de crecimiento personal. Libertad, individuo, crecimiento no son malas palabras. El problema es cómo crear una libertad superior, que no puede ser otra que esté exenta de las mistificaciones neoliberales, y cómo generar un crecimiento que beneficie materialmente a los individuos, que no puede ser otro que esté exento de las mistificaciones del progresismo y del desarrollismo, dos objetivos que no son precisamente los que se guarda el neoliberalismo motivacional en su agenda real.

Cositorto no cambió ni una coma de esta narrativa general de voluntad y cambio, de libertad y, pero no pedía el voto, pedía el dinero, que es como lo definía el joven decisión individual Marx el «vínculo de todos los vínculos» y tiene la potencia «maléfica» de rellenar lo real con lo fantasmático. Y, tras el acto libre y voluntario de sacarlo del escondrijo debajo del colchón, el dinero vivía: daba altos intereses, se reproducía. Cositorto indujo a los zoeanos a ser ellos mismos en tanto se identificaban con la propia voluntad, atravesada de pulsiones diversas, mientras los fundía en un nosotros homogéneo sometido a un centro oculto que dependía de una lógica cimentada en operaciones y algoritmos difíciles de comprender y en irreverentes apelaciones a la inversión (si no tenés plata vendé al perro, sugería Cositorto, grotesco y letal). Entre bastidores, sin embargo, había otra lógica, reservada al conocimiento y la praxis de unos pocos, que era la del esquema Ponzi. Y así y todo a Cositorto le cabe sólo la responsabilidad legal por sus acciones como factótum de GZ, no por las pulsiones que empujaron ese dinero hacia sus manos.

El vendedor de ilusiones resuelve sin demasiado esfuerzo las escenas dramatizadas y sintetiza con un buen montaje una narración entretenida y adecuadamente musicalizada. Una observación al enfoque general es que recorta demasiado la narración al par confianza/decepción, dejando sin explorar, por ejemplo, las razones profundas, más allá de lo que explicitan las víctimas de GZ –que no es mucho en este punto–, para haber caído como cayeron en la trampa. Tampoco El vendedor de ilusiones indaga en la relación de Cositorto con la política. Cositorto dice haber aportado fondos a las campañas de Martiniano Molina, ex intendente de Quilmes, y de Javier Milei. Los favorecidos lo negaron. Al margen de la veracidad o la falsedad de esos aportes, las simpatías políticas de Cositorto están claras. «Con Milei estamos los dos muy cerca de Alberdi. Yo con él no tengo trato directo, pero aporté dinero a gente de La Libertad Avanza. El león lo usamos nosotros hace siete años atrás», dijo Cositorto en una entrevista a C5N. «Despierta Argentina» fue el partido político que fundó Cositorto, pero, «se nos infiltró el macrismo dentro de la empresa. A Martiniano Molina le he dado bastante dinero para la campaña y he participado, pero me hicieron una campaña sucia».

Milei, siendo diputado nacional, promocionó a Coinx World, una empresa de criptomonedas en dólares, que ofrecía un rendimiento del 8 % mensual. «Estan (sic) revolucionado la manera de inversion (sic)posteó Milei en su cuenta de Instagram en 2022– para ayudar a los argentinos escapar de la inflación. Desde ya puedes simular tu inversión en pesos, dólares o criptomonedas y obtener una ganancia. Escribanles (sic) @coinx.world de parte mía así los asesoran con lo mejor! (sic)». A los que llamaron los terminaron asesorando, pero con lo mejor para CW, cuyas veintitrés oficinas fueron allanadas en agosto de 2023 por orden de la justicia federal. CW es un caso inquietante en el submundo argentino de las estafas piramidales. Según informó Infobae, CW está registrada en la AFIP como empresa de instalaciones eléctricas y en el Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual como empresa de software. Aún no se sabe quiénes fueron sus dueños, ya que el representante inscripto y cara visible es un monotributista. GZ y CW no son las primeras ni serán las últimas en arrasar con el dinero ajeno. La pregunta es por qué los controles son nulos o muy blandos ante estos engendros con criptomonedas de colores que aparecen de la nada con gran publicidad a su favor, asesorías legales y soportes tecnológicos, crecen recibiendo millones y luego se desploman llevándoselos como si nada hubiera sucedido.

En el final de El vendedor de ilusiones se subraya que el ex juez Héctor Luis Yrimia, director jurídico de GZ, y Rosa María González Rincón, la súper estrella venezolana del multiverso, permanecen prófugos. Son personajes bien distintos entre sí. Yrimia tiene un largo recorrido en la justicia, que sería lo mismo que decir que lo tiene en la política. Hizo cursos en el FBI, la DEA, el Servicio Secreto y la Aduana de los Estados Unidos. Créase o no, en 2004, siendo juez, el Consejo de la Magistratura lo sancionó por haber ordenado la detención de una ejecutiva del Banco de Galicia que se negaba a entregar los dólares a un cliente. Ese mismo año debió renunciar a su cargo, denunciado por encubrir al ex juez Pablo Bruno en un caso de torturas. Por su actuación como fiscal en el caso AMIA durante el periodo 1993-1994, Yrimia fue acusado en 2014 por otro fiscal, Alberto Nisman, como ideólogo de las pistas falsas del caso. En 2017 el juez Bonadío lo desafectó de la causa. Pocos días antes de que GZ entrara en la curva final, Yrimia les aseguraba a los inversores en la puerta de la sede de GZ en el barrio de Núñez que no había ningún problema. Ahora está en Dubái, gozando de la falta de un acuerdo de extradición entre nuestro país y Emiratos Árabes Unidos. En febrero de 2023 trascendió un video en que se lo ve bailando en un yate que navega sobre cálidas aguas azules, muy bien acompañado. De González Rincón se sabe poco. Es una self made woman que de vender buñuelos y tortas fritas pasó a tradear en GZ y ser miembro de la cúpula de la «Universidad del Trading S.A.», uno de las obras más surrealistas de Cositorto. González Rincón se jactaba de haber elaborado un «algoritmo cuántico» para proteger las inversiones de la plataforma Zoe Broker. Esto solo merecería un seminario sobre las relaciones entre alucinación, tecnología y neoliberalismo. Después de haberse ido de la ciudad de Córdoba, donde residía, su paradero es desconocido.

Como frutilla del postre, en un alegato de tono melancólico, inusual en él, Cositorto insiste con su inocencia y les dice a sus ex adeptos que dispone en la prisión de un teléfono público para comenzar a trabajar en la recuperación del dinero. Pueden confiar en él, remata el partisano del neoliberalismo motivacional. Es probable que después del estreno de El Vendedor de ilusiones haya recibido más de una llamada.////PACO