¿La victoria de Donald Trump refuerza un giro hacia políticas aislacionistas y un enfoque que podría cambiar el rumbo de los conflictos internacionales, afectando directamente a países como Ucrania, Israel y Argentina? ¿No resulta paradójico que, mientras los sectores progresistas critican a Trump por su nacionalismo y políticas económicas, sus propias propuestas identitarias y simbólicas terminan debilitando la economía real de Occidente y alejándose de los intereses concretos de los trabajadores?
Con la victoria de Trump, el panorama mundial da un giro. El tipo no sólo le gana a sus opositores, sino que refuerza una visión aislacionista y se pone al frente de una agenda donde los intereses de EE.UU. vienen primero. Si esto se lleva a los conflictos de Ucrania y Palestina, el impacto será directo: menos apoyo militar para Ucrania y más respaldo incondicional a Israel. ¿Y qué pasa con Argentina? Los cambios podrían mover los hilos de la economía, afectando mercados clave y dándole un nuevo enfoque a su seguridad si decide alinearse, como parece que lo ha hecho y lo hará todavía más, con EE.UU.
Mientras caminaba por las calles de Washington DC en una mañana fresca y soleada, no pude evitar notar cómo los vientos suaves del otoño acariciaban las hojas doradas de los árboles que bordean el National Mall. A lo lejos, el imponente Capitolio parece apenas tocar el cielo gris plomizo, un contraste marcado con la calma que inunda la ciudad. Es curioso cómo el ambiente político aquí parece tan denso y cargado, como las nubes que se acumulan sobre la ciudad antes de una tormenta. A pesar del clima templado, la sensación de que algo está por cambiar en el aire es palpable, tal como el viento que va y viene entre los monumentos. En este escenario tan particular, es imposible no sentir que las decisiones tomadas en estos pasillos fríos afectarán a miles de kilómetros de distancia, como el resplandor del sol que llega por fin a la Casa Blanca tras una mañana nublada.
Durante el mandato de Macri, Argentina se acercó a EE.UU. buscando inversión, pero con Alberto Fernández se intentó ir por otro camino, más independiente. Ahora, con Milei, la expectativa es que se alinee más estrechamente con Washington, buscando reforzar los lazos económicos y geopolíticos. Por supuesto, la victoria de Trump fue vista como una oportunidad de oro en la Casa Rosada, pues Milei comparte la misma agenda de liberalismo económico. Milei y Trump tienen más en común de lo que parece: ambos promueven un mercado libre, reducción de impuestos, y buscan que el sector privado tome las riendas. Aunque ambos se muestren como soberanistas, lo cierto es que Milei está dispuesto a bajar el patrimonio nacional argentino con tal de abrir las puertas a la privatización. Esto nos lleva a una visión donde el gobierno se limita a lo mínimo y el mercado lo dirige todo.
Ahora, los progresistas globales no están nada contentos con el regreso de Trump al poder. Lo ven como el hombre que antepone el nacionalismo, el aislamiento y las políticas de inmigración restrictivas, mientras critica las propuestas internacionales sobre temas como el cambio climático y la justicia social. Sin embargo, lo curioso es que estos mismos sectores progresistas, al centrarse en políticas identitarias, a veces terminan distrayéndose de lo importante: la economía real de Occidente y los intereses tangibles de los trabajadores, en un mundo que, lejos de ser unipolar, es cada vez más multipolar y competitivo///////PACO