Género


Amas de casa desesperantes


Gracias al vicio de la clasificación de los peones del ramo y a la pregunta sin respuesta que hurga en los escritos el distintivo estilístico “de género”, cuando se habla de literatura se habla todavía de literatura femenina y de ese sucucho cada vez más oxidado llamado
chick lit. En Argentina, los nombres que se traen a colación son usualmente los mismos. Juana Manso, Alfonsina Storni, Sara Gallardo, las hermanas Victoria y Silvina Ocampo, Esther Vilar, María Elena Walsh, Marta Lynch, Elsa Drucaroff, María Moreno, Beatriz Sarlo, Hebe Uhart, Alejandra Pizarnik, Samantha Schweblin, Pola Oloixarac, Mariana Enriquez, Claudia Piñeiro, Romina Paula, Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara. Cada una con sus méritos y desafíos —y más o menos incómodas con la categoría de “lo femenino” o, incluso, “lo feminista”—, todas estas autoras se han abierto paso en la jungla del universo literario y editorial. O bien porque no responde a los cánones clásicos, o porque se ha evitado hacer una aproximación literaria de su trabajo, en estas conversaciones el nombre de Petrona Carrizo de Gandulfo es pasado por alto. Asociada al ámbito televisivo y radial, y ajena a los intercambios de favores que son una marca registrada de los claustros del amiguismo literario, El libro de Doña Petrona apareció en su primera edición en el año 1933 y, debido a una demanda con la que la mayoría de las escritoras sólo se atreven a soñar —agotó esos primeros 5000 ejemplares en menos de un mes—, fue reeditado a lo largo de los años más de un centenar de veces. Para el año 1985, la propia Petrona estimaba en una entrevista al diario La Nación que se debían haber vendido más de 3 millones de ejemplares con sus textos, consejos y recetas. “Su libro de cocina batió records de venta, superando a Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato y hasta el Martín Fierro”, dice el search de Wikipedia. Abordar El libro de Doña Petrona como un libro de cocina o como un simple recetario es apenas el principio del equívoco, de su omisión en los espacios cada vez menos exigentes de la literatura nacional.


Ajena a los intercambios de favores que son una marca registrada de los claustros del amiguismo literario, El libro de Doña Petrona apareció en su primera edición en el año 1933 y agotó 5000 ejemplares en menos de un mes.

Entonces, ¿en qué consiste el best seller de la Señora C. de Gandulfo? ¿Qué garantizó el suceso editorial? Hoy que el relato feminista es un imperativo que maqueta las posiciones vitales acerca de todos los temas de discusión posibles, ¿por qué se debería volver sobre él con una perspectiva más valorativa? Además de descripciones quirúrgicas de los puntos del almíbar, infinitas preparaciones de masas y “algunas buenas fórmulas de cocktails” que hoy cotizan en las barras porteñas lo mismo que una jornada completa de trabajo, lo que hay en las páginas del texto de Petrona es un retrato político de las configuraciones de género del siglo pasado, más precisamente de las décadas anteriores a los años setenta. Este libro representaba un manual de eficiencia doméstica y sus principales destinatarias eran las amas de casa. “Desde muy joven viene enseñando a las mujeres argentinas el valor de las comidas y la forma de hacerlas. Porque Doña Petrona no es solamente maestra en el arte culinario: es una verdadera consejera que tiene la satisfacción de haber llevado la felicidad a muchos hogares. Sin buena cocina no hay hogar feliz”, narra la solapa de la cuadragésimosexta edición del año 1954 —volumen de 700 páginas que circula en mi familia materna desde entonces. Doña Petrona prefería ser presentada como ecónoma y no como cocinera, y este dato aporta no sólo un rasgo distintivo de su carácter sino que habla de la jerarquía que en aquellos tiempos gozaba el ama de casa en la estructura familiar y social. El hombre trabajaba en el espacio público y la mujer en el privado: administraba los ingresos y gerenciaba el hogar. Doña Petrona propuso fórmulas para hacer de las labores domésticas de la clase media —aquella capaz de invertir en una sola receta los huevos, la manteca y la leche que otra familia disponía para alimentarse una semana— un trabajo eficaz y eficiente, para que ocuparse “de la casa” fuera un ejercicio constante de optimización. Y en este punto es donde emerge la posible lectura de género del material de Petrona, el mismo donde la teórica Selma James despuntó uno de sus aportes fundamentales al feminismo. Hacia los años setentas, la lectura de la neoyorkina sobre el marxismo reveló que era sobre las bases del trabajo no remunerado en el hogar que se construían las bases para que el sistema de acumulación del capital prospere. Desde lo disruptivo de su enfoque, James afirmaba que esas tareas domésticas no asalariadas eran parte constitutiva del sistema. Es decir, que las amas de casa eran tan trabajadoras como un obrero y que sin embargo eran ubicadas en el último peldaño en la escala de explotación por la falta de reconocimiento económico. Según Selma James, las amas de casa debían recibir dinero a cambio de su desempeño.


