En los días previos a mudarme a Rafaela un amigo me dice “fíjate que allá está Schoklender”. Me manda el link a una entrevista que le hizo un programa de TV rafaelino donde aparece charlando con el locutor estrella de la ciudad. Hacía seis años que vivía en Buenos Aires y estaba preparando un “operativo regreso” a la ciudad donde pasé mis primeros 29 años de vida. Mi amigo me insistió: “entrevistalo para PACO”. Así que llegué con una misión periodística que me dio algo para charlar en el reencuentro con viejos amigos, conocidos y parientes, algo más que comentar una y otra vez mi situación personal y financiera. Cuando empecé a preguntar lo primero que me dijeron fue que no vivía en Rafaela. “Acá no lo dejan entrar”, me dijo visiblemente ofuscado un empresario metalúrgico, molesto por la posibilidad de que alguien con la reputación de Sergio Schoklender haga negocios en la perla del oeste. Guiado por tal comentario, muchos me aseguraron que vivía en Susana, un pueblo ubicado a 15 kilómetros de Rafaela donde, aseguraban las fuentes, estaba viviendo en una casa de campo, retirado de la vida urbana. Sin embargo, mi hermano se encargaba de comentar en voz alta cada vez que la familia se juntaba a cenar que el día anterior lo vio a Schoklender tomando café en una estación de servicio o en un bar céntrico. Siempre, según su relato, estaba acompañado de empresarios locales de dudosa reputación.

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Cuando empecé a preguntar lo primero que me dijeron fue que no vivía en Rafaela. “Acá no lo dejan entrar”, me dijo ofuscado un empresario metalúrgico.

Las fuentes más confiables me dijeron entonces que en Susana estaba negociando con el intendente la posibilidad de construir viviendas similares a las que hacía con la Fundación Madres de Plaza de Mayo. El intendente de Susana es un hombre panzón y afable que anda siempre con lentes ahumados y sonrisa de ocasión, de origen radical pero siempre vendido al mejor postor en nombre del progreso de su pequeño pueblo. Fue uno de aquellos intendentes que Néstor Kirchner convocaba secretamente a la Casa de Gobierno durante la campaña de Agustín Rossi a la gobernación en 2007, cuando competía contra Hermes Binner. Rossi contrataba una traffic y reunía varios jefes comunales, los llevaba a la Casa Rosada y Néstor los recibía después de las 10 de la noche, cuando su agenda había terminado. Los sentaba en círculo, les hablaba un rato, les preguntaba qué necesitaban y los intendentes pedían. Néstor dentro de lo posible tengo entendido que cumplió todas sus promesas. A Susana le envió una planta potabilizadora de agua por ósmosis inversa, cuyo valor actual de mercado supera los 10 millones de pesos. Considerando tal pragmatismo, no me sorprendió la idea de que el jefe comunal de Susana estuviese en tratativas con Schoklender, ya que nadie imaginaba que repetiría una estafa como la que se le acusaba por la Fundación Madres de Plaza de Mayo, pero sí podía repetir el complejo expertise que tenía en la construcción de viviendas “en bloque”, viviendas por piezas que se instalan casi sin obra de por medio, sino por pedazos.

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Convencido de que Schoklender vivía en Susana, me desalentó la idea de ir a buscarlo. Necesitaba alguien que me lleve en auto, ubicarlo preguntando en un pueblo lleno de gringos desconfiados.

Ya convencido de que Shoklender vivía en Susana, me desalentó la idea de ir a buscarlo. Necesitaba alguien que me lleve en auto, ubicarlo preguntando en un pueblo lleno de gringos desconfiados, meterme adentro de un campo y golpearle la puerta para decirle: “vengo a hacerte una entrevista para una revista digital”. No parecía una idea muy práctica. Aposté por encontrarlo en alguna de sus incursiones a Rafaela. Por eso seguí preguntando. Quería detectar algún tipo de rutina, algo que me permita encontrarlo como si fuese una casualidad. Entonces hablé con un personaje que me cruzo desde tiempos inmemoriales en los cafés. Es un flaco de unos 50 años que vive de rentas, habita en la casa de los padres y se toma unos 6 cafés diarios en diferentes puntos de la ciudad mientras hojea los diarios gratis disponibles. Me habían dateado que él tenía un amigo que “trabaja para Schoklender”. Cuando le comenté el asunto, me aseguró que su amigo “cambia cheques para Schoklender” y “le hace los mandados”. También me contó que el pibe quería dejar ese laburo porque Sergio le habría pagado muy mal, lo cual no me llama la atención considerando la oscuridad de los encargos. Esto explicaba en parte de qué vivía Shoklender en la ciudad.

