“En algún momento pensé que era un hedonista. Y hasta pude haberme sentido así, pero cuando miro para atrás me veo una y otra vez trabajando. Yo siempre estaba trabajando. Siempre estoy trabajando, lo hago todos los días.”
  Estas palabras, propias de David Hockney, que aún hoy con 78 años sigue haciendo su trabajo, son más que una expresión de principios. Nacido en Bradford, en una familia que responde a todas las características típicas de la clase obrera de la zona, a los 16 años pidió que lo anotaran en la escuela de arte, aun sabiendo los prejuicios que sus padres tenían frente a los artistas. “Yo voy a trabajar, usted no se preocupe”, cuenta Hockney que le repetía a su madre mientras ella insistía que todos eran “perezosos, vagos, caprichosos”.

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“Eso tengo que hacer”, se dijo al participar en la inauguración de una de las muestras de Spence, sabiendo que en ese momento, aceptando públicamente su sexualidad, cambiaría también su visión creativa.

Una vez obtenida la bendición, y ya siendo alumno de la Escuela de Arte de Bradford, cumplió su promesa al pie de la letra, pasándose más de diez horas seguidas dibujando, en lo que él mismo recuerda como “las clases de dibujo de la vida”. Más tarde llegarían los tiempos de cursada en el Royal College of Art, de recorrer muestras compulsivamente y de la fascinación con el expresionismo de Francis Bacon, pero también, detalle no menor, con la manera en la que Stanley Spencer expuso su homosexualidad sin perder conciencia estética en la producción de su obra. “Eso tengo que hacer”, se dijo al participar en la inauguración de una de las muestras de Spence, sabiendo que en ese momento, aceptando públicamente su sexualidad, cambiaría también su visión creativa.

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“Me críe en Bradford y en Hollywood, porque Hollywood estaba al terminar la calle de mi casa, en el cine. Con mi padre éramos fanáticos de El Gordo y El Flaco, así que íbamos mucho. Yo miraba detenidamente que ellos se vestían con sobretodos o trajes negros y, lo que más me atraía, eran esas fuertes sombras que aparecían en las escenas de exteriores. La presencia de las sombras me llamaban la atención porque en Bradford prácticamente no había, entonces pensaba que, sea donde sea que se filmaba eso, era un lugar donde siempre había sol”.

Llegaron los años 60s y Hockney fue en busca de ese sol. Se mudó a Estados Unidos, residiendo en California y con escapadas constantes a New York. “Todo lo gay  es un poco California”, dijo alguna vez. Sus primeros años californianos, respondiendo a esa década en la que todo estaba aconteciendo y con juventudes deseosas de que todo acontezca, fue el mejor escenario para recibir a un veinteañero con anhelos de explorar su identidad y compartirla. Desde esa ciudad, con el sol y las sombras que toda alma sensible añora para equilibrar la visibilización y el resguardo de su instinto, Hockney veía su nombre trascender mientras construía la ramificación más prestigiosa del pop art.

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Convertido en un ícono de las nuevas tendencias, aquellas pinturas reflejaron la vida social que surge como efecto inevitable del clima de la zona, de un paisaje determinado y de una arquitectura a la altura.

Convertido en un ícono de las nuevas tendencias, aquellas pinturas reflejaron la vida social que surge como efecto inevitable del clima de la zona, de un paisaje determinado y de una arquitectura a la altura de esas circunstancias. En esa vida social, que no necesariamente genera vínculos, lejos de la superficialidad que a primera vista se le reclama al arte pop, hay omisiones que Hockney sugiere contrastándolas con la fantasía sensual del estado de vacación permanente y burgués. Por lo que, como quien escucha la cinta al revés del casete esperando el mensaje diabólico, sus cuadros dejan sospechar soledades, vacíos, silencios, miradas no correspondidas, ambientes ordenados como poco vivenciados, un disfrute obligado o hasta de inercias, todo en un marco explosivo de color y goce espontáneo que sublima, pero no mata, lo otro.

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Lo que le sigue, en principio, es una toma distancia de la pintura para meterse de lleno con la fotografía, aunque luego de un tiempo termine haciéndolas confluir en su investigación más pretenciosa y volviendo a mostrar una nueva dirección en su carrera. Con la fotografía se corre de la búsqueda convencional fotográfica porque su manera de mirar el mundo es aguda y perceptiva por demás, lo que se potencia arremetiendo con nuevas técnicas de realizado, de impresión y de edición. Lo que primero desarrolla desde las polaroids, luego lo expande en técnicas de collage y lo pule experimentando nuevos cut-ups. O sea, elabora imágenes que luego desarma o une a otras, diferentes o iguales, para generar una pieza alternativa.

My Parents 1977 David Hockney born 1937 Purchased 1981 http://www.tate.org.uk/art/work/T03255

Con la fotografía se corre de la búsqueda convencional porque su manera de mirar el mundo es aguda y perceptiva, lo que se potencia con nuevas técnicas.

Lo que empieza con un sentido artístico, tratando de darle movimiento a una imagen ya tomada y coquetear con la idea de rompecabezas como obra, termina siendo testimonio sobre cómo es posible manipular lo registrado presentando una realidad distinta a la captada. Si a la fotografía, como disciplina, le costó muchísimo ser tomada en serio por el mundo del arte,  lo que hace Hockney es sobrecargarla de importancia y llevarla, con su compromiso, a otro nivel que pone en jaque al arte, incluso más allá del arte contemporáneo.

