Progresismo y coherencia
Más allá de los enojos, las simpatías o las sorpresas, entre las preguntas que deja el armado electoral de 2019 una de las más sugerentes es esta: ¿qué es ser progresista hoy? Para empezar desde un punto de vista teórico, la separación entre izquierda y derecha parece otra vez insuficiente y contradictoria. Es progresista promover la aprobación de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), pero no es progresista reducir el Ministerio de Salud a una Secretaría, lo cual complica poner en práctica dicha ley. Y entonces, ¿quién sería más progresista? ¿El oficialismo que posibilitó el debate por la IVE pero resignó ampliar la justicia social achicando el Estado y empeorando la distribución de la riqueza, o alguien como Juan Grabois, que está en contra de la IVE pero negocia con el Ministerio de Desarrollo Social de Cambiemos planes sociales y fondos para construir viviendas? A partir de este punto, las preguntas podrían empezar a multiplicarse. ¿Sería más progresista abandonar el rol de sostén de la precaria paz social que mantiene al macrismo en el poder para alentar un cambio de gobierno o mantener ese rol y esa paz social a costa de una crisis previsible y que genera tanto deterioro?
Pero el progresismo no es el único concepto que sufrió apreciaciones discutibles. Podríamos decir lo mismo del principio ideal de la coherencia política, que en algunos casos pasó a un segundo plano a fuerza de garrochazos estratégicos en pos de conseguir una mayor gobernabilidad –según los especialistas– en un contexto cada vez más marcado de polarización. En esa línea, después de períodos de críticas o distanciamientos, muchos de quienes decidieron encabezar o formar parte de algún frente electoral cambiaron drásticamente su posición. Los más estridentes fueron Alberto Fernández y Miguel Ángel Pichetto, pero el que también estrenó una versión parecida de este tipo de metamorfosis –y que ahora pasa un tanto desapercibida– también fue Grabois, cuando a mediados de 2018 decidió apoyar públicamente a Cristina Fernández de Kirchner.
Abogado, de familia peronista y católica, Juan Grabois es amigo del Papa Francisco y consultor del Vaticano en nuestro país desde 2016. Fundó en 2002 el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y forma parte de La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). La relación de Jorge Bergoglio con el kirchnerismo fue tensa desde el principio –cuando ocupaba el cargo de arzobispo–, en especial por sus críticas a la falta de acciones para disminuir la pobreza estructural, y se mantuvo firme hasta 2013. El punto más álgido fue durante la crisis del campo en 2008 (en medio de la Resolución 125), ya que Bergoglio apoyaba a los productores agrarios, y luego durante la aprobación de la Ley 26.618, en 2010, que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Por su lado, Grabois reconoció en varias oportunidades que la situación económica general había mejorado durante el kirchnerismo y que estaba de acuerdo con algunas decisiones, pero para remarcar su sintonía con el Papa también mantenía críticas hacia la gestión del Ministerio de Trabajo o Desarrollo Social por la falta, la resistencia o la indiferencia a institucionalizar al sector de la economía popular y restituir los derechos de los excluidos. Y entonces las fuerzas de atracción fueron venciendo de a poco a las fuerzas del rechazo.
El garrochazo estratégico
Según los medios, hubo un primer acercamiento hacia Cristina a mediados de 2017, en plena campaña por las elecciones legislativas. La expresidenta había visitado Berazategui y posado junto a una yegua recuperada del trabajo callejero. En ese momento, los halagos de la propia Cristina hacia el animal despertaron el enojo de Grabois: ¿los proteccionistas les sacaban a los cartoneros los caballos que usaban para la recolección? Cristina se enteró de la queja y entonces mantuvieron una charla donde ella le reprochó que «negociaba» con Carolina Stanley. La respuesta de Grabois fue un nuevo cuestionamiento a los programas sociales de su gobierno, a cargo de Alicia Kirchner. En una entrevista en diciembre de ese año, Grabois aún afirmaba que “Macri no era el enemigo” y que “en un punto, no es nada demasiado distinto a lo que ya había”.
La decisión de apoyar a Cristina se hizo visible a mediados de agosto de 2018, cuando junto al exembajador argentino en el Vaticano, Eduardo Valdés, Grabois la acompañó a Comodoro Py, donde había sido citada por Claudio Bonadío. En octubre hizo un movimiento más osado y lanzó junto a otros dirigentes el Frente Patria Grande, un espacio que tomó como referente a Cristina argumentando que la polarización ya estaba tan instalada que no se iba a resolver. Mauricio Macri, ahora sí, se había convertido en el enemigo: había atado el futuro del país a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y había empeorado la situación económica de la mayoría de los argentinos.
Sin embargo, mientras sellaba esta movida, también se publicaba su libro La clase peligrosa. Retratos de la Argentina oculta. Dirigido a un público joven y con evidentes inquietudes humanísticas, el texto mezcla la crónica y el ensayo para retratar temas muy diversos. Desde la narración de peripecias durante las tomas de tierras de Lanús hasta algunas postales de vendedores senegaleses, en su libro Grabois se ocupa de la expansión agropecuaria en Santiago del Estero, del conflicto mapuche en la Patagonia y de la desmitificación de la meritocracia, y critica también la violencia política, las redes sociales y a los millonarios que concentran la riqueza mundial. Siempre dispuesto a negociar, esto no le impedía valorar en su libro a un par de dirigentes de Cambiemos ni reivindicar el diálogo como único canal viable, sin dejar de sostener sus críticas indirectas al kirchnerismo y a la corrupción.
