Historia


Antonio Caponnetto: libros y misiles

Tras el fin de la última dictadura y el retorno de la democracia, varios de los escritores nacionalistas de la vieja guardia, como Ernesto Palacio, Julio Irazusta, Carlos Sacheri, Jordán Bruno Genta, Hugo Wast o el sacerdote Julio Meinvielle, estaban muertos o demasiado envejecidos y alejados del escenario cultural. Apartados de la política convencional partidaria, muchos de estos intelectuales habían preferido formar sus propias publicaciones, espacios donde pudieran volcar todas sus críticas contra el mundo moderno y denunciar lo que según creían ellos eran sus males intrínsecos: la democracia, el socialismo, el marxismo y el judaísmo y reivindicar los golpes de Estado que se sucedieron en la Argentina a lo largo del siglo XX.

Desde el final de los años veinte del siglo pasado, con el semanario La nueva república -dirigido por los hermanos Irazusta y con colaboradores como Ernesto Palacio y Manuel Gálvez- los intelectuales nacionalistas tenían su lugar en el mundo periodístico, donde se sentían cómodos y seguros y, sobre todo, no temían la censura o la opinión de las mayorías.  Sin embargo, a partir de las paulatinas conquistas sociales a lo largo de los años, estas mismas publicaciones empezaron a perder un vasto número de lectores. Es difícil establecer los motivos exactos, pero las peleas internas, los altos costos económicos y la escasa difusión hicieron que muchas de estas revistas (como Criterio o Jauja) cerraran continuamente y surgieran otras que intentaban reagruparlas conservando cierto nivel intelectual y literario habitual en estos autores, habituados a las citas permanentes a los clásicos y el lenguaje sofisticado. Fueron varias las publicaciones que se sucedieron como el semanario Azul y Blanco dirigido por Marcelo Sánchez Sorondo, en el que escribieron Arturo Jauretche o Rodolfo Walsh, o Mikael, creada por monseñor Adolfo Tortolo y que contó entre sus escritores a Alberto Caturelli, Carlos Buela y el sacerdote Julio Meinvielle, entre otros.

Pero fue a comienzos de los años setenta cuando surgió Cabildo, quizás una de las más longevas y conocidas publicaciones nacionalistas. La revista se publicó hasta el 2017, por lo que llegó a convertirse en una de las publicaciones más relevantes en el universo nacionalista argentino. Las tapas de Cabildo se caracterizaban por sus letras góticas, con títulos rimbombantes, y las caricaturas de los gobernantes de turno. Se hacían permanentes referencias a escritores como Platón, Aristóteles, Santo Tomás, San Agustín, Chesterton, Cervantes o León Bloy, etc. En sus notas se plasmaban las críticas al sistema democrático con defensas al el viejo orden medieval y se ensayaba un revisionismo histórico de lo que fue la Inquisición, la conquista de América, la Segunda Guerra Mundial o el Proceso de Reorganización Nacional. Su lema, que podía leerse en todas las tapas, era “Por la nación contra el caos”, aunque luego cambió a “Alguien tiene que decir la verdad”.

El primer director de Cabildo fue Ricardo Curuchet, que cumplió esa función hasta su muerte en 1991. Lo sucedió entonces Antonio Caponnetto, que sostendría el proyecto editorial hasta el final. En su curriculum figuraba que era maestro de historia egresado del colegio Mariano Acosta, profesor de historia egresado de la Universidad de Buenos Aires, doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Guadalajara y, sorprendentemente,  investigador del Conicet. Caponnetto, que se destacaba por una pluma beligerante, culta y llena de hipérboles, no escondía su versatilidad como autor. Sus libros trataban de política, como El deber cristiano de lucha o Nueva Era de Acuario, religión, educación y hasta tiene dos libros de poesía publicados.  Defiende a la figura de Rosas y atacaba a los historiadores de la línea liberal, que habían tergiversado la historia oficial desde Mitre a los historiadores actuales encumbrados en el instituto Ravignani, instituto de historia dependiente de la Universidad de Buenos Aires y que para Caponnetto representa una corporación de personas destinadas a propagar mentiras sobre la historia argentina y mundial.

