Ella es de Lanús, él de San Isidro
Ella menea en tanga, a él le gusta el rock
Ella vende besos en el Bailando, mientras él se la pasa en Diputados rosqueando
Ella quiere ser artista, él es camporista
Él cree en las Veinte Verdades peronistas, para ella sólo hay One: ésa es Moria Casán
Lo que las ideologías dividen al hombre… ¿El amor con sus hilos los une en su nombre?
El compromiso repentino del dirigente José Ottavis y la vedette Victoria Xipolitakis entra en la categoría de relaciones sobre las que la opinión pública dicta una sentencia: no tiene nada del orden del amor. Proliferaron editoriales en diversos medios que asumieron que él fue echado de la presidencia del bloque de diputados bonaerenses del FpV debido a la “indignación” de Cristina Kirchner por su relación con la vedette. La conclusión asumía que la culpa del fracaso legislativo del dirigente –que no logró contener a su tropa ni siquiera en las sesiones extraordinarias del verano- fue pura y exclusivamente de Xipolitakis, quien lo habría distraído con sus encantos felinos en Mar del Plata sin permitirle hacer su trabajo como corresponde. Esa lectura machista tuvo alta adhesión y expuso tanto el extravío político de los que evalúan a un dirigente de acuerdo a sus relaciones de pareja, como la premisa detrás de esa evaluación: existen ciertas mujeres con las que no debería mostrarse un referente partidario. Ottavis recibió entonces la guillotina simbólica, plasmada en un estallido de memes y sarcasmo en los opinólogos de Twitter, donde enseguida lo condenaron por salir con alguien como ella. Lo que resultó evidente para todos fue que no están a la misma altura.
José Ottavis y Victoria Xipolitakis entran en la categoría de relaciones sobre las que la opinión pública dicta una sentencia tan contundente como descreída: no tiene nada del orden del amor.
El flamante romance tiene todos los condimentos para convertirse en una telenovela de la tarde. Ella es de poca ropa, platinada, musculosa, tetona, vulgar. Él usa sombreros ridículos y camisas de pajarracos, es petiso, peronista, grotesco. El episodio de Vicky jugueteando en la cabina de un avión de Aerolíneas Argentinas y las denuncias a Ottavis por violencia de género (que jamás prosperaron en la Justicia y fueron desestimadas con documentos, fallos y pericias psiquiátricas a la denunciante) funcionaron como los condimentos finales para que la historia alcanzara la condición de cóctel mediático explosivo. Y enseguida aparecieron los “villanos” que quisieron destruir la relación entre dos personas que vienen de mundos diferentes pero dicen amarse. “¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?”, se preguntó Raymond Carver en un cuento fabuloso que originalmente se llamó Principiantes y en el que no dio una respuesta concreta a esa pregunta. ¿Para qué lo haría? Todos parecen tener la dicha de saber dónde está el amor. O al menos dónde, como en este caso, simplemente no existe.
¿Con qué tipo de mujer debería, entonces, mostrarse un dirigente político? La contracara de las proscripciones tiene un deber ser.
La indignación por el noviazgo entre Ottavis y Vicky deja expuesta la doble moral de quienes como Luis D’Elía opinaron que el camporista no debería perder tiempo con un “gato”, y sin embargo son los mismos que se aferran a hashtags de moda ante femicidios o casos de violencia de género con alta repercusión mediática. Nada nuevo bajo el sol; la hipocresía tiene un repertorio de antecedentes. Por ejemplo, el día que el compañero Carlos Kunkel llamó “bataclana” a Jésica Cirio al enterarse de su compromiso con Martín Insaurralde y muchos aprovecharon para sacar a relucir el pasado de la rubia como “presencia” en boliches del Conurbano profundo. De acuerdo a este tipo de adjetivaciones reincidentes, el Manual de Conducción Política podría incorporar un anexo con las restricciones a tener en cuenta a la hora de elegir acompañantes. Una mujer como Xipolitakis -a quien se la vinculó con otros importantes dirigentes del justicialismo- puede ser aceptada para un touch and go. Se le da el visto bueno siempre y cuando se quede en un divertimento con fecha de vencimiento cercana (para reincidir, a lo sumo, una noche en el Faena) porque ella no es una mujer para casarse. Esta idea no sólo la instalaron los hombres, sino que muchas voces femeninas se encargan de reproducirla mediante burlas y chistes sobre Vicky. ¿Con qué tipo de mujer debería, entonces, mostrarse un dirigente político? La contracara de las proscripciones tiene un deber ser. El inconsciente colectivo de la juventud kirchnerista está regido por un ideal de amor concreto: la pareja militante. No importan (tanto) los orígenes de la mujer sino su ideología y aspiraciones. El sueño romántico está encarnado por los padres fundadores, Perón y Evita, y su renovación llegó con el modelo de Néstor y Cristina. Binomios de unidades complementarias, jamás antagónicas. En aquel microclima, las relaciones partidarias determinan incluso las personas de las que es posible enamorarse. Rige la endogamia y los outsiders pocas veces son bienvenidos. Muchísimo menos aquellos como Vicky, que trae consigo el tufillo noventoso que implica la farándula.
Las exigencias sobre las mujeres ajenas no se circunscriben al kirchnerismo. En otros ámbitos también hay una check list del amor.
Las exigencias sobre las mujeres ajenas no se circunscriben al kirchnerismo. En otros ámbitos también hay una check list del amor. Por ejemplo, el presidente Mauricio Macri alguna vez confesó que cuando vuelve a su casa no habla sobre política con su mujer, Juliana Awada. Ella representa ese segmento electoral sobre el que insiste Jaime Durán Barba: los cansados de la hiperpolitización, los que no sienten ninguna identificación con un mundo al que tampoco les interesa acercarse. Juliana es elegante, emprendedora, una mujer que durante el día se ocupa de sus hijas y por la noche “prepara la ropa” que se pondrá el marido a la mañana siguiente, como ella misma admitió. Quiere cenar tranquila con la familia y que no le traigan más problemas, sobre todo con cosas que le resultan muy poco interesantes. Para el electorado macrista y las revistas del corazón, ella es la acompañante ideal: elegante, protocolar y de bajo perfil. La mayoría de las mujeres de otros políticos no sería aceptada ni halagada con tanto júbilo en su papel de primera dama. Mientras los militantes kirchneristas buscan a una “compañera” que esté a la altura de sus propias luchas, para ciertos sectores la pareja funciona como ese “cable a tierra” que los saca del trabajo cotidiano, su puente al ámbito privado y lugar de ocio. Y también hay términos medios, como el peronismo macrifriendly que, de a poco, se anima a más. Días atrás se conoció que el salteño Juan Manuel Urtubey dejó a su mujer y ahora está en pareja con la bellísima actriz Isabel Macedo. Ni Awada ni Xipolitakis: el cambio justo. De este modo, cada sector establece sus versiones de amor legítimas. Y en ninguna de esas categorías entra una mujer como Vicky, que se cae en la grieta de la opinión pública por no encajar en ningún esquema. A ella le toca recibir las críticas de propios y ajenos: todos y todas le dicen “gato”/////PACO