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A esta altura, resulta inevitable hacer un paralelismo con William Burroughs. Si la Generación Beat vino a hablarnos de las nuevas libertades y de cómo incorporar filosofías orientales a nuestras ambiciones occidentales, Burroughs queda bajo esa ala más por amistad que por empatía con esas visiones; de hecho, fue siguiéndole los pasos, a sus amigos y colegas, para ir rompiéndoles las burbujas que arengaban. Pasaron los años y el viejo William, con mucho amor y respeto a cada uno de ellos, porque además bien ganado lo tienen, tomaba distancia cada vez que podía del manto que lo incluía a él como un “beat” más. Con Hockney y el pop art pasa igual. Conoce y se frecuenta con Warhol y su círculo, se empapa del ambiente,  lo toma y lo habita, pero lo resignifica con su mirada socarrona, exigente y crítica. Hablamos de “cut-up” en sus técnicas cuando, ensamblando pintura y fotografía, Hockney llega al realismo. Sabemos que Burroughs es el amo del método “cut-up”, audiovisual y narrativo. Le entregó varias décadas al perfeccionamiento y estudio de la técnica que, según él, encarnaría un principio o intento de liberación sociocultural: “en los diarios hay palabras e imágenes, ahora bien, si usted los somete al cut-ups y los rearma, está rompiendo el sistema de control”.

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Con Hockney y el pop art pasa igual. Conoce y se frecuenta con Warhol y su círculo, se empapa del ambiente,  lo toma y lo habita, pero lo resignifica con su mirada socarrona, exigente y crítica.

En El conocimiento secreto, un libro de David Hockney que también fue presentado como documental, el artista intenta demostrar cómo los grandes pintores, entre el siglo XV y finales del XIX, utilizaban recursos ópticos, prohibidos para esos usos, como la cámara oscura y lentes diversos, entre otros elementos, para captar exacto el realismo que buscaban en sus pinturas o que, en muchas ocasiones, se les exigía por encargo. Lejos de ser meramente crítico y de quedarse en una intención revisionista, con su humor característico y desafiante, Hockney, se muesta expectante en su descubrimiento porque “tiempos fabulosos nos esperan si logramos incorporar otras maneras de observar la realidad”.

Así, lo que vemos en El conocimiento secreto dentro del mundo del arte, puede ser una pata complementaria de “La revolución electrónica” que sugiere Burroughs y que desarrolla crudamente en ese tesoro de libro que es La Tarea. Conversaciones con Daniel Odier. Los que ambos invitan a hacer es a ver. Así de básico, permitiéndose cuestionar y a aprender a utilizar esa nueva visión a favor, a animarse a ser conductor de esas herramientas que están a mano de todos y que además hoy disfrutan de todas las bendiciones tecnológicas por excelencia. Coinciden en que no hay manera de que el mundo continúe igual si sabemos que cada uno de nosotros es influenciado por una visión que no es tal y que, a su vez, no solo podemos desarticularlo sino que también podemos hacerlo. Parece poco novedoso hoy pero, en el caso de Burroughs, partimos de los ‘60, mientras que la investigación que lleva adelante Hockney arranca en los ‘90. Estas teorías no cayeron para nada bien y fueron cuestionadas, puestas a debate y negadas por historiadores, artistas, políticos y diferentes figuras correspondientes a cada ámbito de denuncia. “No quieren que te enteres porque vas a tener el poder vos”, repetía como mantra el escritor. La gemelitud de Burroughs y Hockney es poderosa, uno es al arte lo que el otro es a la literatura. Benditamente tuvieron relación en este mundo que, malditamente, no estaba preparado para tal magnetismo.

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Hockney hace más de una década que volvió a Inglaterra. Cree que si no se hubiera muerto tanta gente en los 80s por culpa del SIDA, el mundo hoy sería diferente, más divertido y creativo. Está en pareja con Gregory Evans,  de 62 años, con quien trabajó 40 años y fueron amantes más de 10. “Sí, probablemente sea el amor de mi vida”, le dijo al periodista Simon Hattenstone, quien se sorprendió al escucharlo, por la emoción con la que lo expresó y, a la vez, la incertidumbre. Sigue formándose, sobre todo en nuevas tecnologías y cómo aplicarlas al arte, también sigue exponiendo y yendo detrás de sus inquietudes, y cómo no ir detrás de ellas si le hicieron hacer una carrera enorme. En los años ‘50 lo acercaron al expresionismo, en los ‘60 al pop art y promediando los ‘70 lo guiaron en el realismo para llegar a los 2000 integrándolo todo, en un legado que pasarán muchos años para que se logre una fiel valoración y una comprensión absoluta de su significado. Si lo desfragmentamos podemos verlo pintor, ilustrador, escenógrafo, técnico de grabado, fotógrafo, realizador visual, investigador, y seguramente hay mucho más que llega como cola de cometa detrás de ésta enumeración de títulos. Parafraseando a Nietzche, “artista, demasiado artista”.

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Podemos verlo pintor, ilustrador, escenógrafo, técnico de grabado, fotógrafo, realizador visual, investigador, y seguramente hay mucho más que llega como cola de cometa detrás.

Por eso, es inevitable no hablar de él cuando hablamos de las instancias más importantes del arte contemporáneo. De él y de cómo nos obliga, como espectadores, a tener ritmo en nuestra comprensión, a hacer el ejercicio de crecimiento que nos saca del lugar habitual, del consumo pasivo, de no caer ni de casualidad en la reflexión simplista y a salvarnos de la culpa que la modernidad impone sobre el goce de lo verdaderamente bello. Los admiradores de la belleza sabemos que atrás de ella están los monstruos de la desidia agazapados, que nos comen crudos en la fantasía de la sensualidad (no) eterna o nos empujan a conquistar abismos, o sea, a no dejar de creer y a crear para crecer, siendo esas las bases fundamentales de todo trabajador del bien que David Hockney llevó a lo más alto/////////PACO