“Esa dinamita es el amor del mundo, el único amor del mundo.
Que hace llorar los hielos, que da miedo a las piedras”.

Sobre el fondo negro, el cuerpo parece levitar, provocando lágrimas y silencio en todos los testigos. Se le confecciona una túnica sencilla, con la que Ara exhibe a Eva Perón con los pies desnudos y el rosario vaticano entre sus dedos hasta el 24 de noviembre de 1955.
El antiguo baño está detrás de una puerta cerrada. Está azulejada de verde. Adentro, un inmenso afiche enmarcado de Eva Perón, cuadros, imágenes, algún mueble viejo, tablas, un maniquí similar al que en una escribanía de Junín luce unos falsos trajes.
A la izquierda se encuentra el salón que Ara usaba de escritorio y biblioteca y al que se llegaba por una puerta lateral desde el hall del ascensor, la entrada oficial. Ese gran salón, más uno opuesto al escritorio, fueron los reales laboratorios.
El diálogo con el pueblo del 22 de agosto de 1951 es su clímax paroxístico; el resto, un declive de ecos encerrado en efigie. Eva Perón de pie todavía habla y su voz todavía resuena, en ecos, en la ciudad espectral.
Hay un retrato de Eva Perón similar al de los billetes casi extintos de cien pesos. Fue un prototipo del año 1952 nunca realizado, escondido por un empleado de la Casa de la Moneda detrás de un mueble y encontrado por azar durante la presidencia de Cristina Fernández.
El 15 de febrero de 1950, entre las mismas piedras de cuarzoarenita donde hoy funcionan una cocina y la guardería de la ANMAT, Eva Perón invitó a los senadores peronistas a almorzar en el comedor del Hogar de la Empleada.
El sótano hoy es un depósito con tentáculos subterráneos que se hunden hasta por debajo de la Avenida de Mayo. Las baldosas traslúcidas bajo los zapatos de los transeúntes interrumpen un poco la oscuridad.