Hay momentos políticos que tienen una fuerza imparable. Momentos en que la energía es unidireccional: todo va hacia el mismo lugar. La elección que en México puso a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la presidencia fue una de esas. Llegué a México hace casi un año y desde entonces pude ver esa fuerza correr por las calles, los televisores, las home de los portales, las primeras planas de los diarios, la conversación de la gente. Esa electricidad que se siente al estar en presencia de una tormenta perfecta podía percibirse al ver la imagen de AMLO. La ilusión de verlo presidente se detenía con la cautela de un pueblo que está acostumbrado al desengaño, a noventa años de abusos y maltratos del mismo sector político, ya se llame PRI o PAN, ya se trate de un político, de un empresario, un medio o un grupo de poder. Esos noventa años le otorgaron al pueblo mexicano la sensación de que nada puede cambiarse, de que todo será igual aún cuando parezca diferente. ¿Qué es “el cambio”, ese término tan manoseado por la política latinoamericana? El término “alternancia” suena débil, soso, insuficiente, fantasmal para definir lo que México buscó en esta elección. La arrasadora elección que pisó el 50% en los escrutinios provisorios da la pauta de un pueblo que está listo para hacer lo necesario. Muchas veces los propios mexicanos desconocen la capacidad que tienen de hacer historia, de dar vuelta la realidad, de torcer las cosas hacia un lugar justo. Ese 50% habla de un pueblo que busca estar a la altura de su pasado glorioso, y que en los últimos años apenas si pudo verse en el horroroso espejo que le devolvía la política.
Ese 50% habla de un pueblo que busca estar a la altura de su pasado glorioso, y que en los últimos años apenas si pudo verse en el horroroso espejo que le devolvía la política.
Desde que pisé el país escucho un cantito que se le cantó a todos los candidatos capaces de gobernar con justicia: “Andrés Manuel va a convertir a México en Venezuela”. Yo, que había huido de la Argentina después de confirmar que la administración de Mauricio Macri iba a hundir a la Argentina, ya había escuchado eso en 2015 contra el candidato que voté. Por razones profesionales estudié su gestión como alcalde de la Ciudad de México y me pareció asombrosa. Había hecho al menos tres obras públicas de gran envergadura que ponían a la ciudad por encima de otras similares: el segundo piso de Periférico (una ruta que cruza de norte a sur la ciudad completa, a la que AMLO le agregó una segunda carretera por encima que pasa por arriba de la ciudad), el metrobús (muy superior al argentino, que es una imitación muy pobre) y los subsidios y beneficios a los ancianos mayores, un programa ejemplar que se replicó en todo el país. Desde entonces, AMLO busca ser presidente y nunca pudo concretarlo. Me cuentan que le robaron elecciones, que inclusive estuvo en la cárcel por organizar protestas que durante meses cortaron las avenidas principales de la ciudad, pero lo cierto es que hasta esta elección AMLO era percibido como una especie de viejo loco, un solitario que quería imponer una especie de dictadura de izquierda.
Me cuentan que le robaron elecciones, que inclusive estuvo en la cárcel por organizar protestas que durante meses cortaron las avenidas principales de la ciudad, pero lo cierto es que hasta esta elección AMLO era percibido como una especie de viejo loco.
Desde que llegué pude ver a un AMLO muy diferente. Mesurado, claro en su discurso, con esa picardía que hace a un político interesante pero sin perder profundidad. Había formado su propio partido en 2011 y lo hizo crecer, poniendo de su lado a intelectuales prestigiosos y masa popular por igual. A los pocos meses de estar en México, pude ver cómo se alió con el PT y Encuentro Social, dos partidos que están en las antípodas ideológicas. El PT son troscos clásicos, Encuentro Social es la derecha religiosa. Muy diferentes, sí, peor con bases populares que le permitieron llegar donde no había ido nunca. Se la pasó de gira por el país, hablando con la gente, saludando, reuniéndose con gente, instituciones, referentes, concertando acuerdos, garantizando protección a sus aliados. Lo vi seguro y sólido, confiando en su propuesta y, sobre todo, en el apoyo de la gente, que se mostraba de su lado adonde vaya.
