El género
Tanto la biografía política como la memoria política son especies literarias al servicio de intereses políticos, partidarios y/o sectoriales más o menos ostensibles e inmediatos. Por lo mismo, la vida de esta clase de artefacto suele no ir más allá de una campaña electoral o un ciclo presidencial. ¿Qué busca el lector de este «género»? Puede afirmarse que lo que más se desea encontrar es el dato, el chisme, la anécdota que confirme un prejuicio favorable o negativo acerca del personaje, con el objetivo final de erigir ese prejuicio en un saber. Aún a sabiendas de todo esto, o quizá por ello mismo, el libro de memorias de un político -un “hombre de Estado” en general ya mayor y en retirada- suele no cumplir con las expectativas de un lector un poco más pretencioso. El ocultamiento de pormenores, las interpretaciones forzadas o cierta ansia por acomodar el propio nombre dentro de un marco deseado, pretérito o presente, vuelven evidente que en las memorias el autor sigue «jugando» el juego de la política y que ningún saber real puede emerger de esas páginas. Un buen ejemplo de esta lectura frustrante podría ser el de las memorias de Antonio Cafiero, dadas a luz bajo el voluntarioso título Militancia sin tiempo en plena efervescencia kirchnerista. Al final de sus alrededor de 800 páginas no quedan dudas de lo bienintencionado, históricamente acertado y políticamente correcto del accionar del autor durante casi siete décadas de política argentina.
¿Qué busca el lector de este «género»? Puede afirmarse que lo que más se desea encontrar es el dato, el chisme, la anécdota que confirme un prejuicio.
La otra rama del género, la biografía de políticos, ya sea autorizada o no, constituye una vertiente mucho más transparente. El chantaje de la biografía, a menudo respaldada por una pluma periodística de cierto renombre, es menor; el objetivo de estos libros es siempre más o menos claro y puede reducirse a lo siguiente: desprestigiar a cierta figura o incrementar su cotización en el mercado de valores de la cosa pública. Cada año electoral -y en Argentina eso sucede año por medio- se publican decenas de libros referidos a la trayectoria o a los «secretos oscuros» de todo ministro, gobernador o congresista con aspiración a ocupar un cargo o perpetuarse en él. Son pocos los casos en que esos trabajos van más allá del panfleto. Como excepciones vale la pena mencionar dos libros, ya clásicos, que se refieren a personajes de actualidad menos urgente pero de gravitación innegable: El Coti, de Darío Gallo y Gonzalo Álvarez Guerrero, y Galimberti, de Marcelo Larraquy y Roberto Caballero. En los casos de figuras de peso en la política internacional las consideraciones previas también son válidas. Dado el tenor de la información que manejan estos textos, resulta imposible pensar que las memorias de, por ejemplo, Hillary Clinton, no pasen por el filtro de la Secretaría de Estado antes de publicarse. Roman Polanski retrató en The Ghost Writer (2010) las peripecias de la factura de un libro de memorias de un ex primer ministro británico.
Sombra terrible de Putin
Dos libros recientemente editados en nuestro país abordan la figura del actual presidente de la Federación Rusa. Uno es obra del francés Frédéric Pons, militar retirado y periodista especializado en guerras contemporáneas, y lleva por título Vladimir Putin (Ed. El Ateneo). El otro se llama El nuevo zar (Ariel) y es del estadounidense Steven Lee Myers, ex jefe de redacción de la filial moscovita de The New York Times durante años. El libro de Pons abre con un epígrafe que viene a justificar el objeto de su estudio. La cita es de Confucio: «Cuando el odio o el favor de la multitud caen sobre un hombre, hay que analizar por qué». A partir de ahí Pons despliega un largo panegírico de la persona de Vladimir Putin que parece orientado a incidir principalmente en lectores europeos. Con una prosa reiterativa y sin muchos floreos, Pons busca amigar al lector con una figura y una política reactiva a los valores y costumbres liberales instauradas por las socialdemocracias en el último medio siglo en el continente, pero a la vez muy cercana en términos geográficos, culturales, económicos y geopolíticos. En ese sentido argumenta a favor de Putin y su política explicando recurrentemente que quizá las almas bellas de Europa puedan sentir horror frente a los modos rudos de Monsieur Poutine, pero que, en definitiva, en la Rusia postsoviética las cosas se hacen así.
