Desde Milán-Especial Para PACO
Desde el 26 de marzo hasta el 2 de junio del corriente año, el Palazzo Reale de Milán exhibe una retrospectiva del artista conceptual Piero Manzoni (1933-1963). Me quiero referir a una obra en particular de las allí exhibidas, “Merda d’artista”, por ser quizá la más controvertida de su producción.
Defecar es una necesidad humana universal, y como tal ha interesado a pensadores y artistas desde siempre. Ya San Agustín de Hipona, Doctor de la Gracia, señalaba que nacemos entre heces y orina. También para Arthur Schopenhauer la mierda fue un tema de reflexión. Para el filósofo alemán, el proceso de excreción apenas se diferencia del de la muerte: en ambos se exhala y se libera materia. Pensadores tan dispares como Lutero, Tomás Moro y Jung también han teorizado acerca de la mierda.
La presión intestinal y su resultado están presentes en nuestras vidas y, por supuesto, en el lenguaje. Deyección, deposición, caca, mierda, materia fecal, excremento, son algunos de los muchos vocablos que existen para nombrar la “materia oscura”. Sin embargo, para nosotros, en tanto miembros de una sociedad, la mierda continúa siendo tabú. Nuestras secreciones están allí, pero para que aprendamos la gramática del asco, de la higiene y del aroma. La mierda es un problema humano de puertas adentro. Los animales son ajenos a estos sentimientos respecto de sus excrementos; en cambio, para el hombre la defecación se erige como una cuestión de dimensión estético-moral. La mierda es (casi) un problema más complicado que el mal. Es que nuestra concepción occidental de la civilización está vinculada de forma inseparable a la desintegración de la mierda, y su relativa visibilidad o invisibilidad es, por así decirlo, una escala para medir los niveles de desarrollo de un país.
La mierda no sólo está presente en nuestras vidas para el asco o la vergüenza, sino que está allí para hacernos reír. Porque reímos ante lo que no somos capaces de asimilar o digerir. Risa y asco, tan diferentes en apariencia, son dos caras de la misma moneda. Ambos son estrategias de protección y tienen en común la función de apartar de nosotros lo que nos es insoportable. Ejemplos que ponen de manifiesto la comicidad fecal hay muchísimos, desde la expresión coloquial “cagarse de risa” hasta el popular graffiti “¡Coma mierda! Millones de moscas no pueden estar equivocadas”. (Películas como “Borat” o “Jackass” despliegan un amplio humor fecal. En el dibujo animado “South Park”, aparece como personaje el “Señor Mojón”, que con un sombrero navideño entona una canción llamada “Todo es mierda”.)
Cuando el artista futurista Filippo Tommaso Marinetti quiso ridiculizar el retrato de la Mona Lisa, venerado en todo el mundo, no tuvo más que darle un nuevo nombre a la pintura. El título que inventó fue La Gioconda purgativa -el ojo estrábico de la dama retratada y su enigmática sonrisa adquieren bajo este título una nueva significación. Si damos rienda suelta a nuestra imaginación, ya no podremos mirar el cuadro de Leonardo sin reír.
La mierda, como materia prima de la literatura, la filosofía, el psicoanálisis o la teología se hace más tolerable que los excrementos vivos, verdaderos legados de un cuerpo. Después de todo, escrita la mierda no huele mal, diría Roland Barthes. En cambio, la mierda como material de trabajo artístico provoca en el público fuertes reacciones emocionales y morales. Porque en el marco cultural occidental, la mierda es secreta. De manera que el artista que trabaja con los excrementos en la producción de una obra desafía un fuerte tabú social, y se sirve de dos de los alicientes más potentes para la percepción humana: el asco y la vergüenza. (En la actualidad, son múltiples las producciones artísticas que trabajan con materia fecal. A modo de ejemplo, mencionamos “Shit Head”, de Marc Quinn, un busto al que el artista da forma a partir de sus propios excrementos, o “Cloaca”, de Wim Delvoye.)
En mayo de 1961, el artista conceptual Piero Manzoni llenó noventa latas –o eso dijo– con excrementos, las cerró, las etiquetó con datos precisos sobre su contenido en italiano, inglés, francés y alemán (CONTENIDO NETO 30 GRS.), les dio un número de serie y les agregó su firma (FABRICADO POR PIERO MANZONI). Vendió su mierda al precio del oro y se convirtió en un animal de fábula, la gallina de los huevos de oro. Con ello, Manzoni llevó a la práctica la idea de Paul Cézanne, quien respondió a Edouard Manet en 1870 que para el salón oficial de arte de Paris le gustaría presentar un orinal lleno de mierda –una idea que también Marcel Duchamp puso parcialmente en práctica años después. Y, a su vez, Manzoni demostró que Salvador Dalí estaba en lo correcto, el oro y la mierda son “uno y lo mismo” en el inconsciente.
Con su Merda d’artista, Manzoni puso en evidencia -y en crisis- otras ideas. Demostró que las realizaciones y los productos más cotidianos pueden alcanzar la categoría de arte, si proceden de quien es percibido y considerado por el establishment como “artista”. Así denunció la arbitrariedad con la que se clasifica un material, como valioso o como carente de valor. O dicho de otra manera, Piero Manzoni comprobó que la mierda es cuestión de contexto: si se vende “de modo civilizado” (esto es: envuelta, con olor neutro y firmada por un artista), la mierda oculta a los ojos de la sociedad puede valer y mucho.
Las latas de mierda de Manzoni se vendieron, ya lo dijimos, pese a su precio exagerado. Hoy en día se calcula que estas latas de treinta gramos de caca ascienden al valor de 30.000 euros. Poco rédito material obtuvo el artista de su obra. Apenas dos años después, en 1963, Piero Manzoni murió de un infarto de miocardio. Las latas son obras de arte y, a la vez, modernos relicarios que guardan los vestigios mortales del artista.
Un poco más de medio siglo ha transcurrido desde la muerte de Manzoni y la mierda sigue siendo un tabú, y continúa siendo denostada. Tanto es así que el poeta alemán Hans Magnus Enzensberger, en su poema “La mierda”, se lamenta del trato que nuestras deyecciones reciben y, escribe para ellas una apología que dice así:
Oigo constantemente hablar de ella
Como si fuera la culpable de todo;
Pero observen qué suave y decidida
Ella viene a sentarse debajo de nosotros.
¿Por qué entonces mancharle
Su buen nombre
Y prodigárselo
Al presidente de los Estados Unidos
A la guerra, a los policías
A los capitalistas?
Al final, nos viene a decir el poeta alemán, la mierda es mucho más pura que la mugre moral de los gobiernos, la policía y el sistema económico-político. Y a ellos los digerimos.
Todos los días, los seres humanos dedicamos tiempo y esfuerzo a producir una materia sin resultados comercializables. Una sustancia sin sentido ni valor, una materia oscura y grumosa en el engranaje de la economía de mercado. ¿La mierda pone en cuestión las bases de nuestra sociedad poscapitalista y del Homo Economicus? Cualquiera sea la respuesta, la mierda nos sigue dando de qué hablar.///PACO