Cartel. Iba a una de las escuelas públicas que están en la plaza Las Heras, en Palermo. Estábamos a mitad de los años noventa y ya me costaba bastante prestar atención en clase, pero todavía mi mamá no había llegado a preocuparse por el asunto como lo haría después. Me sentaba al fondo de la clase, no me acuerdo con quién, al lado de una ventana que daba al patio. Más allá del patio, del otro lado de la reja, estaba la plaza y, más al fondo, los edificios. Era una zona despejada de la ciudad, con el cielo desplegado hacia el Río de la Plata. Durante un par de semanas toda mi capacidad de distracción estuvo reconcentrada en la pared lateral de un edificio, donde un cartel gigante iba surgiendo de a poco de los pinceles de unos tipos colgados en silletas de albañil. Como todavía no era adolescente, yo no soñaba con la libertad de esos pobres tipos ni con ninguna de esas boludeces: sencillamente los miraba hacer su trabajo abajo el sol. Después, un buen día, los obreros terminaron y no volvieron más. El cartel quedó ahí vendiendo alguna cosa y mi atención quedó a la espera de un nuevo objeto de deseo, saltando de los paseadores de perros a los picados de la plaza. Pasaron días o meses, hasta que apareció el dirigible.
Breve historia aeronáutica. Buenos Aires siempre tuvo tradición aeronáutica. De hecho, el revisionismo histórico aeronáutico dice que fue en Villa Lugano donde empezó la aviación argentina con Jorge Newbery, y no en El Palomar, como quieren la academia, la oligarquía y el imperialismo. Newbery había nacido en 1875 y hacía despegar globos aerostáticos con su hermano desde las quintas de Barrancas de Belgrano. Solía batir records. Una vez batió el record mundial de permanencia en el aire con un globo llamado “El Huracán” y por eso hoy existe el club Huracán. El hermano de Newbery quiso cruzar el Río de la Plata en globo y no apareció nunca más. Solamente encontraron los restos del globo flotando en el agua. Después, Jorge se pasó a los aviones. Los hacía despegar desde Lugano, donde hoy está la autopista. Acá, además, vivió Saint-Exupéry, y en 1934 estuvo un par de horas el Graf Zeppelin, un dirigible alemán que medía 236 metros de largo.
Lactobacillus GG. El dirigible que apareció en Buenos Aires en los noventa medía cuatro veces menos que el Zeppelin: unos 60 metros. Era blanco, con letras rojas y unas rayas verdes. Su objetivo no era batir ningún record ni expandir las fronteras del poderío humano sobre los cielos. Tampoco perseguía la misión de abrir rutas aéreas que comunicaran mejor a los pueblos del mundo. Su misión era sobrevolar la ciudad todo el día induciendo a la población a consumir yogurt. Yo lo veía desde la ventana del aula miles de veces por día. Cuando iba para el norte, hacia Vicente López o San Isidro, sobre su costado se leía “Tomá yogur con GG”; cuando volvía para el lado del centro las letras rojas decían “La Serenísima”. Dicen que en los primeros seis meses de su aparición, La Serenísima aumentó sus ventas en un 35%. La Serenísima es Venecia, pero también fue una escuadra de aviones comandada por Gabriele D´Annunzio que tiró unos panfletos pacifistas sobre Viena. O sea que hacer propaganda desde el aire estaba en el ADN mismo de la marca de lácteos. A pesar del mensaje directo y conciso, nunca tomé yogurt con lactobacillus GG. Tampoco tengo idea de qué es el lactobacillus GG, aunque creo recordar un aviso en el que Pancho Ibáñez lo explicaba con su claridad característica.
El dirigible. El dirigible era lo más. Podía pasar por el horizonte o aparecerse de golpe justo arriba de tu cabeza, muy cerca del suelo. También volaba de noche con un cartel luminoso. Lo habían traído desarmado creo que desde Inglaterra y lo armaron en San Nicolás. Podía volar a casi 100 kilómetros por hora y usaba 63 mil metros cúbicos de helio importado, lo cual lo volvía una bomba andante. A pesar de su tamaño, como transporte era una estafa: en la cabina que iba abajo del globo solamente entraban cinco pasajeros, además de los dos pilotos. Despegaba todas las mañanas de Don Torcuato y boludeaba por la ciudad y el conurbano. Por esa época leí en la revista de La Nación que la cabina estaba blindada porque, desde abajo, la gente le disparaba con armas de fuego. Ese mismo domingo, a la hora de la siesta, con mi hermano intentamos replicar la acción subiéndonos a la terraza de casa con una gomera. El dirigible nunca pasó, pero ese día nos sentimos hermanados con los habitantes de Fuerte Apache que día a día le disparaban con la explícita esperanza de verlo caer.
Lejos. Por lo que leo en Internet, el dirigible no distrajo únicamente a los alumnos porteños. También anduvo por Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero y Mendoza. Para ir volando de una ciudad a otra necesitaba unos siete camiones como soporte terrestre y tenía que ir siguiendo la ruta para poder ser asistido. El googleo indica que el 22 de noviembre de 1996 tuvo un accidente en la zona de Campo Andino, provincia de Santa Fe, cerca de Rafaela. Lo agarró un temporal y tuvo que aterrizar de emergencia en el campo. Como los vehículos de apoyo estaban muy lejos, los dos tripulantes del dirigible intentaron desinflarlo solos. Obviamente no pudieron y el viento se lo llevó tres kilómetros. A ellos no les pasó nada pero el dirigible quedó arruinado para siempre. En la web no hay buenas fotos del accidente, pero me imagino el globo explotando en el aire como en la tapa de Led Zeppelin I.
Acá. Fue como con los linyeras: uno se acostumbra a verlos todos los días hasta que desaparecen, pero pasa un tiempo hasta que uno se da cuenta que desaparecieron, que se deben haber mudado de cuadra o muerto aquella noche que hizo tanto frío, hace meses. Yo ni me di cuenta que un día dejó de pasar por delante de la ventana del aula. Volví a pensar en el dirigible mucho tiempo después, cuando ya mamá se había preocupado en serio por mi rendimiento escolar y me había llevado a ver a un médico que me diagnosticó déficit atencional y empezó a darme ritalina; entonces conocí la sensación de estar levemente duro en el aula, prestando atención al pizarrón, algo que más tarde me sirvió mucho para la vida. Ahora, cuando algún forro dice que vuelven los noventa, yo miro para arriba, al cielo, deseando que si vuelven, lo hagan en el dirigible de La Serenísima que volaba frente a mi ventana.///PACO