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Chernobyl, las mentiras de la Perestroika

«En todas las salas de control de reactores nucleares del mundo hay un botón con un único fin: parar de manera instantánea la reacción. En los reactores soviéticos se trata del botón AZ-5. Al pulsar el AZ-5 todas las barras de control bajan a la vez y la reacción para de inmediato«.

Valeri Alekséyevich Legásov, julio de 1987

En el clímax de la nueva miniserie coproducida por HBO y la cadena británica Sky, Chernobyl, el científico soviético Legásov intenta explicar los pormenores del desastre nuclear que, en palabras del propio Gorbachov, fue quizás la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética. Está parado delante de un comité de científicos “invitados” por el gobierno para atestiguar una payasada de juicio que claramente tenía una condena previa, y sus palabras serán escuchadas también por el jurado, varios funcionarios del gobierno, miembros de la KGB y periodistas locales. Los acusados: el gerente de planta Viktor Bryukhanov, el ingeniero Nikolai Fomin y el ingeniero jefe Anatoly Dyatlov, este último como máximo responsable de haber llevado las pruebas sobre el reactor 4 a niveles extremos, cometiendo graves violaciones al reglamento de seguridad nuclear de la Unión Soviética.

Lo que nadie en esa sala quería escuchar era que la responsabilidad del accidente era compartida entre los tres acusados y el gobierno. En principio, el 26 de abril de 1986 se tomaron un montón de decisiones erróneas que desembocaron en la tragedia que se cobró una incalculable cantidad de vidas. Pero cabe la posibilidad de que, aún con las señales de alerta que los ingenieros desestimaron para forzar una configuración fuera de los márgenes del “funcionamiento seguro”, el accidente hubiera podido evitarse con la información que había sido “clasificada” por la KGB. Esta información denotaba un ligero cambio en el material de la punta de las barras de control que bajan para detener la reacción al pulsar el famoso botón AZ-5.

En pleno auge de la paranoia por el spoiler y los memes que te cagan el capítulo de la serie que estás siguiendo y surfeando un momento televisivo histórico por la desproporcionada cantidad de propuestas y estrenos, HBO se desmadra con una propuesta visceral, recuperando un momento histórico que funciona como una ventana para contemplar la compleja Guerra Fría que experimentamos a finales del siglo XX. Dicho esto, tenemos entonces el primer ítem genial de Chernobyl: nadie te la puede spoilear. Ya sea porque alguna vez leíste algo sobre el tema por los apuntes que tomaste en alguna clase de historia en la secundaria o por simple cultura general, los pormenores del accidente y sus consecuencias son conocidos por todos.

Sin embargo, los productores y el guionista se las ingenian a fuerza de una investigación exhaustiva para acercar un montón de detalles que seguramente nunca tuviste en cuenta, y que forman parte de extensos informes de más de 200 páginas que jamás leíste pero que están a disposición en formato PDF en la Wikipedia que recupera el accidente. La narrativa principal de la miniserie recae así en los hombros de tres personajes, dos de ellos inspirados en personas reales y un tercero ficticio, inventado explícitamente para esta producción. Boris Yevdokimovich Shcherbina, caracterizado por el sueco Stellan Skarsgård, es un funcionario que en pleno conflicto ocupaba el cargo de vicepresidente del Consejo de Ministros, y fue encomendado por el propio Gorbachov para “gestionar” la crisis, en el amplio sentido de la palabra. Shcherbina tenía que reportarse en el lugar del incidente, proporcionar los recursos para resolver cada una de las tareas que se llevarían adelante para mitigar los daños y, principalmente, obstaculizar todo flujo de información desde la Unión Soviética hacia el exterior, porque como bien nos enseña él durante los primeros capítulos, mantener las apariencias es aún más importante que contener el daño colateral.

Shcherbina también tuvo la poco grata tarea de reclutar y adoctrinar a cientos de “héroes” anónimos que se sacrificaron para contener la dispersión de radiación. Valeri Alekséyevich Legásov, en la piel de Jared Harris, fue un físico nuclear soviético que en el momento del accidente cumplía la función de director adjunto del Instituto Kurchatov de Energía Atómica. Fue convocado como consultor adjunto y trabajó codo a codo con Boris, y de hecho su participación en los operativos de contención fue fundamental, casi podríamos decir que es el ideólogo de prácticamente cada uno de los planes que se fueron ejecutando 36 horas después del accidente. Legásov también estuvo involucrado fuertemente en la investigación posterior y es quien escrutó la teoría acerca de las puntas de grafito en las barras de control, motivo principal por el cual se supone que explotó el núcleo. Sus conclusiones fueron desestimadas por el gobierno de la Unión Soviética y luego de cumplir con sus tareas fue relegado y rebajado, luego de lo cual desde el Estado hicieron todo lo posible para transformarlo en un fantasma. Inmerso en una enorme depresión, exactamente 2 años después, se suicidó, no sin antes dejar a resguardo una serie de cintas en las cuales escudriña con sumo detalle su participación en la investigación y ofrece una lista con nombres y apellidos de cada uno de los funcionarios que ayudó a encubrir la verdad.

