1.
Odontología: Rama de la cosmética que gana en prestigio ante la presencia del dolor.
2.
El espejo y el tiempo muerto obligan a pensar. Qué vas a hacer hoy; qué vas a hacer de vos; de quién es ese cuerpo que está en la cama; cuánto te queda. Pensás con espuma en la boca y, a veces, cuando escupís, ves sangre. Pensás, también, que hace mucho no vas al dentista. No alcanza con cepillarse una-dos-tres-mil veces por día: el blanco perfecto necesita ayuda profesional. Las chicas lindas tienen perlas en la boca, y las perlas no son para cualquiera. Son huesos. Pero están a la vista. Un error de diseño tan evidente que, más que ocultarse, habrá que disimularlo. Que no parezcan lo que son. El color hueso debe volverse blanco, encandilar.
3.
Dientes blancos, la primera novela de Zadie Smith, niña mimada de la literatura británica, recorre la vida de una serie de personajes para mostrar, como puede, la multiculturalidad en un suburbio de Londres. Hay bengalíes, jamaiquinos, judíos, musulmanes. El título y leivmotiv que recorre las quinientas y algo de páginas hacen referencia a aquello que tienen en común estos personajes con tantas aparentes diferencias: los dientes blancos. Y hace referencia, por supuesto, a otra frase: “puedes reconocer a un negro por sus dientes blancos”.
Pero lo que me interesa es otra cosa. Uno de los personajes, el inglés, el puro, el que nada tiene para mezclar en este juego de mixturas y el único que no vive en la incomodidad de ser distinto, Archie, se enamora de Clara, una jamaiquina hermosa a la que sin embargo le faltan las dos paletas. “Sin embargo”, sí. Hermosa, pero. Una lástima que Zadie Smith arruine esa buena idea: Clara se hace un implante con dientes falsos y, peor aún para la novela, su hija empieza a estudiar odontología.
4.
Hace unos diez años, durante un partido de fútbol, me bajaron dos dientes (una paleta y el de al lado). Perdí el conocimiento unos segundos, sangré un poco y minutos después estaba como si nada. Algunos compañeros de equipo buscaban entre el pasto los dos dientes perdidos. Nunca los encontraron. Al del otro equipo no le sacaron ni amarilla, fue un codazo sin intención. Yo, a su vez, con mis dientes le lastimé el codo. Seguí jugando. El aire entraba frío por ahí, una sensación rara en la encía desnuda. Nada más. Al otro día empecé el interminable proceso de reemplazar los dientes perdidos por unos de pasta primero y por otros de acrílico después. Pruebas de color, de formas, de esmaltes, retoques. Y plata, mucha plata salió. Es lo que cuesta sonreír. También hasta los doce años perdí más ortodoncia que ningún chico en todo Buenos Aires. Y salvo por esos dos dientes caídos en batalla, el resto lograron emparejarse bastante.
5.
“Ah, pero el dolor de muelas…”, te dicen. Y es lógico. El dolor lo justifica todo. Cuando alguien habla desde el dolor nadie puede oponerse. O te compadecés (es decir, padeces vos también ese dolor) o sos un insensible. El dolor no cambia la idea de que la odontología es una práctica cosmética antes que médica. Porque para el dolor la respuesta la tiene primero la industria farmacéutica, que sabe lo que hace cuando se trata de adormercer sensaciones. Conozco el dolor de muelas: días antes de casarme se me infectó una muela de juicio. Creí que se me partía la cara. Durante el civil estaba tan aturdido por los analgésicos que el juez sugirió la posibilidad de anular el matrimonio.
6.
Los analgésicos son una solución apenas temporal, dicen, como si no fuera obvio. Como si alguna solución no lo fuera. Así que lo único definitivo es eliminar. Una tenaza que abrace la muela, un brazo que tironee y una raíz que al fin se desprenda. Y así ya no queda nada por doler. Hace un tiempo un amigo estuvo en India y al ver sus fotos una de las cosas que más me impresionaron fueron los consultorios odontológicos en la calle. Prefiero pensar el tema más allá de la higiene. Así se ve el lugar de alguien que atiende urgencias.
Los dolores de muelas ocurren siempre en los peores momentos, mientras se hacía algo más importante. Mientras, siempre mientras. Y es la calle el mientras entre un lugar y otro.
7.
Quizás lo único que importe en todo esto sea el aliento. O el mal aliento. Nadie habla de “buen aliento”. El aliento bueno es el que no se nota. Porque el aliento es podredumbre, es recordatorio de muerte. Y el que nos habla y nos escupe su olor invade nuestro espacio con restos de su propia muerte. Por eso no hay nada tan humillante como el mal aliento. Es peor que la enfermedad. Es recordarle al otro que tiene a la muerte en su boca. Que mientras espera por su turno en un consultorio, mientras lee una revista vieja y escucha música funcional, adentro suyo hay algo que lo pudre.///PACO