Entonces, ¿cuál es la razón del cambio cuando en su libro Grabois afirma que “en los últimos 40 años, ni los machitos de derecha ni los progresistas sensibles han hecho nada muy distinto a permitir el laissez faire de una dinámica urbana excluyente que necesariamente pone en situación delictiva a millones de personas”? ¿Y cómo puede ser Mauricio Macri el enemigo si, al mismo tiempo, Grabois confiesa sus tratos con un “allegado del círculo chico del presidente” con el que, aunque no quiere dar su nombre, mantiene “una relación de cierta confianza y amistad”? Artesano permanente del diálogo, Grabois incluso escribe sobre este allegado que “a lo largo de los años, me había demostrado que a pesar de dársela de pragmático y alardear de su cinismo tenía una sensibilidad bastante más aguda que la de otros políticos de discurso más pobre-friendly”.
La clase peligrosa
Hasta ese instante, el elogio ambiguo a las botas embarradas de un clásico barón del conurbano recorriendo rincones inhóspitos de la provincia de Buenos Aires o la ponderación del diálogo como recurso fundamental de la negociación política podía sonar más cercano a la figura de María Eugenia Vidal que a la de Cristina. ¿Y acaso el hincapié de Grabois en una “integración urbana aceptable y a nivel nacional que contemple acceso seguro al agua, cloacas, electricidad domiciliaria, iluminación pública, pavimentación de calles y apertura de espacios verdes para los barrios populares” no podría acercarlo a lo que también muestra Horacio Rodríguez Larreta en el nuevo “Barrio 31”?
El propio Grabois lo afirmaba poco tiempo antes del volantazo: “El gobierno anterior decía que el índice de pobreza era una pelotudez y es verdad: mide el ingreso, no mide el patrimonio ni la riqueza. Prefiero agua, luz y cloacas en todas las villas y asentamientos antes que una reducción de ocho puntos en el índice de pobreza. Tengo compañeros que multiplicaron por diez sus ingresos pero siguen sin cloacas, viviendo de manera indigna”.
Si Macri y Cristina son parte de esta misma gran burguesía que Grabois describe en su libro con tanta precisión y que concentra más del 50% de la riqueza mundial es una pregunta que ni La clase peligrosa ni los movimientos políticos de Grabois contestan con claridad. De hecho, es el mismo tipo de confusión que podría experimentar cualquiera que, analizada ya su crítica a los efectos nocivos de las redes sociales en la vida cotidiana y la política, viera el despliegue de opiniones pendencieras contra sus adversarios en su cuenta de Twitter.
El dilema del progresismo que se lanza a la política real
Vale la pena rehacer algunas preguntas. ¿Es progresista una agenda más allá de quién la lleva adelante? ¿Y es posible entonces sostener las ideas de La clase peligrosa y al mismo tiempo proclamarse en favor de Cristina? Si lo que reclaman tanto el discurso y la estrategia electoral del oficialismo (que incorporó a Miguel Ángel Pichetto, un kirchnerista durante doce años y peronista opositor hasta hace unas semanas) como el discurso y la estrategia electoral del principal frente opositor (que lideraba Cristina y que en mayo propuso a Alberto Fernández como candidato a presidente, aunque hubiera abandonado y criticado al kirchnerismo desde 2009 y se mantuviera dentro del Frente Renovador hasta hace unos meses) es un reordenamiento con consensos más amplios antes que una profundización de la “grieta”, entonces estamos ante un escenario donde la política real exige postergar buena parte de la agenda que expone La clase peligrosa.
Por eso mismo, desde ese punto de vista diferenciar a Grabois de Pichetto tampoco parece tan sencillo. En febrero de 2019, Grabois llegó a proclamar una unidad contra Mauricio Macri en la cual podían entrar incluso Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. Ahora, en su tendencia ligeramente sintomática a insultar a Pichetto por “pasarse al macrismo” y elogiar a Lavagna por mantener su candidatura sin transar con Macri o Cristina –a pesar de los pronósticos de un lejano tercer lugar–, lo que se percibe tal vez es lo incómodo que resulta resignar parte de un proyecto ideal ante la posibilidad concreta de lanzarse a la política real.
Si al hacerlo Grabois accederá a una posición con mayor alcance para sus compromisos e incluso por encima de las libertades y las contradicciones que le habían permitido mantenerse por afuera del entramado de poder de los partidos tradicionales es algo que está por verse. Al igual que Pichetto, por ahora la tarea consiste en negociar, redefinir y tejer alianzas. ¿Pero lo camaleónico de este tipo de búsqueda elimina lo progresista? ¿Acaso se deja de ser un militante social si uno sella una alianza con Alberto Fernández? Y en ese caso, ¿entonces Pichetto dejaría de ser peronista por aliarse con Macri? El balance definitivo podrá hacerse luego de las elecciones; por lo pronto, Grabois ya eligió a qué versión acercarse dentro de esa “gran burguesía” al resguardo del status quo que describe en La clase peligrosa: la que propone un modelo de distribución antes que uno de concentración.////PACO