Sus contrincantes no estuvieron a la altura de su rival. El candidato del PAN, que salió segundo, era un chico rico que vivía en Miami hasta empezar la campaña. El oficialismo del PRI, por su lado, eligió a un candidato que ni siquiera estaba afiliado al partido. En su momento lo presentaron como una fortaleza: el hecho de que haya venido del PAN y que sea parte del gabinete presidencial lo convertía en un elegido de manual. Hay una curiosa tradición de la política mexicana: el presidente elige un miembro de su gabinete para que sea su sucesor, y todos saben que él será el próximo presidente de México. Todos a mi alrededor me aseguraron que siempre fue así y que eso no iba a cambiar nunca, que existían las obras de Luis Spota que lo prueban. Spota escribió una saga de seis libros explicando “el dedazo”, es decir, este mecanismo en el que un presidente se elige a dedo del establishment. Son libros de los años setenta que tuvieron una reedición el año pasado. Fui a leer uno y no pude pasar de la página 40. Si bien es una detallada y precisa descripción del funcionamiento de una política eminentemente palaciega, el fenómeno AMLO, su energía y convicción, parecían contradecir la tradición mexicana de resignación y obediencia al poder.
Uno que iba a votar por José Antonio Meade me dijo: “Es el más preparado, es economista”. El taxista tenía el pelo engominado como se usa tradicionalmente en México. “Él puede solucionar la economía porque es economista”, me repetía cada tanto, Me cobró al menos 30 pesos de más por el viaje.
Aunque en la teoría todo decía que el PRI impondría a su candidato, la electricidad me decía otra cosa. Aproveché a hablar de política con todos los interlocutores casuales que me crucé. Los que apoyaban a AMLO se veían resignados a que pierda, los que me decían que votarían por cualquiera de los otros terminaban hablándome de López Obrador. Uno que iba a votar por José Antonio Meade me dijo: “Es el más preparado, es economista”. El taxista tenía el pelo engominado como se usa tradicionalmente en México. “Él puede solucionar la economía porque es economista”, me repetía cada tanto, Me cobró al menos 30 pesos de más por el viaje en el que nunca prendió el reloj. Otro me confesó su voto por AMLO: “Es como nosotros”, me dijo, “es un hombre del pueblo”. Él fue más interesante, me contó que una amiga suya fue a trabajar en las mansiones que los ex funcionarios de los gobiernos del PAN tienen en España. “Gobernaron México y ahora viven en España, y se llevan una cocinera para que les haga los tacos”, me dijo indignado. Mientras esto pasaba, la energía política era imparable: las tapas de los diarios todos los días contaban sobre un diputado o senador de algún estado que renunciaba a los dos partidos mayoritarios para irse con López Obrador. La fuga de políticos se convirtió en una sangría para los grandes partidos, los candidatos enfrentaban todos los días denuncias de corrupción mientras AMLO seguía sin ser tocado. En 12 años de campaña no le descubrieron un solo caso, una sola sospecha lo manche. La energía imparable se veía en las encuestas. Mientras AMLO se mostraba 20, 30 puntos arriba de los demás, la noticia aparecía cuando alguna encuesta ponía a un competidor cerca de AMLO. Ni siquiera ganándole, sólo cerca, y ya con eso conseguía una primera plana.
En las últimas semanas, López Obrador se comportaba como un presidente. En cada reunión que mantenía con algún gobernador, empresario, alcalde o referente social, prometía y acordaba, mientras los demás apenas si lograban sortear acusaciones de corrupción o conseguir titulares criticando a López Obrador. Fue entonces cuando los mexicanos que conozco me empezaron a hablar del fraude. En esta tierra que sufrió las peores elecciones, a la palabra “fraude” se le otorgan capacidades mágicas. No es para menos: candidatos asesinados, elecciones en las que se cortaba la luz y cuando volvía el último quedaba primero, la historia del país tiene toda clase de fraudes imaginables. Pero mientras tanto, el presidente Enrique Peña Nieto preparaba su salida de la Casa de Gobierno y dejaba solo a su candidato. Del búnker de campaña sólo salían noticias de peleas internas y culpas anticipadas por la derrota que estaba anunciada. La cautela, sin embargo, es una costumbre mexicana, y un silencio cada vez más profundo se notaba entre la gente.