En sus tres tomos dedicados a los críticos del revisionismo, Caponnetto  analiza la obra de buena parte de los historiadores académicos más prestigiosos, contestándoles sus observaciones sobre lo que, para ellos, eran los “revisionistas católicos”.  Otro de sus temas predilectos es la democracia; es una obsesión que lo persigue el hecho de criticar y repudiar el sistema democrático en cuanto libro que publica y conferencia que brinda. En su libro La perversión democrática y los dos tomos de La democracia: un debate pendiente, carga las tintas, tratando de justificar la incompatibilidad de esta forma de gobierno con el cristianismo. En una entrevista realizada por Juan Cruz Castiñeiras, Caponnetto afirmó: “Un católico nunca puede ser democrático puesto que el primer acto de democracia crucificó a Jesucristo y dejó en libertad a un delincuente”. En febrero de 2021, sin embargo, decidí escribirle a Antonio Caponnetto. Pensaba que una entrevista me daría un panorama más amplio de lo que era un escritor nacionalista. Y como ya tenía los libros de historia de Fernando Devoto, Daniel Lvovich, José Luis Romero y Tulio Halperín, donde hablaban sobre el nacionalismo y el revisionismo histórico argentino (Caponnetto los llama desdeñosamente “los profesionales de la historia”), ¿por qué no conocer al director de Cabildo me ayudaba a entender mejor las cosas? Confieso que no tenía muchas esperanzas de que me respondiera.

Si uno quería indagar en la vida privada, era poco lo que se sabía. En una entrevista para un programa de la televisión colombiana contó que era casado y padre de dos hijos; su hija mayor es psicopedagoga y su hijo menor es guardavidas en Villa Gesell. Él ejerció la enseñanza media en institutos privados de Buenos Aires, en la Escuela Superior de Guerra y dictó innumerables conferencias donde disertó sobre temas históricos, políticos y pedagógicos. En Argentina él mismo se define como un “paria”,  ya que no tiene posibilidad alguna de entrar a una institución católica, y cree también que está perseguido y marginado por sus enemigos. Es por esto que, según su visión, se encuentra aislado del ámbito académico e intelectual y excluido completamente del campo cultural.

Un dato que no resultaba menor era que no había ningún debate televisivo o en internet en el que Caponnetto hubiese participado frente a alguien que estuviera en oposición a sus ideas. Este detalle, el hecho de que un hombre con su pluma tan férrea y pendenciera, no se prestase a dialogar con aquellos que no piensan como él, me resultaba llamativo.

Para mí asombro, Caponnetto me respondió por mail al día siguiente. Dijo que no tenía problemas en juntarse y me proponía que nos viéramos en la Basílica de Flores (en el mismo lugar lo citó a Juan Terranova) para luego elegir algún bar de la zona donde pudiéramos conversar tranquilamente.

Cuando nos encontramos en la puerta de la Basílica, un día de calor sofocante, Caponnetto estaba vestido con saco y camisa.  Sugirió un bar que se encontraba en la esquina sobre Rivadavia y ahí fuimos, yo con el barbijo puesto y él sin ninguno, como desafiando la normativas que establecían en aquellos tiempos la obligatoriedad de su uso contra la propagación del Covid. Comencé hablándole de Ernesto Palacio y de varios escritores nacionalistas argentinos para luego hablar del peronismo y su relación con el nacionalismo. Muchas de las cosas que Caponnetto me decía ya se las había escuchado o leído. Basta escuchar una conferencia en YouTube titulada “Perón: un sujeto amoral” donde sostiene que Juan Domingo Perón era una suerte de gallo de la veleta que respondía a lo que su interlocutor sea cual fuere quería escuchar y un personaje servil a los intereses del judaísmo y la masonería.