El tercer personaje sobre el que se posa la trama es ficticio y está caracterizado por la famosa Emily Watson: Ulana Khomyuk es una física nuclear de Minsk que fue creada para dar voz al grupo de científicos que ayudó en la investigación de Legásov y que se comprometió con la causa al punto tal que la mayoría de ellos sufrió las consecuencias de estar expuestos a ciertos niveles de radiación. Esta es la trama en la que esta magnífica producción del neoyorkino Craig Mazin nos sumerge ya desde los primeros minutos del capítulo inicial, y lo hace de forma tal que ningún televidente puede salir indemne de la experiencia de revisitar este accidente y sus consecuencias a través de la mirada de este guionista y la inestimable colaboración de Johan Renck, que carga sobre sus espaldas la responsabilidad de haber orquestado algunos de los mejores episodios de Breaking Bad.

Mazin y Renck se las ingenian para ir proporcionándonos poco a poco toda la información que necesitamos en los momentos justos a través de intensos y dramáticos diálogos, de forma tal que en ningún momento nos quede duda alguna del enorme peligro que enfrentan muchos de los personajes. Y cuando no es así, hacen uso de la imaginación del televidente gracias a una acertada puesta en escena que genera climas que rivalizan con las mejores películas de terror. Por debajo del drama más carnal está también la imperiosa necesidad de esconder la verdad, y la terrible incertidumbre de tener que lidiar por primera vez en la historia con un accidente de características únicas con el potencial para devastar varias naciones. Cuando el hombre juega a ser Dios, en algún momento termina pagando las consecuencias: este postulado es el postulado que Chernobyl hace funcionar en varios niveles. Los burócratas desesperados por contener el flujo de la información se muestran impávidos, lidiando con sus frustraciones ante la necesidad de tener que pedir ayuda al resto del mundo, justo en un momento político crucial para la Unión Soviética.

36 horas tardaron en ordenar la evacuación de Pripyat, la ciudad más cercana al accidente, lo que representó, a la larga, cientos de miles de afectados por la radiación. Oficialmente, sin embargo, la cantidad de muertos afectados directamente por el accidente es de 31 personas, una cifra irrisoria que denota la desinformación y las mentiras con las que tuvo que lidiar Legásov desde el minuto cero. Informes posteriores realizados por comités, agencias y fórums relacionados con los efectos de la energía nuclear presentan números que oscilan entre las 4.000 y las 96.000 víctimas mortales. De hecho, se reclutaron cerca de 600.000 personas para trabajar en las zonas de exclusión, un área lindante entre Ucrania y Bielorrusia que abarcó 2.600 km², y ninguna de ellas salió “inmune” del contacto con niveles dañinos de radiación.

El trabajo en Chernobyl nunca termina y jamás va a concluir. Unas semanas después del accidente, se construyó un “sarcófago” de un hormigón súper-reforzado gigante para que cubriera toda la estructura y evitar que siga fluyendo hacia la atmósfera, en una notable hazaña técnica bajo condiciones claramente desfavorables. Los operadores de grúas trabajaron a ciegas desde el interior de cabinas forradas de plomo siguiendo instrucciones de observadores de radio distantes, mientras que se trasladaron enormes piezas de concreto en vehículos hechos a medida. Sin embargo, esto no fue suficiente, ya que el 12 de febrero de 2013 una sección de 600 m² del techo de una de las turbinas colapsó, causando una nueva liberación de radioactividad y la pronta evacuación del área. Gracias a un fondo de inversiones gestionado puntualmente para esto, Ucrania recibió 810 millones de euros para construir un nuevo sarcófago, un arco de metal de 105 metros de altura y 257 metros de largo construido sobre rieles adyacentes al edificio del reactor 4. El nuevo confinamiento seguro se completó en 2016 y se deslizó en su lugar sobre el sarcófago original el 29 de noviembre de ese año. Se calcula que en condiciones amigables esta estructura podría permanecer así durante unos 100 años/////PACO