Mientras, la pregunta del millón. ¿Cómo llegó a Rafaela? Algunas fuentes decían que tiene “amigos” en la ciudad, entre ellas él mismo lo aseguró en las entrevistas que le hicieron. Por otro lado, otra fuente también explicó que a su entender podría ser un favor político de Omar Perotti a sus amigos y colegas kirchneristas de Buenos Aires. Dicen que le dijeron “sacalo de Capital hasta las PASO”. No sería llamativo ue fuera el diputado nacional quien lo conectó con la gente de Susana y Sunchales, otra localidad cercana a Rafaela donde algunos cuentan que tenía negocios, ya que se lo veía con empresarios de Sunchales yendo y viniendo en cafés y restaurantes. Pero nada era muy concluyente. En el medio leo una entrevista a Schoklender que me dio mucha bronca, porque él decía que “ahora vivo en Rafaela y paso mi tiempo buscando libros en las librerías escondidas de la ciudad”. Desde que llegué a Rafaela estoy montando una librería, precisamente en ubicada en un barrio lateral de la ciudad. Si consideramos que mi librería aún no tiene siquiera un cartel a la calle que la anuncie ni una vidriera, me parece que no hay una librería más escondida que la mía. Y seguí buscando a Schoklender, ya no para entrevistarlo sino para venderle libros. Aunque sea su propia autobiografía, que la tengo disponible desde que abrí el local.

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“Ya no está más, se fue” me dijo con una seguridad que me dejó perplejo.

Una noche salí a comer con un amigo y su mujer, una salida de cuatro clásica de sábado a la noche. Fuimos  A un restaurante que queda en Susana, el lugar que Schoklender habría habitado originalmente. Como mi amistad con él no es de extrema confianza, omití el asunto hasta que estuvimos ahí, dudando si mencionarlo o no. En un momento no me aguanté más y dije en broma “busquemos a Schoklender” mientras salíamos del restaurant con los estómagos repletos de abundante picada de quesos y chorizos. “Ya no está más, se fue” me dijo con una seguridad que me dejó perplejo. Esa noche tomamos un licor en su casa mientras nuestras mujeres charlaban de sus asuntos en la cocina. Su amplia biblioteca y su falsa chimenea con radiador eléctrico generó el ambiente ideal para contarle sobre mi búsqueda de Shoklender, ya en el ámbito de la confidencia nocturna. No me dijo de donde venía la información, pero me aseguró que era de total confianza. Parecería que Schoklender ya se había ido de la ciudad (esto sucedió hace más o menos un mes) porque se le acabó el dinero y los negocios que habían comenzado caminaban a paso lento. Me dijo que intentó formar una compañía constructora con un socio que tiene en la ciudad, un plomeo/gasista/electricista, esa clase de tipos trabajadores que a fuerza de cumplir a sus clientes se alzaron con muchos contactos y buen dinero en su haber. Juntos, más un contacto de Buenos Aires, formarían una constructora en la pampa gringa con el fin de hacer viviendas como las que hacía con las Madres. Según mi amigo, muy conectado en el ámbito judicial local, la empresa tendría el nombre de una ciudad del Piemonte (un claro guiño a la inmigración local mayoritaria de la zona de Rafaela) y Schoklender habría sido muy prolijo en la confección de los papeles y trámites correspondientes. Me aseguró que es una persona muy inteligente, un fumador compulsivo y excelente pagador a la hora de abonar honorarios. Le pregunté si tenía muchos libros en su casa. “Ni uno solo”, me aseguró sorbiendo un trago del whisky importado que ya se había abierto cerca de las 3 de la mañana.

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Los comentarios sobre Shoklender se hacían con una mezcla de curiosidad y temor.

Pude verificar que lo que me dijo este amigo era cierto porque después de la conversación no oí hablar de Schoklender. Ya nadie lo encuentra en la calle, nadie hace mención a su estadía en Rafaela, el asunto se enterró rápidamente en el olvido. Los comentarios sobre Schoklender se hacían con una mezcla de curiosidad y temor, no muchos estaban a la altura de su figura, no querían encontrarlo en la calle ni verlo en la televisión, ni siquiera lo criticaban en las mesas de café. Cierto temor reverencial hacia el hombre acusado de matar a sus padres y luego de matar simbólicamente a las madres de todos los argentinos se imprimía en las conversaciones sobre la curiosidad “Schoklender en Rafaela”. En todo mi tiempo como librero en la ciudad –no más de cinco meses- jamás nadie me preguntó por sus libros, más que algún comentario del tipo “uh, el vecino”, al señalar la tapa de su autobiografía. Una vez más, el nombre de Schoklender es un rumor incómodo y pasajero, y aunque mi amigo me aseguró que iba a volver, no se sabe cuándo realmente, o si concretará los sueños compartidos por sus amigos de iniciar un nuevo negocio en una ciudad fuera del alcance de las miradas del gran público argentino////////PACO