Selma James afirmaba que las tareas domésticas no asalariadas eran parte constitutiva del sistema. Las amas de casa eran tan trabajadoras como un obrero y, sin embargo, eran ubicadas en el último peldaño en la escala de explotación por la falta de reconocimiento económico.

Con los años y la incorporación cívico-profesional de las mujeres en el ámbito público, las tareas domésticas comenzaron a verse más como un impedimento y una carga que como la actividad noble y nuclear en la que tanto énfasis hizo Doña Petrona C. de Gandulfo y a la que tantas muchachas de la época aspiraban. La apertura al mundo de la mano de la explotación remunerada jugaba a favor de la demorada independencia económica, la autonomía de pensamiento y la maternidad como proyecto no central. Ya no había tiempo para los “vol-au-vent de ostras” o para el “ragoùt de cordero”, para bordar servilletas o para glacear pasteles de cumpleaños para los hijos. Por eso, las mujeres que se abrieron paso en el mundo del trabajo fuera de las fronteras de su casa, necesitaron de otras mujeres para ocuparse de las actividades hogareñas y de cuidado. Sólo así, y no sin su terrible cuota de ironía, se evidenció la hipótesis de James. Pero las “amas de casa remuneradas” no eran las verdaderas amas, sino las sustitutas pagas que debían cumplir los roles abandonados por sus empleadoras: personal de servicio, mucamas cama adentro o cama afuera, niñeras, empleadas, planchadoras, hasta el culposo sintagma “la chica que nos ayuda en casa”. Y por supuesto que acá se demarca otro trópico de clase: es inquietante cómo muchas de estas trabajadoras domésticas dejaban a su vez sus propias labores en manos de familiares directos sin posibilidad de remuneración. El círculo que traza el pincel emancipatorio y de género es tan canibalizante como el sistema de explotación al que pertenece. A pesar de su gran problema de postulación, a partir de las convocatorias a los “paros de mujeres” alrededor del mundo, volvió a sonar con estridencia el asunto del trabajo hogareño no remunerado. Se convocó también a aquellas mujeres al cuidado de niños, enfermos y familiares y a las amas de casa a adherirse al cese de actividad. Hay concesión y reconocimiento. Hay una insistencia en la búsqueda a través de estas reivindicaciones de la puesta en valor y la incidencia facilitante de las tareas del ámbito privado en los aconteceres públicos, en el orden social y su devenir productivo. Sin embargo, hay una sector de las capas medias —muy posiblemente venido del seno familiar de trabajadores a tiempo completo que contaron con los servicios del personal doméstico, tal vez segunda o tercera generación de profesionales— cuya visión de las amas de casa es negativa, incluso “colaboracionista”. La pregunta que sustenta esta noción es incriminatoria: ¿qué mujer sana elegiría hoy quedarse en su casa planchando las camisas de su marido? Los debates sobre el asunto surgen de tanto en tanto, no en las aulas académico-feministas, sino en el cuadrilátero del ocio desmedido y la militancia soft core. “Hoy elijo ser ama de casa”, se leía como titular sobreimpreso en la foto de tapa de la modelo Paula Chaves en Gente de finales de marzo.

Hay una sector de las capas medias —del seno familiar de trabajadores a tiempo completo que contaron con los servicios del personal doméstico— cuya visión de las amas de casa es negativa, incluso “colaboracionista”.

