El diario español El País la definió como “La gran benefactora del sexo con fustas y azotes”. L’image, su primer “novela sadomasoquista”, publicada bajo el seudónimo Jeanne de Berg en 1950, sufrió una triple censura en Francia pero se sigue leyendo. Estuvo casada con el cineasta Alain Robbe Grillet, de quien conserva el apellido, aunque hoy comparta sus días con la actriz sudafricana Beberly Charpentier. En 2015, a raíz de su aparición en el film The Ceremony: Dominatrix of France, se ganó internacionalmente el mote de Icono cultural francés por derecho propio.
“Hablo desde el punto de vista de una cierta clase de feminista” advierte a la hora de dar su opinión sobre “un feminismo que quiere imponer sus puntos de vista como los únicos correctos” que “sermonea” y basa sus preceptos sobre la construcción teórica ejecutada por “intelectuales que se comportan como si poseyeran una superioridad moral” provenientes de una “elite y no del pueblo”.
Usted ha sido una de las firmantes del célebre manifiesto “Por el derecho a importunar” con el que, junto a un centenar de mujeres de la cultura de su país, se interpeló al #MeToo norteamericano. ¿Cuáles fueron sus motivaciones para hacerlo?
Antes de responderte quisiera que el estimado lector comprenda que estoy respondiendo estas preguntas en francés y que mis respuestas serán traducidas al inglés y luego al español y en estas traducciones habrá que hacer elecciones, se perderán matices y pueden producirse malentendidos.
También sé que hablo solamente como una mujer francesa acerca de la sociedad francesa, tal como la conozco. No estoy para hablar por todas las mujeres, ni por todas las feministas, ni siquiera por todas las mujeres francesas y nunca lo haría. Hablo, de todas maneras, desde el punto de vista de una cierta clase de feminista, aunque existen otras clases a las que no adhiero.
Estoy molesta por lo que percibo como un feminismo que quiere imponer sus puntos de vista como los únicos correctos, a cargo de mujeres que parecen formar parte de una élite antes que del pueblo y de intelectuales que se comportan como si poseyeran una superioridad moral. Por décadas han sido las mujeres con títulos universitarios, las así llamadas intelectuales, las que se han sentido con el derecho de hablar por todas las mujeres y no solo han sentido que podían hablar por los otros sino incluso sermonearlos.
He escuchado a feministas afirmando que hay fantasías que son indecentes e inadmisibles, tales como la fantasía de ser violada. Por supuesto, no creo que ninguna mujer quiera realmente ser violada, pero muchas de ellas tienen fantasías que giran en torno a la violación. Esto quiere decir que se excitan con la idea de ser violadas (por un hombre ideal, seguro, y en un entorno ideal; esto es lo que constituye a la fantasía). ¿Y por qué no? En 1986 participé en un programa primetime de la televisión belga cuyo tema era la “fantasía femenina”. Una encuesta previa al programa había determinado que la primera fantasía sexual citada por las mujeres era la de ser violada. Pero cualquier clase de fantasía concerniente a la sumisión es considerada chocante e inaceptable por muchas feministas. ¿Será porque la gente tiende a confundir las prácticas sexuales en un espacio privado con el rol de uno en la sociedad?
Uno puede ser totalmente sumiso sexualmente al tiempo que ejerce una autoridad absoluta en la vida pública. Uno de muchos ejemplos de esto podría ser el de Catalina la Grande, quien, por un lado, frecuentemente ordenaba a sus oficiales azotarla, mientras que, por el otro lado, era la “Emperatriz de todas las Rusias”. Otro ejemplo es Catherine Millet, quien, en su autobiografía “La vida sexual de Catherine M”, describe su sumisión total al deseo sexual del hombre, al tiempo que ocupa la posición de Director de la prestigiosa revista “Art Press”. Personalmente, creo poderosamente en que no existen cosas tales como fantasías buenas o malas, existen las fantasías que te excitan o no. Las mujeres tienen el derecho de elegir cualquier sueño o fantasía que elijan, no importa cuán ridícula o inapropiada sea. Soñar algo no es hacerlo.
En cualquier caso, yo abogo absolutamente por la libertad para las mujeres en todas las esferas. Por ejemplo, si en vez de ir a trabajar, una mujer prefiere quedarse en su hogar y cuidar a sus hijos y marido, debería tener el derecho de hacerlo y ninguna feminista o sociedad debería tener el derecho de hacerla sentir culpable.
Este nuevo feminismo que usted critica denuncia con frecuencia ser victima de la censura sin dar pruebas muy contundentes de ello. En su caso, según entiendo, la censura llegó con su primer libro L´Image en 1950…
Cuando la novela apareció recibió inmediatamente lo que en Francia es llamado “la censura triple”, es decir, que fue prohibida su exhibición, su publicidad y su venta. Las autoridades incluso contactaron a los editores instruyéndoles a destruir todas las copias. La policía visitó la editorial para incautar todas las copias, pero Jérôme Lindon (director de las Editions de Minuit que habían publicado el libro) ya las había escondido. Luego, durante los 70’s, la censura se relajó y el libro fue republicado y vendido abiertamente. Debería notarse que l’Image nunca fue dirigido a un público general así que el hecho de que siga interesando a lectores de nicho hoy es extremadamente satisfactorio y sugiere que no ha perdido nada de su impacto original.
¿Cree que la vocación censuradora de algunos feminismos (me refiero a acusaciones como las hechas contra Polansky o Balthus) se vinculan a la ignorancia o falta de interés por la cultura? ¿O hay otras razones?
Si algunas feministas desean censurar ciertas obras de arte o artistas, no creo que sea por ignorancia o desprecio. Te refieres a Polansky o Balthus… por favor fíjate en la diferencia más importante entre ellos: en Balthus es su arte el que ofende, lo que la gente encuentra ofensivo en Polansky es su conducta. Si vamos a censurar el trabajo de todos los artistas que no llevaron una vida ejemplar, no quedaría demasiado arte. Ciertamente, todos los films de Woody Allen deberían prohibirse; Pergolesi asesinó a su mujer y al amante de ella, así que definitivamente debería prohibirse. Caravaggio también era un asesino y Charles Dickens maltrataba a su mujer mientras se involucraba en una relación incestuosa con su hermana de 17 años. Seguro, Gauguin y los antisemitas deberían prohibirse: Wagner, Mel Gibson, Céline… ¿Y qué hacemos con Elvis Presley, que tuvo sexo con Pricilla Beaulieu, de catorce años? Quizás tampoco debamos escuchar a su música. ¿Dónde termina?////PACO