Dice Caruso Lombardi que fue Sergio Massa, por entonces director de la Ansés, padrino kirchnerista del ascenso del Club Atlético Tigre, el que lo llamó vendehumo por primera vez. La escena es risueña: Massa y sus dos hijos rodean a Caruso y repiten, con melodía del hostigamiento infantil, su calificativo por excelencia. Lo llamativo del caso es que durante aquel primer paso por Tigre, la temporada 2004-2005 de Caruso fue incuestionable: logró un bicampeonato, un récord de efectividad sólo comparable, dice Caruso, al del Chelsea y, lo más importante, el ascenso a la B Nacional. Dice Caruso Lombardi que en 2006 encontró en un restaurante a su ex compañero Diego Maradona, en pleno reciclaje de lo que Diego Maradona había sido alguna vez, y que le pidió un autógrafo para sus hijos. Mientras buscaban un pedazo de papel, Diego le dijo que había seguido su trabajo en el último tiempo, y que no entendía cómo todavía no dirigía un equipo de Primera. Caruso, los ojos entrecerrados, levantó las cejas como quien dice es muy difícil, y Diego dijo que lo recomendaría a los dirigentes de Argentinos Juniors. En todo el restaurante no había ni una servilleta de papel, por lo que, en un gesto fácil de imaginar, Diego dedicó y firmó un plato que, dice Caruso, sus hijos todavía conservan.
Pocos días después los dirigentes de Argentinos pidieron a Caruso que tomara la conducción de un equipo que, tras empatar con Huracán los dos partidos de la promoción, acababa de salvarse del descenso por “ventaja deportiva”, es decir, por la ventaja administrativa de ser el equipo de Primera en la contienda, es decir, como se dice, por la chapa. El incendio estaba controlado, pero un promedio en rojo amenazaba con reavivarlo al final de la temporada siguiente. Caruso aceptó la propuesta y convocó a todos los jugadores libres del ámbito local, con los que realizó pruebas para seleccionar a los jóvenes con más hambre que trayectoria que incorporaría al plantel. Esa temporada, con pocos puntos más que partidos jugados, el Argentinos de Caruso mantuvo la categoría sin siquiera jugar la promoción. El buen desempeño en la lucha por la permanencia, sin duda la instancia más crítica y patética del fútbol argentino, hizo prescindir ya de la intervención directa de la divina mano maradoniana para la continuación de su carrera. Ahora el teléfono de Caruso se encontraba inscripto en las agendas de la desesperación institucional. El primero en llamar fue Eduardo López, presidente de un Newell’s en ruinas que, la Historia dice, sólo Caruso pudo levantar. Luego Racing, San Lorenzo, Argentinos (otra vez) y Quilmes, el más reciente, cristalizaron su perfil como el de un salvador heterodoxo.
La última voluntad de Julio Grondona, la transformación del campeonato local en un torneo anual de treinta equipos, supuso el momentáneo congelamiento de los descensos. A mediados de 2014, disuelto su nicho de mercado y escéptico respecto de la aceptación de sus nuevas condiciones por parte de Aníbal Fernández, senador y presidente de Quilmes, para continuar en el club, el desenfado verbal carusiano, alimentado por los condicionales del periodismo hambriento, disparaba expectativas acerca de su futuro. ¿Era Caruso la opción para rescatar el remolcador oxidado con el que Bianchi, como digno capitán, pensaba hundirse en el Riachuelo antes de abandonarlo? O incluso, después del 13 de julio, pero todavía bajo la lluvia de la última bomba de papelitos de patriótico surrealismo vital, ¿podía pensarse en un Caruso DT de la Selección?
A pesar de las buenas campañas, algo insiste en decir que no. Él lo sabe, aunque no parece afectarlo. “Querían que me fuera a la B y no pudieron. Yo vine a la B cuando quise”, dijo a Diario Popular después de firmar con Tristán Suárez, equipo que, al día de hoy, se mantiene invicto en su categoría. Sin embargo, ¿por qué no? Es difícil pensar en una figura del fútbol nacional, además de Caruso, que convoque el afecto y la gratitud de hinchas de tal cantidad clubes. Sin embargo, Caruso no es un ídolo, como pueden serlo técnicos como Bianchi (en su momento) o Ramón Díaz. Caruso es otra cosa, y lo es porque no participa de la épica del fútbol, lo que en cualquier caso no le resta la tan reclamada pasión, cosa que nadie puede negar si lo ha visto, más no sea durante unos segundos, dirigir un equipo. Caruso es quien es por ser el primero en no comprar el humo que lo rodea.
Parado en el plano del trabajo, Caruso ve a todos como pares y, con resultados que hacen olvidar las eventuales susceptibilidades que pudiera herir, no tiene reparos en desatender el aura de genialidad o de automático respeto se supone imparten ciertas figuras. Sin ir más lejos, en estos días, dijo en Radio Cooperativa acerca de Lionel Messi: “Si no tenés ganas de jugar una final del mundo, tenés que dedicarte al golf”, para luego sugerir que Martino había sido colocado por el propio Messi como DT tras la salida de Sabella. «Muchos piensan así y no lo dicen”, dijo, “pero como yo nunca voy a dirigir la Selección, me chupa un huevo». Sus declaraciones fueron levantadas por el medio deportivo Marca de España, el mismo que, con madrileña indignación, dio la espalda a su selección durante un penoso desempeño en el Mundial, el mismo diario que acorraló a Martino durante su respetable paso por Barcelona, al hacer tapa con las frases de ese histérico engendro arribista que es la afición ibérica.
¿Saben en España quién es Ricardo Caruso Lombardi, un hombre con pánico a subir a un avión? ¿Será la lectura de Marca una de las fuentes de la enigmática y permanente ofuscación de Messi, quien no se presentó a jugar para la Selección en su primer compromiso posmundial? ¿Pensará Messi, antes de dormir, en la sinceridad de la mirada de Caruso Lombardi al decirle que no es el mejor del mundo? ¿Llamarán a Caruso Lombardi cuando los mejores del mundo no puedan más que vomitar? Por lo pronto él, hoy cómodo en la B Metropolitana, dice que nunca apaga su celular/////PACO