Sin embargo, Caponnetto era más mesurado y equilibrado en otras de sus opiniones. También había cierta desazón cuando se refería a los acontecimientos políticos actuales- como si estuviese fastidiado y agotado de ver cómo cada día que pasaba el devenir del mundo se alejaba de los preceptos en los que tan firmemente creía.“Yo era contrario al Proceso, Juan. Pero tampoco pensé que viviríamos estos tiempos democráticos, ideología de género, de homosexualidad, de desenfreno. No pensé que íbamos a terminar así”. Me preguntaba si un hombre como él podría albergar alguna duda acerca de la doctrina católica, si había un lugar para la desesperanza en un hombre que escribe con tanta convicción.

La conversación se prolongó durante una hora. Hablamos sobre el nacionalismo en la actualidad,  de Monseñor Héctor Aguer, el cura que lo casó a Caponnetto con su actual mujer en la iglesia de San Pedro Telmo, y finalmente del Papa Francisco. Caponnetto escribió un libro sobre Bergoglio, a quien conoció en la década de los ochenta, llamado La iglesia traicionada. Ahíentre otras cosas lo acusa de llevar adelante un acercamiento judío católico y reproduce una carta que el entonces futuro Papa le escribió felicitándolo por la publicación de algunos de sus libros. Además, recuerda con sorna los comentarios antisemitas que decía Bergoglio en su presencia. Casi llegando al final de esta primera charla decidí hablarle con franqueza y decirle que me interesaba para un trabajo de maestría su figura. Quería escribir sobre él, sobre su figura solitaria dentro del ámbito académico. Me respondió rápidamente: “No te van a dejar en la facultad, escribí sobre otro escritor nacionalista”. Y si bien le insistí un poco más, el dudaba.  No se lo veía del todo cómodo, a pesar de que yo creía, que alguien que quisiera escribir sobre su figura le interesaría. Quedamos en que nos volveríamos a ver, porque a él le gusta hablar sobre el nacionalismo y sus escritores pero fue claro: no se sentía a gusto hablando de sí mismo, como si tuviese algo que ocultar.  “Me parece que hay un poco de vanagloria, no me siento cómodo hablando mí mismo” repetía.  Cuando pidió la cuenta y los mozos no nos estaban viendo, Caponnetto me sorprendió con una frase: “Hay algo en los mozos de Flores como dice Alejandro Dolina”. Más tarde comprobé que en la biblioteca de su casa tenía varios libros del autor de Crónicas del Ángel gris, y me pregunté qué diría Dolina si supiera que el director de la revista Cabildo es un asiduo lector suyo.

Luego, cuando los encuentros se fueron haciendo más frecuentes, Caponnetto se mostraba reacio a dialogar con personas que viniesen de la academia, solamente se mostraba abierto a hablar de la historia del nacionalismo en general y esquivaba cualquier pregunta atinente sobre su propia historia. Sin embargo, con el paso del tiempo Caponnetto se mostró un poco más abierto y me contó algunos hechos de su vida. A diferencia de otros intelectuales nacionalistas, él no provenía de una familia adinerada ni formaba parte de la aristocracia argentina; de hecho según me comentó su familia era de origen siciliano y su padre era obrero. Pese a que este ambiente de clase media baja pudo haberlo afectado en sus aspiraciones elitistas características de cierto nacionalismo argentino de abolengo, Caponnetto siempre se mostró orgulloso de sus orígenes y su formación en la educación pública. “Nací en Mataderos y vivo en Villa Luro, nunca me quise ir de acá, ni fingí un origen que no tuve. Me hubiese encantado asistir a colegios como el Champagnat o el Lasalle, pero no había plata en casa y terminé en el Mariano Acosta. Pese a ello, estoy orgulloso de haber asistido al mismo lugar en el que dieron clases escritores como Julio Cortázar o Leopoldo Marechal”.

