El viaje es largo. De Paternal a La Boca. Llegando a Coronel Díaz el colectivero ya no sube más gente y cuando se vacía, cerca de Once, se recarga rápido y vuelve a explotar. Pasando Parque Lezama hay que bajarse: el evento empezaba a las ocho pero todos sabemos que no iba a empezar a las ocho porque hasta que el cielo no esté oscuro nadie va a tirar fuegos artificiales. Pero son las nueve menos cuarto, el cielo está casi azul marino y nosotros seguimos en el colectivo avanzando más lento que un viejo con andador. Hay que bajarse.
Caminamos hasta llegar o hasta que creemos llegar. Estamos en Caminito, hay gente amontonada, transpirada, mujeres en las veredas de los bares con cervezas en sus mesas, pensándose en un lugar privilegiado para el show, lugar privilegiado que en cuestión de segundos se convertirá en un hormiguero. Todo Caminito es un hormiguero. ¿Qué hago acá? Vengo a ver a un chino tirar fuegos artificiales. Así como suena, es.
Todo Caminito es un hormiguero. ¿Qué hago acá? Vengo a ver a un chino tirar fuegos artificiales. Así como suena, es.
Cai Guo-Qiang es un artista chino de cincuenta y siete años que actualmente está exhibiendo en Fundación Proa su colección Impromptu, compuesta de dibujos con pólvora, figuras de cerámica (parejas bailando tango) y un “único evento artístico efímero: La vida es una milonga: tango de fuegos artificiales para Argentina”. Era suficiente con buscar el nombre del chino en Internet para darse cuenta de que es un genio.
Entonces fui.
No se entiende muy bien hacia dónde hay que ir porque hay tanta gente que todo se adivina: el escenario, el lugar de donde saldrán los fuegos, la música, el show. Hay que esperar. Lo que iba a empezar a las ocho empieza pasadas las nueve. Mientras tanto un presentador estira un tiempo húmedo con palabras a las que nadie presta atención (después me enteraré que el presentador es Horacio Cabak) y repite que faltan cinco minutos y diez minutos más tarde lo vuelve a decir y yo tengo la ilusión del nene que espera las doce para la llegada de Papá Noel: los fuegos artificiales activan mi entusiasmo más infantil, ese irracional y sensiblón, ese que cree en todo y jamás cuestiona nada.
Alrededor mio ya hay un par de nerviosos. Los vi antes, también, mientras venía caminando y tocaban bocina y se gritaban de un auto a otro y ahora están acá, aplaudiendo y silbando y gritando “¡Si quiero ver un chino me voy a un súper!”.
Mi única preocupación es saber si voy a poder acceder a algo o si me estoy comiendo este viaje de amontonamiento inútilmente.
Entonces empieza.
Escucho explosiones, la gente aplaude, suenan los primeros acordes de una milonga y un edificio y un árbol me tapan absolutamente todo. Veo apenas un humo teñido por el color no del fuego artificial sino de las luces que se instalaron para la ocasión. Grito de la bronca que me da. Una señora adelante (de mí) dice “Yo me voy a la mierda a ver el partido” y una nena aparece por entre la multitud: “Los de año nuevo eran mucho mejores”. Y después desaparece. Yo no me rindo. Espero que termine el tema y empieza otro pero ya no hay fuegos. ¿Eso fue todo?
“¡Si quiero ver un chino me voy a un súper!”
Camino por las calles de Caminito en contra de la corriente, que quiere acercarse al agua desde donde, suponen, verán más. Yo camino y les advierto “desde allá no se ve nada de nada de nada de nada”. Estoy un poco nerviosa. Alguien dice que desde la cuadra siguiente se ve mejor. Cuando llego a la cuadra siguiente el panorama es el de una calle que se transforma en una olla llena de seres humanos que transpiran un vapor pegajoso e insoportable. Pero de nuevo: yo no me rindo. La música sigue sonando y los fuegos siguen sin estar. ¿Lo otro había sido un ensayo? Recién en la cuarta canción vuelve a haber explosiones y ahora sí las veo. Me emocionan, claro. Los miro atenta, hay unos que se vuelven mis preferidos: unas cataratas de luces que parecen caer en cámara lenta y, al contrario de cualquier otro fuego, tardan varios segundos en desaparecer.
Pero cuando termina el tema entiendo la mecánica del evento: un tema con fuegos artificiales, dos temas para bailar (lo dicen así: “bueno, ahora un par de temas para que puedan expresarse libremente”), después un poco de entrevista al artista y recién después otro tema con fuegos artificiales. Es decir: el tiempo muerto es demasiado. Los que estamos atrás no vemos ni parejas bailar, casi no escuchamos la música y nos distraemos con lo de la entrevista porque… bueno… creo que no es el momento para escuchar una entrevista.
Llego a Almirante Brown, hay un malón volviendo y ya casi no se escuchan explosiones. ¿Habrá terminado?
En alguno de esos impasses me vuelvo a mover: escuché (acá no conozco nada, sólo puedo guiarme por los rumores) que cerca del puente se ve todo perfecto. Ni idea de qué puente hablan pero camino siguiendo a un pequeño grupo con reposeras y heladeras portátiles. Llego a Almirante Brown, hay un malón volviendo y ya casi no se escuchan explosiones. ¿Habrá terminado? Yo estoy cansada y con calor y vestida muy poco acorde para un evento gratuito, popular y callejero. Ya no tengo ganas de volver a encajarme como un rasti entre tres o cuatro personas y quedar adosada a ellos por culpa de nuestra transpiración.
Entonces me voy.
Camino por Almirante Brown para el lado que creo que hay que caminar, es decir, para el lado contrario al del agua. Camino y camino. Por la calle y por las veredas con desniveles. Todos compartimos el hastío y la desilusión. Caminamos pesados, somos zombies del verano porteño, los que nos quedamos acá pensando que en enero capital se vacía y los que fuimos hasta La Boca para ver lucecitas de colores en el cielo//////PACO