Lee Myers traza un retrato crítico de Vladimir Putin desde sus humildes orígenes hasta los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi.
El proyecto político de El nuevo zar queda claro desde el título mismo y es, lógicamente, antagónico al de Pons. El autor escribe desde y para su patria, en nombre de la libertad y la democracia tal como se las concibe en los EEUU. Con un estilo por momentos pesado, pero siempre cargado de datos y de citas, Lee Myers traza un retrato crítico de Vladimir Putin desde sus humildes orígenes hasta los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi durante 2014. La búsqueda principal está en denostar el ciclo de Putin al frente de la nueva Rusia, señalándolo como una oportunidad perdida para los valores occidentales luego de la glasnost y la perestroika. El foco principal apunta al mundo de los negocios generado y alimentado por y para Putin a lo largo de una década y media de ejercicio del poder y resulta interesante para entrever los avatares de un capitalismo de Estado en la Rusia actual, regida por un gobierno fuertemente centralista que arbitra el mercado a través de la configuración de mega empresas públicas y de la participación accionista mayoritaria en corporaciones del ámbito privado. A la pregunta acerca de cómo se conjugan el mercado, las libertades alumbradas por Occidente, los oligarcas surgidos a la par del derrumbe soviético y la tradición política autoritaria de la sociedad rusa, Lee Myers responde desde el vamos diciendo que no existe tal conjunción: donde gana el Estado ruso pierde la libertad, y viceversa. La parábola de Putin sería, entonces, la de un ex agente de la KGB partidario de la liberalización del país y sus instituciones evolucionando hacia un consumado autócrata, solitario y paranoico, apenas 15 años después del principio. Más allá de las evidentes características plenipotenciarias del estilo de Putin, el texto se desdibuja a partir de la mitad cuando, por sobre el dato periodístico o el análisis contextual, empieza a primar el juicio negativo del autor respecto de la falta de escrúpulos, la locura y hasta la maldad de Putin. La señalización de que determinada cuestión acontece únicamente “en la mente” del retratado llega a repetirse decenas de veces echando por la borda la calidad lograda en los primeros capítulos del libro.
Explotar bien la anécdota y explicar adecuadamente el proceso histórico o político son la base para la construcción de un texto por lo menos legible.
Las virtudes literarias del género podrían resumirse en el uso de la anécdota y la explicación. Explotar bien la anécdota y explicar adecuadamente el proceso histórico o político son la base para la construcción de un texto por lo menos legible. En ese sentido, el libro de Pons parece escrito por un principiante, sin la debida atención a los detalles que podrían reforzar su punto de vista. El retrato del súper hombre Putin y su ligazón íntima con la historia de Rusia y sus próceres tanto zaristas como soviéticos pierden fuerza debido a lo descuidado del relato, incluso en aspectos «humanos» interesantes y en apariencia certeros como, por ejemplo, la práctica del yudo por parte de Putin como forjador de su carácter y su personalidad. La subexplotación de detalles de esa clase a la larga produce dispersión. El de Pons es un texto plagado de frases justificatorias que nunca renuncia a su objetivo de volver amable la figura del presidente ruso. Con frases como “la historia de estos últimos quince años demuestra sobre todo que el líder ruso se ha servido más del dinero y del poder que da el dinero para consolidar su poder y restaurar el poder de Rusia, que para consolidar su propio patrimonio”, se pretende zanjar toda controversia respecto a corrupción o venalidad. En ese mismo camino, los aspectos oscuros de la vida de Putin, de su personalidad y, sobre todo, de su política pragmática, son soslayados o rematados en pocos párrafos que, en general, se limitan a glosar los «rumores esparcidos por la prensa prooccidental». Pons opta siempre y en cada caso por sobrevolar cualquier cuestión incómoda a su labor panegírica o directamente por descartarla sin explicación.
Los aspectos oscuros de la vida de Putin, de su personalidad y, sobre todo, de su política pragmática, son soslayados.