Él no era de los que se prestan a discutir sus ideas. Prefiere escribir en el papel sus pensamientos y ataques: “Jamás participé de un debate público; sólo una vez me llamaron de la producción del programa de Mariano Grondona para que discutiera con Roberto Jáuregi, por supuesto que me negué.” El hecho de tener a Caponnetto con Jáuregi, periodista y uno de los principales activistas más insignes por los derechos de los homosexuales en Argentina, sentados frente a frente hablando sobre VIH y sexualidad, pudo ser uno de los momentos más insólitos de la historia de la televisión argentina.

En las conversaciones de Caponnetto, lejos de los discursos apasionados y entusiastas de sus escritos, hay un individuo circunspecto y taciturno, renuente a entrar en conflictos y disputas verbales. La idea de un intelectual perseguido, incomprendido y condenado al ostracismo no encajaba con sus intenciones reales. La comodidad de la soledad parecía ser donde se siente más a gusto y prefiere estar. Pensé que el lugar de líder intelectual al estilo del filósofo ruso Alexander Dugin podía serle de su agrado, pero Caponnetto evita las exposiciones mediáticas y nunca quiso ser un líder político intelectual ni vincularse con los partidos políticos. Pesé a que tuvo pedidos de incorporarse al partido de Mohamed Alí Seineldín, Caponnetto prefiere las sombras. Sabe que la suya es una causa perdida y prefiere morir con las botas puestas. Tampoco se muestra interesado en formar grupos de opinión o movimientos que sigan sus ideas. En una de las reuniones, cuando Caponnetto contaba sus pasos desafortunados por la Escuela Superior de Guerra, la Universidad Católica Argentina o editoriales católicas (todos lugares más o menos cercanos a su ideología) dijo discretamente como un comentario sin importancia: “de todos lados me fui mal, con nadie terminé bien”. ¿Por qué no terminó bien con los propios? Algunos sectores del catolicismo veían a las ideas de Caponnetto un tanto pasadas de moda para los tiempos que corren o lisa y llanamente impensables de ser llevadas adelante en la actualidad. Monseñor Héctor Aguer me comentó: “Yo coincido con Caponnetto, lo que pasa es que cuando escribe es un exaltado.” Es irónico que viniera de alguien como Aguer, conocido por sus posiciones conservadoras y que siempre despiertan malestar en los grupos progresistas.

Lo cierto es que para Caponnetto el camino siempre fue recto, sin desviaciones y sin ninguna posibilidad de contemplar algún viraje en lo que él considera la doctrina verdadera:  repudio a la democracia, a la modernidad y la defensa acérrima de la religión católica como organizadora de la vida social. Esto no fue igual para muchos de sus compañeros de ruta, que en algún punto abandonaron en ciertos casos el nacionalismo intransigente y se volcaron a posiciones más cercanas a la democracia. Como por ejemplo el caso del juez Guillermo Yacobucci por ejemplo abandonó la publicación de sus ideas porque no podía seguir escribiendo como miembro del Poder Judicial, según su propia visión como jurista. También Vicente Massot, (director del diario La Nueva Provincia y acusado de apoyar al último Proceso), uno de sus más cercanos colaboradores e íntimos amigos en sus comienzos en el nacionalismo, que terminó por abandonar su nazismo juvenil para declarase democrático. Caponnetto sabe que cuenta con un cierto número de seguidores desde su paso por Cabildo y personas que escuchan sus disertaciones, y en el nacionalismo católico argentino ocupa, hasta el día de hoy, un lugar relevante. Su decepción y malestar no son sólo con la modernidad: es consigo mismo. Como muchos de los intelectuales de extrema derecha, guarda un desprecio por el mundo intelectual y una veneración por el ámbito castrense. Esto lo incomoda y más de una vez debió cuestionarse por qué él no pudo hacer más por las ideas que sostuvo durante toda su vida. En una de las reuniones que tuvimos, me dijo: “Yo solamente escribo porque no puedo tirar misiles”///////PACO