Recién Terranova puso en Facebook un video de Deap Vally, una banda rústica y mínima de dos minas bestiales y exuberantes, Lindsey Troy y Julie Edwars. La recomiendo, es buena, tiene personalidad, más allá de esa deliberada deconstrucción irónica del relato épico del rock ‘n’ roll que es un poco el gesto atávico de nuestra contemporaneidad.
Pero no quiero hablar de Deap Vally sino de otra mina exuberante y bestial del rock, Brody Dalle. Deap Vally me hizo acordar a Brody Dalle.
Oh, Brody, cómo te amé en 2002, cuando los Distillers editaron Sing Sing Death House. Ese disco era lo más. Romántico, conmovedor, muy vertiginoso, recontra hitero, un hijo estereotipado y genial del punk californiano heredero de ese destino posible del género, su destino playero, que aparece cifrado de manera apenas pretenciosa en Bad Religion, arjonera en Social Distorsion, juvenil y eterna en el Dookie de Green Day, descerebrada en NOFX y virtuosa en Rancid.
No descubro nada ni pretendo. Los Distillers fueron una banda del montón en una generación de bandas de punk candorosas, sin misión ni prácticamente maldad. Un punk que oscilaba y sintetizaba de manera redonda las sinergias entre el rock y el pop y demostraba su intensa proximidad con la positividad emancipadora del consumo, apenas disimulando el germen del retro, aunque todavía sin cinismo ni ironía. No inventaron ni experimentaron con el lenguaje sonoro o el horizonte simbólico del punk. Apenas estaba ahí mi chica Brody Dalle, la belleza perfecta de Brody y su histrionismo increíble, su maravillosa manera de modular, que jamás tuvo ni tendrá otro intérprete, y esa voz ronca –“raw” sería la palabra en inglés– que Brett Gurewitz definió como “un camión de carga con un eje roto, pero nunca erra una nota”.
Es demasiado amargo no bancar a las hermosas bandas del montón que jalonan las instancias menos macabras, más frívolas, de la historia del rock. Y dentro de ese canon basura, Brody Dalle fue una cantante dotada y una letrista sutil –como en The Young Crazed Peeling– con una sensibilidad especial para el hit y una feminidad voluptuosa y rábica.
La había perdido de vista a Brody, y hoy la googlié para saber qué había sido de su vida. Dejó las drogas, se casó con Josh Homme, con quien además tuvo un hijo. Engordó un poco. En 2007 mató a los Distillers, que ya no tenían razón de ser, y fundó Spinnerette junto a Tom Bradley, Jack Irons y Alain Johannes. Ahora hace un rock más complejo, más apocado e intelectual.
Brody y Sing Sing envejecen como a mí me gustaría envejecer.