En El nuevo zar el énfasis sobre estos puntos tenebrosos se va acentuando crecientemente, llegando a hartar. En cuanto al uso de la anécdota y la explicación de los procesos, el libro de Lee Myers es superior. Con un estilo periodístico más pulido, mucho más documentado y atiborrado de notas al pie, es un producto más sofisticado que el del francés, aunque igualmente inútil. Es que en su afán por demostrar la naturaleza cuasi demoníaca del poder de Vladimir Putin, el autor cae en el menosprecio de todo rasgo positivo en su retratado. De este modo Putin acaba siendo un Moloch ávido de sacrificios sangrientos, sin afectos humanos, sin proyección política estratégica ni ideas rectoras. Cuando para explicar determinado hecho o determinada decisión la disyuntiva se presenta entre lo estratégico, lo ideológico y lo meramente coyuntural, el autor opta siempre por la explicación más ramplona. De todos modos, el texto es un aporte para comprender cómo es visto el fenómeno Putin desde Nueva York, si no desde EEUU. Aunque por cuestiones cronológicas el affaire de Rusia con la elección de Donald Trump como presidente no esté abordado en el libro, sin duda el incidente puede ser mejor entendido a partir de estos bosquejos de Lee Myers. Dado el expertisse militar de Pons, llama la atención por lo engorroso, desordenado y soporífero el capítulo relativo a las relaciones de la Rusia de Putin con la OTAN. Por el contrario, el capítulo donde se analizan las relaciones de Putin con la Iglesia Ortodoxa es de interés ya que le otorga importancia a aspectos filosóficos, políticos y religiosos que no suelen ser tenidos en cuenta por los profesionales de las ciencias sociales. La raigambre y el alcance de la influencia de la Iglesia Ortodoxa Rusa en ese país y su periferia, la reconciliación entre el Estado y la Iglesia y la paulatina adopción de sus valores por parte de Putin son analizados aquí como algo más que instrumental, como una parte constitutiva del proyecto restaurador putiniano. La dupla Putin-Medvedev, y particularmente la esposa de este último, adhiere activamente a la religión mayoritaria del país y basa en esa práctica religiosa gran parte de su política social y educativa. Aparecen así las alianzas para enfrentar al lobby gay como remedio para revertir la bajísima tasa de natalidad del país, o el diseño de una compleja legislación para devolverle a la Iglesia los bienes e inmuebles confiscados durante el comunismo. En ese contexto es entendible la afirmación de Putin de que “la Iglesia ortodoxa es la guardiana de los valores morales y espirituales de Rusia”.
Es entendible la afirmación de Putin de que “la Iglesia ortodoxa es la guardiana de los valores morales y espirituales de Rusia”.
Otro elemento de valor de Vladimir Putin es la inclusión como anexo de un documento titulado “Rusia en el nuevo milenio”, redactado por el propio Putin en 1999, en el que expone su plan de gobierno, su visión del mundo y de su país. La mención de este documento en el libro de Lee Myers marca el contrapunto entre los dos autores. El estadounidense despacha en apenas dos párrafos el documento que el francés agrega como anexo, como si al primero le importase más el proceso político que la idea. O aún más: como si buscase negar la existencia misma de una ideología en Putin. Ahí donde Pons observa ideas prístinas y principios patrióticos guiando la acción política en pro de Rusia, Lee Myers ve mero pragmatismo, sin más idea que la del poder y su acrecentamiento. En conclusión, tanto la tendencia a la canonización de Pons como la mirada inquisitoria de Lee Myers promueven una mirada unidimensional de la figura de Vladimir Putin, eludiendo el hecho de que cualquier fenómeno político complejo se conforma con componentes desiguales de ideología y praxis, de virtud y miseria, de luz y sombra. Ambos libros funcionan entonces más como testigos de una disputa geopolítica en torno al sentido de la acción de Putin y al papel de Rusia en esta época del mundo que como retratos del hombre. Su lectura complementaria, sin embargo, alcanza a conformar una idea acerca de qué hablamos cuando hablamos del archipiélago Putin///////PACO