Con 25 ferias en su haber, la marca ArteBA se impuso en Buenos Aires como símbolo del mundo del arte contemporáneo local: un punto de encuentro entre hipsters, empresarios millonarios, apellidos aristocráticos, multinacionales y, por supuesto, artistas. El perfil ideal del visitante de ArteBA quedó expuesto en el penoso spot de la edición 2015 en el que, mediante un rapto de “entusiasmo con la referencia”, aludiendo a la publicidad plagiada de la Feria Internacional de París, la organización retrató el modelo aspiracional del palermitano con Mac que forma parte de un universo artístico cool pero que, a la vez, está dispuesto a invitar al público, no tan cool, a ser partícipe de la experiencia. Son estos últimos, en definitiva, los que pagan la entrada. Así, cada año la feria de arte contemporáneo más importante del país contrapone la aspiración elitista con un público cada vez más masivo, asignando a todos un rol: quienes disponen de los recursos se acercan a comprar obras mientras que el público general, que financia el evento a 160 pesos por cabeza, aún cuando muchos nunca abrirán un libro de arte en el resto del año, pueden sacarse selfies artísticas y generar contenidos irónicos pero también genuinos para sus redes sociales.
La feria de arte contemporáneo más importante del país contrapone la aspiración elitista con un público cada vez más masivo, asignando a todos un rol.
Si uno recorriera las galerías que integran la feria a través de Instagram, encontraría pronto cuáles son las tres o cuatro obras más populares. El primer premio Instagram sería para Windows, de Mariela Scafati, una serie de afiches en tonos rojos y rosados con frases en primera persona. Chicas bien vestidas que posan delante de los afiches, como si fuera una pared ocupada por el Centro de Estudiantes de Fsoc, pero que en lugar de declaraciones políticas tienen frases sensibles de diario íntimo para acompañar con un filtro Valencia o Mayfaire. El éxito de Scafati podrá visitarse en el Malba gracias a una donación del ICBC, porque todas las corporaciones bancarias necesitan apoyar el arte. ¿Pero qué más tiene para ofrecernos el arte contemporáneo cuando la espectacularidad, lo grotesco y el absurdo ya no sorprenden?
El primer premio Instagram sería para Windows, de Mariela Scafati.
Hace unos años los Premios Petrobras representaban el cliché del arte moderno, en el cual mientras menos sentido tuviera y más grotesca fuera la obra, mejor el resultado. Vale la pena recordar el primer premio 2011 para Carlos Herrera por su Autorretrato sobre mi muerte: una bolsa de nylon con zapatos y calamares podridos adentro. La petrolera brasileña premió al artista con 50.000 pesos por su escultura. Hace unos años, sin embargo, la tendencia perdió vigencia y los Premios Petrobras, de hecho, dejaron de existir, casi una señal de que el arte conceptual necesitaba una estilización de sus técnicas para volver a sorprender. En esta edición, Pablo Insurralde lo logra en su obra ¿De qué pop me estás hablando? al recrear en cerámicas miniatura una especie de corralón con restos industriales que reúne a su alrededor una gran cantidad de visitantes de la Feria visiblemente perplejos, sobre todo, por la destreza técnica antes que por la “referencia sociológica”. Incluso Leopoldo Estol, quien a mediados de los 2000 obtuvo visibilidad en las galerías por sus instalaciones, abandonó ese esquema agotado y recurrió este año a la pintura con una serie de acuarelas infantilizadas que denotan que cierta moda conceptual hoy no tiene lugar en el mercado del arte, a menos que la destreza técnica acompañe las ideas.
Cierta moda conceptual hoy no tiene lugar en el mercado del arte, a menos que la destreza técnica acompañe las ideas.
¿Qué más se puede encontrar en ArteBA que todavía no hayamos visto en Instagram? El espacio Solo Show Zurich presentó seis galerías, una de ellas alemana -Plan B- con una serie de pinturas del rumano Serban Savu: óleos en pequeño formato sobre paisajes de la decadencia soviética, con un gesto pictórico asimilable al de Hopper. De esa manera, las imágenes de la clase trabajadora y agraria de Rumania, curadas por una compañía aseguradora internacional, son una de las tantas contradicciones y hallazgos que sólo podemos encontrar en esta Feria. Desde el segmento latinoamericano, el Instituto de Visión (Bogotá) trajo una obra de Noemí Pérez que forma parte de una más grande titulada Entre caníbales, una carbonilla sobre tela que, si bien no escapa de la literalidad localista de colonizados y colonizadores, lo hace con un gran resultado de dibujo selvático enfatizando los contrastes que ofrece el monocromo. ¿Pero dónde está finalmente la diferencia entre el recorrido virtual en Instagram y el recorrido analógico en La Rural? La diferencia no está entre el dispositivo técnico y el espacio real, sino en una disposición hacia la obra entre la búsqueda de un impacto visual que le hable a los espectadores con palabras fáciles de replicar entre sus seguidores (a cambio de unos cuantos corazones) y la búsqueda de representaciones que por su gesto y calidad pictórica no puedan encontrarse en internet. Quizás esa sea también la diferencia entre el arte contemporáneo que justifica sus falencias al representar “lo moderno” y el arte contemporáneo que reconoce una tradición////////PACO