Las reglas electorales en México son por demás curiosas. Sólo pueden votar aquellos que sacan una credencial especial para hacerlo y se deja de entregar 4 meses antes de la elección.
Las reglas electorales en México son por demás curiosas. Sólo pueden votar aquellos que sacan una credencial especial para hacerlo y se deja de entregar 4 meses antes de la elección. Aún con ese limitante, para este domingo había empadronados 87 millones de mexicanos, de los cuales 12 millones estaba en el exterior, el número más alto de la historia. El domingo de la elección no es feriado, por lo cual el Estado no garantiza que los electores puedan ir a votar. Son los empleadores los que deben dar dos horas para poder ir a votar, antes o después del turno de trabajo. Como el mexicano se reconoce a sí mismo como un pueblo trabajador y desinteresado por la política, imaginé que la elección encontraría una Ciudad de México funcionando normalmente y una asistencia a las urnas muy baja. La tarde del domingo tomé un colectivo y ya pude verlo: las calles estaban semi desiertas, más vacías que cualquier feriado que haya vivido. La asistencia fue del 66%, la más alta que se recuerde.
Los incidentes que revelan los intentos de fraude electoral fueron muy al estilo mexicano. Hombres armados entraron a una casilla de votación de la delegación Ixtapalapa, en la Ciudad de México, y robaron 540 boletas. Otro intento similar hubo en otra ciudad, pero la gente intervino golpeando a los hombres armados, reduciéndolos y entregándolos a la policía. Una mujer fue asesinada mientras esperaba en la cola de votación. Inclusive me llegó data de que los fibrones para marcar las boletas eran lavables, y al correrse la tinta se anulaban las boletas. Cuando cerraron la votación, con Lucía nos fuimos al supermercado. Esperábamos volver a las 20 y ver denuncias de fraude de los candidatos, incidentes y disturbios. Estábamos listos para salir al Zócalo a pelear. Cuando llegamos nos encontramos con la sorpresa: la elección había sido bastante normal y estaban los primeros resultados. López Obrador ganaba por 25 puntos y era el nuevo presidente de México.
Cuando llegamos nos encontramos con la sorpresa: la elección había sido bastante normal y estaban los primeros resultados. López Obrador ganaba por 25 puntos y era el nuevo presidente de México.
Hay mucho más que esto, amigos, pero será para otras entregas. Este diario de México se escribe de forma urgente, se hace para contarles que de este lado hay un argentino que ve este increíble país con ojos de asombro. Y hoy es también una mirada de orgullo. Andrés Manuel López Obrador es un político capaz, inteligente, pero sobre todo valiente, que dijo lo que piensa y lo que siente, que fue honesto con sus ideas y su proyecto, que tiene la valentía de enfrentarse a los poderosos y hasta de discutir con sus propias bases, que merece la oportunidad de gobernar después de tres intentos en los que nunca bajó los brazos. El pueblo de México necesitaba estar orgulloso de sus elecciones, de quienes los gobiernan, dejar de sentir vergüenza en cada fecha patria, en cada acto o medida del gobierno, en cada ocasión en que veían a un presidente electo de forma dudosa y sospechado de toda clase crímenes al frente de su país. Hoy México tuvo la dignidad de elegir a alguien que puede representarlos, con sus defectos y virtudes. Porque muchas cosas se pueden decir de AMLO, pero cuando lo veo sin dudas estoy viendo a un mexicano como muchos otros que me crucé en este año que llevo en el país, un mexicano que hará un gobierno histórico, pase lo que pase. Me siento afortunado de estar acá para verlo y poder contarlo, de sentir la energía imparable de un momento único y, probablemente, irrepetible////////PACO