Todo el foco de ira se depositó, primero, en la producción fotográfica: la imagen central de la edición muestra a Chaves —ejemplo vivo de la belleza de altos estándares—con una falda tubo, camisa blanca, stilettos negros parada sobre una alfombra turquesa esgrimiendo una aspiradora. El juego de connotaciones es obvio y burdo: los años cincuenta, el furor de los electrodomésticos y la figura de la “esposa feliz”. Pero la indignación viró de inmediato al asunto “ama de casa” y las apreciaciones no variaron demasiado del calificativo retrógrada. La libre elección de Paula Chaves de casarse, tener hijos y dedicarse a los trabajos domésticos no remunerados no fue bienvenida en el contexto presente de agitación feminista. Pero ojo: las reacciones negativas no responden a un conflicto puntual con la modelo esposa del productor televisivo Pedro Alfonso. En cambio, lo que salió a flote con la tapa de Gente es un síntoma. Hoy los deberes de las mujeres son otros, para con ellas mismas y sus pares, para sus maridos, esposas, parejas, compañeros, novios y novias, para sus hijos, hijastros y mascotas. Las instituciones tradicionales —y el modo “heterosexual” de afrontar la vida— son producto de una sociedad patriarcal, violenta y machista; son emblemas enemigos de un nuevo esquema que busca establecerse y en el que intentamos convivir. Ahora bien, dejando de lado esta contradicción de valores, ¿a qué tipo de publicaciones se le reprocha un compromiso político de corte feminista? La idiosincrasia de las revistas de “periodismo doméstico” —dicho a risotadas barthesianas— como Caras, Gente y Hola, ¿a quiénes representa? En otras palabras, ¿a qué actualidad responden las revistas de actualidad? Actores, actrices, modelos; influencers, blogueras, fashionistas, músicos, diseñadores, alcurnia y miembros de la realeza. Embarazos, nacimientos, bodas, segundas nupcias, peleas y reconciliaciones. Canje, ocio y recreación. Todo con un esmero fotográfico que ilustra las ocupaciones, frivolidades e intereses de un mínimo sector en páginas a todo color. Como Doña Petrona mistificó a las amas de casa, en esta literatura se glorifica al famoso y al rico, a aquellos a los que la “actualidad” le es más indiferente. Con matices de álbum familiar, de alta sociedad, de amigotes y cofradías burguesas, se puede hojear la intimidad que estos personajes que, muchas veces voluntariamente, muestran los avatares de su vida, sus confites, hijos y perdices. La revista de actualidad subsiste gracias a su contenido conservador, de tradición, de comodidad y familia. Y en estos términos podría consagrarse como la literatura de las amas de casa: componen un tipo de ficción opuesta a los pormenores de su propia vida pero donde aún hay rasgos donde se facilita la identificación.


La revista de actualidad subsiste gracias a su contenido conservador, de tradición, de comodidad y familia. Y en estos términos podría consagrarse como la literatura de las amas de casa.

No importa si comulgamos o no con ese estilo de vida, con la imagen de Paula Chaves en tacos pasando el barrefondo en la pileta o batiendo huevos invisibles para preparar un flan imaginario. No importa si las panzas de embarazo y los ombligos convexos son exhibidos como trofeos, si los hijos en escalera son expuestos como muñecos en la torta del status, si la fiesta de casamiento fue en Nordelta o en Miami. No importa, pero es lo que los consumidores quieren ver y por eso es lo que circula, por eso se venden más ejemplares en una semana que una novela medianamente buena en 10 años. Las revistas de actualidad son paradójicamente extemporales, por eso da exactamente lo mismo mirar una Caras del año 2003 o su última edición. Ofrecen escenarios de ostentación y lujo, vidas fetiche para los lectores aspiracionales, para los que esperan a ser atendidos por el dentista y para los que no les sirve el compromiso político a la hora de inspirar sus movimientos intestinales. Como ocurrió con la topadora editorial de Doña Petrona C. de Gandulfo, la mejor aproximación “de género” que puede hacerse sobre este tipo de contenidos es observando a quienes los compran. A pesar de que hoy que el paradigma discursivo conservador se consagre como la némesis del actual —es decir, del feminista— las revistas de actualidad se venden a una clientela de mayoría femenina. ¿Por qué? Es sencillo: porque los intereses no son todos iguales o igualitarios y porque la literatura que triunfa rara vez es la mejor. Lo dijo una ama de casa que además es escritora, ambas por elección/////PACO